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Prostitutas de la tercera edad: historias de olvido

15 de junio de 2009 por Silvia Cruz

Veinticuatro horas al día, los siete días de la semana estas mujeres pueden encontrarse en ese lugar. Si Las Vegas es “la ciudad que nunca duerme”, en Reynosa existen dos manzanas amuralladas en donde nunca se descansa.
Aquí no existen vacaciones, días de descanso y mucho menos planes de retiro. Por eso cuando alguna de ellas llega a una edad en el que su cuerpo ya no es apetecible para los hombres, enfrenta una abandono del que sólo puede salir con la ayuda de sus compañeras.
Y es que para las sexoservidoras no existen Afores, jubilaciones o un asilo donde puedan pasar en paz los últimos años de su agitada vida a la que entraron, aseguran, solamente por necesidad.

“LA CUBANA” EN EL OLVIDO
A principios de la década de los setenta, Liliana, una joven cubana de carismático carácter y atlética complexión, llegó a México procedente de la provincia de Cienfuegos, gracias a una beca para estudiar la Licenciatura en Cultura Física y Deportes.
Con apenas 22 años tenía muchas ganas de trabajar y estudiar para obtener las comodidades que en su país no tenía.
Al llegar al país, la ciudad de Monterrey se convirtió en su hogar y el Centro de Estudios Universitarios de Monterrey (CEU) su Alma Máter. Sin embargo, sus planes no salieron como ella esperaba, pues la renta y sus gastos de estudiante fueron creciendo. Sin permiso para trabajar y una necesidad urgente de cubrir sus deudas, aceptó la invitación de una de sus compañeras para trabajar los fines de semana en Reynosa, un lugar de donde había escuchado, podía conseguir lo suficiente para pagar sus estudios y enviar dinero a su familia en la isla.
Desde entonces la zona de tolerancia era el centro de entretenimiento para adultos y un sitio obligado para turistas. Y aunque ni el oficio, ni el lugar, resultaban muy atractivos para Liliana, el hecho de conseguir dinero “fácil” la motivó por quedarse a trabajar.
“Una amiga me trajo para que trabajáramos en la zona de tolerancia viernes, sábado y domingo y el lunes nos regresáramos a la universidad”, platicó la joven quien de inmediato fue conocida como “la cubana”, por obvias razones.
Tres décadas después, Liliana sigue en la zona de tolerancia sin haber conseguido su objetivo. Y es que a los pocos meses de haber llegado, se involucró en las drogas, abandonó la universidad y cambió el rumbo de su vida.
Con un acento caribeño plagado de un argot fronterizo, esta mujer que ahora tiene 58 años de edad –la mayor parte de ellos viviendo en la zona roja–, reflexionó sobre las decisiones que la llevaron a residir en el lugar de peor fama de Reynosa.
“Llegué al ‘Golpala, con mi amiga y rapidito me dijeron cómo se trabajaba, me dieron un cuarto y me puse a trabajar. Sólo que yo me metí en la droga bien rápido, en mi país yo nunca conocí la droga, pero al llegar acá sí, primero me la regalaban ya luego ‘me clavé’ en eso y no me moví.
Meterse en la droga es lo peor, porque ganaba bien en ‘el talón’ para pagar la renta, pero luego todo me lo metía en droga, no cogía nada para mí”, reconoció esta mujer quien lleva años sin usar su nombre de pila.
De hecho Liliana ya no es la joven atlética que llegó a la frontera, ahora es una persona de casi sesenta años que diariamente tienen que luchar para conseguir alimento y un lugar donde vivir, ya que desde hace 8 años no ha podido ejercer su oficio.
A pesar de haber cursado estudios superiores, Liliana buscó trabajo en lo único que podía hacer además de su oficio de cortesana: limpiar baños.
“De unos ocho años para acá dejé todo eso, ya estaba yo vieja y cansada de ‘talonear’. Pero tenía que buscarle para tener billete, así que lavando carros, haciendo mandados, lavando ropa y pidiendo también a los muchachos que venían, nomás para sacar pa’ las comidas y pa’ drogarme”, contó.
Como a muchas otras meretrices veteranas que ya no pueden desenvolverse en su oficio, “la cubana”, se dedicó a hacer la limpieza de uno de los bares de la zona de tolerancia a cambio de un lugar donde dormir.
“Tenía un cuarto de malísima muerte, se mojaba más adentro que afuera, pero tenía un techo y no pasaba frío en la calle. Allá adentro te echan la mano pero tienes que trabajar. Nomás que cuando estás vieja eres ‘la gata’ de todos, te humillan y te dicen de todo y uno tiene que aguantar, incluso a veces también tienes que robar para comer”, recordó la ex universitaria.
Así como Liliana, la mayoría de las mesalinas son foráneas que pierden contacto con su familia y sus lugares de origen, por ello cuando envejecen o se enferman, se convierten en indigentes en el mismo lugar donde antes vendían su cuerpo.

