
Era poco más de la una de la tarde; el sol brillaba en todo su esplendor y toneladas de desechos ardían en el basurero Las Anacuas. La intensidad del humo, apenas dejaba ver unas siluetas.
A lo lejos, parecía que eran hombres tratando de apagar el fuego que cada vez crecía más a consecuencia del viento.
Sin embargo y conforme pasaba el tiempo, el aire disipaba la atmosfera y las figuras humanas iban tomando su verdadera identidad: eran un grupo de niños que entre el intenso humo recolectaban artículos de fierro que después venderían para sacar unos cuantos pesos.
La intensidad de la temperatura que había en el lugar no les importaba, sólo detenían su trabajo para depositar los fierros que recolectaban en un costal blanco de plástico que se encontraba a la orilla del basurero.
Para llegar hasta donde se encuentran estos niños pepenadores se tiene que cruzar una barrera de moscas que se alborotaban al menor movimiento. Cada paso provoca el levantamiento del enjambre que se confunde con los desechos.
Sentir el choque de estos insectos contra el cuerpo hace un poco torpe el andar, pues la primera reacción es espantarlos para evitar alguna enfermedad; cosa que a los pequeños pepenadores no les preocupa, ya que están acostumbrados al lugar y al ambiente.
Bolsas de plástico, muebles de madera, juguetes y monos de peluche se percibían en el andar; nada que los pepenadores no puedan sacarle provecho.
Apenas nos acercamos al lugar, nos topamos con Gerardo, un menor de 13 años que debido a la falta de maestros decidió abandonar la escuela y ayudar a sus padres en la pepena.
Aseguró que si le gusta estudiar, pero la falta constante de maestros en la primaria de la colonia Ramón Pérez, lo desanimó y optó por trabajar con sus padres en el basurero Las Anacuas.
El adolescente cuya piel ha sido severamente dañada por el sol, inicia su jornada a las siete de mañana; a esa hora llega junto con sus padres al depósito de basura, donde comienza a recolectar cuanto fierro se encuentre a su paso, mismo que venderá por kilo a un precio de tres pesos con 20 centavos el kilo.
El no sabe de juegos, al menos entre semana; mucho menos de máquinas de video donde niños de su edad pasan horas divirtiéndose; dice conocerlas, pero nunca las ha utilizado, pues los 800 pesos que logra juntar con su familia de lunes a viernes apenas si les alcanza para comprar la comida de la semana.
“No me gusta la pepena, pero no tengo de otra más que ayudarle a mis papás”, dijo el menor mientras miraba hacia el suelo.
–¿Y tus padres, no te dicen que debes seguir estudiando?
–” Si pero, ahorita andamos buscando fierro para vender, a lo mejor después entro de nuevo a la escuela”.
CAMBIA LA VANIDAD POR LA PEPENA
Más adelante, está Adela junto con su hermana, las dos también pepenaban, cada una portaba una vara cuya punta de acero penetraba fácilmente los botes de aluminio y lámina que se encontraban a su paso.
La joven de 15 años de edad (aunque aparenta menos), aseguró que sólo terminó la educación primaria y que no quiso seguir porque la escuela no le gustaba.
“Yo estudié completita la primaria, pero ya no quise la secundaria, no me llamaba la atención”, precisó la muchacha cuya tez estaba tan maltratada por el sol y unas manos tan ásperas, que fácil se confundirían con las de un hombre.
El estuche de maquillaje difícilmente cubriría la huella que el astro rey ha dejado en su rostro y mucho menos taparía esa enorme sonrisa con la que realiza su trabajo, pues dice que aunque no le gusta, lo tiene que hacer, ya que se ahí sale el dinero para comprar lo que come no solo ella, sino también sus padres y sus hermanos.
“A mí la verdad no me gusta mucho esto, pero tampoco lo veo mal, al menos juntamos como 5 costales (con fierro) que después mi papa vende”, mencionó.
Al cuestionarle si era preferible trabajar en la pepena de basura que seguir estudiando, fue tajante al decir: “A mi ya no me gustó la escuela, por eso ya no seguí”.
Segura de lo que decía y sin temor a las palabras, comenta que inicia su trabajo desde muy temprano y sólo se detiene para comer los alimentos que su madre le prepara; después a volver al montón de basura.
Aunque está en la edad en la que cualquier chica de su edad sueña con el primer amor, Adela no piensa en novios, al menos por el momento, ya que ahora el mayor tiempo de su vida la pasa entre basura y las moscas.
SALUD EN RIESGO
La insalubridad que existe en el lugar es tanta, que es imposible no contraer una enfermedad, sobre todo en la piel. El dengue es otro problema al que están expuestos estos pequeños pepenadores debido al cúmulo de llantas almacenadas por el municipio, que sirven para la proliferación del zancudo transmisor.
Quienes viven de la pepena se ven expuestos a graves riesgos en su salud, debido al contacto directo que tienen con los residuos y que muchas de las veces lo hacen de manera directa y sin protección.
Frecuentemente niños y adultos dedicados a esta actividad padecen enfermedades respiratorias, dermatitis, quemaduras de sol, conjuntivitis, y parasitismo intestinal dijeron autoridades de salud.
Por ello deben de llevar un control médico constante y evitar con ello una complicación.
Como siempre sucede, hay personas quienes, sin exponer su salud, sacan provecho del trabajo de los pepenadores y obtienen mayores ingresos.
De acuerdo a datos del Unicef, en México el 94 por ciento de los pepenadores recolectan objetos reciclables como latas, fierro, papel, botellas de plástico y aluminio que luego son vendidos a intermediarios que sin lugar a dudas obtienen más provecho de esta actividad.