Han pasado por infinidad de operaciones y tratamientos. Algunos tienen más posibilidades de recuperarse que otros, pero ninguno tiene su futuro asegurado. Incertidumbre total es la que viven día con día.
A seis meses del percance que exhibió las deficiencias en la infraestructura de Petróleos Mexicanos (Pemex), algunos de los trabajadores de compañías contratistas que resultaron heridos narran cómo lograron sobrevivir, opinan sobre el monumento a los caídos que se construyó y se refieren a las negativas de apoyo que requieren para solventar sus necesidades.
Se les prometió tanto, dicen, pero han recibido muy poco. Y si bien no murieron, sí han sido olvidados con todo y sus familias.
IANSA LO ABANDONO
Aunque sobrevivió a la explosión, Aarón García Flores, de 28 años, asegura estar muerto en vida. Sus manos, recientemente operadas, resultaron afectadas y no puede moverlas. Está imposibilitado para trabajar y más que eso: no puede valerse por sí mismo.
Aunado a ello Iansa (la empresa para la que trabajaba), Pemex y las autoridades de los tres órdenes de gobierno lo han abandonado a su suerte como a muchos otros que resultaron gravemente heridos.
Aarón se salvó de morir en el estallido que cobró la vida de 33 personas. Las quemaduras que conserva en la nuca, brazos, espalda y piernas, son las huellas imborrables.
Aún recuerda ese día repleto de fatalidad, de desgracia. Está presente el fuego, la confusión y siente el ardor en su cuerpo. El dolor lo puede calmar con medicamentos, pero el escozor causado por la falta de asistencia económica de parte de los responsables de la planta no puede apaciguarlo.
Su esposa, Irma Serrano Casados y sus hijos, Aarón David y Rodolfo Tadeo, de ocho y tres años respectivamente, han sufrido con él la ausencia de la empresa para la cual laboraba 12 horas diarias; además del desinterés de Pemex y las autoridades.
Aarón, quien en ese tiempo era supervisor de una cuadrilla conformada por siete personas, recuerda que ese 18 de septiembre transcurría normal en el tanque de almacenamiento de condensado TG107.
De pronto escuchó un estruendo pero no alcanzó a observar nada. Lo único que pudo hacer fue gritarle a un compañero que corriera y brincó una pequeña barda. Al hacerlo, la explosión lo arrojó unos 10 metros.
“Me quise levantar pero ya no pude, el fuego estaba arriba de mí. Me fui arrastrando hasta que vi una luz blanca; (escuché) la voz de mi hijo que me dijo ‘papá’ dos veces. Alcé mi mano y me levanté.
Solamente decía: ‘aquí yo no me quedo, aquí no me quedo’, y por mis hijos salí caminando”, recuerda.
Entre las detonaciones, el fuego en su cuerpo, los helicópteros que sobrevolaban el lugar pero que nunca les prestaron ayuda, logró llegar a una brecha donde unas personas lo trasladaron en una camioneta hacia donde estaban las ambulancias.
Ese día comenzó una larga etapa de rehabilitación y desesperación por los problemas económicos que ha padecido junto con su familia que no lo ha abandonado ni un solo instante, a diferencia de la empresa a la que prestó sus servicios por 10 meses y de la paraestatal.
“Tengo mis lesiones, todavía no me recupero. Mi familia es la que está sufriendo. Nosotros no nos morimos, no estamos en una sepultura, pero desgraciadamente estamos muertos en vida”, pronuncia el joven originario de Linares, Nuevo León, aunque la mayor parte de su vida ha radicado en este municipio fronterizo.
A raíz de las quemaduras de segundo y tercer grado que sufrió, Aarón fue trasladado a la Clínica 21 del IMSS en Monterrey. A su camilla llegaron todo tipo de propuestas enfocadas a ayudarlo a superar el accidente. Su familia también estaba incluida dentro del supuesto apoyo que sólo llegó los primeros días y luego se convirtió en cenizas.
