En cuarentena se constata que aislarse es un lujo que no todos pueden darse. Los malestares te afectan, los físicos y los psíquicos, pero la medicina, la fe y la oración, así como el apoyo de la familia amigos y compañeros te pueden aliviar.
He comprobado mi teoría que en algún momento todos íbamos a enfermar de Covid-19. La cuestión era ¿cómo me afectaría a mí?, ¿física, y psicológicamente?
En la primera área estoy muy agradecida de que no haya sido en gran manera, un poco de fiebre y malestar de cuerpo (un dolor muy agudo) los primeros días y después sólo síntomas leves.
En el aspecto emocional tenía que preguntarme ¿cómo me afectaría? Había escuchado versiones que incluían la posibilidad de que en algún momento puede faltar el aire, que se dificulta respirar y que, incluso, se necesita conseguir un tanque de oxígeno. O lo que es peor, buscar un lugar en el hospital donde no sabes si habrá una cama disponible.
Apenas quince días antes había terminado un reportaje sobre el trabajo de las enfermeras en el Hospital Regional 270 (tomé todas las precauciones, guantes, doble cubre bocas, sana distancia etcétera) y había visto muy de cerca todas las precauciones que se requieren para tratar con los pacientes con coronavirus, por eso sabía que ninguna precaución era exagerada.
El lunes 25 de enero me enteré –a través de redes sociales- que podría estar contagiada. Comencé a notar los síntomas que durante el día anterior había ignorado (dolor de cabeza, frío, picazón en la garganta). En lo personal soy muy susceptible a las infecciones de garganta y pensé que era un resfrío común, pero al saber que mi compañero de trabajo estaba enfermo no me quedó duda.
Como periodista y en mis funciones como ministro de culto tenía una agenda que cumplir, pero la cancelé y entré en un “exilio voluntario”, a pesar de comentarios bien intencionados que me decían que no me “sugestionara” porque tal vez no estaba contagiada.
Desde un inicio, en casa tomamos las precauciones debidas. Al vivir con dos adultos mayores mi principal preocupación era no contagiar a los míos, los más vulnerables.
Debo decir que a partir de ese momento comencé a experimentar lo síntomas más fuertes y en un momento me cuestioné si mi mente no podría estar recreándolos.
Al momento de irme a casa lo primero que hice fue avisar a las personas que habían estado más cerca de mí, que probablemente tenía el virus, para alertarlos. No quería alarmarlos, pero sí advertir y cortar posibles cadenas de contagio.
Debo decir que adquirir la prueba fue más accesible gracias a que mi empleo en la Iglesia Metodista de México me hace derechohabiente del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), pero me preguntaba ¿qué pasará con aquellos sin prestaciones y sin recursos para pagar un laboratorio en particular que les confirme sus sospechas?
Al llenar un cuestionario telefónico todo indicaba que sí podría estar contagiada.
Cuando llegué a la clínica 33, donde me realizaron la prueba del Covid-19, recordé la recomendación de una enfermera quien, en el pico más agudo de la pandemia, me dijo “si no tienes síntomas de la enfermedad ¡no vayas por la prueba!, porque allí podrías contagiarte”.
¿Y cómo no infectarse?, si había otras personas esperando el mismo examen con síntomas más agudos, algunos sin usar bien el cubre bocas y tosiendo…
No puedo dejar de reconocer el trabajo de los químicos que nos recibieron y explicaron la dinámica: “Les va a doler, no se muevan, porque se daña la prueba y las tenemos contadas”… Y sí, el raspado del hisopo caló, pero traté de no moverme. “Yo sé que duele”… decían los químicos a cada paciente que atendieron.
Los resultados se nos darían por un aviso de WhatssApp, así como las instrucciones de qué hacer para llevar el tratamiento en casa.
Nuevamente reconozco la ardua labor de los trabajadores de salud, ya que después de darnos instrucciones muy claras tuvieron que contestar las preguntas de la gente que obviamente no había puesto atención a las indicaciones de no acudir a la clínica y esperar sus resultados por teléfono.
Al día siguiente yo me sentía mejor que en días anteriores y hasta pensé que todo había sido producto de mi histeria. Estaba decidiendo si retomaba mis actividades cuando recibí el mensaje con los resultados que decía que era positiva.
Mi primera reacción fue contactar a las personas con las que había convivido la semana anterior y, haciendo la lista mental, habían sido muchas, porque precisamente esa semana había visto amigos con quienes tenía mucho sin tener contacto.
Aunque insisto, no quería alarmar a nadie, sentía la responsabilidad de advertirles y todos me agradecieron que les informara para no acercarse a sus familiares adultos mayores. Me quedé pensando ¿cuántos más como yo se sentían bien después de algunos días y sin quererlo o sin saberlo, seguían contagiando gente?
Después de haberle avisado por teléfono a cada una de las personas con las que tuve contacto, decidí postear un video en mi Facebook personal para pedirles a cada una de mis amistades que se cuidaran.
Faltaban pocos días para que cambiara el decreto de salud en el Estado y lo menos que quería era que se confiaran en que todo estaba bien, porque los contagios seguían subiendo y uno no sabía cuándo podría ser parte de la estadística.
Algunos de mis amigos a quienes avisé decidieron hacerse la prueba y gracias a Dios salieron negativos y hasta la fecha no han presentado ese cuadro.
