Incertidumbre, pánico, psicosis y muerte son las sensaciones que llegan a la mente de quienes vivieron el terremoto del 19 de septiembre de 1985. Escarbar en los recuerdos es igual a remover los escombros de aquel evento fatídico, un movimiento telúrico de 8.1 grados en la escala de Richter que conmovió el centro de la Ciudad de México hasta sus cimientos.
Esa fecha comenzó como un día cotidiano y se convirtió en un jueves negro, de luto, llanto y desesperación. Minutos luego del temblor la naturaleza demostró su señorío a los capitalinos quienes se sintieron impotentes ante la magnitud de su poder.
Los movimientos de 1985 le recordaron al país entero la fragilidad de la vida humana ante una catástrofe de estas dimensiones. Los oscuros días del 19 y 20 de septiembre marcarían a los citadinos de la gran urbe mexicana, quienes identificarían su vida con un antes y después del terremoto.
Dos minutos bastaron para que el sismo dejara una estela de destrucción a su paso, derrumbara edificios y terminara con la vida de miles de capitalinos que no esperaban el desastre que les ocurriría en punto de las 7:19 de la mañana. Luego del temblor: el caos.
No se tenía consciencia del colapso que sucumbió a la ciudad. Quienes lograron salir de sus viviendas se encontraron con la desolación de ver desplomados los magnos edificios y sólo después de escuchar las sirenas se dieron cuenta de lo sucedido. Después de esos primeros minutos siguió buscar a los sobrevivientes y localizar a la familia. Son los primeros pasos, ayudar es la única premisa.
Corrimos con suerte
Miedo. Es el primer recuerdo que tiene Sonia Ordaz Hernández de la catástrofe. En ese entonces tenía 23 años y toda su vida había transcurrido en la Ciudad de México. La colonia Santa Ursula, de la delegación Coyoacán, era el hogar donde vivía con su esposo y sus dos hijos; la mayor de cuatro años y el más pequeño de tres meses de nacido.
La entrevistada ahora radica con su familia en esta ciudad fronteriza y narra como ella, al igual que miles de mexicanos, vivió el temblor del 19 de septiembre del 1985.
Recuerda: “Ese día desperté a las 6:15 de la mañana, mi esposo trabajaba de noche y prácticamente acababa de llegar; en ese momento estábamos viendo las noticias de Guillermo Ochoa, todo transcurría como un día normal.
“De pronto sentí que la cama se movía de un lado a otro y la de mi niña rodaba de pared a pared. Me levanté muy asustada y le dije a mi esposo que despertara porque estaba temblando. México es una ciudad donde esporádicamente tiembla, nos habían tocado pequeños sismos de a lo mucho 40 segundos, explica la capitalina.
“Al percibir más fuerte el movimiento, mi esposo y yo nos paramos como pudimos.Tomé a mi niña mientras él iba por el bebé, nos pusimos en la orilla de la puerta y perdimos contacto con todo”, dice.
Recapitula: “Cuando sientes un temblor la realidad se ve diferente. Pierdes la noción del tiempo, el miedo te hace sentir que han pasado muchos minutos cuando en realidad son unos pocos”.
Mientras se resguardaba en su vivienda, Sonia refiere los pensamientos que llegaron a su mente cuando observaba como sus pertenencias se movían al son del movimiento telúrico. Las vajillas y adornos se quebraban en el suelo y los armarios arrojaban todo lo que había en su interior.
“Pensé en mi mamá, mis hermanos, toda mi familia. ¿Cómo estarían pasando esa desgracia? yo estaba con mi esposo, mis hijos; corrí con suerte al tenerlos a mi lado. En esos momentos se te vienen muchas cosas a la mente, no puedes creer que en pocos segundos recorras toda tu vida pero así es; eso es lo que haces mientras ves que todas tus pertenencias se mueven de un lado a otro”.
Dos minutos después regresó la calma. Una tensa tranquilidad se dejó sentir en el ambiente, no había teléfono ni corriente eléctrica. Lo siguiente fue organizarse para tener noticias de la situación en que se encontraban sus familiares.
“Cuando quise prender al televisión, no había señal; por el radio no te decían nada, sólo que no saliéramos de nuestras casas, que no nos moviéramos de donde estábamos”, dice.
No obstante a esas recomendaciones, Sonia recuerda que salió a buscar alguna noticia de lo que había sucedido.
“Salí en bata y en chanclas a buscar un teléfono porque donde vivíamos no había línea, quería comunicarme pero no había como hacerlo. Lo primero que observé fue a todos mis vecinos en la calle, algunos en ropa interior.
