
La madrina Magda, quien en la actualidad funge como fundadora del Centro de Rehabilitación para Alcohólicos y Drogadictos A.C., en Reynosa, decidió romper el silencio después de tres décadas sumergida en el mundo de la drogadicción, prostitución y perdición emocional.
Apunta de arma de fuego, Magda Fernández de en ese entonces 32 años de edad, fue obligada por su expareja a consumir la primera dosis de una sustancia ilícita; aquel momento de incertidumbre marcó el inicio de una agonía dentro del mundo de las drogas.
Originaria de Reynosa, Tamaulipas, Magda creció en un hogar disfuncional con un padre alcohólico y una madre sobreprotectora. Como hija única, siempre buscó enorgullecer a sus padres a través del estudio y el trabajo.
“Yo fui educada a la antigüa, mi papá era un hombre de campo, él nunca recibió amor por parte de mi abuelo, entonces no estaba acostumbrada a recibir amor paternal. Siempre sentí que mi papá me rechazaba”, cuenta la entrevistada.
Magda creció con la idea de que su papá no la quería, únicamente por ser “niña”, con el pasar del tiempo alimentó esta idea hasta que se convirtió en una película que rondaba una y otra vez en su cabeza.
A sus 22 años de edad y durante su etapa universitaria, Magda aseguró que no tenía mucha experiencia en relaciones amorosas porque se sentía poco atractiva; sin embargo, se casó después de cinco años de noviazgo con un hombre de quien no estaba enamorada, pero en quien vio una puerta para escapar de su casa. Esta relación se deterioró rápidamente debido al alcoholismo de su esposo, llevándola a revivir el sufrimiento que había conocido con su padre, a quien “siempre veía con la botella en la mano”. Tras tres años de matrimonio y constantes problemas, Magda se divorció.
“Sólo duré tres años casada porque comencé a vivir todo eso de lo que había decidido huir, mi esposo comenzó a tener problemas de alcoholismo, siempre lo veía con la botella en mano, y lo que había vivido con mi papá se volvió poco comparado a lo que ahora me hacía pasar mi esposo”, dijo conmocionada.
Aquella relación sería sólo la cúspide de lo que en verdad tornaría la vida de Magda en un una estancia de sufrimiento y perdición.
Después de un año de su divorcio, Magda conoció al hombre que ‘apapacharía’ todas las carencias y heridas que cargaba consigo misma. En su relato, fueron 10 años de unión libre, donde el amor nunca le faltó, donde recibió muestras de cariño, de afecto y donde como mujer se sentía consentida al siempre recibir halagos y regalos materiales. Aquella mujer seguía experimentando un vacío emocional puesto que no se sentía del todo completa y feliz. Lo último que pensó es que los próximos cuatro años de su relación serían el donante a su malestar emocional.
OBLIGADA PROBAR DROGAS
La señora Fernández, con un profundo suspiro, recordó lo que hace décadas vivió en las mismas cuatro paredes donde el día de hoy cuenta su historia.
“Fue aquí mismo donde sucedió todo, si estas paredes pudieran hablar, habría material suficiente para hacer todo un libro de lo que viví en esta casa”, dijo, recordando con algo de nostalgia lo que ha callado por dos décadas.
En aquel cuarto que –hoy es la oficina de su trabajo–, la situación cambió drásticamente para Magda cuando, a sus 32 años, fue obligada a consumir drogas por su pareja. A punta de pistola, su pareja la forzó a fumar “piedra” durante 15 días consecutivos.
Ella sabía que salía con alguien que era consumidor de sustancias, y que además era una persona que estaba involucrada en el crimen organizado. No obstante, afrontar esta situación fue difícil ya que –en sus años de vida–, nunca había consumido ninguna droga. Según lo cuenta, cuando recibió aquella orden, inmediatamente de su boca salió un rotundo “No, a mí no me gusta consumir ningún tipo de sustancia”.
“No te estoy preguntando si quieres, te lo vas a fumar quieras o no”, fueron las palabras que Magda repitió recordando el momento en el que su pareja la amenazó casi soltando el gatillo del arma.
En ese tiempo, perdió contacto con su familia y tuvo que dejar a su hijo al cuidado de su madre. “Mi mamá llegó a decir que parecía que estaba secuestrada”, recuerda Magda.
Las drogas la sumieron en un estado de anestesia emocional, eliminando su capacidad de razonar y llenando el vacío que había arrastrado toda su vida. “Las drogas me convirtieron en alguien sin conciencia, incapaz de razonar ni de recordar mis principios ni valores“, dice.
