
Como una verdadera pesadilla se sufre el súbito fallecimiento de un joven petrolero (19 años), a quien le tocó estar en el lugar y en el momento equivocado, cuando se produjo la peor desgracia en décadas registrada en un complejo petroquímico de Petróleos Mexicanos y que, hasta el cierre de esta edición, suma 30 personas muertas, 46 heridos y 11 desaparecidos.
La madrugada del 18 de septiembre de 2012 fue la última vez que Fernando Del Angel Zamora pasó en casa, sin saber el terrible destino que horas más tarde le esperaría.
Con las botas puestas y el estómago provisto, sus pasos se apresuraron para darle un beso a su niña –dormida–, y a su mujer en la puerta, e ir a la camioneta que lo aguardaba para llevarlo al trabajo antes de caer la luz del día.
“¡Nos vemos!”, “¡te amo!”, “¡cuídate!”, fueron las postreras palabras que Fernando y Karla cruzaron antes de separarse para siempre.
Irónicamente, aquella salida por la que el joven caminó no volvería jamás a atravesarla con vida, sino dentro de un ataúd.
“La última vez que lo pude ver fue en la mañana que se fue a trabajar, era como un día normal, le dije que se cuidara”, relata a cuentagotas su afligida cónyuge.
Este obrero tenía apenas cuatro meses de haber ingresado a laborar para Visión Global Industrial, S.A. de C.V., una compañía contratista de Pemex Exploración y Producción (PEP), que realiza obras en el Centro Receptor de Gas de la Cuenca de Burgos, situado en el kilómetro 19 de la carretera Reynosa-Monterrey, donde ocurrió la detonación.
Fernando se desempeñaba como ayudante de albañil y, a decir de su esposa, su empleo no era aparentemente peligroso.
“Yo sabía que él y sus compañeros andaban en brechas haciendo bardas. No todos los días trabajaba en el mismo lugar, a veces lo mandaban para otras partes, pero creo que ese día a él le tocaba ahí; la verdad no sabría decir cuánto tenía en esa área, pues casi no platicaba de su trabajo”, agrega.
Esos instantes, de cuando desayunó y se fue, asedian la mente de Karla, que no puede asimilar que el compañero de su infancia y con quien soñó estar toda la vida se haya ido así, de imprevisto y tan infortunadamente.
“Partió a su empleo como a las cinco y media, muy temprano en la mañana. Le preparé su cereal y su lonche. Tenía poquito en esa empresa, nunca llegué a pensar que algo así pudiera pasarle”, menciona acongojada.
INFORTUNIO Y DOLOR
De acuerdo con reportes de prensa, Fernando integraba la lista preliminar divulgada por Pemex en la red social de Twitter, de 10 trabajadores fallecidos a las 10:45 horas del martes en el Centro Receptor de Gas y Condensados del Complejo Petroquímico Gasificador (CPG), cuyas instalaciones recepcionan el combustible procedente de la Cuenca de Burgos, para después trasvasarlo a Pemex Gas y Petroquímica Básica.
Las versiones apuntan que salió huyendo de la explosión e, intentando soslayar las llamas, se abalanzó hacia la carretera federal, por donde una unidad motriz, de la cual no se ofreció información, lo arrolló accidentalmente, quitándole la vida.
Mariela, su hermana, fue la primera en saber la tragedia, cuando momentos después escuchó el timbre de su teléfono y Alejandro Ortiz, jefe directo de la víctima, le comunicó los hechos.
“No pensé que me llamaran para nada malo. De entrada no identifiqué el número. Ese señor me dijo que había habido una explosión y que mi hermano se había salido corriendo asustado y que lo atropellaron. No supe qué responderle.
“Yo me encontraba en mi trabajo y precisamente me estaba acordando de él, cuando en eso sonó el celular”, cuenta.
Mariela le llamó de inmediato a su progenitor, Nicolás, aunque no le dio la noticia completa, sino, le pidió que se fuera aprisa a su domicilio, porque tenían que hablar con él.
“Mi papá padece del corazón y temía que se pusiera mal. Le pedí que se viniera para la casa rápido y aquí se enteró…”, describe.
Posteriormente la familia de Fernando, ofuscada, intentó ir en busca de su paradero, pero no pudieron llegar hasta la zona del siniestro, ya que la carretera fue cerrada a la circulación en ambas direcciones.
Tuvieron que esperar a que la conflagración fuera controlada, que el Ministerio Público diera fe de los hechos y el Servicio Médico Forense (Semefo) hiciera el levantamiento y traslado de los cuerpos, para posteriormente, al día siguiente, poder identificar su cadáver.
Conforme transcurrían las horas y los minutos la esperanza de que se tratara de una equivocación se extinguía, pues no había señales de vida del joven.
La terrible ocasión de reconocer sin vida al niño y al hombre que vieron crecer fue un proceso muy duro para esta familia, que debió aguardar a que le practicaran la necropsia de ley.
