
Las peripecias de los centroamericanos que llegan desde su país sorteando toda clase de peligros a través del trayecto, y pasan por Tamaulipas, camino a los Estados Unidos. No todos llegan, algunos se quedan por acá, otros mueren en el intento y algunos más casi mueren, casi… como Víctor.
Víctor abrió los ojos y vio todo oscuro…
La falta de oxígeno lo ahogaba.
-¿Estoy muerto?, se preguntaba.
Lo último que recordaba es que viajaba sobre los lomos de “la bestia” y que de pronto decidió lanzarse al vacío. No intentaba suicidarse. Se tiró cuando pasaba frente al mercado, en Reynosa y aquí quería llegar.
Apenas, como una ‘flashback’ de película, se vio cayendo y sintió ser impactado por un auto. No recordaba más, pero…
-¿Entonces estoy muerto?
Con dificultad movió una mano y tocó una superficie metálica y sintió mucho frío, estaba desnudo. Todo oscuro y olía a rayos. Como pudo golpeó el metal y pidió que lo sacaran de ahí.
No estaba seguro si estaba en un féretro tres metros bajo tierra.
Volvió a golpear y a gritar fuerte…el encierro comenzaba hacerle latir el corazón más y más fuerte.
– Eeeey, sáquenmeeeee…!!!!!
De pronto, tenía enfrente a una persona tan espantada como él mismo. Tan espantado como puede estar un guardia del depósito de cadáveres que oye entre el silencio de la madrugada que desde una gaveta metálica, cerrada, alguien grita.
– ¿Dónde estoy?
– En… en…. la morgue… pero usted ya está muerto.
– Noooo…!!!!
– Digo, estaba muerto, pero, pero, pero…. por lo visto ya no.
La historia de Víctor Castillo, un guatemalteco de 52 años, es estremecedora.
Huyó por la falta de oportunidades y por la violencia de la Mara Salvatrucha, una pandilla salvaje de centroamericanos que extorsiona, mata, trafica, tortura y la integran asesinos a sueldo en esas tierras y en el sureste de México, muchas veces en complicidad con autoridades migratorias y cárteles del narcotráfico.
“Escapé en ‘La bestia’ y cuando llegué y pasé cerca del mercado Guadalupano, en el Centro, me aventé del tren y cuando caí un carro me atropelló. Me dieron por muerto. Eso fue hace unos 12 años”, recordó.
Explicó el migrante guatemalteco que al creerlo muerto, lo metieron a una bolsa, lo llevaron a la morgue y lo encerraron en gaveta refrigerada.
“Desperté en la madrugada y de la morgue me llevaron a terapia intensiva. El doctor dijo que no iba a vivir y el pastor Héctor Silva dijo que sí iba a vivir.
“Me iban a mochar la pierna y no me la mocharon, no tengo una parte del hueso de la cadera, estuve en coma 25 días, pero míreme, aquí estoy”, expresó.
Antes de eso, aclaró Castillo, se iba a las calles a pedir dinero para beber brandy hasta acabarse la botella. Nuevamente, el pastor Silva lo rescató.
El migrante llegó a Houston, pero fue deportado; hoy considera al sueño americano tan solo como eso, un sueño.
“Perdí la fe en trabajar o estar en Estados Unidos, aquí vivo y aquí se puede avanzar, realizó varios trabajos y ayudo en lo que puedo en oficios, pero lo que deseo es ser pastor”, afirmó.
Víctor Castillo vive y es voluntario en el refugio para migrantes Senda de Vida que dirige Silva; quiere ayudar a adultos mayores en riesgo de vulnerabilidad, así como a aquellas personas que cayeron en alguna adicción.
Cuando el migrante centroamericano llega a Reynosa, cae aquí por accidente. No venía para acá, pero se ve obligado a llegar y quedarse tal vez un tiempo, mientras logra pasar su verdadero destino: Estados Unidos.