“Las compañías –en el momento que estuvimos delicados de salud, ya casi muriéndonos–, nos prometieron muchas cosas junto con Pemex. Fueron a verme hasta Monterrey, a decirme que me iban a apoyar al 100 por ciento. Hasta la fecha, seis meses después, no he recibido ninguna ayuda”, dice Flores García quien mantiene sus brazos extendidos por las afectaciones que sufrieron sus manos.
El gobierno municipal le entregó a su esposa mil pesos para que cubriera algunos gastos. Eso fue durante la primera semana del suceso. Después de ello jamás los han contactado. A su casa sólo llegan los doctores para valorar su recuperación, pero nadie más.
Cuando estaba hospitalizado, directivos de Pemex le dijeron que le otorgarían becas de 400 pesos mensuales por cada uno de sus hijos: sólo cumplieron con los meses de noviembre y diciembre. En lo que va de 2013 no han recibido nada.
El 5 de noviembre lo dieron de alta. Al llegar a Reynosa habló con los directivos de Iansa para conocer la situación y le informaron que le retirarían su sueldo ya el pago era responsabilidad del IMSS.
Aunque su salario era de mil 500 pesos semanales, la empresa lo tenía registrado con un sueldo de mil 119 pesos. Cuando manifestó su inconformidad, le dijeron que el contrato así estaba elaborado.
Actualmente sólo percibe cuatro mil 500 pesos por parte del Seguro Social y mil 500 de la empresa, para un total de seis mil por mes. Ese monto lo distribuye en alimentación, servicios básicos y educación de sus hijos.
Para continuar su tratamiento tiene que tomar taxis todos los días y trasladarse al IMSS. Ahora el gasto de transporte se ha duplicado porque acude a terapias en una cama hiperbárica para que las heridas del cuerpo se vayan regenerando.
“Desgraciadamente no nos han apoyado suficientemente en lo económico. Afortunadamente tengo familia pero ellos también comen”, pronuncia.
Con los ojos llenos de impotencia se pregunta: ¿cuánto tiempo tiene que esperar para que se haga, no un monumento, sino justicia?.
FUTURO INCIERTO
Aarón reconoció que más allá del nulo apoyo económico la atención médica que ha recibido ha sido excelente. Pero la recuperación de sus manos, las que tanto usó para trabajar, es incierta.
Le colocaron injertos de piel pero no puede usarlas. El 5 de marzo lo operaron con un diagnóstico poco favorable.
“No puedo hacer nada, no sé si voy a quedar bien. El doctor me dice que voy a quedar a un 60 por ciento de mis manos. ¿Qué voy hacer?”, expresa.
Pemex le prometió que en cuanto se recupere le darán una oportunidad laboral, aunque esa posibilidad no se pueda cristalizar por su estado de salud. Indica que Pemex puede hacer más por él y sus compañeros que también resultaron lesionados.
“Hicieron un monumento y ni nos invitaron. No sé cuánto se hayan gastado, y si les sobró poquito que nos ayuden. Somos varios compañeros que estamos así. Que se acuerden de nosotros que todavía estamos vivos”, demanda.
Revela que un grupo de trabajadores afectados por la explosión se organizan para emprender un proceso legal, sin embargo, no tiene más información.
Cada una de las contrariedades que ha sufrido se han superado con el apoyo de su familia. Sus hijos que corren por el patio de su hogar no saben de lo acontecido. Cuando le preguntan sobre sus heridas les responde que se cayó de una bicicleta. Así, escuetamente.
Aarón asegura que para anteponerse a las adversidades busca estar alegre en cada momento, disfrutar a su familia, divertirse con sus amigos y evitar recordar el episodio. Después de todo, su fortuna consiste en estar vivo.
LUCHANDO POR SOBREVIVIR
Hubo personas que el 18 de septiembre resultaron lesionadas pero a pesar de que sus heridas no han cicatrizado, han tenido que integrarse a alguna actividad laboral para obtener recursos y hacer frente al desamparo al que han sido expuestos.