Mientras tanto, en su humilde hogar, la madre de Fernando y su esposa, Karla, no dejaban de derramar su corazón, buscando alguna explicación a esta afrenta.
Nada más de pensar lo que su esposo pudo haber sufrido y de enfrentar lo que viene (con una bebé que sacar adelante), esta viuda y los miembros de su casa, no hallan la manera de darse consuelo los unos a los otros, pues saben que no hay palabras que en estos momentos puedan mitigar su sufrimiento.
Según consta el certificado de defunción, este fugaz padre de familia pereció a consecuencia de un trauma craneoencefálico, causado por el accidente vehicular.
SUEÑOS TRUNCADOS
Los restos de Fernando fueron de los primeros que las autoridades hicieron entrega, por lo cual el pasado 20 de septiembre, fueron sepultados en el panteón Lampacitos, el mismo por el que el joven transitaba todas las tardes rumbo a un gimnasio para practicar el boxeo.
Tenía el sueño de convertirse en pugilista profesional y, comprarse una casa propia, pues desde hace más de un año que había contraído nupcias residía en el domicilio de sus padres.
“Disfrutaba mucho del box y estaba entrenando para eso. Era muy deportista, le gustaba mucho hacer pesas, correr. Llegaba, se bañaba y se iba a entrenar. También le gustaba jugar futbol”, manifiesta Karla.
De hecho en tres meses, este obrero fallecido, tenía pensado debutar en el circuito amateur de Reynosa, para lo cual ahorraba dinero, pues deseaba comprarse los botines, la capa y los guantes que necesitaba.
Paradójicamente los tuvo el día de su entierro, ya que su familia quiso cumplirle su último deseo.
Ahora que el hombre de la casa se ha ido para no volver, Karla no sabe como llenará su vacío. Abrazada a la fotografía del amor de su vida, el rostro de esta mujer dibuja la angustia e impotencia de su irreparable pérdida.
Esmeralda Sánchez González, la suegra de “Ferchi”, como le decían de cariño, no puede soportar ver sufrir a su hija y a la familia de su yerno.
“Es un momento muy duro… se casaron muy jóvenes, vivieron muy rápido su vida y pues, se quedó mi hija sola con su bebé”, lamenta.
Medita que ahora deberá enfrentar una nueva realidad, pero que le darán a Karla todo el apoyo necesario y que se irá con ellos para que no se la pase recordando en su casa…
“Fernando era un muchacho alegre, le gustaba mucho el boxeo, era su ilusión. De hecho, se estaba preparando para eso. Siempre lo veía yo que andaba haciendo pesas y costal. De repente que me dijo mi hija que había entrado a un gimnasio, porque quería ser boxeador profesional. Perdió la vida sin haber vivido.
“Lo vamos a recordar siempre y también a todas las personas que fallecieron y cuyas familias han pasado por lo mismo que estamos sufriendo nosotros”, refiere.
Esmeralda no puede creer que, en la que es considerada una de las peores tragedias de su tipo, esté el nombre del esposo de su hija.
La de Reynosa es, por la cifra de trabajadores fallecidos (30), la segunda peor en los últimos 25 años, empatada con la de la India del 14 de septiembre de 1997, en la que también 30 trabajadores murieron en una planta de la compañía Hindustran Petrolium Corporation Limited (HPCL) y por detrás de la que se presentó el 25 de agosto de este mismo año 2012 en la refinería de Amuay en Venezuela, en la cual sucumbieron 41 un obreros, y que ocupa el primer lugar.
SE CONOCIERON
DE NIÑOS
Un silencio perturbador rebota entre las paredes de la sala de la familia Del Angel Calderón, en la que fueron colocadas sillas de plástico para acomodar a los deudos, a los vecinos y amigos de este obrero fenecido.
Con la mirada puesta en el suelo y lágrimas corriendo sobre su rostro, Karla confiesa que conoció a Fernando durante su infancia, en la que fincaron muchos anhelos y deseos para cuando fueran grandes.
Recientemente pudieron cumplir su sueño de tener un hogar, pero cuando todo parecía marchar muy bien, esta calamidad se interpuso en su camino.
“Desde niños, desde muy chicos nos conocimos. Crecimos juntos en esta colonia (fraccionamiento El Mezquite), éramos vecinitos, yo vivía aquí en la otra cuadra. Esta es la casa de mis suegros.
“Aunque teníamos poco de casados, un año apenas, de conocernos sí teníamos mucho tiempo”, afirma.
Arropada por su madre y por todos en la casa –cuando todavía esperaban a Fernando para velarlo–, Karla intenta no pensar en la desgracia recordando que a él le gustaba comer de todo y no era remilgoso, aunque una lluvia de ideas tristes vuelve a acosar su mente.
“Yo pensaba que estaba herido, porque me dijeron que lo habían atropellado, pensaba que estaba herido solamente.
“Me dijeron que en el momento de la explosión se hallaba dentro y luego que se encontraba afuera”, añade.