CUIDARSE UNAS A OTRAS
Este abandono hacia las mujeres de mayor edad forjó una regla no escrita entre las cortesanas de la zona de tolerancia: cuidarse unas a otras. Y es que contrario de lo que piensan las personas “de afuera”–como le llaman las mesalinas a quienes no viven en la zona–, estas mujeres se cuidan solas.
Trinidad, otra meretriz de esa zona, explicó que la inseguridad que sufren las ha obligado a protegerse una a otra.
“Aquí yo misma me he enfrentado con tipos que quieren violar a alguna de nosotras, porque al momento de salir de estas dos manzanas corremos mucho riesgo. Es más fácil tener protección entre nosotras mismas, porque al salir de aquí las chicas corren peligro de ser golpeadas o maltratadas, esas son cosas que nada más nosotras sabemos, por eso no nos queda más que protegernos entre nosotras mismas”, aseguró.
Sin embargo, más allá del abuso sexual, los asaltos y las faltas de respeto, lo que más duele a estas mujeres es el abandono en el que viven sus compañeras de la tercera edad.
Y es que a falta de ayuda, las prostitutas de la tercera edad terminan sus días en las construcciones abandonadas que hay dentro de la misma zona tolerancia, expuestas a las inclemencias del tiempo y a un posible ataque.
“Muchas de las chicas que vienen aquí son de fuera y de repente se van quedando, pierden contacto con su familia hasta que se vuelven ancianas. Aquí nosotras las vemos dentro de la zona, durmiendo en la calle padeciendo más necesidades, la mayoría se nos han muerto.
Nosotras mismas les damos la mano. Aquí tuvimos a una compañera ya grande que se enfermó y entre todas le llevábamos ‘el taquito’ y nos cooperábamos con el medicamento. La mayoría de las que andaban por aquí ya se nos murieron, yo creo que Dios nos ayudó al recogerlas para que ya no las viéramos sufrir”, sentenció.
Sin embargo, esta regla no aplica para todas las prostitutas de la tercera edad, pues sus compañeras tienen sus propios problemas y ninguna autoridad o institución social se hace cargo de ellas.
Esto provocó que hace unos años se creara un movimiento de rescate para las mesalinas de la tercera edad que terminan en la indigencia, conformado precisamente por quienes trabajan en la zona de tolerancia.
“La iglesia está muy involucrada en la zona de tolerancia y ha ayudado mucho. Los hermanos se han llevado a las mujeres que tenían muchísimos años aquí y ahorita viven afuera, de alguna manera les ha llegado la ayuda y el alimento para las compañeras que ya son grandes de edad y no les quedó de otra que volverse ‘hermanas’, aunque sean un pingo andando”, dijo Trinidad en tono bromista.