José Antonio Galván Trejo es uno de ellos. El IMSS cubrió las incapacidades sólo por tres meses y en la primera semana de enero se le dio el último pago. Cuando lo dieron de alta le dijeron que ya podía trabajar en cualquier lugar y por eso decidió alejarse de todo lo relacionado con Pemex.
En la primera empresa que solicitó empleo se lo negaron porque no estaba en condiciones para laborar. Las heridas, aún sin sanar, no se lo permitieron.
Galván Trejo, de 21 años de edad, comenta que no tuvo otra alternativa que buscar por sus propios medios una fuente de ingreso: actualmente se dedica a la compra y venta de automóviles usados.
“Le hago la lucha para salir adelante, para conseguir dinero. Hay veces que sale, otras no. A veces no tenemos ni un quinto para comer y nos la vemos duras mi esposa y yo”, dice.
Al igual que su compañero demanda el apoyo de Pemex. También la atención de las autoridades. De quien sea, pero que responda y los asistan mientras se recuperan.
“Si pueden que nos den un apoyo y estaremos agradecidos la verdad”, finalizó.
Y REGRESO…
Braulio (su nombre fue cambiado pues teme perder su empleo al contar su historia), es uno de los múltiples lesionados de la explosión, que no quiso esperar el apoyo que tanto se le prometió.
En su espalda pueden verse las cicatrices de las quemaduras que sufrió. En sus condiciones busca alimentar a su esposa y sus cuatro hijos, todos menores de edad.
Por eso, optó por regresar a la misma empresa contratista de Pemex, con el mismo salario de mil 300 pesos semanales que ganaba antes del incidente, soportando jornadas laborales que sobrepasan las 12 horas.
La única diferencia es que ahora su estado de salud es deplorable.
Ya no es el mismo. Sus actividades las desarrolla con fuertes dolores en la cabeza y oídos. A ello se le agrega la pérdida constante del sueño, sobresaltos nocturnos en los que desesperadamente pregunta por sus hijos y el temor a los estruendos repentinos.
De hecho, no puede escuchar las turbinas de un avión sin sentir pánico, pues el sonido que emite una aeronave es similar al que se escuchó el día del accidente.
Pero no hay otras opciones. No puede, ni quiere perder su única fuente de ingreso. Accede a narrar lo que ha pasado en su vida a más de seis meses del accidente protegiendo su identidad; sus gafas oscuras esconden el temor a futuras represalias; su voz es pausada y casi inentendible.
Lo que debería narrar en voz alta, lo cuenta a tono bajo. Y no es por cobardía, aclara, es por la necesidad de trabajar para subsistir.
Pertenecía a otra área de trabajo. Días antes escaseó la actividad y por eso lo enviaron a la “Brecha 19” y cuenta que ahí lo traían barriendo y haciendo cualquier tipo de labores.
Ese día tan común como cualquier otro resultó ser la génesis de sufrimiento para muchas familias y empleados.
Por la mañana de ese 18 de septiembre él y sus compañeros detectaron un fuerte olor a gas. Otro tipo de gas al que no estaban acostumbrados. “De propiedades más fuertes, como crudo”, explica Braulio.
Le pidieron a uno de los supervisores que detectara con un aparato especial los índices atmosféricos.
“Ustedes no quieren trabajar, saben que si hay fuga se paran las actividades”, pronunció y se retiró.
“De repente se escuchó la explosión; venía una bola de humo negro y enseguidita la lumbre prendió. Caí cuando hubo la siguiente explosión y traté de correr y me aventó la explosión unos diez metros adelante.
Hasta ese momento recuerda porque un amigo lo salvó.
Cuando despertó ya estaba en la clínica de IMSS de Reynosa con quemaduras de segundo y tercer grado en la cabeza, orejas y espalda. Afortunadamente sus manos las conserva intactas y puede continuar laborando.