Con una profunda desazón esta madre de familia reconoce que la empresa donde él trabajaba se hizo cargo de los gastos funerarios, mas no sabe si él tenía un seguro de vida.
Menciona que su padre y el padre de su difunto esposo se están encargando de todo eso y que Petróleos Mexicanos no ha tenido ningún acercamiento con su familia.
Ahora le preocupa su hija Kahely Estefanía, que siendo apenas muy pequeña deberá empezar una vida sin padre.
> ¿Cómo vas a recordar a tu esposo?
“Viéndola a ella (a su hija), se parece mucho a él, ahí lo tengo”, responde.
UNA VIDA PASAJERA
Fernando Del Angel Zamora era el segundo de cinco hermanos. En su colonia era conocido por ser muy simpático, amiguero y alegre. Al igual que Karla, la madre del joven se encuentra abatida.
“Honestamente no sabemos cómo actuar ni sabemos qué decirle a mi mamá, porque está destrozada. La tenemos en su cuarto descansando”, comenta la hermana de Fernando.
La flama de las veladoras llama la atención de los niños en la casa del difunto, quienes desconocen que es el fuego precisamente el motivo de esta desgracia.
En medio de un luto generalizado los adultos casi no hacen comentarios y sólo les piden que se mantengan callados. Con sollozos las tías, primas y vecinas de “Ferchi”, preparan en el patio la comida para la gente que ha llegado a acompañarlos.
El aroma de tres humeantes cazuelas con pollo, arroz y café, invade toda la casa, aunque para Mariela este es el banquete más amargo de toda su vida.
“No, nunca se había presentado una tragedia en la familia y no sabemos cómo reaccionar ante todo esto”, expresa.
Para esta espigada muchacha difícil será olvidar los momentos que vivió a lado de su hermano, como difícil es acostumbrarse a su ausencia.
“Toda la vida la pasamos juntos y tenemos muchas anécdotas. En su forma de ser era cariñoso, chistoso, le gustaba mucho hacernos bromas.
“De niño recuerdo que nos peleábamos mucho él y yo. Empezó muy jovencito a trabajar, desde los 15 años. Le gustaban mucho las hamburguesas, la pizza, en sí comía de todo, era muy comelón, pero no engordaba (se dibuja una ligera sonrisa), hacía ejercicio y de volada las bajaba”, agrega.
Menciona que la familia le está dando “todo el apoyo a Karla, por la niña y también por ella” y que Fernando siempre estará en su memoria.
“Le pedimos a Dios por él, que descanse en paz y lo vamos a recordar siempre”, insiste.
Por su lado, Esperanza De la Cruz Gómez, esposa de Víctor Manuel Del Angel, hermano de este trabajador fallecido en la explosión de Pemex, describe llorando que esta noticia los ha tomado con mucha sorpresa.
“Yo no lo puedo creer…, él era un muchacho bien buena onda, bromista, jugaba, aquí con todos se llevaba.
“Este es un duro golpe para todos nosotros y vecinos, porque todos lo quieren aquí y creo que todos lo vamos a recordar siempre”, refiere.
En el mismo lugar donde Fernando vivió toda su infancia y creció, ahora los suyos le lloran que se fuera.
“Yo le hablé hace como unos cinco días a él y le pregunté por mi esposo y me dijo –¿qué onda cuñada?, ¿cómo estás?–, y le respondí bien, luego le pregunté por Víctor, y me dijo –no, mi carnal se quedó allá en la casa, yo ando trabajando acá–.
“Yo le digo Ferchi, está bueno Ferchi, cuídate mucho y me respondió –cuídate mucho también, platiquen–, como andábamos distanciados mi esposo y yo; insistió –platiquen para que se arreglen–. Y como se me acabó el saldo, nomás dije, cuídate y desde esa vez ya no volví a hablar con él”, cuenta sumida en depresión.
> ¿Qué sigue ahora para la familia?
“Pedirle a Dios mucha fuerza y voluntad para todos los que quedamos aquí, su esposa y sus hermanos, sus hermanas. Es demasiado doloroso pensar en que la bebé no va a tener un padre y creo que igual para toda su familia, más para su esposa”, considera Esperanza.
En tanto, las hermosas flores de las coronas mortuorias no hacen más que bajar la guardia de todos los parientes y amigos de Fernando, en cuyo hogar se sufre y se respira un clima de desgracia, como en el de los otros 29 petroleros fallecidos.
Al menos en este tuvieron la oportunidad de darle sepultura, ya que debido a la gravedad de la explosión, muchos de los deudos no han podido identificar ni recibir los cuerpos de las víctimas, varias de las cuales continúan desaparecidas.
Lo cierto es que a sus ocho, casi nueve meses, Kahely no habla, pero mira con asombro cuántas personas están en su casa. De brazos en brazos, la llevan de un lugar a otro, pero, inocente, no sabe que jamás volverá a estar en el regazo de su cariñoso y amado papá.