
Hay en la literatura y a partir de ésta, en todas las artes, un género de terror, pero nada comparable a la jornada siniestra que vivió Reynosa la madrugada del 20 de octubre de 2008, cuando una riña dejó un saldo de 21 muertos, algunos de ellos baleados, otros acuchillados, algunos más molidos a golpes; pero, 16 de ellos calcinados en una pira humana alimentada por gasolina, palos, colchones y objetos flamables, dentro del taller de carpintería; más once heridos.
Este evento puede calificarse de inhumano, pues se transgredieron los grados de conciencia humana para actuar como fieras sin ninguno de los elementos que concurren en los niveles de la racionalidad.
Con motivo del décimo quinto aniversario de este trágico evento habrá de escribirse mucho, porque mucho hay que escribir y decir. El caso no debe olvidarse a fin de que sirva para prevenir nuevas oleadas de horror y con ello evitar que se repita.
Luego de no olvidarlo, es necesario hurgar en sus características y determinar sus causas. A 15 años de distancia, apenas se han dictado dos sentencias condenatorias, el resto de los implicados andan por ahí, tan campantes.
Vale decir que nada fue casual. Todos los elementos, fácilmente identificables, se fueron conjuntando, unos desde lejos, otros en el mediano plazo y el resto en lo inmediato.
Lo primero, fue la degradación inducida del ser humano para convertirlo en bestia generadora de violencia; luego, la utilización de la ley para neutralizar a todo aquel que pretenda zafarse del yugo o atentar contra el sistema de explotación; por último, la corrupción imperante en los sistemas de procuración y administración de justicia.
El esquema es válido en cualquier etapa de la historia. Ahora es visible en el continente americano; pero, lo mismo ha venido ocurriendo a todo lo largo y ancho del planeta, en esa eterna lucha entre la virtud y los vicios, entre la esclavitud y el deseo de libertad, entre el odio y el amor.
Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las tablas de los doce mandamientos divinos su pueblo se había entregado al culto del becerro de oro.
LA DEGRADACIÓN
La reestructuración productiva flexible y las políticas económicas neoliberales del último cuarto del siglo XX provocaron la precarización laboral que dio paso a la degradación del ser humano y luego a la explotación en general.
El trabajador fue despojado de la justa retribución de su trabajo, luego de sus derechos laborales, hasta convertirlo en una cosa desechable que produce mucho, consume poco y no se reconoce como persona miembro de la sociedad.
Según el estudio publicado en la Revista del Colegio de San Luis por lo investigadores Carlos Alberto Jiménez-Bandala y Andrés De Jesús Contreras Álvarez: “Los resultados develan situaciones alarmantes en las que, de forma estructural, se cosifica al trabajador, pues, en las dimensiones social, fisiológica y biológica, sus características humanas son degradadas, con lo cual se resignifica la empresa como un lugar de sufrimiento”.
Del orgullo obrero y la satisfacción del deber cumplido, se ha pasado ahora a la concepción del trabajo como causal de sufrimiento. Las nuevas formas de organización laboral, con todos los abusos que pueden provocar, generan sin duda alguna un deterioro de la salud mental de los empleados, quienes, a pesar de los derechos sociales y la legislación, tienen la impresión de que el mundo laboral es incierto y que el capataz puede vulnerar los derechos con toda impunidad con o sin conocimiento del patrón.
De esta suerte, la globalización de la economía capitalista implica también una internacionalización de las relaciones de explotación, lo que acarrea dos consecuencias fundamentales contra la tesis de la justicia distributiva. En primer lugar, la explotación como forma de interacción que es parte estructural o inevitable de un sistema económico capitalista, afecta a la autonomía individual de modo equivalente a la coerción; y la ausencia de voluntad en el poder político para moderar los excesos del capitalismo.
EL ABUSO DEL PODER
Ese poder político no regula al capital, pues según las tesis del neoliberalismo el mercado mismo debe regularse a sí; en cambio, sí sofoca cualquier intento de protesta o subversión mediante el uso de la fuerza o del aparato judicial. Así, el sistema va contra las minorías, ya sean indias, negras, chinas o de cualquier otra denominación; o contra objetivos satanizados como el licor, las drogas, la leche o los alimentos no procesados; o contra idealismos como el budismo, el comunismo, el islamismo y demás formas de pensamiento no occidental.
A la par de la imposición forzada del neoliberalismo, a inicios de los 70, el presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, puso en marcha la guerra contra las drogas, no para evitar su producción, distribución y consumo; sino a fin de tener un pretexto para perseguir a los jóvenes que “no eran norteamericanos porque no querían ir a la guerra de Vietnam”.
La Unión Americana de Libertades Civiles (Acnur), se ha opuesto y se opone a la prohibición penal de las drogas.
Explica que; “… las leyes penales de drogas protegen a los narcotraficantes contra el pago de impuestos, la reglamentación y el control de calidad. Las leyes también sostienen los precios artificialmente elevados y aseguran que las disputas comerciales entre los vendedores de drogas y sus clientes sean solucionadas no en los juzgados según las leyes, sino con armas automáticas en las calles” (o en los penales).
También asegura que: “Finalmente, las batallas por controlar los barrios y las disputas comerciales entre las empresas de drogas en competencia, al igual que la respuesta policial a dichos conflictos, ocurren desproporcionadamente en las comunidades pobres, haciendo de nuestras comunidades zonas de guerra y de sus residentes, las principales víctimas de la guerra”.
AUTORIDADES EN LA LUNA
De acuerdo al reporte rendido por la licenciada Rebeca Rodríguez, presidenta del Centro de Estudios Fronterizos y Promoción de los Derechos Humanos A.C. (Cefprodhac), el primer problema que se observa dentro del Centro de Ejecución de Sentencias (Cedes) de Reynosa es una escandalosa sobrepoblación.
Su capacidad nominal máxima es de mil 400 internos; pero, en realidad alberga a 2 mil 70, es decir, tiene un sobrecupo del 47 por ciento.
Luego, habría que agregar la extrema desigualdad. Mientras que en un pabellón se alojan 25 internos en condiciones infrahumanas, con poco espacio, escasa sanidad, poca ventilación y una atroz pestilencia, en otras áreas hay celdas exclusivas con todos los servicios, incluyendo televisión, telefonía y abanicos, además de privilegios que se obtienen mediante la fuerza o el dinero. Dentro del penal todo cuesta y los que más padecen son los desheredados.
Existe, además el autogobierno y el autocontrol, que no ejercen las autoridades, sino los grupos de la delincuencia organizada en el interior. Por ello dijo: “Lo que ocurrió no asombra. Es el resultado de un vaso de agua que fueron llenando, y aunque existen otros intereses por los que están peleando, todo es consecuencia de la sobrepoblación y la desigualdad”.
Esta situación la negó el entonces Gobierno del Estado, que aseguró que las condiciones eran buenas. “Estamos trabajando con derechos humanos. Inclusive, el diagnóstico elaborado por el órgano administrativo desconcentrado de Readaptación Social de la Secretaría de Seguridad Pública federal, no considera la penitenciaría como un penal de alto riesgo. Tampoco la CNDH, ha calificado mal al Cedes de Reynosa: le otorga 695 de calificación, que lo ubica por encima de la media nacional, que es de 622”. v