El hombre quien en diciembre pasado fue distinguido con el Galardón Altruista Siglo XXI, por convertir él solo una plaza pública de Reynosa en un frondoso huerto –con un sistema de riego que alimenta a más de 300 ejemplares–, muestra ahora otra faceta de su vida: la de coleccionista.
En el tercer piso de un inmueble que en la parte de abajo funciona como lavandería se sitúa un pequeño museo digno de todo merecimiento.
Es en otros términos un legado de cuatro generaciones que se han dedicado a atesorar objetos, algunos de los cuales datan de varios siglos de antigüedad.
Pero es la primera ocasión que la nada despreciable colección de la familia Vera Garza aparece publicada en un periódico.
Don Máximo, el actual patriarca y salvaguarda, decidió compartir esta variada exposición, acumulada gracias a su sentido gusto por la conservación de cosas consideradas valiosas, aún así sean rastros de la vida silvestre y de su inmensa naturaleza, desde pedernales y caracoles petrificados hasta pieles de víboras de cascabel.
El nutrido acopio está acompañado de fotografías, herramientas rudimentarias, restos óseos de animales y vestigios de la era prehispánica, pero también de objetos ‘vintage’, un término empleado para referirse a los accesorios con cierta edad que no pueden catalogarse como antigüedades.
“Este lugar lo hicimos con fines familiares, porque gran parte de lo que hay aquí nos lo encontramos de tanto pasearnos desde que éramos unos niños en el rancho El Puerto en Nuevo León, que perteneció a mis abuelos, a mis papás y a mis tíos”, relató don Máximo.
PATRIMONIO CULTURAL
Sabedor de que su tesoro es un acervo que los identifica como estirpe, este anciano lo protege con ahínco e, incluso, bajo llave para que puedan disfrutarlo sus hijos, sus sobrinos y sus nietos. Al ingresar es necesario pasar por varias puertas, abrir chapas y retirar candados.
Situado sobre la Francisco Javier Mina, la calle que divide la zona Centro de la colonia Del Prado en Reynosa, este espacio es un encanto del pasado para el presente y la posteridad. Refirió que su hijo, también llamado Máximo, es ahora quien está continuando la tarea de conservar dicha herencia.
Pero aseguró que mientras él pueda continuará manteniéndola y combinando sus tareas cuidando el huerto que plantó en la plaza “La Amistad” de la colonia Las Fuentes Sección Fuentes Lomas (donde tiene gran variedad de árboles frutales y ornamentales).
Y aunque los pasos de don Máximo son ya lentos, sube diariamente sin cansarse los escalones que lo llevan hasta el santuario donde están las galerías y demás piezas de colección que orgulloso muestra durante el asombroso recorrido.
“Mira, aquí tengo unas piedras preciosas que trajimos del rancho. El Puerto, que está por la carretera Reynosa–Monterrey a la altura de ‘La Sierrita’. Siguiendo de ahí a ocho kilómetros al sur se encuentra la propiedad en el municipio de General Bravo, Nuevo León”, detalló.
En las paredes del salón posee una serie de viejas estampillas de Correos de México. También se observan cartas emitidas durante las primeras décadas del siglo XX por el entonces gobierno de la República Mexicana dirigidas a su padre y tíos, quienes se desempeñaban como jueces y funcionarios aduanales.
Aunque coleccionar es algo que tanto le apasiona don Máximo dijo desconocer cuántos objetos en realidad tiene, pero probablemente sean cientos o miles.
LAS RELIQUIAS
Llama la atención un cuadro del siglo XIX, que desde su infancia estuvo colgado en la sala de su casa. En las repisas pueden verse también colmillos de jabalí, un chamuscador de nopales, cañas de pescar, arcaicos bates de beisbol y puntas de flecha en piedra empleadas por las etnias indígenas de la región.
De sus experiencias campiranas los Vera Garza además se trajeron a la ciudad un becerro disecado, la pata de una yegua, una cadera de caballo; quijadas de cordero y hasta la mandíbula de un gran pez.
Asimismo cuernos de venados, el caparazón de una enorme tortuga y también viejos utensilios como lámparas de petróleo, planchas de brasas y un baúl de principios del siglo XX.
“Esta es una cabeza de caballo que la tenemos ahí porque fue un animal que nos paseó a nosotros mucho. Era de mi papá, le decían el Zaino”, recordó emocionado.
En el monte, indicó, sus familiares se encontraron objetos de cerámica, hachas y armas de madera que usaron los antiguos nativos como método de defensa.
En exposición don Máximo tiene también algunas herramientas para construir las líneas del ferrocarril. Dice ser un hombre agradecido con la vida, por eso conserva enmarcada la fotografía de un chivo que le dio de comer a él y su familia. Mencionó que ese animal dejó una descendencia de alrededor de 300 cabras que daban arriba de dos litros de leche.
Pero en este espacio no podían faltar las monedas y los billetes antiguos, no solamente de México, sino de otras naciones como de Perú, Colombia y Argentina.
“Cada día tratamos de mejorar el museo”, agregó este apasionado coleccionista, quien cuenta por separado la historia de cada objeto que aquí se conserva, como un par de parquímetros en desuso, vetustas matrículas, anzuelos para pescar y también fotografías del Reynosa antiguo y del primer puente internacional.
Desde señalamientos de tránsito marcados por los impactos de las balas, hasta discos de acetato, cámaras fotográficas y proyectores de película, la compilación de esta familia es muy variada y vistosa. Al igual cuenta con ruedas de carreta, madera petrificada y fragmentos de roca de cuarzo, granito, obsidiana y caliza.
UNA VIDA DE RECUERDOS
Lucen en estas paredes las imágenes de los abuelos, de los primos, de su época de juventud y de los seres queridos ya fallecidos, como su primera esposa Hilda Ninfa Alanís Valdés, extinta hace más de 20 años.
Don Máximo reconoció que siempre fue una persona inquieta, que desempeñó diferentes oficios y que viajó por muchos rincones del país, donde también pudo enriquecer esta afición como coleccionista.
“Aquí tengo una fotografía de 1960 cuando trabajaba en Petróleos Mexicanos. Me jubilé como perforador con el nivel 23”, comentó.
De hecho, don Máximo es de los primeros obreros que en la década de los años setenta construyó la refinería de Salina Cruz, Oaxaca. Laboró cerca de 35 años para la paraestatal mexicana, pero antes se desempeñó como tablajero en una carnicería.
“Uy, eso era cuando todavía no existían las bolsas de plástico, más que solamente de papel. Y luego también me dediqué a la ganadería”, mencionó.
El ahora comerciante, agricultor y coleccionista, dijo que ocasionalmente hace convivios con su familia e invita a sus amigos para que puedan apreciar un pedazo de la historia.
“A la mayoría de la gente le platico de este pequeño recinto. Mi deseo es que perdure, porque es de los pocos espacios así que existen en Reynosa”, afirmó de manera cordial y atenta.
Lo que nació con sus antepasados como una costumbre de atesorar objetos que fueron parte de sus vidas cotidianas, más que bienes económicos, esta costumbre es para don Máximo una herencia que ahora comparte con su familia. v