“Desgraciadamente, hay muchas jovencitas a las que les deslumbra el dinero, como a mí. Hay mujeres que por tenerlo todo y vivir como reinas, lo pagamos muy caro”, expresa.
VEINTE AÑOS DE SUFRIMIENTO
Magda era una mujer insegura, alguien que se sentía alejada de la sociedad, que no podía rodearse de mujeres sin sentirse pequeña al lado de ellas. Fue esa falta de atención y cariño de parte de su figura paterna, lo que se convirtió en la debilidad que su pareja explotó para manipularla a su total satisfacción.
Él controlaba todo de ella: su vestimenta, su comportamiento, incluso sus relaciones sexuales con otros hombres. “Él sabía que tenía baja autoestima y me tenía como a él le gustaba”, cuenta.
A petición de su pareja, Fernández comenzó a tener relaciones sexuales con otros hombres, él controlaba con quién se tenía que acercar, la manera en la que iba vestida y hasta de qué manera seducirlos. Algunas veces hasta le ordenaba que mantuviera relaciones sexuales frente a él.
“Él sabía que yo tenía baja autoestima, por eso me tenía como a él le gustaba. Yo desconocía muchas cosas del mundo, no sabía ni siquiera qué era la pornografía y todo eso me tocó descubrirlo con él. Y me empezó a gustar porque comencé a sentirme importante, mi ego se había subido”, admite.
Durante cuatro años, Magda obedeció cada orden, sintiéndose importante y querida por primera vez. Sin embargo, cuando su pareja decidió dejar la ciudad y terminar la relación, Magda quedó atrapada en el mundo de las drogas.
ASÍ ENFRENTÓ LA DROGADICCIÓN
Durante veinte años, Magda Fernández vivió en un espiral de sufrimiento y adicción. En esta etapa de su vida, la mujer en que se convirtió perdió contacto con sus hijos y familiares, vivió en las calles de Reynosa no porque no tuviera un hogar, sino porque siempre estaba en busca de una dosis más. Por obtener un cigarro, llegó a prostituirse con más de un hombre, asegura que nunca tuvo amigos, pero que siempre estuvo rodeaba de hombres, porque aquellos sólo buscaban satisfacerse sexualmente y le cumplían cualquier favor. Magda confiesa que llegó a fumar hasta 10 “piedras” por día, y en su necesidad de consumir esta sustancia, hasta aprendió su elaboración.
“Cuando mi papá falleció, yo no asistí a su sepelio porque estaba drogada. Mientras despedían a mi papá, yo estaba en una gasolinera drogándome mientras veía cómo llegaban todos mis familiares”, en medio del llanto, cuenta que esto la hizo percatarse de su situación, y le pidió ayuda a su madre.
A sus 52 años, Magda asegura que su acercamiento a personas en situación de drogadicción fue clave para superar su propia adicción. Agradece a una de sus madrinas, a quien conoció en el último internado en el que estuvo, porque confió en ella y la impulsó a asistir a juntas y reuniones donde se leía la literatura de Alcohólicos Anónimos.
“Todo lo que me dolía, todo lo que yo sentía, lo tuve que externar en una junta de liberación y tuve el privilegio de llevarme la literatura a mi habitación”, comenta Magda.
Para ella, refugiarse en el Libro Grande de AA fue un primer paso esencial en su redención espiritual y mental. Lo leía por las mañanas, tardes y noches. El segundo paso fue liberar a través de la escritura todo aquello que había callado durante toda su vida. El tercero, y el que considera su verdadera salvación, fue su fe en Dios.
Hoy, con 56 años y tres años de abstinencia, Magda Fernández es directora del Centro de Rehabilitación para Alcohólicos y Drogadictos “Rescatando Vidas” A.C., en Reynosa, ubicado en la colonia Lomas de Jarachina Norte, en la avenida Israel esquina con Belén número 600. Actualmente, con dos años desde que se fundó el centro, alberga a 60 personas, entre hombres, mujeres, menores de edad y adultos mayores.
“La literatura dice ‘agárrate del salvavidas’. Para mí, este es mi salvavidas. Esto es lo que a mí me ha ayudado a no irme a drogar, esto es lo que me mantiene viva y agradecida con Dios”, comparte en exclusiva.
A su edad, mantiene una vida funcional y feliz dedicándose a ayudar a quienes están en situación de drogadicción o alcoholismo, porque comprende el sufrimiento detrás de esas mentes afligidas. Su mensaje es claro: este tipo de ayuda no es para quien lo necesita, sino para quien realmente lo desea. Ofrece unidad, apoyo psicológico, atención médica, terapias espirituales y alimentos a quienes deciden quedarse.