
Dicharachero, simpático y muy cumplido son los adjetivos que caracterizan al peluquero de los políticos y los no políticos en Reynosa, de los empresarios y empleados; de comerciantes, amigos, compadres y familiares.
Menciona don José Villegas Picón que le resulta imposible contar cuántas personas han pasado por el arte de sus tijeras, pues simplemente no acabaría.
“De seguro son miles y miles, porque cuando estaba en mi apogeo yo hacía de 20 a 30 cortes diarios, saquen la calculadora”, sugiere sonriente.
Entrevistado en su domicilio mientras rasuraba a uno de sus clientes, este popular peluquero suelta una carcajada jocosa al manifestar que llenaría camiones enteros con todos los cabellos que ha barrido a lo largo de su vida. Ahora, a sus 65 años, realiza su trabajo más como un pasatiempo que por una necesidad.
“Son toneladas de pelo. Cuando trabajaba bien a bien tenía debajo de mi sillón un hule donde caía el cabello y cada vez que lo tomaba para limpiarlo estaba pesadísimo, que si eso se vendiera estaría riquísimo”, ironiza.
Y es que el originario de Dolores Hidalgo, Guanajuato, dice amar tanto su profesión que, asegura, de nacer de nuevo volvería a ser peluquero.
“Tengo un orgullo enorme de haberme dedicado a esto, pues se siente uno grande cuando el cliente sonríe y se va contento porque le gustó el corte”, señala.
Gracias a su trabajo es como este carismático hombre ha sacado para darle de comer a sus tres hijos y pagarles la universidad.
“Todos son profesionistas, tengo una
contadora, un licenciado y un doctor”, indica orgulloso.
Recuerda que en sus comienzos, a finales de los años sesenta, el corte costaba ocho pesos, cuando hoy anda cerca de los 100.
APRENDER MIRANDO
Don José radica en la frontera desde 1946. Lo trajeron aquí cuando tenía seis meses de edad. Es uno de los siete miembros de la familia Villegas Picón. Sus progenitores Felipe y Manuela se dedicaban al comercio y desde pequeño aprendió la doctrina del trabajo.
“Yo me inicié muy joven en este empleo, tenía como 20 años. Mis hermanos son peluqueros, uno enseñó al otro y así sucesivamente hasta que yo aprendí. Pero primero comencé barriendo cabello y boleando a los clientes”, confiesa.
Dice pensar que su oficio no es difícil y que, por el contrario, representa una oportunidad para salir dignamente adelante.
“Hay veces que llegaba uno en la mañana sin un chicle y al rato ya traía un peso en la bolsa para ir a almorzar o tomarte un café. Es una actividad tan noble que con la pura propina tienes”, garantiza.
Durante más de cuatro décadas este trabajador de la tijera, el peine y la capa le ha cortado el pelo a muchos personajes de la vida pública en Reynosa, entre ellos a presidentes municipales como Manuel Garza González y Ernesto Gómez Lira, así como al ex líder del Sindicato de Petróleos Mexicanos, Ernesto Cerda Ramírez.
“Aunque dejé de laborar en esto por un espacio de 15 años, que puse una tienda de abarrotes, han sido tantas pláticas las que mis oídos han escuchado. De la política, del trabajo, de los proyectos, infinidad de temas.
“Antes, en las décadas de los setentas y ochentas nadie andaba cuidando al presidente, todo era muy tranquilo. Los que iban eran compañeros del gabinete y no los guardias”, recuerda.
ROMPER EL MOLDE
Describe don José que desde las 8:00 de la mañana y muchas veces hasta después de las 9:00 de la noche laboró por 15 años en la barbería Modelo, una de las más tradicionales que hubo en Reynosa.
Luego se asoció en la peluquería César de la zona centro, que todavía existe. Tras un receso para atender su tienda, fue convencido por sus amigos a volver a cortar el cabello, así que comenzó un concepto como peluquero a domicilio.
Unos de sus clientes más asiduos son los miembros de la familia Deándar, propietarios del periódico El Mañana de Reynosa. Tiene más de 30 años cortándoles el cabello.
Dice que no siente secuelas por haber pasado mucho tiempo parado, pues siempre ha sido una persona a la que le gusta ejercitarse.
Conserva algunos instrumentos de trabajo de cuando iba comenzando, como el sillón de corte que tiene en su casa, con el que lleva más de 30 años. Sus tijeras y su máquina, con 20 años, respectivamente.
Reconoce sonriente que se le puede perder cualquier cosa, pero nunca sus tijeras: “Ni lo mande Dios (risas)”, agrega.
Y es que por descabellado que se escuche, es tal su habilidad que él mismo se corta el pelo desde hace varias décadas, algo que le ha valido los reconocimientos de propios y extraños.
Sobre qué se necesita para ser peluquero, don José recomienda echarle un chorro de ganas y que le guste, por lo que le recomienda a los jóvenes que comienzan se esfuercen en este camino y den su mejor empeño en beneficio de sus clientes.
Acepta que son sorprendentes los adelantos de la ciencia y hoy en día la tecnología ha desplazado la mano del hombre en muchos terrenos; sin embargo, a su oficio no lo han podido sustituir.
“El peluquero es peluquero y se acabó. Esto va a durar toda la vida, porque siempre hay que cortar cabello. Mientras no le falle a uno la vista y no nos tiemblen las piernas estamos encantados de la vida”, considera.
Asegura que el tiempo promedio para un corte es de 20 minutos y que el de cepillo para los caballeros es uno de los más laboriosos. Comenta que también le ha cortado el pelo a las damas, principalmente cuando lo quieren corto.
Manifiesta que su trabajo no es nada estresante, sino que siempre termina “fresquesito”. Que si él se empleó a domicilio es simplemente porque la remuneración es mejor.
Admite que un peluquero puede llegar a ser influyente en un grupo social, porque de cierto modo se vuelve para la clientela en la persona que le corta el cabello, en un confidente y un amigo a quien le piden un consejo.
Y al final comenta que si algo le enorgullece es que gracias a la labor transparente que ha desempeñado durante tantos años muchas personas le han otorgado la confianza de llegar a su casa como si fuera de la familia.
Por lo que don José Villegas Picón no tiene dudas en que si goza de buena salud seguirá haciendo lo que tantas satisfacciones y alegrías le ha dado: cortar el pelo.