Atrás quedaron los días de tristeza y angustia para una madre originaria de Oaxaca y residente de Reynosa, víctima del robo de su recién nacida a manos de su propio esposo.
Luego de años y años de intensa búsqueda, Soledad ha vuelto a sonreír al dar con el paradero de su hija Wendy González Gijón, quien en la actualidad lleva el nombre Ana Paola y cuya identidad fue cambiada por su padre para impedir que fuera localizada.
Convertida en una mujer de 20 años, estudiante de la carrera de Enfermería en la Universidad Autónoma de Sinaloa (UAS), la niña “arrebatada” de Soledad radica en el municipio de Villa Unión, a unos 30 kilómetros al sureste de Mazatlán.
Hasta ese lugar llegó su madre el pasado 2 de noviembre y sólo un día después ya tenía a Wendy en los brazos, gracias a que prodigiosamente una persona la reconoció en una fotografía tomada hace 17 años.
“Me siento muy agradecida con Dios porque aún cuando hay muchas personas que ya no vuelven a ver a sus hijos yo sí pude encontrar a mi criatura. Es una sensación indescriptible”, detalló Soledad.
La entonces bebé –quien fue registrada con el acta 204419 del Registro Civil de Santa María del Tule, Oaxaca– fue regalada por su progenitor a la familia Inda González, la cual le dio cobijo y educación. Del padre biológico sólo se sabe que falleció hace 13 años.
Como un cuento con final feliz, Soledad fue recibida con agrado por su hija, quién años atrás se enteró de la verdad, aunque desconocía en qué rincón de México se localizaba la mujer que la vio nacer. Un secreto que su papá se llevó a la tumba.
Entrevistada en su casa de la colonia Jardines Coloniales –a su regreso de Sinaloa–, la dichosa mamá no cabe de la emoción de haber hallado a Wendy y saber que se encuentra saludable y que próximamente conocerá a sus demás hermanos.
“En todos estos años le pedí mucho a Dios por su vida y que las personas que la tuvieran la trataran bien y no le pasara nada malo”, relató emocionada.
La mujer de negra cabellera y morena piel no puede evitar derramar más lágrimas, aunque ahora son producto de su felicidad.
“Dios es grande y hace milagros y a El me aferré. Me decía con fe un día yo voy a ver mi hija… ahora que la tuve de cerca comprobé que es como me la imaginaba: delgada de su cara, chiquita, muy exquisita”, subrayó junto a los nuevos retratos de Wendy que exhibe en su sala.
JORNADA NEGRA
A su decir, Soledad vivió bajo recurrentes maltratos físicos propinados por el procreador de su hija, quien estuvo enlistado en el Ejército Mexicano del que desertó. Jamás pensó que su desequilibrado carácter lo haría cometer tanta crueldad.
Una tarde de 1989 al volver de su trabajo, esta madre se encontró con que la menor de seis meses y su marido no aparecían. Los buscó por días hasta enterarse que su misma pareja había huido con rumbo desconocido llevándose el fruto de su vientre.
Desde entonces transcurrieron casi 20 años sin la certeza de que volvería a verla. Veinte años de aflicción, súplica y frustración.
La familia paterna de Wendy (con domicilio en Ixtepec, Oaxaca) tampoco supo de ella, solamente tenía en su poder varias fotografías del tercer aniversario de la niña que les hizo llegar el raptor, mismas que entregaron a Soledad.
“Recorrí muchos lugares en busca de noticias, pero nadie me daba razón de ella ni de la persona que me la quitó. Unas fotos de chiquita eran lo más cercano a mi hija”, recordó.
Así, cada 2 de enero (natalicio de Wendy), cada Navidad y cada Día de las Madres eran fechas vacías para Soledad y a la vez llenas de nostalgia; sin embargo, ese sentimiento se profundizó cuando la joven cumpliría 15 años.
“Había una tristeza en mí por no tener a mi hija conmigo. Me sentía incompleta. Uno de mis grandes anhelos fue hacerle su quinceañera, pero me despojaron de su infancia sin motivo, sin piedad. Ella fue creciendo en mi mente y en mi corazón”, describió la madre afectada.
En ese contexto la entrevistada comentó que a donde quiera que iba, Wendy la acompañaba.
“Al despertarme me levantaba con ella, al acostarme me dormía con ella. En mi trabajo también meditaba en ella. La miraba en el rostro de una adolescente, de una señorita”, evocó la también empleada de guardería.
UN DESTELLO DE ESPERANZA
Pero en mayo pasado –cuando parecía que su destino sería llorar para siempre a su hija desaparecida–, una pista le devolvió las fuerzas a esta mujer que se autodefine como “muy creyente de Dios”.
“Pude contactar a unos familiares de mi ex marido en Oaxaca, quienes me proporcionaron un domicilio donde presuntamente vivía mi hija en el Estado de Sinaloa. Eso me inyectó nuevas energías, pero no contaba con los medios económicos para salir en su busca”, dijo.
