Aún se desconoce cómo es que surgió una de las usanzas más tétricas de las que se tenga memoria después de que una persona muriera. Para unos significaba poder mantener en el tiempo el último recuerdo de un ser querido, mientras que para otros se convirtió en una práctica de mal gusto.
Lo cierto es que en décadas anteriores, fotografiarse con los muertos fue una costumbre arraigada en algunas familias del noreste mexicano.
De esto cuenta don Jesús Cavazos Reyes, quien aún recuerda anécdotas referentes a este tema.
“Bueno, era una tradición de nuestros antepasados, porque en las ciudades la mayor parte de los primeros habitantes las hicimos gente de comunidades rurales.
“Yo soy del rancho ‘La Cotorra’ en el municipio de Montemorelos, Nuevo León, donde era tradición eso de tomarle fotos a los difuntos y sí se podía, porque a veces no había ni con qué tomar la foto, pero ya en Monterrey, que me tocó vivirlo, hasta finales de los setentas era una tradición”, relata.
De acuerdo con el entrevistado, no sólo era común mandarse sacar una foto con el papá, el tío o el abuelo que acababa de morir, sino también con los más pequeños.
“Sobre todo a los niños bebés de tres o cuatro meses de nacidos y hasta de un año que morían les llamaban los ‘angelitos’. Se acostumbraba tomarles una fotografía de cuerpo completo, entero en su cajita, y los familiares a un lado y el otro del cuerpo”, menciona.
UNA TRADICION QUE FENECIO LENTAMENTE
Don Jesús manifiesta no saber a ciencia cierta qué fue lo que provocó que se dejara de tomar fotos a las personas que morían desde una perspectiva familiar, pero lo atribuye a cuestiones sanitarias y sociales.
“Era una tradición, pero ya se perdió. No sé si sea por cuestiones de salud que el gobierno impida hacer ese tipo de actividad o a qué se deba.
“Lo que sí es un hecho es que los preparativos para los difuntos cambiaron mucho. Sobre todo ahora se practica la incineración, pues hay personas que mueren, las llevan, las incineran y luego se hace una misa de ‘cuerpo presente’ u oraciones religiosas con las cenizas y ya no con el cuerpo”, abunda.
Parte de la creencia del por qué las familias acostumbraban fotografiar a sus muertos y aparecer ellas en la gráfica, considera este fotógrafo, es la añoranza de no tener más en vida al ser querido que había partido.
Se pensaba que algunas personas, sobre todo los hijos más pequeños no conocieron al papá o al hermanito. Esa era otra, que los adultos que fallecían en accidente o prematuramente se solía tomar en el ataúd, para que los hijos supieran como era su papá, pues a tomarles fotos.
SU EXPERIENCIA
Entrevistado en el Archivo Histórico de Reynosa, don Jesús describe que él inclusive fue contratado para este tipo de trabajos.
“Ya casi para llegar a los años ochenta me tocó tomar unas fotos de esas, pero por cuestiones estrictamente personales de la familia.
“Una vez tuve una experiencia cuando la esposa del difunto me pidió una foto. Sus hijos estaban muy chicos, y no había otros recuerdos de él, y había que tomarle una foto para que cuando sus hijos crecieran vieran como era su papá.
“Sin embargo, la madre del fallecido no quería. Entonces yo me subí a una silla para buscarle el ángulo de la cara y sobre todo que tenía vidrio, que no rebotara el flash, en fin…
“Y que me golpea con el paraguas y me dice enojada, –¡no me le tome fotos a mi hijo!–”, rememora, porque lo que para unos significaba atrapar un recuerdo para honrar a un difunto, para otros era una falta de respeto y una profanación.
Sin embargo, algo que relata haberle sorprendido aún más a este fotógrafo de tradición es el aspecto y sensación de fotografiar a un muerto a diferencia de un vivo.
“Pasó algo curioso, que transcurrió el tiempo y mandé a hacer las fotos de ese caso que les cuento y me impresioné mucho cuando las vi impresas.
“En ese ratito ni cuenta me di de algo, pues de hecho tomé más fotos, pero luego cuando las imprimí que fui por ellas sí me impresioné, porque el rictus del cadáver es muy distinto al de una persona en vida. El rostro desencajado con los ojos cerrados fue impactante”, evoca.
El entrevistado, quien tiene la trayectoria de haber retratado a nueve presidentes de la República desde Gustavo Díaz Ordaz, reconoce que hoy en día practicar la fotografía post mortem puede ser mal visto, tanto que hay gente que se molesta le tomen fotos al féretro.
“Sí claro. Tomas la foto de la ceremonia donde están bajando la caja. A mí me pasó en Laredo mi primera experiencia como fotógrafo. Y me mandaron a la nota roja una semana, pero no la hice, porque no era lo mío. Tomar atropellados, baleados, heridos, pues no, porque es impresionante.
“Yo me inicié en 1957 tomando fotos en Monterrey, pero eran de sociales, bautizos, quinceañeras, bodas, porque tomar muertos es algo muy distinto”, manifiesta.
Por su parte, el antropólogo Martín Salinas Rivera, quien funge como actual cronista municipal, admite este hecho como una costumbre antigua en las poblaciones del noreste mexicano y de las cuales existen registros fotográficos.
Es por esto y más que la fotografía post mortem fue una práctica que, aunque olvidada, sigue siendo un buen tema de conversación, misticismo, nostalgia y originalidad.
