
Con 77 años encima y contra un mundo de adversidades, aún es posible sonreír para un hombre originario de Nuevo Laredo (avecindado desde hace ya una década en Reynosa), a quien le fue cortada una pierna.
Impulsado por una arcaica silla de ruedas, José Luis Orta coge su cajón de pinturas, su andadera y una escalera que maniobra hasta llegar a su trabajo.
Lo suyo, dice, es elaborar rótulos, con lo que consigue dinero “para comer dignamente”. Tras largas cuadras recorridas, reposa y continúa su trayecto de una hora desde la colonia Esperanza hasta Balcones de Alcalá.
Después de un par de años desde que este septuagenario quedó en la desvalidez, cuando una infección alentada por la diabetes atacó ferozmente su extremidad derecha -por lo cual se la debieron cercenar-, la vida le ha enseñado la más dura de las lecciones:
“Es horrible tener azúcar porque un descuido te desgracia, desencadenando otras enfermedades. Yo perdí mi pierna y pues qué le hacemos, hay que seguir pa’ delante”, dijo reflexivo.
Mientras alista el material para dibujar -con destreza- los letreros de una estética, don José Luis no se aflige y pondera que hay casos peores al suyo.
“Es más duro no tener a nadie que te vea, que te pregunte ‘cómo estás’ y te acerque las medicinas. Afortunadamente tengo una hija que me ayuda mucho, pero no por eso le cargo la mano, yo trato de ser productivo y salgo a buscar el pan de lunes a domingo”, mencionó.
AUTOSUFICIENTE
Don José Luis es rotulista desde antes de quedar inválido. Su trabajo es conocido en el sector oriente de la ciudad, donde tiene a la mayoría de sus clientes.
Por lo regular, él mismo compra las pinturas que emplea según explicó, hace las mezclas y traza el área donde realiza los anuncios.
Aún a costa de que le falta una pierna, este anciano se levanta y como puede sube por la escalera a más de tres metros sin temor a desplomarse. Hasta ahora, dijo, esto no ha sucedido.
“Tengo que hacerle a la lucha. Sí es necesario cuidarme mucho, pero ya tengo práctica en esto, lo he hecho siempre (rotular)”, ilustró enfundado en una bermuda, una playera con propaganda política y su cachucha de una marca cervecera.
Pese a las inclemencias del tiempo don José Luis labora con presteza y termina su jornada tal como la de otros obreros comunes.
Con la recompensa de su trabajo, este hombre de morena piel manifestó sentirse más útil que cuando caminaba con normalidad.
“Penosamente cuando se tiene un problema como el mío es cuando se aprende a apreciar los detalles, a cuidarse más y creer que lo poquito o mucho que uno haga tiene gran validez, antes no.
“Eso es lo que yo le digo a los jóvenes, que se esfuercen y salgan adelante ahora que están sanos, que no se conformen”, afirmó este trabajador, quien no posee servicio médico ni mucho menos pensión alimenticia.
LES PONE EL EJEMPLO
Con la brocha en una mano y el bote de pintura en la otra, este esforzado obrero agradeció que sea tomado como ejemplo. Deseó que su historia pueda servirle a alguien.
“Con que le ayude a uno me doy por bien servido. Hay personas que padecen diabetes y afortunadamente no han perdido un pie, una mano o una pierna como yo, pero su ánimo está por los suelos.
“Yo los invito a que se concentren. Todo está en lo que uno tiene en la mente. Si tenemos malos pensamientos, pues eso es lo que vamos a hacer y nada nos va a salir bien; pero si imaginamos cosas buenas, al menos evitamos un poco estar de achacosos”, agregó.
Don José Luis lamentó que haya jóvenes en la ciudad que mendiguen dinero y no trabajen para ganárselo.
“Lo que se ve en las calles es muy deprimente. En los cruceros los muchachitos desde los 12 años ya llevan una vida de perdición, pidiendo monedas para los cigarros…
“Cuando crecen no son estables para mantener un empleo y andan de un lado para otro sin rumbo. No creo que la cosa se componga, pero Dios quiera que esté equivocado”, parafraseó.
Inspirado, este rotulista de singulares características terminó “con broche de oro” un trabajo que comenzó un par de días atrás, no sin antes aprovechar la ocasión para instar a la gente a cuidar su salud.
“Podemos tener dinero, amor y cualquier otra cosa, pero si no hay vitalidad lo demás de poco sirve”, discurrió.
Con la satisfacción de haber cumplido un día más de vida en las estadísticas de las personas con empleo, este anciano recogió sus objetos con el mismo optimismo con el que los desempacó y empujado por sus correosos brazos tomó el camino a casa antes de caer el sol.