Por un mes estuvo hospitalizado y salió para enfrentar una dura realidad, con medicamentos que poco le ayudarían a mitigar el dolor.
Sin embargo, en noviembre de 2012 de nuevo entró al quirófano para un injerto de piel en una quemadura sin cicatrizar.
Esa prueba la pudo superar, sin embargo, actualmente tiene otro malestar. Aparte de los mareos, menciona que siente un dolor que inicia en la corteza de su cabeza y baja hasta los oídos, por lo cual está preocupado y aturdido por la poca atención del IMSS.
“Les pedí unos exámenes de la cabeza que no me han hecho y me mareo de repente, no siempre. Nunca había sentido nada de eso, son cosas que brotaron a raíz del accidente”, dice.
De los padecimientos físicos a los psicológicos no hay mucha diferencia, pues los sufre periódicamente. Las noches no son de descanso, son de miedos, de pesadillas; los días son similares con ruidos fuertes que ocasionan pavor.
“No hay noche que no me levante asustado. Me asomo por la ventana y me salgo al patio; a veces me levanto asustado preguntando por mis hijos. En fin, no queda uno bien”, expresa.
Braulio asegura que ha recibido atención profesional, no suficiente para superar los traumas surgidos de la catástrofe. Comenta que el tratamiento psicológico consiste en una plática de 10 minutos que no le sirve para olvidar las horas de angustia vividas estos seis meses.
‘PRIMERO LOS FINADITOS’
Los directivos de Pemex les dijeron a los que no murieron: “Primero los finaditos”. Y todos entendieron que se asistiría a las familias de los que perecieron y después los sobrevivientes.
“Nos sentimos olvidados y de lo que pasó no me acuerdo. Les dimos los datos que nos pidieron, les dimos santo y seña y no se han aparecido”, comenta Braulio.
Pemex le dio becas para sus hijos durante noviembre y diciembre del año pasado, agrega, pero hasta ahí llegó la ayuda. Eso sí, hubo fotografía y boletín del evento.
Tras ese día ningún funcionario de la paraestatal ha acudido a su hogar para cerciorarse de sus condiciones de salud, mientras él los ha intentado contactar sin suerte todavía. Tal vez, dice, a nadie le interesa.
Durante su incapacidad del IMSS recibió mil 400 mensuales que apenas le alcanzaban, teniendo que vender sus pertenencias para sobrellevar la situación.
En ese lapso su hijo de 16 años se vio obligado a abandonar sus estudios por la falta de recursos, y la educación de sus otros vástagos pende de un hilo. “Es cierto, tengo empleo pero el salario no alcanza”, reitera.
Sobre la empresa contratista para la que labora, añade, en un principio le externaron que no se harían cargo de nada. Aún así, a falta de oportunidades dignas, regresó a trabajar el pasado 2 de enero cuando culminó su incapacidad.
Aunque el doctor le dijo que ya estaba en condiciones de trabajar, le recomendó cuidarse y no expusiera sus cicatrices al sol.
Pese a todo regresó, pero no al mismo lugar de la explosión. Fue una de sus condiciones: no volver a pisar ese sitio. Actualmente realiza sus actividades en otros municipios de esta región fronteriza.
“A la estación no he regresado porque le dije al arquitecto: ‘si me va a mandar a trabajar nomás no me mande ahí porque no voy a ir. Hasta ahora lo ha respetado, pues tengo miedo de entrar (a la planta). En verdad estoy aquí por la pura necesidad”, dice.
Menciona que desde las cinco de la mañana sale de su casa y no regresa hasta las seis de la tarde, en labores que pueden culminar hasta las ocho de la noche y no hay remuneración extra. De lunes a viernes es el mismo ajetreo: todo por mil 300 pesos semanales.
“Estamos echándole ganas, y tengo vida y mi familia a mi lado. Por el momento no pienso dejarlo (el trabajo), porque bien o mal estamos saliendo adelante”, agrega.