“Milagrosamente”, como Soledad lo describe, se le fueron abriendo una a una las puertas que la conducirían hasta Wendy, desconociendo que su ex pareja le había puesto por nombre Ana Paola.
Fue entonces que a finales de octubre (del año en curso) la sufrida madre entabló una “asombrosa” conexión con la familia Figueroa Angulo, originaria de esa entidad al occidente del país, la cual jugó un papel preponderante en su añeja búsqueda.
“Recibí una llamada de mi hijo mayor y nuera dándome la noticia de que los padres de unos amigos suyos podían recibirme en el puerto de Mazatlán y ayudarme a ir en pos de mi sueño. Sentí que era una señal de Dios”, afirmó.
No obstante, el domicilio que Soledad tenía de Wendy (marcado con el número 138 de la calle Constitución en el municipio de Villa Unión) era falso. Aún así emprendió el viaje con poco dinero en su bolso.
Al arribar al lugar descubrió lo que tanto se temía: la habían engañado con datos erróneos.
“Un mar de pensamientos me nublaron la cabeza de que a lo mejor no la encontraría en esa tierra lejana, pero hubo algo que alimentó mi ilusión: la foto de mi niña fue tomada en un kiosco idéntico al que encontré en ese poblado”, indicó.
EL REENCUENTRO
Al siguiente día, el 3 de noviembre, la vida le dio un giro a Soledad, quien junto a los integrantes de la familia que la hospedó inició un maratoniano rastreo calle por calle, casa por casa.
“Nos topamos con algunas muchachas que tenían las características de Wendy, pero ninguna era mi hija. Todo cambió cuando (casi exhaustos) llegamos a otra esquina y le preguntamos a unas personas si conocían a la niña que estaba en la foto.
“Un señor me respondió que efectivamente sí la conocía, pero que se llamaba Ana Paola. Mi corazón se esponjó al decirme atónito que hace 17 años él personalmente colgó la piñata que sale en la fotografía”, mencionó.
Por primera vez el suceso parecía consumarse… Así que contenta, Soledad se dirigió a la dirección que le dio tal anciano, pero no estaba la dueña de la casa y debió aguardar minutos de infarto.
“Gritaron ‘Anita’, a ¿qué hora llega mi mamá? y cuando ella se asomó me regocijé, pero me contuve, porque no sabía si mi niña conocía la verdad.
“Su hermana le dijo: saluda y en eso sentí un frío en mi mano y la miré fijamente. Fue el primer contacto que tuve con ella después de tanto tiempo. Wendy luego me comentó que tenía muchas ganas de llorar, pero no sabía por qué”, refirió la feliz madre.
Al volver la señora Leonor González, quien durante casi 20 años cuidó de la joven, Soledad le contó que había llegado hasta su hogar en busca de su hija robada y, contrario a lo que se imaginó, fue acogida de amable modo.
“Le enseñé las fotos con las que comprobó que era yo la mamá. Me preguntó ‘¿por qué hasta ahora?’ Le platiqué todo por lo que pasé para llegar hasta ella”, añadió.
Entonces la familia Inda González llamó a la joven –que se encontraba afuera de su casa–, para revelarle que Soledad era su verdadera madre. La vida no podía ser más emocionante para los que ahí se encontraban.
“Ella es tu mamá, le dijo cariñosamente la señora Leonor y donde mi hija volteó a verme yo me levanté y le dije que la he buscado siempre… Ahí nos abrazamos, la besé; me la quería comer de besos y abrazos”, dijo con más lágrimas en su rostro la agradecida mujer.
Luego Wendy le dirigió las primeras palabras de una manera por demás conmovedora. Me preguntó que cómo me llamaba y le dije que Soledad. Me estrechó y sentí fortalecida.
“Luego le enseñé las fotos de sus hermanos y ella veía el parecido que tiene con ellos y lloraba, lloraba y lloraba… En eso me llamó uno de mis hijos y se lo puse al teléfono y todos seguimos llorando”, recordó sonriente.
Desde ahora el futuro de esta madre e hija será distinto. Ambas se ganaron una nueva familia y comprobaron que el amor puede borrar las heridas. Dos semanas fueron escasas para tratarse.
Aunque Soledad regresó a Reynosa, pronto volverá a reunirse con su hija a la que considera se encuentra en buenas manos.
“Le agradezco mucho a Dios y a la señora Leonor que la cuidó y se desveló con ella. No tengo con qué pagarle todo lo que ha hecho por mi hija y sólo deseo que Dios le bendiga”, señaló.
Vía telefónica Wendy se mostró agradecida por este hecho y se propuso recuperar todos los años que ha permanecido lejos de su verdadera madre. Debido a su impresión no pudo pronunciar más palabras.
Por su lado, Soledad reprobó el que un hijo sea apartado de sus padres. Deseó que su historia pueda servir para evitar casos similares.