En México se tienen registradas más de dos millones de trabajadoras domésticas, a quienes no se les reconoce su trabajo en la sociedad o peor aún, son víctimas de discriminación con sobrenombres como “chachas”, “gatas” o “criadas”, que demuestra el desprecio a la labor que realizan.
Y aunque estas personas –en su mayoría mujeres– trabajan en el servicio doméstico a cambio de un salario, no cuentan con los derechos laborales que cualquier trabajador merece.
Durante años, el empleo doméstico se ha identificado con personas provenientes de pueblos o colonias marginadas, con bajo nivel de educación y cultura. Sin embargo, en estos tiempos de crisis hay hasta profesionistas quienes han recurrido al servicio doméstico como una forma de obtener un salario.
Aunque el 22 de julio es reconocido internacionalmente como el Día Internacional de los Trabajo Doméstico, la fecha pasó desapercibida tanto para las millones de trabajadoras en este servicio como para la población que se beneficia de sus labores.
SIN PROTECCION LEGAL
A diferencia de otros empleos, el trabajo doméstico tiene el estigma de ser una labor exclusiva para mujeres con unos bajos niveles culturales y provenientes de poblaciones con altos índices de marginación.
Esto ha provocado que haya quienes sufren discriminación, largas jornadas laborales, pagos injustos, trabajos pesados y hasta abuso sexual.
A raíz de esto hace quince años surgió la Red Nacional de Trabajadoras del Hogar, organización que se dedica a reivindicar el trabajo doméstico para que se le reconozca como un empleo que ofrezca derechos laborales como seguridad social, jornadas justas e incluso un sistema para el retiro.
Las bases legales están asentadas, pues aunque las trabajadoras domésticas están incluidas en el capítulo XIII de la Ley Federal del Trabajo, esto no ha sido suficiente para hacer valer sus derechos.
María Patricia Vélez Tapia, presidenta de la Red Nacional de Trabajadoras del Hogar, aseguró que la misma legislación se muestra discriminatoria hacia quienes trabajan en el servicio doméstico.
“La ley resulta ineficiente. No cuenta con los mecanismos de regulación para operar y es arcaica porque no cumple con las demandas y necesidades del sector de la población dedicado al trabajo doméstico. Esta ley excluye a las trabajadoras del hogar al seguro social, una jubilación, pensión o sistema de ahorro para el retiro”, apuntó.
La dirigente del grupo mencionó los principales abusos a los que se enfrentan las empleadas domésticas.
“Principalmente es la discriminación hacia su persona, después de eso lo que más se viola es su jornada laboral que por ley debe ser de ocho horas y en muchos casos las hacen trabajar mucho más y no les pagan el salario justo a su trabajo”, denunció.
La dirigente del grupo, que también tiene presencia en Estados como Guerrero, Chiapas, Distrito Federal, Jalisco y Nuevo León, busca constituir una red de defensa a los derechos laborales de las trabajadoras domésticas algo que no existe en el país.
“Necesitamos abrir nuevos espacios en diferentes partes del país, porque nosotras manejamos una población de dos millones de trabajadoras a nivel nacional que viven la problemática de discriminación y marginación, pero sabemos que son muchas más.
Nosotras invitaríamos a asociaciones civiles a que abrieran espacios de protección a estas mujeres porque es necesario minimizar la violencia en la que viven muchas trabajadoras domésticas en el país”, aseveró Vélez.
UNA FORMA DE SALIR ADELANTE
Para Paula Torres, trabajar en el servicio doméstico es la única forma que encontró de sacar adelante a sus hijos. Originaria de Córdoba, Veracruz, esta mujer sólo estudió hasta el tercer año de secundaria por lo que trabajaba en una cocina para intentar salir adelante, sin embargo, como el salario que ganaba no era suficiente, emigró a Reynosa buscando mejores oportunidades.
Al llegar a la frontera se empleó en cocinas económicas y ventas, pero su sueldo tampoco resultaba suficiente para cubrir sus gastos personales y los de su hogar. Las cosas se complicaron cuando tuvo a su primer bebé, por lo que decidió aceptar la invitación de una amiga, quien le comentó sobre un trabajo limpiando casas.
Para Paula su empleo le ha ayudado a sacar adelante a sus hijos quienes tuvieron la oportunidad de estudiar hasta el nivel medio superior.
“Hasta ahorita las personas con las que me ha tocado trabajar han sido muy buenas y los niños que me ha tocado cuidar se han portado bien. Sí he sabido de otras muchachas que en otras casas les ha ido mal, pero gracias a Dios no ha sido mi caso”, comentó.
Para Paula, no le ha ido mal, ya que cuando inició trabajando en casas ganaba 500 pesos por semana, descansando el domingo. Ahora gana mil 100 pesos.
Incluso considera que le ha ido mejor que a algunos familiares y amigos que trabajan en la industria maquiladora, pues a diferencia de ellos su trabajo no ha escaseado y en ocasiones tiene la oportunidad de trabajar en varias casas donde cobra 200 pesos por día.
Aún así, reconoce, no cuenta con prestaciones laborales.
