En los brazos de su pequeña hermana Irma, de once años, el cuerpo de Monserrat se ve aún más frágil. La pequeña de diez años de edad mide poco más de un metro y tiene la piel pegada a los huesos debido a una mala nutrición; sin embargo, su endeble cuerpo se ve aún más delgado al sostener un cráneo dos veces más grande que el de una niña de su edad.
Irma la sostiene como a un bebé. Acunada en sus brazos le sonríe y hace un sonido gutural que le arranca una sonrisa a Monserrat. Su mamá y su hermana juran que ella reconoce a cada miembro de su familia e incluso trata de “ganarse” a la gente a su alrededor con una sonrisa.
Pero aunque la pequeña sonría, su mamá y hermanas no están muy seguras si entiende lo que ocurre a su alrededor, si sabe de las carencias económicas que su familia enfrenta: el desempleo de su madre, la discapacidad de su hermana (sordomuda) o que por falta de dinero su hermana mayor Perla, no podrá seguir con sus estudios.
La verdad es que a pesar de no entender los problemas que sufre su familia, los puede sentir en su propio cuerpo, pues desde hace un mes y medio que no recibe la alimentación adecuada que necesita.
YO DECIDI QUE NACIERA: MARIA
María Guadalupe Pérez Velázquez es la madre de Monserrat. Su tierra natal es Monterrey, Nuevo León, pero vivió muchos años en una comunidad rural de San Luis Potosí, donde nacieron sus tres hijas de las cuales sólo Perla de 15 años goza de perfecta salud, pues Irma es sordomuda y Monserrat padece hidrocefalia.
Hace 7 años María Guadalupe llegó a Reynosa y desde entonces vive en una humilde vivienda con techo de cartón que le prestaron. La mujer que no supera los cuarenta años tiene un semblante desesperanzado cuando habla de la salud de la menor de sus hijas, a quien considera un milagro pues desde antes de nacer los médicos no le daban muchas esperanzas.
Cuando habla sobre su tercer embarazo, la entrevistada comenta que sí tuvo cuidado prenatal y nunca le dieron ningún indicio de que su hija venía con alguna discapacidad. No fue hasta poco antes de su alumbramiento que le dieron la triste noticia y le presentaron la opción de evitar el nacimiento de su bebé.
“En el embarazo todo el tiempo me decían que venía bien la niña, nunca me dijeron que algo andaba mal. Cuando cumplí los 9 meses y me hicieron un ultrasonido se dieron cuenta de la enfermedad de la niña.
Los doctores platicaron conmigo, me dijeron que la ciencia estaba muy avanzada y que ellos podían proceder para que no naciera”, recuerda.
Sin un asomo de arrepentimiento por la decisión que tomó hace diez años la madre de Monserrat continúa:
“Yo decidí que naciera la niña, ¿ellos qué culpa tienen de que vengan en ese estado? Si Dios quiere que lleguen así las criaturas, hay que recibirlas como él las mande”, reitera.
Contra todo pronóstico, la pequeña Monserrat lleva 10 años sobreviviendo al lado de su madre.
“Desde que nació la hemos alimentado con amor, con la comida especial que requiere. Le doy gracias a Dios que él me la dejó más tiempo, porque desde el primer instante yo se la entregué en sus manos y ya tiene diez años mi hija conmigo”, sentenció.
ESFUERZOS EN VANO
Desde el primer momento que tuvo a su bebé en los brazos, María Guadalupe prometió sacar adelante a su hija el tiempo que Dios se la dejara, algo que no ha sido fácil de cumplir pues además de procurar a sus hijas mayores, también debe hacerse cargo de una alimentación especial para Monserrat.
Por ello, los esfuerzos de María parecen no tener resultado pues el trabajo que desempeña –limpieza de casas– ya no es tan solicitado como antes y para colmo, no en todos los lugares la aceptan con sus dos hijas y Monserrat en brazos.