No niega la decepción que siente por lo acontecido, ni tampoco oculta su intención de buscar asesoría para demandar a la paraestatal, aunque está consciente que es un trabajador de “compañía”. Razona que al momento del accidente laboraban dentro de Pemex y merece asistencia para asegurar el porvenir de su familia.
“Me gustaría meter una demanda contra Pemex porque siento que ellos fueron los responsables. Me gustaría buscar asesoría, ya que siento que sí merecemos algo porque andábamos trabajando para la patria que se supone es Pemex, aunque estamos subcontratados por otra compañía”, sentencia.
UNA OPORTUNIDAD LIMITADA
Luis Javier Mendiola Chávez, de 34 años, señala que algún pendiente ha de tener en esta vida, pues Dios le concedió una oportunidad más para concretarla limitado de sus capacidades físicas.
Originario de Reynosa, Luis Javier se salvó de morir mas no de sufrir cuando la radiación por la explosión lo atrapó y casi lo consume. Las heridas del trabajador de Inorcosa –empresa que tiene su sede en Veracruz–, fueron considerables y lleva seis meses en rehabilitación.
Dice que podría estar un año más en ese proceso, dependiendo de su evolución.
Sus manos, que antes del incidente empleaba para calibrar equipos de medición, resultaron severamente afectadas, y apenas tiene movilidad en ellas.
En la mano derecha tiene unos vendajes y debajo hay operaciones, mientras la izquierda la trae descubierta y el dedo meñique lo tiene torcido. Pronto lo habrán de someter a cirugía para enderezárselo y mitigar el dolor que le causa.
El diagnóstico es poco alentador y puede que el dedo jamás lo vuelva a mover, y sus manos no recuperarán la flexibilidad, aunque podrá hacer movimientos.
A pesar de todo, dice ser afortunado. Su visión y audición quedaron intactas pese a las altas temperaturas a las que estuvo expuesto, y muestra cicatrices de quemaduras en el lado izquierdo de su rostro y cabeza.
Luis Javier conserva una parte mínima de su oreja y apenas se observa el orificio auditivo externo.
Gran parte de sus brazos quedaron marcados por la irradiación. Su espalda y sus piernas también, y abundan en su cuerpo injertos de piel.
Constantemente se pregunta si podrá retomar sus actividades laborales o, por lo menos, conseguir otro trabajo que le ayude a solventar las necesidades de sus hijas: Ayelem Alejandra y Yesica Emireth, de cuatro años y 10 meses, respectivamente.
Luis Javier recuerda que despertó 15 días después de la explosión en una clínica de Monterrey con laceraciones sin piel y sus manos al rojo vivo; algunas partes de su cuerpo todavía supuraban.
El primer paso fue asimilarse, no como una persona deforme sino como un herido. En los casi dos meses que estuvo hospitalizado se examinó desde las plantas de los pies hasta la cabeza, y se reencontró con sí mismo transformado en otro.
Al salir se enfrentó con la realidad, con heridas que impactaban a la gente que lo ve. Por ello comenzó a cubrirse y vestía camisas de manga larga; usaba gorra con un trapo para esconder las quemaduras en su rostro, sin embargo, las miradas de asombro y discriminación no cesaban.
Así que optó por aceptar su nueva condición, haciendo su rutina diaria como una persona normal, y mostrando a la sociedad al hombre que sobrevivió a una explosión.
“En la mañana me levanto y puedo salir al patio sin camisa, en puro short, sin gorra. Me he encontrado mucha gente que me ve y se acerca y lo primero que me dicen es: ‘Dios te bendiga’”, dice Luis Javier, quien no puede contener más el llanto y emite un angustioso gemido.
Apenas tenía cinco meses de haber ingresado a trabajar en Inorcosa cuando aconteció el accidente, y jamás se imaginó que ocurriría algo similar. Su anterior empleo le exigía viajar por las carreteras de la zona norte del país propenso a la inseguridad, por ello buscó algo menos riesgoso.
