
Estela Guadalupe Torres de 63 años y Erika Hernández Torres de 25, son una madre e hija que a diario se les puede ver pidiendo limosna en las calles del centro de Reynosa.
La situación de abandono en la que se encuentran desde hace años las ha llevado a vivir de la aportación de algunos voluntarios.
“Vamos a pedir para comer, para sobrevivir y para la luz. A veces la gente si coopera con 5 pesos o lo poquito que traigan pero a veces no traemos nada, nomás la pura cansada y pos ni modo. Tenemos que salir porque si no, aquí nos morimos de hambre”, expresó.
Lo que pocos saben es que cuando les niegan una moneda se genera en ellas sentimientos de incertidumbre por no saber que comerán esa tarde o al día siguiente.
Cuando cualquiera les regala un peso o más, su rostro se ilumina con una sonrisa. “Qué gano con estar triste, la vida es igual y sigo igual de pobre pero lo que nos den nos sirve y mucho”, dijo.
Ella y su hija regresaron a casa tras haber salido a pedir donativos por la mañana. Habitan en la calle Escobedo, número 1415 en la Zona Centro de esta ciudad y al llegar a su hogar no imaginarás las condiciones en las que viven.
La fachada de la casa luce despintada. Del lado derecho del pequeño portal Estela montó una “estufa” de leña donde prepara los alimentos. Está rodeada de papeles, humedad, hay trastes sucios y moscos por doquier.
Del lado izquierdo tiene su “lavandería”. En tinas de plástico enjuaga su ropa y la de Erika, y en el barandal de la cerca de concreto, la deja colgada para que se seque con el viento.
En cuanto te asomas a la puerta principal Erika te podría saludar mientras está sentada en el piso. Si, ese es su sitio permanente. Su discapacidad motora en la cintura le impide alcanzar por sí sola la altura de una silla y moverse de un lugar a otro.
Pero no pasarán unos minutos y se arrastrará por el suelo para invitarte a pasar a su casa. Seguido, Estela te invitará a sentarte en su cama mientras diga; “aquí estamos pobremente”.
‘AQUI ESTAMOS POBREMENTE’
La casa tiene hoyos en las paredes, el aire frío entra por éstos y el techo de lámina que está deteriorado.
El mal olor impera por la humedad y suciedad que ahí se alberga. Los moscos y cucarachas andan por donde sea, situación que pone en riesgo su salud.
“Nos protegemos del frío acostadas, tapadas con dos o tres colchas que nos han regalado pero a veces prendo una lumbrita en el piso para calentarnos. Abro la puerta para que se salga el humo porque tengo miedo que nos pase algo por la lumbre”, dijo.
Pero tiene más carencias, señaló: “no tenemos baño, hacemos nuestras necesidades en el patio porque no hay dinero, ya que me cobran 300 pesos para hacer el hoyo y poner el sanitario”.
No cuentan con refrigerador, televisor y gas para la estufa. Mucho menos tienen camas dignas; Estela duerme en un colchón viejo sobre una base de madera. Erika se postra cómodamente en una colchoneta que colocaron en el piso.
“Ella está así para que se pueda bajar fácilmente porque cargarla me lastima la espalda y ya estoy vieja”, dijo.
“A quien le digo que me ayude a componer mi casa, de mis 8 hijos nadie viene. Si necesito un favor que me hagan tengo que pagar, con que les pago si no tengo dinero”, mencionó la madre.
Fuera de las cosas materiales, tampoco cuentan con alimentos suficientes para nutrirse. En la “alacena” -mesa de madera- hay una bolsa de fideo, unas cuantas zanahorias, tomates, papas, y cebollas a punto de echarse a perder.
“Ya casi no tenemos nada. La despensa que nos dan cada dos meses nos dura tres semanas”, manifestó. Eran las seis de la tarde y apenas iban a comer.
Encendió lumbre en la estufa que montó en el exterior de su hogar y preparó sopa. Una vecina le regaló salsa de tomate para aderezarla.
Una vez más insistió: “aquí estamos pobremente y aunque a veces batallo para pagar la luz o para comer no falta quien nos ayude; hay personas que nos apoyan”.
Agradece que no las hayan corrido de la que se ha convertido en su humilde hogar desde hace tres años.
“Me la prestaron. Yo no tenía casa donde vivir pero hace seis meses que murió mi tía, su hija me dijo que yo me quedara; ya teníamos tiempo aquí y nadie la ocupa”, comentó.
Su mejor regalo navideño: tener electrodomésticos y ropa nueva.
Estela y Erika han aprendido a salir adelante en esas condiciones. No son pesimistas pero en vísperas de la Navidad tampoco esperan nada.
Para ellas es un día normal y aunado a eso, Erika no cree en el personaje de la barba blanca y traje rojo.
“Es como una día cualquiera, nunca hemos tenido un árbol de Navidad y aquí no se usa nada de eso. Para mí no existe Santa Clos.
“Nuestras navidades son muy tranquilas. Cuando la gente nos ayuda, nos coopera hojas de tamal y pollo, los hacemos pero la pasamos tristes y solas, sin hacer nada”, intervino Estela.
Pero la percepción de la fiesta navideña podría cambiar. Erika dijo que si pidiera un regalo a Santa, sería ser feliz, caminar, tener amigos y tener ropa nueva.
“Para mi ser feliz y contenta. Caminar, pero bueno, sé que no puedo pero hacemos el intento porque me desespero.
Estela contó que desconoce las causas de la discapacidad de su hija. Narró que a los 7 años Erika se puso mal y sin darle un diagnóstico, la hospitalizaron por varios días y cuando la dieron de alta, fue en silla de ruedas y sin poder caminar.
Aparte, le dan ataques epilépticos y tiene que ingerir medicamento para controlar esta anomalía en su estado de salud.
“Así me lo mandó Dios y ha sido difícil porque no puedo andar de allá pa’ ca. Sólo ella y yo nos apoyamos porque no tengo amigos, no tengo a nadie y aquí estoy sola como el perro”, manifestó.
Agregó; “me haría feliz tener ropa y zapatos nuevos”. Y Estela no se queda atrás en peticiones para tener una Navidad diferente.
“La primer necesidad es el baño para el agua de la ropa, el sanitario que siga esperando porque yo no tengo dinero y pos que quisiera más un refrigerador chiquito, una lavadora chiquita pero con qué la compro”.
“En abonos compraría una y de segunda porque a veces lavo bastante ropa de mija porque se arrastra”, señaló.
Dejando atrás los bienes, Erika interrumpió para decir que ella le dice a su madre que en estas fechas “no llore por sus hijos si no la pueden ir a ver”.
“No me procuran ni dicen voy a ver a esa señora que me dio la vida… aunque no me digan mamá. No, ni se paran por aquí”, exclamó Estela.
Así en medio de la soledad, las dos se olvidaron de las cosas negativas que de pronto invaden sus pensamientos.
Estela probó la sopa que casi hervía en señal de que estaba lista mientras Erika esperaba con su refresco, le sirviera de comer. Desde que salieron en la mañana de casa, no habían probado bocado alguno.
Como cada día, Estela camina ocho cuadras empujando a Erika en su silla de ruedas para llegar a los puntos donde piden limosna. Habría que conseguir dinero para comprar qué comer.