
Para muchos la construcción del Puente Internacional Reynosa-Hidalgo (en el año de 1926) está más relacionada con una época de bonanza, prosperidad y crecimiento económico en la región; en un medio de confluencia entre dos poblaciones y culturas separadas por el río Bravo, pero existe un aspecto que con este vínculo llegó implícito y se exponenció en la frontera de Reynosa: el turismo sexual.
De acuerdo con el antropólogo por la Universidad de Texas en Austin, Martín Salinas Rivera, y quien funge actualmente como cronista de la ciudad, la “Prohibición del Licor” en Estados Unidos, fue un fenómeno que provocó que la gente cruzara hacia México no solamente para adquirirlo, sino también para desahogar sus apetitos.
Esto rápidamente representó un negocio de giros negros que fue capitalizado y generó una derrama económica importante, tanto para quienes estuvieron involucrados como para el ayuntamiento, sin importar que la población en sí fuera tradicionalista y conservadora.
De esto incluso, menciona el historiador que se escribió un libro, The Nickel Plated Highway to Hell (La carretera niquelada al Infierno) de Griffin Spence.
“Es una publicación en inglés que menciona que el camino de McAllen al puente internacional de Hidalgo-Reynosa era el de la perdición. Que estaba pavimentado con nickels americanos, porque había casas de juego, pero también todo esto relacionado con el turismo sexual”, señala.
JUEGO Y PERDICION
Lo que según investigadores llevó a hacer aquel señalamiento de que “Reynosa era Las Vegas en chiquita”, era precisamente el apogeo de visitantes estadounidenses que dilapidaron carretadas de dólares en hoteles, restaurantes, actividades cinegéticas, pero también en bares, casinos, centros nocturnos y más específicamente en servicios de prostitución.
“Lo que sucede es que desde la época de la Revolución Mexicana ya hay esta cuestión del turismo sexual, que se enfatiza en los años veinte con la Prohibición del Licor en Estados Unidos y lo que es el Archivo Municipal cuenta con una serie de documentos de las casas de asignación, que son los cabarets y además dentro del ramo existía lo que se conoce como las casas de citas, unos lugares que tienen mujeres (que ofrecían sexo a cambio de dinero).
“La gente de la época acudía a estas casas que generalmente eran manejadas por mujeres, a las que les llamaban matronas. Estos sitios se encontraban regulados por los ayuntamientos, además de los cabarets, que eran negocios más grandes de bebidas y entretenimiento, música”, pormenoriza.
Salinas Rivera indica que la zona de la actual Central Camionera de Reynosa en su pasado estuvo ocupada no por uno, sino por muchos prostíbulos y cantinas, de los que existen hasta los planos y registros de los médicos que se encargaban de cuidar la salud de las mujeres que prestaban tales servicios y los clientes.
El entrevistado reconoce que en ese entonces no estaba muy popular el tema del VIH (Virus de Inmunodeficiencia Adquirida), pero sí otras enfermedades de carácter sexual, por lo cual se tenía una especie de reglamento.
“Había un médico forense en los años treinta, que era de escuela y otro empírico, los cuales se encargaban de la salubridad. Inclusive por la calle Ocampo existía una serie de casas de citas, que las controlaba también el gobierno municipal”, agrega.
Llama especialmente la atención que siendo Reynosa una ciudad con una población costumbrista los ayuntamientos vieron en ese tipo de giros una especie de “mina de oro”.
“Pues sí, eso viene por la cuestión del turismo, desde que se establece el Puente Internacional, y le da todo este cambio a la localidad”, comenta Salinas Rivera.
MOTELES
Sin embargo, para el experimentado fotógrafo municipal, Jesús Cavazos Reyes, quien durante más de cinco décadas ha sido testigo del acontecer cotidiano de esta fronteriza comunidad, este tipo de establecimientos llegaron para quedarse.
“Cuando yo llegué aquí en el año de 1966 había una serie de lugares que ya estaban en su apogeo, y me refiero precisamente a los hoteles de paso, de los que se clasificaban en tres clases: alta, media y baja, porque aquí era un pueblo de 125 mil habitantes y todos nos dábamos cuenta.
“La Posta era uno de los moteles de alcurnia que hubo en su momento. Se localizaba a una cuadra y media del Seguro Social (IMSS). Luego estaba el hotel Vista Hermosa, donde actualmente se sitúa el centro comercial HEB Hidalgo, que era para la clase media popular. Yo me refiero a finales de los sesenta”, relata.
El fotoperiodista explica que este tipo de negocios siempre disfrutó de popularidad, porque se localizaban hacia las salidas que tenía la ciudad, donde aún no llegaba la mancha urbana.
“Solía venir mucha gente del otro lado. Venían parejas desde allá, se hospedaban, a lo que venían, y vámonos para atrás otra vez. Los taxistas que esperaban en el puente internacional ya sabían, pues las llevaban y luego iban por ellas.
“Y luego en El Central estaban los cuartos de paso. Había giros mixtos, donde vendían cerveza y comida, pero aparte tenían anexos de usos múltiples, que eran esos cuartos de paso. Las Brisas era uno de los moteles más populares, y estaba cercano al canal Anzaldúas. Ahí era la terminal de los transportes Noreste sobre la Quintana Roo”, evoca.
