
Doña Fidela de Mejía es la matriarca de “Los Pachuqueros”, la familia Mejía Elizalde, que desde hace 40 años se dedica a la elaboración y venta de pachucos con gran éxito en la ciudad.
El olor a “pachuco” se saborea en el aire. Por las mañanas, quienes transitan sobre las calles Puerto México esquina con Coahuila de la colonia Ampliación Rodríguez pueden ser dirigidos solamente con el olfato hacia Abarrotes y Pachucos “La Esperanza”, el pequeño negocio familiar de doña Fidela Elizalde, quien fue la primera persona en Reynosa en comercializar los pachucos.
Cuarenta años después estos antojitos son el sustento de la familia y una tradición gastronómica para muchos de esta ciudad.
Quienes llegan a saborear los pachucos lo hacen desde temprano. Algunos acomodan sus vehículos en doble fila, otros se bajan y se unen a una formación de comensales que esperan su orden. Todos parecen conocer el protocolo, se entra a la tienda a solicitar los pachucos y se vuelven a formar para aguardar pacientemente el pedido. Por eso no es de extrañar ver largas filas afuera de la pequeña tienda.
La espera vale la pena.
El origen del “Pachuco”
Originarios de Mexticacán, Jalisco, doña Fidela y su esposo don Arturo Mejía, llegaron a Reynosa en 1962 y aquí iniciaron su vida de comerciantes en un puesto de madera que llamaron abarrotes “La Esperanza”. Fue su papá quien le dio el nombre “Porque era una esperanza lo que iba a poner en ella”.
Así lo recuerda doña Fidela quien sentada en la cocina de su casa donde se cocinan los pachucos rememora la historia de su negocio.
Acompañada de sus hijas, las “veteranas de los pachucos”, doña Fidela rememora la ocasión que se vio obligada a emprender algo para obtener dinero, pues su esposo, que trabajaba en la calle vendiendo fruta, se enfermó.
“Teníamos muchos hijos, todos en la escuela y me dio la idea de hacer taquitos, yo había oído de los pachucos pero nunca los había visto y quise hacerlos”.
Al no conocer los pachucos originales, doña Fidela hizo una especie de gordita rellena de frijol, y un accidente de cocina -le estalló una de sus primeras creaciones en la cara- le hizo cambiar la forma a una especie de empanada rellena de frijol y de ahí surgieron los pachucos “La esperanza” como hoy se conocen.
La robusta mujer puso manos a la obra y se dedicó a venderlos en la reja de la escuela primaria que está frente a su negocio. Al principio comenzó con un kilo de masa relleno de frijol de lunes a viernes para ofrecerlos a los niños de la primaria, pero gustaron tanto a la gente, que comenzaron a venderlos los fines de semana.
Con los años fueron variando el relleno, añadiendo picadillo, queso, papa y el más reciente de chicharrón prensado.
Doña Fidela y su esposo (QEPD) no esperaban el éxito de sus pachucos, especialmente por sus ingredientes tan sencillos, pero hubo un secreto que le dio un toque especial : la salsa cambray que acompaña los pachucos.
Los comensales coinciden en que la salsa tiene un sabor muy peculiar que no han encontrado en otro lugar. Al preguntarle por el secreto de la salsa, los ojos de la cocinera se iluminan y con una sonrisa de complicidad – porque no revelará el secreto- dice “!Esa yo la inventé!”.
“Me calé a hacerla, me gustó porque al principio hacía la verde, pero traía la idea de hacer esa salsita que ya preparaba para la casa y me gustaba el sabor, la combiné con los pachucos, sí funcionó y se quedó la salsa”, dice la mujer orgullosa de su creación.
LOS “PACHUQUEROS”
Cuando se le pregunta a doña Fidela si todos sus hijos saben hacer pachucos tan bien como ella, responde entre carcajadas “sino los saben hacer !se los saben comer!”. Sus hijas mayores que la acompañan se suman a la plática recordando que la gran demanda que tuvieron desde un inicio los “pachucos de la escuela”, como llegaron también a ser conocidos, hizo que todos los hijos se involucraran en la elaboración y la venta del antojito.
“Todos han participado, desde el más grande hasta el más chiquito, pero a este le ha tocado más”, platica doña Fidela señalando a su hijo menor. “A mi hijo mayor le decían en la escuela el pachuquero´ y él decía, sí ha mucha honra, no hago nada malo”.