Vienen en busca del sueño americano, que no siempre consiguen, y por estos rumbos algunos encuentran su destino y proyecto de vida.
Llegan en busca de una mejor economía, huyendo de la violencia o tratando de localizar a sus familiares.
PEDALEANDO DESDE HONDURAS
José Orlando Martínez Bautista, nacido en 1969 en Honduras, un día que debía ir a trabajar al Crematorio, decidió comprar con 500 lempiras (22 dólares) una vieja bicicleta.
Aquel lunes del 13 de marzo del presente año, Martínez Bautista partió de San Pedro Sula, cruzó la frontera en bicicleta sin que algún agente de Migración le dijera algo, dijo el migrante en una entrevista a Univisión.
El hondureño tuvo miedo de viajar en “La bestia”, y sufrir un accidente, prefirió la bicicleta, la que además le ayudó a cruzar la frontera de México sin problemas, como sucedió.
“La bestia” es el tren de carga que circula desde el sureste del país, en los límites con Guatemala hasta la frontera tamaulipeca y donde viajan miles de indocumentados que son muchas veces extorsionados por los cárteles de la droga, autoridades de Migración y pandilleros de la Mara Salvatrucha centroamericana.
Un recorrido de 3 mil kilómetros “pedaleados”, pasando por Guatemala, Veracruz y Tamaulipas hasta llegar a Reynosa, donde la frontera natural del río Bravo detuvo su camino.
El pastor del Ministerio Senda de Vida comentó que en trayecto la bicicleta se le ponchó en varias ocasiones, en algunas fue apoyado por personas, en otras no.
“A veces vemos sucias a las personas, con una maleta y desconfiamos, en ocasiones por la situación de inseguridad no se brinda la ayuda.
“Estuvo en Senda de Vida como dos meses, se fue hace un mes, nos agradeció y se despidió. No dijo a dónde”, explicó Silva, quien recordó a Martínez Bautista como una persona trabajadora.
El hondureño tenía en mente reunirse con sus hermanas, a quienes no ve desde hace 15 años y que viven en Estados Unidos, aunque no se sabe si intentó cruzar el Bravo o regresar a su patria.
HUYENDO DE LA MARA
José Luis Navarro Lugo, de 43 años de edad, era oficial de seguridad en una gasolinera en Honduras, la amenaza de muerte de la Mara Salvatrucha lo hizo huir y dejar atrás a su familia.
“Ellos querían una cuota, hasta que pedí prestado para pagarles 3 mil lempiras –la moneda hondureña– por semana, yo no los ganaba, me endeudé y después ya no pude pagar. Me amenazaron de muerte”, dijo Navarro Lugo.
La amenaza de la Mara convirtió al oficial de seguridad en migrante y así Navarro Lugo, quien tenía visa y cruzó en autobús, llegó a Tamaulipas, pasando por Chiapas, Tabasco y Veracruz.
“Trabajé cortando tabaco, en irrigación de plátanos, en un parque ecológico, como ayudante de albañil. Hice en México lo que no hice en Honduras, aprendí oficios que me ayudan”, recordó. En su andar llegó a Reynosa a Senda de Vida, donde aprendió a cocinar para más de 30 personas.
Llegar a esta frontera le cambió la vida porque se encontró con su vocación: la cocina.
“Sueño que estoy en otro país, en un restaurante muy bueno, la verdad no pensaba en cocinar y ya aprendí guisos y caldos, ahora quiero un recetario.
“En la cocina encontré mi destino, quiero ser chef y aparte ayudar a hermanos migrantes y personas necesitadas. Quiero aprender inglés para la cocina”, expresó el ex oficial de seguridad.
En la actualidad, Navarro Lugo, quien el 24 de diciembre cumplirá un año de estar en Reynosa, espera cruzar a Estados Unidos o regresar a Honduras y trabajar como chef.
“También me gustaría ir a ver a mis hijos, acudir a las plazas públicas donde hay gente sin hogar y llevarles alimento caliente”, apuntó.