Refiere que los hoteles de paso se enfocaron en otro tipo de necesidad, más enfocada hacia el tema de la sexualidad.
“Los cuartos de Abel eran otros muy famosos, que estaban a un lado de la Cruz Roja, y este tipo de lugares se fueron acabando, pero crearon otro tipo de hoteles más sofisticados y hubo la competencia. Luego cambió, se hicieron más modernos los hoteles de paso. Los de un principio pues ya no sobreviven, llegaron otros y los desbancaron, pero casi siempre eran colocados estratégicamente en las salidas de la ciudad”, afirma.
AMORES Y DESAMORES
Siendo un tema que para muchos es un tabú, los moteles de Reynosa fueron proliferando, al grado de llegar a haber decenas. El fotógrafo municipal reconoce que en estos lugares destinados a los encuentros y la pasión se derivaron historias de celos, traiciones, descubrimiento de maridos infieles y hasta hipotéticas tragedias.
“Como era la localidad pequeña se enteraba uno de casos de que una persona murió en el lugar de los hechos, feliz… hubo varios casos muy sonados en aquella época”, rememora.
Cuenta que el motel Texcoco era otro de los más famosos en el barrio de El Central. Describe que tenía dos o tres pisos y hasta hace unos dos o tres años aún funcionaba. Se ubicaba casi en frente del canal Anzaldúas y la calle Juárez.
“Por su lado Las Brisas permaneció por más de 30 años sirviendo como hotel de paso y giro mixto. Tenía un restaurante con venta de cerveza y su fisonomía era de madera, de cuatro aguas con techo de lámina.
“Existe una foto (tomada por el mismo Cavazos Reyes, que obra en poder del Archivo Municipal) de abril de 1972, durante una Semana Santa donde este lugar estaba siendo clausurado. La imagen se convirtió en histórica, porque retrató con exactitud el rostro de la prostitución en los hoteles.
“Llegó la policía y sanidad, y vámonos porque se iban a poner sellos, y el que se quedaba dentro pues ahí se quedaba, porque era un delito federal. Llevaba su almohada la chica de adelante, y la otra su bolsita saliendo del motel Las Brisas”, recuerda.
AHI ENCONTRABAN TRABAJO
Contrario a lo que pudiera pensarse los moteles no únicamente eran utilizados por parejas, sino también por viajeros y transportistas que requerían descansar unas cuantas horas, pero así también para enganchar a jornaleros.
“Estaban todavía en su auge los braceros, que ahí llegaban, los contrataban y de ahí se los llevaban a trabajar al lado americano. Aquellos que laboraban en los campos agrícolas tres o seis meses y se regresaban para atrás. Eran puntos de reunión.
“Había ya programas establecidos y quien se encargara de enganchar, ir a buscar, como le hacen ahorita en las maquiladoras, que mandan gente a Veracruz, a San Luis Potosí a traer gente, porque falta mano de obra, así era en aquel entonces para las pizcas y la agricultura”, recuerda.
Con los años los moteles de la ciudad algunos desaparecieron, otros fueron ocupados como cuarteles por fuerzas federales y muchos más siguen brindando servicio. La Asociación de Hoteles y Moteles de Reynosa menciona no tener un número exacto de cuántos establecimientos de este tipo hay en la ciudad, pero menciona que en general el servicio aunque es prácticamente muy similar, va enfocado hacia otro tipo de público y necesidades.
En tanto, el cronista municipal Salinas Rivera admite que Reynosa dificilmente podría ser imaginada sin la fisonomía de frontera que le dan estos lugares.
Siempre lugares misteriosos, polémicos –sobre todo cuando se encuentran cerca de universidades, iglesias y lugares concurridos–, los moteles son para muchos el rincón del amor, el desamor, los engaños, la locura y la pasión.
Lo cierto es que este sector es un tipo de comercio que según los investigadores se ha manejado diferente de una época a otra y sin importar los cambios en la sociedad, ha sobrevivido.
El desahogo
Debido a los problemas de sanidad que del turismo sexual se derivaron, los moteles pasaron a ser “un mal necesario”, según describe Cavazos Reyes.
“Tuvo que ser así, porque si no iba a ser un descontrol, igual que cuando el gobernador Emilio Martínez Manatou, mandó en 1981 a cerrar la zona de tolerancia y luego se vino una epidemia.
“Entonces se hizo un desorden, porque las mujeres rebasaron el límite de la zona para hacer el trabajo más antiguo del mundo por todas partes, generando un asunto de salud pública. Hoy en día sigue funcionando la zona de tolerancia, controlada, por eso se llama así, pues ahí se tolera todo”, comenta.
Por su parte el antropólogo Salinas Rivera cuenta una anécdota simpática de la época, antes que la zona fuera reabierta en 1984.
“Por todos lados se veía a las mujeres ejerciendo la prostitución, donde quiera. Era común ver que se paraba una, llegaba un carro la subía, le daba la vuelta a la manzana y la bajaba, porque cobraba mucho (risas), no llegaban a un acuerdo.
“Y había otra cosa, que los lugares de la zona rosa se llevaban mujeres para regentearlas ahí. Uno de ellos fue el famoso Zodiac. Ya era la época del disco en los setenta”, manifiesta.