El orgullo de vender pachucos se transmite hasta los nietos quienes también son conocidos por ser parte de la familia de los “pachuqueros”.
El lugar de trabajo, el ambiente del negocio es del una cocina familiar en día festivo. Ruidoso por el torteo de la masa, las pláticas y carcajadas que las bromas y los recuerdos de infancia les generan. A todo eso se añaden la voz de quien pide la comanda. Este día los pachucos de chicharrón han sido los más solicitados.
La pequeña cocina que es el centro de producción de los pachucos de pronto se llena con cinco de los ocho hijos que también tienen alrededor de cuatro décadas vendiendo este producto, en el que se consideran expertos.
Casi al unísono relatan que nunca les avergonzó vender pachucos como forma de vida, al contrario.
Tan es así que aunque todos ellos son profesionistas continúan la tradición de la venta de pachucos “hasta que Dios les permita”.
Uno de ellos además ya abrió otra sucursal en la colonia Jarachina Norte.
Son muchas anécdotas que como familia de comerciantes han acumulado, pero una que se repite es el “trueque” por pachucos. “A mi hijo los niños de su escuela siempre quieren cambiarle el lonche por los pachucos que lleva”, dice Letty Mejía, una de las veteranas del oficio.
Y sus hermanas recuerdan entre risas, “con mi mamá venía un señor, que le intercambiaba nopales por pachucos”, menciona una de ellas.
El pachuco ha sido y es el sustento y la moneda de cambio para la familia Mejía Elizalde.
Una de las hijas de doña Fidela menciona que el secreto del auge del pachuco ha sido más que el buen sabor la persistencia y el esfuerzo que su madre ha puesto en el negocio.
Doña Fidela, quien es septuagenaria, sigue abriendo todos los días sin falta el negocio de lunes a domingo de 8:00 a 15:00 horas y a pesar de tener a seis empleados y a sus hijos que la apoyan, sigue trabajando con el mismo ánimo que cuando sacó su primera charola de pachucos de frijol.
LA ESPERANZA CONTINÚA
En las cuatro décadas que tienen ofertando los pachucos, su clientela se ha extendido y gente de diversos rumbos de la ciudad viene a este pequeño negocio a conseguir este singular alimento.
Muchos de los clientes son los niños que asistían a la primaria, el sabor del recuerdo los trae de vuelta ahora con sus hijos y hasta sus nietos a probar los pachucos de la barda de la escuela.
Aquellos niños que hoy son adultos recuerdan que en un principio don Arturo se acercaba a la barda y a través de la malla metálica les hacia llegar sus pachucos.
A lo largo de los años también se ha levantado la competencia de otros negocios que ofertan el “pachuco original”, que tiene una forma diferente.
Pero eso no preocupa a la familia Mejía “Hay para todos”- aseguran- además, los clientes han sido cautivados por la salsa de chile cambray que reconocen como la especialidad de la casa.
El 23 de septiembre pasado la familia celebró 40 años de vender pachucos y para conmemorarlo abrieron su página en Facebook, donde recibieron un millar de comentarios de gente que recordaba a don Arturo, el vendedor de pachucos más famoso de la familia.
Algunos escribían desde Estados Unidos, otros del interior de la República y muchos más que continúan saboreando los pachucos en esta ciudad. Las muestras de afecto a la familia y los halagos al pachuco y a la salsa que doña Fidela inventó conmovieron a toda la familia, especialmente al hijo menor de los pachuqueros, Raúl Mejía.
Raúl creció entre los pachucos y sigue sorprendido del alcance del producto que su mamá inventó. “Cuarenta años implican muchas cosas, me sorprendí de ver tanta gente haciendo comentarios tan hermosos de mi papá y me cayó el veinte de lo que era este pequeño negocio familiar, no tenía consciencia de lo mucho que había marcado a tanta gente los ricos pachucos de la esquina”.
La matriarca de Los Pachuqueros envía un mensaje a quienes la conocieron a ella y a don Arturo desde que comenzaron con la venta de su producto: “Quiero darle las gracias a todos”, dice con voz entre cortada.
Doña Fidela señala que nunca se imaginó que su negocio fuera a durar tanto y menos que se hiciera famoso en la ciudad. Al iniciar la venta de pachucos su intención era completar el gasto familiar y sacar adelante a sus hijos.
Y el propósito se cumplió.