REFUGIO SIN PAREDES
Bajo la resolana y un clima de 36 grados centígrados, se encuentra la misión evangélica “El Buen Samaritano”, cuyos integrantes se reúnen refugiados en la sombra del edificio que en sus mejores tiempos fue un bar donde, pintado en la pared, se puede leer un pasaje bíblico que alude a la misericordia.
En esta esquina de la zona de tolerancia, cada miércoles a las 15:00 horas se reúnen un promedio de diez personas, quienes utilizando una hielera de cerveza como mesa y unas sillas plegables como bancos, participan en el culto religioso que siempre tiene como fondo musical reggaetón y los sonidos peculiares del lugar.
Cada miércoles, los “hermanos” –como son conocidos en la zona– invitan a los lugareños a participar con ellos la ceremonia religiosa encabezada por el pastor José Guadalupe Estrada y Juana Mendoza.
Entre los congregantes destaca Liliana, quien vislumbró un rayo de esperanza cuando después de toda una vida de habitar en la zona de tolerancia, encontró asilo en casa de otra ex cortesana que forma parte de este movimiento dedicado a buscar refugio a las sexoservidoras que quieren dejar el oficio.
“Hace como un año llegó el pastor y Juanita a hacer una iglesia aquí adentro. Llevaban comida y ropa y nos hablaban de la palabra y ahora gracias a ellos ya no estoy ni en la droga ni en el alcohol.
Yo cambié conociendo a Dios, batallé dos meses terribles para dejar la droga pero los hermanos me ayudaron mucho a dejarla y si conoces a Dios las cosas cambian”, aseguró con lágrimas en sus ojos.
Entre las principales promotoras de este movimiento se encuentra Juanita Mendoza, quien durante más de 20 años se dedicó a la prostitución, un oficio en el que inició a los 12 años y que abandonó después luego de pasar cinco meses en un centro de rehabilitación cristiano.
“Queremos hacer un lugar donde podamos ayudar a las mujeres a salir de la prostitución y que se capaciten en un oficio. Ahorita no tenemos apoyo económico, lo más caro son los alimentos, pero nuestro deseo es enseñarles a las mujeres a valorarse y capacitarse en un trabajo digno y cambiar su manera de vivir”, dijo.
Por su parte José Guadalupe Estrada, líder espiritual de la pequeña congregación, señaló que una de las preocupaciones del grupo son las sexoservidoras de la tercera edad.
“Muchas de ellas se encuentran durmiendo en cuartos abandonados que ya no se utilizan, entre ropas viejas y olores fétidos porque no tienen a dónde ir, eso es lo que nos motiva a tratar de sacarlas de aquí. Las adultas mayores están en una situación muy difícil. Nuestro deseo es brindarles algo más cómodo para ellas, porque lo merecen como humanos que son”, afirmó.
Los lugareños de la zona de tolerancia ven con buenos ojos este movimiento y aunque no todos comparten la fe de sus integrantes, consideran su trabajo positivo para las mujeres del lugar. Incluso, los dueños de algunos locales les prestan las sillas para que continúen con sus reuniones.
Mayela, encargada de un bar cercano a la esquina donde el grupo se reúne, indicó: “Yo he visto que ellos ayudan mucho a los que están en el vicio, los hermanos tratan de ayudarlos y darles una vida mejor”.
Sin embargo, el proyecto de un asilo para las trabajadoras sexuales ha quedado truncado, por lo menos en lo que se refiere a la construcción de un inmueble, debido a la falta de recursos y el desdén de las autoridades.
“Nuestro anhelo es levantar un edificio que funcione como centro de rehabilitación para mujeres. Hasta el ahorita, las mujeres que se nos acercan las remitimos a algunos centros que nos apoyan o en las mismas casas de los hermanos, pero necesitamos levantar un lugar para brindarles un refugio digno”, dijo el pastor.
Pero la ausencia de un edificio no ha impedido que el grupo siga su objetivo mencionó Liliana, quien aseguró que es prueba viviente de que la idea tiene futuro, pues ya lleva cinco meses viviendo afuera de la zona de tolerancia.

