Reportero narra cómo fue aquella noche que puso por primera vez sus pies en Estados Unidos y su aventura para recibir una visa americana.
La primera vez siempre es emocionante, y más cuando a los 28 años sólo conoces los Estados Unidos en películas y series o explorando territorios nuevos a través de Google Maps (jejeje).
Fue el martes 13 de septiembre a las 18:22 horas cuando iba sobre el puente internacional Anzaldúas en compañía de mi maestro y jefe Héctor Hugo Jiménez Castillo, su esposa Paola Almaraz de Jiménez y el bebé Héctor Hugo.
Eran muchas las historias que había escuchado sobre cómo hay que comportarse en el país americano, sobre todo en cuestión de vialidad, pues la más mínima falta a las señales o el reglamento, te puede costar multas de hasta 200 dólares, como el no llevar puesto el cinturón de seguridad.
Pero lo anterior no importaba tanto en mi primera vez, pues no iba manejando. Sólo iba de acompañante con mi amigo Héctor Hugo, quien por cierto fue el padrino de esta aventura y hasta me llevó con viáticos.
Iba con la ilusión de comprar unos
cacahuates que, a pesar de permanecer con cáscara, cuando los abres saben picositos y salados, los venden en las gasolineras el Tigre, por si quieren darse la vuelta; son buenísimos para acompañar una cerveza.
Llegamos a donde se encontraban los agentes fronterizos y le pasé mi Visa al licenciado Hugo, la mostró y avanzamos, por cierto, no nos hicieron muchas preguntas, o ¿será que llevábamos un ciudadano americano de siete meses?, quien sabe, pero pasamos “de volada”.
La bandera estadounidense ondeaba en todo su esplendor, el asfalto parecía nuevo; como cuando el alcalde Pepe Elías
inauguraba un acceso a una primaria, ¿o será que así lo veía porque no pude ver ni un solo bache?
Llegamos a una tienda de bebés y después de las diligencias nos fuimos al Burlington; en los trayectos me decía el licenciado Hugo: “Igual que en Reynosa, verdad?”, yo respondía que sí, que no me perdía de nada, luego soltábamos la carcajada.
De una manera muy rápida me dio consejos y me explicaba cuáles eran las principales avenidas, a donde me llevaban y todo lo que conlleva manejar en aquel país.
Se dieron las 20:30 horas, aproximadamente, y entramos en un Walmart, no sé si era el hecho de estar en Gringolandia, pero todo me parecía espectacular, hasta los carritos del mandado.
Mi primera compra fueron unos jugos de la marca Kool-Aid, eran para mi hermana que le gustan mucho y como en México, o al menos en Monterrey y Reynosa, ya no venden, tuve que comprarlos en aquel lado.
Parecía niño chiquito cuando lo llevan a un parque de diversiones, así estaba maravillado en mi primera visita a los Estados Unidos, pero como era un viaje exprés teníamos que regresar en esa misma noche.
Para culminar la aventura fuimos al restaurant de hamburguesas Whataburguer, también patrocinadas por el jefe. Hay que recalcar que fuimos a ese lugar, no por falta de dinero, sino que ya no convenía entrar a un bufet, pues eran casi las 21:00 horas.
Llegamos al lugar y cada quien pedimos lo que se nos antojó. Cuando me servía el refresco, el licenciado Hugo le dijo a la chica del mostrador que era mi primera visita y que estaba nervioso, ella respondió que no había motivo para eso.
Muy cordialmente me dio la bienvenida y me orientó para no caer en las garras de los agentes policiales: “No pasa nada, señor; nada más no maneje borracho y verá que todo está en orden”, comentó con una gran sonrisa.
Luego de terminar nuestros sagrados alimentos, nos dispusimos a partir a nuestra hermosa ciudad de Reynosa, a la salida me topé con un vagabundo gringo, que hasta se veía elegante.
Así fue la primera vez y prometí volver para internarme más hacia el norte, me dicen que San Antonio es una de las ciudades más bonitas de Texas, luego les cuento cómo me vaya en esa visita.
Todo inicio de esta manera
Todo comenzó el pasado junio cuando acudí a tramitar mi credencial de elector —soy originario de Monterrey y me rehusaba a regularizarme fronterizo—, ese fue el primer paso para poder disfrutar mi primera vez.
Fue un relajo. Ya había sido dado de baja del padrón electoral y no tenía identificación oficial, no me querían aceptar mi antigua Cartilla Militar, sin embargo, después de insistir varios días, por fin un 19 de junio tenía mi identificación del INE.
Luego vendría el trámite del Pasaporte, un paso más sencillo, pero no menos costoso (dicen que los de Monterrey somos codos y a lo mejor les ando dando la razón), pero no importa, dinero es dinero.