Ahora lo inimaginable es una realidad, con una vida que transcurre entre terapias de rehabilitación y medicamentos que ha seguido al pie de la letra.
En este proceso ha logrado hacer pinzas con sus dedos para sujetar objetos y restan algunas cirugías más para otorgar mayor flexibilidad a las articulaciones. Es un largo proceso pero, asegura, no lo dejará.
A la fecha ha tomado diez sesiones en la cámara hiperbárica con resultados positivos: la cicatrización se desarrolla favorablemente. Sin embargo, faltan más tratamientos.
Aunque ha tenido logros en su recuperación sigue dependiendo de su esposa, Anailem Mora García, su asistente y enfermera de seis meses.
Por sus heridas no puede jugar con sus hijas, pero a veces le gana el deseo y lo hace, terminando lastimado. La impotencia apabulla al dolor de no poder sostener entre sus brazos el tiempo suficiente a su hija de diez meses o jugar futbol con su primogénita.
Luis Javier asegura que la empresa ha respondido en su proceso de rehabilitación pagando el hospedaje mientras él se recuperaba en Monterrey, además de suministrarle medicamentos. También le dieron mangas y guantes especiales para cubrir las heridas y acelerar el proceso de cicatrización.
Sin embargo, hace algunas semanas le quitaron su quincena de cinco mil pesos y actualmente sólo le entregan mil 600 pesos mensuales.
Del IMSS recibe ocho mil 400 pesos mensuales para un total de 10 mil pesos. Inconforme con la reducción, la empresa le ofreció empleo a su esposa de auxiliar administrativa con un salario en negociación.
La última vez que Javier tuvo contacto con alguien de Pemex aún estaba en Nuevo León y le pidieron sus datos para ponerse en contacto con su familia, sin embargo, nunca más llamaron.
A su esposa le dijeron que su hija, la mayor, la becarían hasta que culminara sus estudios, y a él le aseguraron que iban a estar atentos para que las empresas contratistas no los abandonaran.
También prometieron buscarle un empleo para un proyecto y poder desarrollar sus habilidades como ingeniero en electrónica, pero todo quedó en promesas.
Igual que otros afectados, damas voluntarias les llevaron apoyos económicos que recabaron con aportaciones de trabajadores de Pemex.
Luis Javier está enterado del monumento que la paraestatal erigió en honor a las personas fallecidas y, aunque tarde, sugiere que el dinero gastado hubiera servido para ayudar a familias necesitadas como la suya.
También opina sobre la decisión de los funcionarios de Pemex y la PGR sobre reservar la información del accidente hasta el año 2025: “Han de querer que se nos olvide, pues a lo mejor dentro de 12 años no me acuerdo si me sucedió el accidente. No sé a quién quieran proteger, lo que yo se es que protegen a ciertas compañías involucradas en el diseño y mantenimiento de la planta”, comenta.
NO SABE QUE SIGUE
Andrés Pérez Córdoba, quien también resultó afectado en la explosión, espera recuperarse pronto y regresar a trabajar para asegurar el porvenir de su familia, integrada por su esposa y dos niñas de 12 y ocho años. Claro, si las quemaduras de segundo y tercer grado que sufrió desde la cabeza hasta la planta de los pies se lo permiten.
“Los doctores no nos han dicho nada. Es el IMSS quien determinará si somos aptos para trabajar más adelante”, dice.
Tiene cirugías en los dedos de sus manos y en la cabeza. Bajo la gorra trae una cicatriz que abarca parte considerable de la nuca.
Señala que la compañía Química Apolo ha respondido a su rehabilitación para solventar las consultas especiales, medicamentos y cirugías que ha requerido, y por parte de la paraestatal sólo ha recibido promesas.