“Soy madre soltera y tengo que acarrear alimentación a la casa. Ahorita no tengo trabajo y la señora que me renta me está prestando el lugar. A (mi hija) la más grande la tuve que sacar de la escuela para darle la alimentación a Monserrat”, dice.
Y es que los médicos le advirtieron que su hija enferma debería llevar una alimentación más sana, con una dieta blanda que incluyera verduras y carne, insumos que ni siquiera la familia consume y un suplemento alimenticio (Pediasure) que le son administrados por la sonda en su estómago.
El problema es que cada suplemento cuesta 55 pesos por lo que María Guadalupe tiene que sustituir este alimento con jugo de frutas.
Y aunque sí recibe ayuda de clubes sociales, quienes le proporcionan tres paquetes de 24 suplementos alimenticios por mes, esto es insuficiente para las necesidades de su pequeña.
“Ahorita como se me acabaron todos los jugos que tenía, le tengo que dar Pediasure, pero si le doy el suplemento tres veces al día le estoy limitando la comida”, dice.
SIN ESPERANZA
La preocupación de María es que a su hija se le termine el Pediasure. Cuando eso ocurre la desesperación la orilla incluso a pedir dinero en la calle con su hija en brazos, lo que le ha ganado amenazas de algunas personas.
“Me he salido incluso a pedir limosna a la calle peatonal. Pero la gente nos dice que si no nos quitamos le van a llamar al DIF para que me recoja a las niñas y se las lleven a una casa hogar. Yo les digo mi situación y les he comentado a varias personas que uno de grande se aguanta el hambre pero ellas no, cuando tienen hambre piden y si no hay ¿qué hace uno?”.
Ahora, nosotras podemos comer de todo, pero Monserrart sólo come una cosa, faltando su alimento ¿qué hacemos?”, cuestiona.
Incluso muchas de las personas que se han acercado a ayudarla le sugieren que deje a sus hijas en una casa hogar, pero María Guadalupe no contempla esa opción, pues ella fue criada en un refugio de este tipo.
“Yo crecí en una casa hogar y no quiero lo mismo para ellas. Mucha gente me dice que para qué estoy batallando, que las entregue a una casa hogar pero no quiero, yo sé lo que es vivir en un lugar así”, enfatiza.
Y es que los recuerdos que tiene de su infancia –maltrato e incluso abuso sexual– la hacen preferir mil veces tener a sus hijas consigo en un cuarto de madera, con techo de lámina y cartón.
PRONOSTICOS RESERVADOS
Aunque María Guadalupe asegura que “ni por un momento” se ha arrepentido de su decisión, las consecuencias de criar a una niña con hidrocefalia en medio de la pobreza que la rodea, le han dejado un semblante de desesperanza.
“Mi hija tiene 10 años y ya lleva 5 cirugías. Hace poco estuvo internada mes y medio y le pusieron una sonda para darle de comer, ya he buscado por todos lados para que ella tenga su alimentación adecuada y no encuentro la puerta”, se lamenta.
Y es que en el último año la situación de Monserrat se ha agravado, pues la hidrocefalia le provoca convulsiones y los médicos no le dan más esperanzas.
“Cuando estuvo en el Hospital General me dijeron que su cerebro ya está a un mínimo de su capacidad, por eso tuvieron que ponerle una sonda para alimentarla porque ya no tiene fuerza ni para comer, poco a poco se va debilitando… y va pasar lo que Dios quiera”, dice con resignación.
Como sabe que la enfermedad de su hija no es curable y que nunca podrá tener una vida normal, María Guadalupe no pide mucho, sólo quiere algo mejor para sus tres hijas, especialmente para Monserrat.
“Yo sólo quiero una vida mejor para mis hijas. Que a alguien se le ablandara el corazón y nos tendiera la mano con lo que pido para que mi hija tenga una buena alimentación, para que la mayor tuviera estudios y así tenga una vida mejor que yo”, finalizó.