Por fin, tenía los dos documentos que te piden en el Consulado Americano para iniciar con el trámite de la visa.
Paquito, mi compañero de trabajo, ya tenía su plástico que lo acreditaba para poder cruzar legalmente a “Gringolandia”, no me podía quedar atrás, más porque quería dejar de meterme al Google Maps y explorar Estados de aquel país.
“Buenas tardes, ¿Qué papeles tengo que llevar para ir preparado a la cita del Consulado Americano?”, le pregunté a Francisco González, la persona que se encargó de llenar la solicitud. Por cierto su oficina está ubicada en la calle Nuevo León y Occidental de la colonia Rodríguez.
“Tráigase todos estos documentos”, contestó al tiempo que me dio una lista de todo lo que tendría que llevar para ir preparado y tener mayores posibilidades de que la visa me fuera aprobada.
Se llegó el 29 de agosto y acudí al Centro de Atención a Solicitantes (CAS) en Matamoros a que me tomaran la foto y las huellas, por cierto, ese día iba temblando de los nervios que se incrementaron cuando me dijeron que no tenían sistema y tendría que esperar más de una hora.
Un día antes (domingo) estaba en la casa de mi primer editor y amigo, Agustín Lozano, nos tomamos seis litros de Clamato con cerveza y vodka, se me hace que por eso temblaba en el CAS y no por los nervios.
Para el 30 de agosto todo fue más sencillo y relajado: “Buenos días, ¿cuál es el motivo de su visita a los Estados Unidos?”, me preguntaron en el Consulado.
“Quiero ir de compras”, contesté tajante y seguro. Si supiera que voy a la tienda de la esquina, pido fiado y me lo apuntan en un cartón de cigarros, es broma, no se crean.
—¿A qué se dedica?—, me cuestionó.
—Soy reportero, trabajo en Hora Cero—, respondí que trabajaba en Hora Cero porque antes de entrar, un guardia me dijo: “Antes nos traían el Hora Cero”, supuse que los del interior lo conocían, estoy seguro que sí.
“¿Trae papeles de su empresa?”, sí, contesté mientras los pasaba por la ranura de la ventanilla. Los miró y entonces dijo una frase que parecía que iba acompañada con música celestial: —estoy seguro que mucha gente sabe de lo que escribo— “Su solicitud de visa fue aprobada”.
Le ponen fiesta y color a celebración del Conalep
En el marco de los festejos del 35 aniversario de la fundación del Colegio Nacional de Educación Profesional y Técnica (Conalep) Reynosa, el director de la institución, Oscar Armengol Guerra Corsa, organizó diversos eventos deportivos, académicos y culturales.
“El 1 de septiembre de 1981 se decretó la creación del Conalep Reynosa, siendo el plantel 129 a nivel nacional que ofrecería carreras técnicas para los jóvenes de la frontera norte de Tamaulipas”, indicó.
Debido a que el programa de eventos se extendió durante todo el mes, el jueves 15 de septiembre se conmemoró “El Grito de Independencia” con un gran baile a cargo de la banda ‘Consenzao’, que puso a bailar a los estudiantes a ritmo de cumbias y rancheras.
“Mezclamos los festejos patrios con el aniversario de nuestra escuela y organizamos un excelente baile para conmemorar las fiestas, los alumnos quedaron muy contentos con la actividad”, expresó.
En el evento se coronó a la alumna de primer año, Arely Mata Baltazar, como la Reyna del 35 aniversario del recinto educativo.
El presidente del Comité de Vinculación del Conalep, Alberto Lara Bazaldúa, señaló que es un honor formar parte de una institución que a lo largo de 35 años ha contribuido al desarrollo de la región.
“Esta escuela no sólo se encarga de preparar jóvenes en el área técnica para que se desempeñen en alguna empresa, sino que también forma seres humanos con buenos valores que a su vez contribuyen al crecimiento de esta ciudad”, enfatizó Lara Bazaldúa.
Guerra Corsa precisó que a lo largo de los 35 años se han consolidado como una de las mejores instituciones que prepara técnicos en diversas áreas, pues su cercanía con las empresas hace que proporcionen una mejor instrucción.
“El símbolo del Conalep son dos manos enganchadas que significa la unión entre los alumnos y el área laboral, representa la relación que tenemos con grandes empresas a nivel nacional e internacional”, puntualizó.
El director recalcó que seguirá sumando esfuerzos para fortalecer el plantel y así beneficiar a los más de mil 500 estudiantes que hay actualmente en las aulas.
“En este sexenio se otorgaron más de 8 millones de pesos que fueron invertidos en infraestructura para transformación del inmueble, esperemos seguir mejorando”, finalizó.