“De Pemex no hemos recibido nada más que puras promesas. Según iban a ver la manera de que nos siguieran pagando nuestras quincenas, así como recibir apoyo para nuestros hijos”, asevera.
De incapacidad recibe nueve mil pesos mensuales y los tiene que administrar para evitar que su familia resienta ya no sólo los daños físicos que sufrió la mañana del 18 de septiembre de 1012, sino también el futuro incierto tiene enfrente.
Un poco de paz
Son las horas más relajadas que han vivido desde el pasado 18 de septiembre. Y es dentro de la cámara hiperbárica cuando durante 60 minutos se olvidan un poco de sus lesiones.
Francisco Pérez Cruz, de 21 años; Andrés Pérez Córdoba, de 32 años, y Aarón García Flores, de 28 años de edad, aguardan su turno en la sala de espera del Centro de Oxigenación del Noreste.
Los primeros dos, trabajadores de la compañía Química Apolo, portan mallas especiales en sus manos y brazos. El tercero, trabajador de Iansa, trae vendada su mano derecha.
Sus cuerpos presentan daños visibles de ese incidente que estremeció a la comunidad reynosense el año pasado.
Han evolucionado favorablemente pero todavía tienen un largo camino por recorrer para recuperarse, y la cámara sólo es una fase que les ayudará en su proceso de sanación, pues vendrán algunos tratamientos especiales para restaurar los tejidos afectados.
Antes de sumergirse a 10 metros de profundidad en agua salada, que es lo equivalente a las dos atmósferas, Francisco y Andrés hablan sobre la mejoría que han venido registrando en los últimos meses debido a esos tratamientos.
El técnico en seguridad y manejo de la cámara hiperbárica, Ricardo Rosas Ruiz, señala que los lesionados tendrán que estar bajo tratamiento un año para recuperarse.
El especialista explica que debajo de las quemaduras el tejido sufre una coagulación que no permite el paso de los líquidos para regenerarlo. Sin embargo, al introducirse en la cámara, bajo la presión de dos atmósferas, las partes afectadas se reblandecen y comienza el proceso de cicatrización interna.
Con este tratamiento han recobrado la pigmentación de su piel y han tenido una disminución importante de las marcas originadas por la alta radiación en sus cuerpos a causa del estallido.
Rosas Ruiz señala que es sorprendente la evolución que han tenido los trabajadores lesionados, y agrega que recibir otro tipo de tratamientos como colocarse parches y cremas para restaurar el tejido, ayuda.
El técnico, quien tiene más de nueve años de experiencia, reitera que en un periodo de un año, si prosiguen con el tratamiento, su piel podría tener una recuperación importante.
Por su parte, Francisco Pérez Cruz, originario de Alamo, Veracruz, asegura que poco a poco va saliendo adelante con su familia. Tiene quemaduras en gran parte de sus brazos pero afortunadamente tiene movilidad en sus manos.
Desde noviembre del año pasado que salió de terapia intensiva ha estado sujeto a tratamientos. Dice que al principio no podía mover uno de sus brazos tras una cirugía que costeó la empresa, recuperando la movilidad.
Señala que la cámara hiperbárica ayuda a disminuir el grosor de sus cicatrices, y se quita las mallas especiales para mostrar las marcas de la tragedia.
Expresa que ha ido recobrando su condición física, pero no ha podido estabilizar su economía familiar. El IMSS le otorga cinco mil pesos mensuales por su incapacidad, y no tiene otro apoyo.
Refiere que es padre de un pequeño de siete meses de edad, y que además la casa donde vive con su esposa es rentada; no puede trabajar en otro lugar o realizar alguna actividad remunerativa porque está imposibilitado.
Como el resto de los entrevistados por Hora Cero, asiente que de Petróleos Mexicanos nada ha recibido de ayuda.
“Ni siquiera saben por lo que hemos pasado para retomar nuestras vidas, ni lo que actualmente pasamos para poder subsistir”, insiste Pérez Cruz.