“La señora me ha dado vacaciones, días festivos no siempre tengo, nada más tomo un día y ya. No tengo seguro ni vacaciones, pero se de algunas compañeras que ya tienen mucho tiempo en una casa y sus patrones les dan seguro social”, mencionó.
Y aunque no tiene las prestaciones contempladas por la ley, Paula está contenta con su trabajo.
PROFESIONISTAS AQUI, SIRVIENTAS DEL “OTRO LADO”
El servicio doméstico no es exclusivo de las personas con bajo nivel de estudios. En las ciudades fronterizas emplearse en esta labor es una opción mejor remunerada que cualquier otro empleo en México.
Sin permiso de trabajo o número de seguro social, cientos de personas con educación media superior o incluso una carrera universitaria terminada, cruzan a Estados Unidos para limpiar casas.
Para Norma Calderón, quien culminó la carrera de Periodismo y Comunicación en la Universidad Autónoma de Tamaulipas, la visa láser le sirvió mucho más que un título universitario para conseguir un trabajo bien remunerado.
“Terminé mi carrera a los 23 años y estuve trabajando dos años en varias revistas de Río Bravo, pero los sueldos eran muy bajos, por lo que me fui al otro lado por un tiempo”, platicó.
De los 700 pesos semanales que ganaba ejerciendo su carrera, la profesionista pasó a ganar 100 dólares semanales por limpiar una vivienda de lunes a viernes, descansando los fines de semana.
Luego de 15 años trabajando con la misma familia, su salario llegó a ser de doscientos dólares por semana, además de que no tenía que pagar ni renta o comidas pues vive con sus patrones, por lo que no ha pensado regresar a su carrera.
“Constantemente comparo los sueldos que están pagando en los medios y no es suficiente para pagar los gastos. En las encuestas telefónicas de las últimas elecciones yo pedí que mejorarán los sueldos, porque en mi trabajo actual yo gano más que un profesionista en México”, aseveró.
Un caso similar es el de Adelina Guzmán, quien después de años de ejercer su profesión como Auxiliar Contable y laborar como correctora en importantes periódicos en Reynosa, se decidió a cambiar su profesión por el trabajo doméstico en Texas convencida por la diferencia de salario que podría ganar en el vecino país.
“Trabajando de doméstica pude vivir mejor que allá en México. Aquí tengo un mejor salario, mis hijos tienen acceso a una buena educación y hemos mejorado mucho nuestra situación económica”, compartió.
Incluso las condiciones laborales son mejores, pues hoy trabaja ocho horas diarias de lunes a viernes con un sueldo de 320 dólares a la semana, a diferencia de los mil cien pesos que ganaba en México por la misma jornada.
Sin embargo, no todas las personas que trabajan en casas de Estados Unidos cumplen sus expectativas. Samantha Valdés, originaria del Distrito Federal, dejó su carrera en Derecho para trabajar en el Valle de Texas, una experiencia que no fue grata pues sufrió discriminación y maltrato.
“Al principio estuve en una casa de patrones mexicanos y eran muy ‘negreros’ algunas veces ni había que comer porque todos trabajaban y estudiaban fuera. No podía regresarme porque me cruce nadando el río y no conocía a nadie aquí en Estados Unidos.
Me salí de esa casa y me vine a trabajar con unos “indios” (hindúes), cuidando a tres niños, los patrones se dedicaban al comercio y vivía con ellos. También dividían la comida, hacían una para ellos y la que quedaba de otro día era para las que estábamos trabajando en la casa”, relató.
Además, sus empleadores no le permitían salir de la casa y únicamente podía tener contacto con su familia por teléfono. Esta situación también la vivían otras mujeres que conoció y trabajaban en un prominente sector de la ciudad de McAllen, Texas.
“A mí me pagaban 150 dólares por semana por atender a tres niños, pero conocí a otra muchacha que por cuidar niños, limpiar la casa y además lavar, planchar y cocinar le pagaban sólo 50 dólares, todo porque la patrona era quien le había pagado el coyote”, dijo.
En su opinión el salario que se paga por el trabajo doméstico –aún en dólares– no compensa el tiempo que se invierte, pues trabajaba de las 7:00 hasta las 00:00 horas, cuando se dormían sus patrones.
Era tanto el abuso, que Samantha sólo estuvo seis meses en esa casa y luego consiguió un empleo con una familia norteamericana que la trata mucho mejor.
“Como no gasto mucho ya que vivo con mis patrones, me alcanza para ahorrar y mandar dinero a mi familia. Más adelante quiero regresarme y poner un negocio”, compartió.
Pero la bonanza económica no es suficiente para quitarle la denotación despectiva a su trabajo, pues su familia nunca ha querido revelar en qué labora.
Ya sea por perspectiva cultural o por marginación, el trabajo doméstico se considera como un oficio de segunda clase en el país, no obstante un estudio del Inegi asegura que el valor del trabajo doméstico equivale al 21.6 por ciento del Producto Interno Bruto nacional, sin contar las remesas que las trabajadoras domésticas mexicanas en Estados Unidos y Canadá envían a su país.