TRINIDAD TIENE UN SUEÑO
Cuando era niña, Trinidad nunca soñó con ejercer este oficio. Al crecer ni si quiera en sus pensamientos más remotos imaginó que su vida se desarrollaría dentro de las dos manzanas amuralladas de la zona de tolerancia y mucho menos que se convertiría en sexo servidora.
Sin embargo, circunstancias especiales (que no quiso revelar) la obligaron a ofertar el único patrimonio que posee: su cuerpo.
En entrevista, Trinidad aseguró que su oficio no es sencillo, pues enfrentan señalamientos, enfermedades y violencia. Todo esto fue lo que la obligó hace dos años a levantar la voz y reclamar los derechos de las sexoservidoras, pues considera injusto que se les nieguen los beneficios mínimos que tiene un trabajador como atención médica y hasta una guardería para sus hijos.
Entrevistada en el bar que lleva su nombre, esta mujer de mediana edad y complexión delgada se acomoda en un sofá mientras relata la situación que viven ella y sus compañeras.
A primera vista, Trinidad no encaja en el estereotipo de la trabajadora sexual pues viste jeans y una blusa veraniega, además de que lleva el cabello al natural y la cara sin maquillaje.
“Todo mundo esperaría ver a una mujer exuberante y no es así”, dice bromeando sobre el estereotipo que las sexoservidoras tienen ante la sociedad.
Ella se ha caracterizado por no seguir patrones, aún en el desempeño de sus servicios.
“La gente piensa que uno anda aquí porque la trae un hombre o porque tiene un padrote, pero no es así, esos tiempos se acabaron, uno está aquí porque tiene necesidad”, sentenció.
Trinidad no pasa de los cuarenta años, pero su rostro ya refleja el cansancio que produce trabajar y vivir de noche. El contorno de sus ojos y las líneas de expresión en su cara son las huellas que le han dejado las dificultades de un oficio en el que comenzó hace cuatro años y donde tuvo que enfrentar los señalamientos y juicios de sus vecinos y amigos.
“Nosotras somos otro mundo, otra cosa dentro de esta ciudad. Ser de aquí y tener que enfrentar a la gente de tu mismo lugar es muy difícil. Yo llegué escondiéndome de medio mundo. De repente hablaban para que viéramos a los clientes y lo que menos quería era toparme a un conocido”, recordó.
“Llega un punto en que no te la vas a pasar dando explicaciones a todo el mundo. Una vez me encontré con un amigo que me decía: ‘¿qué haces aquí Triny habiendo tantas cosas?’ y le contesté: ‘lo mismo que hacía allá pero con la diferencia que ahora cobro’. Así de fácil”, fustigó.
En su caso fue la necesidad económica la que la orilló al oficio más antiguo del mundo ya que es madre soltera y única responsable económica de su familia.
“Todas aquí tenemos una responsabilidad que cumplir. No hay ninguna que no te encuentres que tiene hijos o que manda dinero a su familia”, dijo.
Ser originaria de Reynosa le ayudó a Trinidad para alzarse como líder –aún sin buscarlo– de sus compañeras de trabajo.
Y es que hace dos años representó a más de 250 sexoservidoras quienes pugnaban por la creación de un sindicato que las cobijara para tener acceso a servicios médicos y cubrir otras necesidades propias de cualquier trabajador.
“Fue algo tan simple como pensar que este es un trabajo y que se vea como tal, y si todo mundo tiene prestaciones ¿porqué nosotras no vamos a tenerlas? ¿Porqué no vamos a luchar por algo así?”, cuestionó.
La vocera de las sexoservidoras de la zona de tolerancia, aseguró que el liderazgo que le han otorgado sus compañeras se debe a que siempre ha intentado ayudarlas.
“La mayoría de las muchachas vienen conmigo cuando les pasa algo. Quizá porque soy de aquí de la ciudad y como quiera uno conoce personas o busco la manera para que se haga justicia. Las chicas que vienen de afuera están solas, cuando tienes contactos es más fácil que te hagan caso, pero ellas ¿a quién van a conocer?”, se preguntó.
Entre las demandas del movimiento, se encuentra la protección para todas las trabajadoras sexuales, además de seguro médico y cuidado para sus hijos.
“Para empezar necesitamos protección pero sin que se nos cobre. Nosotras nos arriesgamos mucho al maltrato físico, en cuestión de enfermedades tenemos mucha protección pero no es así al momento de salir de esta zona, te arriesgas mucho a que te golpeen, a que te violen y ¿a quién puedes recurrir cuando pasa algo así?”, mencionó.
Incluso estas mujeres enfrentan el abuso de las personas a las que les encargan el cuidado de sus hijos.
“La mayoría de los que cuidan criaturas son muy abusivos. Creen que porque trabajamos en esto tenemos dinero fácil, yo he visto que a diario les cobran 200 o hasta 300 pesos, nomás quieren sacar el beneficio de nosotros y abusan mucho de los cobros”, denunció.
Y añadió: “Cuando te enfermas es más difícil, si afuera es caro llevar una enfermedad, aquí lo es más. A mí me pasó que estuve enferma hace poco, fueron como 15 días sin trabajar y lo poquito que tenía guardado se tuvo que sacar, el medicamento está carísimo y fue ahí que nuevamente pensé que urge tener algún tipo de protección médica”.
Muchas de estas mujeres no pueden disfrutar de los programas sociales que ofrece el gobierno pues, en la mayoría de los casos, no cuentan ni con credencial de elector.
“Cuando nos estábamos organizando vimos que sí había manera de tener beneficios, el problema es que muchas de las chicas son de fuera, no tienen sus papeles. Además, todas trabajamos de noche, vamos todas desveladas, por eso queríamos tener un sindicato que nos ayudará a tener todas esas cosas” expresó.
Sin embargo, todas estas iniciativas quedaron como un sueño por la falta de gestiones de las interesadas.
“Cada una trabaja para sí misma y lamentablemente no se tiene tiempo para esto. Son buenos planes que se estaban haciendo pero esto se tiene que enfocar, se necesita a alguien cien por ciento dedicado a esto y cada quien trabaja para sí misma, pero las necesidades siguen existiendo”, mencionó.
Por todo esto quienes buscan ayudar a las sexoservidoras de Reynosa a salir de esta vida o, por lo menos ofrecerles más dignidad en sus labores, no pueden más que sentirse frustrados.
“Es muy raro platicar esto contigo. Ahorita te estoy hablando de las carencias que viven mis amigas y mis compañeras y ni ganas me dan de hablar. Sabes que es tan frustrante porque ni caso tiene decir nuestras necesidades, a ese punto llegamos. Fue muy bonito planear y decir vamos a hacer esto y aquello pero en realidad no nos queda más que ching… y apoyarnos entre nosotras mismas”, finalizó Trinidad.

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