En mi caso, los síntomas han sido leves, quizá porque comencé el tratamiento muy a tiempo y estoy segura también que es gracias a las muchas oraciones que se han elevado en favor de mi salud, la de mi compañero y la de aquellos que estuvieron en contacto conmigo para que no salieran positivos.
A los pocos días del encierro sentí el efecto del aislamiento, peor cuando una de mis mascotas masticó el cable de mi computadora y me dejó sin la posibilidad de escribir cómo iba en mi exilio voluntario (como buena millennial la pluma y el papel ya no son una opción).
La misma semana que resulté positiva mi hermano mayor comenzó con síntomas de coronavirus y, un poco antes de él, mi sobrino y mucho antes otra de mis hermanas.
Todos ellos por la gracia de Dios con malestares leves y una ya completamente recuperada, aclaro que cada uno vive en una ciudad diferente, pero a todos nos alcanzo “la roña”, como la llama en broma mi hermano.
En mi colonia, mis vecinos de al lado, dos mujeres mayores y un hombre joven, todos ellos trabajadores de salud, también se infectaron.
Los tres en diferentes tiempos tuvieron Covid-19 y se aislaron. Varias veces necesitaron oxígeno y cada uno de ellos tuvo una recomendación que dar.
Me he sorprendido de cuán variada puede ser la experiencia para cada uno.
Esperaba el momento en que me faltara el aire… temía que pasara y varias veces al día me revisaba la oxigenación en la sangre.
Como creyente mitigué mi ansiedad en mi fe y en la convicción que Dios sabe el tiempo que a cada uno le ha designado en la Tierra.
Los momentos donde me quería ganar el temor y sentía que no podía respirar bien los calmé con un salmo y una oración. Con el oxímetro comprobé muchas veces que mi saturación estaba bien y sólo era ansiedad.
Cada día he agradecido no sólo que mis síntomas permanecieran leves, sino todos los factores a mi favor para luchar contra la enfermedad, el espacio en la casa de mis padres que me permite estar aislada de ellos, la provisión económica que me da la seguridad de estar encerrada sin preocuparme por las facturas por pagar, y el apoyo de una familia y red de amigos que han estado al pendiente de mi salud. Y seguía pensando en quienes no tienen todo eso a su favor en medio de esta cruel y caprichosa pandemia.
Reflexioné en todo lo que implica tener a un paciente en casa, el gasto de las medicinas, de utensilios desechables, el cambio de rutina, la dependencia que esto implica para el paciente y me he repetido lo afortunada que soy por contar con todo lo necesario para salir del bache de salud.
Faltan pocos días para cumplir mi catorcena de aislamiento, pero mi doctora Anabella Carvajal y otros amigos ya recuperados de coronavirus me han comentado que no me confíe ni recorte el tiempo de encierro -aunque ya me sienta mejor-, porque no sólo podría recaer (como a uno de mis primos le está pasando), sino también podría contagiar a otros.
Mientras escribía esto escuché a mi vecina preguntándole a mamá por mi salud. Ella también tuvo Covid-19 y se recuperó. Para la señora Tabita fue más difícil, cinco veces tuvo que conseguir oxígeno, aunque “la libró”. Ahora platica de las secuelas que ha tenido (como la pérdida de cabello, falta de concentración y el sistema inmunológico afectado).
Las recomendaciones que le da a mi madre, me recuerda que aunque voy por buena camino, todavía no se termina la brecha para sanar de la enfermedad, veintiún días es lo mínimo que debo esperar para poder salir de casa.
Por los mismos días que resulté positiva nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador, también se infectó y para mi sorpresa salió de su aislamiento mucho antes que yo (sin que se cumpliera la catorcena de encierro).
Me preguntó entonces ¿dónde está la responsabilidad social para dar el ejemplo de guardar la cuarentena de un enfermo?
Aunque me he sentido mejor, lo único que me recuerda que tengo el Covid-19 es la ausencia del olfato. Se siente raro no oler nada, por lo menos el gusto no lo he perdido ni tampoco el hambre, que es señal de buena salud.
Ahora mismo podría salir y si alguien me viera en la calle no sospecharían que tengo esta enfermedad, sólo yo sé, pero por responsabilidad, conciencia social y auto cuidado debo seguir en este exilio voluntario.
Afuera el mundo no se detiene, el trabajo, las responsabilidades seguirán allí esperando, pero es mejor hacerles frente cuando cuente con salud completa y no apresurar el paso por creernos indispensables en alguna tarea. Eso es pecar de soberbia y representa un riesgo.
¿Sabrá el presidente que ningún ser humano es indispensable?, ¿sabrán los políticos en pre campaña que no vale la pena arriesgar a su militancia por asegurarse más votos?
Desde mi encierro seguiré viendo a través del Facebook los festejos, las salidas de otros y quizás las aglomeraciones de los mítines y al mismo tiempo preguntándome ¿cuántos de ellos contarán con lo necesario para hacerle frente a una enfermedad como el coronavirus, y más, aún con la amenaza de la nueva cepa en Tamaulipas?
El tiempo lo dirá porque este enigmático nuevo mal, nos puede pegar a todos, incluidos los que nos estamos recuperando.
Mientras eso pasa, yo seguiré esperando el momento oportuno para salir, de mi exilio voluntario por el Covid-19.