
Al caminar por las calles de la ciudad, salen al paso historias de personas que por necesidad piden limosna, las que no cuentan con los recursos económicos para comprar un medicamento o incluso de quienes delinquen para sacar unos pesos y gastarlos según sean sus necesidades.
La mayoría de estos casos suelen ser tristes y se entretejen a otros que forman parte de la vida urbana; donde lamentablemente el sobrevivir cuesta.
Pero no todo lo que se ve en las calles de la ciudad es malo, también hay historias que suelen ser motivadoras.
Una de ellas se localiza en las calles Pascual Ortiz Rubio y Guerrero de la Colonia del Prado, donde dos amigos decidieron tejer sus atarrayas para mantener su mente ocupada y evitar pensar en cosas negativas.
Moisés Hernández y Eusebio Díaz comenzaron en esta actividad con el propósito de matar el tiempo y entretenerse fabricando una red con la que después se irán de pesca.
Cada fin de semana estos dos amigos, junto con sus familias, acuden al centro recreativo “La Playita” para practicar el deporte que tanto les gusta.
Comprar o pedir prestada una atarraya siempre fue difícil para ellos, por eso decidieron tejer sus propias redes y poner en práctica lo que de niños aprendieron.
“Estas redes la utilizamos cuando nos vamos con la familia de pesca a “La Playita” o a las orillas del canal, ahí echamos la atarraya para pescar peces frescos porque va uno a la pescadería y venden un pescado muy congelado y no sabe igual”, comentan.
Moisés Hernández López es originario del Estado de Veracruz y cuenta que desde pequeño aprendió a utilizar el mayero y el carrete de hilo, pues con ellos elaboraba la red con la que pescaría.
A la de edad de 13 años su cuñado lo llevó a trabajar a un barco tiburonero; ahí conoció la forma de ganarse el sueldo de una manera honrada pero sobre todo a crear una herramienta para pescar.
“Hace más de 20 años que aprendí a tejer una atarraya porque yo andaba en los barcos tiburoneros, fui huérfano de padres y como mi hermana se casó con un capitán de un barco entonces me llevaba a pescar; un día hicimos una cooperativa de barcos camaroneros y me enseñe más o menos a tejer”, dijo.
Recuerda que lo primero que le enseñaron a hacer fue llenar las agujas (carretes) de hilo y al ver cómo le hacían, aprendió a tejer.
Una buena parte de su niñez y juventud Hernández López la pasó trabajando en el barco tiburonero y asegura les iba muy bien.
“En ese entonces el kilo de tiburón lo pagaban entero a 30 centavos, pero de ahí sacaban la pulpa, lo vendía como filete, el aceite, el hígado de tiburón lo vendíamos a los laboratorios y la aleta era exportada para Japón porque de ahí sacaba el japonés sus platillos especiales y que además lo daban bien caro; y el cuero que salía o la piel, la utilizaban para hacer zapatos”, relató el entrevistado.
Sin embargo esa racha terminó, ya que al contar con una familia lo que ganaba no le alcanzaba para mantenerla y decidió emigrar a Reynosa en busca de un mejor empleo.
Tras 15 años de vivir en esta ciudad fronteriza Moisés dice que no le ha ido muy bien, pero tampoco mal, ya que afortunadamente logró sacar a su familia adelante y ahora sus hijos ya están casados.
“Somos cuatro de familia, pero ya mis hijos están todos casados, por eso te puedo decir que ahorita lo que saco es para salir adelante”, precisó.
VIVE DE LOS RINES
Pese a que teje atarrayas, Moisés Hernández aseguró que su oficio es limpiar rines y focos de los vehículos, actividad que le dio de comer por varios años y que ahora debido a la situación económica que se vive, sus ingresos no han sido muy buenos.
No obstante, eso no es impedimento para que el hombre que sobrepasa los 45 años de edad busque alternativas que le hagan ganar dinero de una manera honrada.
“Ahorita como está la cosa, no he tenido mucho trabajo, la verdad; y pues te puedo decir que está muy baja la actividad, por eso al no estar haciendo nada y estar pensando cosas malas entonces ocupo el cerebro en esta actividad (tejiendo atarrayas)”, precisó.
Parado frente a un árbol donde tiene sujetada su atarraya, Moisés platica que no es nada sencillo tejer su red, ya que además de hilo y mallero también se necesita mucha paciencia.
Asimismo fue realista al decir que muy pocas personas comprarían una, ya que suele ser muy cara.
“Sí han venido a preguntar pero el costo es alto, aunque sí podemos venderla más barata, si viene una persona con ganas de comprarla y le agrada el precio; ya después seguimos tejiendo otras”, aseguró.
Comentó que se han acercado personas, principalmente niños que quieren aprender a tejer una red, acción que les da gusto.
“Vino un niño que quiso aprender y claro que le estamos enseñamos y te puedo decir que si ha avanzado; por eso, si otras personas quieren venir, nosotros les enseñamos porque como dicen, nadie nace sabiendo”.
Y agregó: “hacer una atarraya es complicado, sobre todo para que se vaya extendiendo, lo que viene siendo la creciente, pero lo demás es fácil”, precisó.
INVERTIR EN UNA ATARRAYA ES COSTOSO
Por su parte, Eusebio Díaz se dedica a la venta de aguas frescas y fruta y asegura que nunca ha pensado en dedicarse a la venta de atarrayas pues no sería negocio.
“Esto no sirve para comercializarla, para uso de uno sí, porque además de que es muy cara, la gente no quiere pagar lo que cuesta, ya se vende en dos mil pesos y no creo que paguen esa cantidad”, aseveró.
Agregó: “Ahora lo que cuesta el carrete de hilo, aparte el tiempo que se lleva tejiéndola, definitivamente no queda ganancia, por eso, esto no es negocio, esto nada más lo estamos haciendo para uso de nosotros”.
Con 27 años en esta frontera Don Eusebio ha buscado siempre el modo de vivir honradamente por eso también se dedica a otra actividad que bien o mal le da para sobrevivir y llevar comida a su casa.
Ya que vivir en una ciudad donde prácticamente no se tiene a nadie, se tiene que luchar para salir adelante y eso solo a base de trabajo.
Y aunque sabe que la actividad de comerciante no le quita mucho tiempo, tanto él como Moisés se hacen compañía.
LO MEJOR DE TODO ES LA COMPAÑIA
Uno sentado en una jardinera y el otro parado a un costado de un árbol, estos hombres tejen con paciencia la red que utilizarán para irse de pesca.
Y aunque saben que quizá será difícil que alguien les compre sus atarrayas no desisten y siguen en la colonia del Prado haciendo nudos en la red y checando que el tejido sea el ideal para que el pez no se escape.