“¿Verdad que sí duró mucho?, era la exclamación de todos los vecinos. Nadie quería meterse a sus casas porque el sismo había durado mucho tiempo. Nos quedamos afuera esperando la réplica –que siempre ocurre cuando hay un sismo– nos daba terror meternos a las casas”, menciona.
Aunque en la colonia de Sonia no hubo severos daños materiales, comenta que el pánico que se vivía era permanente.
“En esa colonia los cimientos son de piedra. Sientes el temblor, pero los daños no fueron de la misma magnitud que en el centro de la ciudad. El pánico duró todo el día. Viviendo en México el miedo a los temblores dura para siempre, porque siempre vas a estar con la alerta de que en cualquier momento va a volver a temblar, no sabes cuando, pero siempre vas a estar a la expectativa”.
A las 9:20 AM se restableció la comunicación a través de la señal de televisión así fue como la entrevistada y sus vecinos se dieron cuenta de la magnitud de la tragedia. Ordaz manifiesta el asombro con el que sus ojos vieron las imágenes de los edificios desplomados en el centro de la ciudad de México.
“No lo creíamos. Al momento del temblor no sentimos la magnitud de lo que en ese momento estábamos viviendo. Ver los edificios uno encima de otro, la gente tratando de sacar a las personas, aquellos que se quedaron atrapados entre los escombros… lo único que pensaba era que no podía ser posible tanta destrucción en tan pocos segundos”.
Aunque la familia de Sonia Ordaz resultó ilesa, miles de defeños no tuvieron la misma suerte.Al enterarse de la tragedia que envolvía a la ciudad lo que siguió para el ama de casa y sus vecinos fue ayudar.
“En la colonia, la presidenta organizó una colecta de casa en casa para llevar agua, café, lo que fuera de alimento lo llevábamos a la delegación y de ahí lo canalizaban a quienes se quedaron esa noche sin nada. Tratábamos de darles un aliciente, que supieran que no estaban solos, de calmar un poco su dolor.
Mirando hacia atrás, la entrevistada, evoca las imágenes después del sismo.
“Si tú hubieras visto cómo los edificios estaban en nada, veías a la gente tratar de ayudar, cargar a un niño para que la mamá fuera a buscar a su otro hijo a ver si lo encontraba, son cosas que te cambian”.
Reflexiona: “En ese tiempo demostramos que los mexicanos somos muy unidos. A veces las cosas terribles nos unen, nos hacen más fuertes porque vimos el dolor de los demás y todos nos quisimos ayudar. Nos manteníamos informados de las noticias e hicimos equipo para llevar apoyos a las delegaciones que lo requerían, principalmente la del centro, que fue la más afectada.
A raíz de este suceso y en busca de una mejor oportunidad de vida, la familia de esta ama de casa decidió radicar en Reynosa, donde viven desde hace dos décadas; sin embargo, el recuerdo del temblor de ese día no se borra fácilmente.
Veintitrés años después del sismo la gratitud es el sentimiento que le invade cada aniversario del temblor.
“Le doy gracias a Dios de que me libró a mí y a mi familia, porque ese día se perdieron muchas vidas, murieron adultos, ancianos, niños. Lo único que puedo decir es que fue una experiencia muy dura, lamentas la muerte de toda la gente que falleció ese día, es algo muy triste que nunca lo puedes superar”, finaliza.
Un minuto antes: Oscar Armenta
“Si el temblor hubiera sido un minuto después, todos habríamos muerto”, asegura Oscar Armenta al recordar el sismo del 19 de septiembre de 1985. “Dos o tres minutos después hubiéramos estado en los salones de clase”, dice el entrevistado, quien a más de dos décadas después del suceso todavía se estremece al recordarlo.
Oscar Armenta estudiaba en la secundaria número 3 de la colonia Obrera; ubicada en la avenida Chapultepec, en el primer cuadro de la Ciudad de México, a dos kilómetros del Zócalo. Debido a que sus padres trabajaban en edificios cercanos a la secundaria acostumbraba llegar temprano a su centro de estudio; la hora oficial para entrar a clases era a las 7:20.
En ese momento Oscar se encontraba con el grueso de los alumnos en el patio escolar. A las 7:19 de la mañana, los relojes se estremecieron cuando comenzó el sismo y la tragedia de muchos. Sin embargo,los adolescentes no fueron conscientes de lo que estaba pasando hasta que vieron desplomarse su edificio.
“Al sentir los primeros movimientos lo primero que pensé es que me estaba mareando. Otras ocasiones habían sufrido mareos, pero en pocos segundos entendí que se trataba de un terremoto. Sólo había vivido dos temblores en mi vida, habían sido de noche y no tan fuertes, así que cuando comenzó el movimiento el impacto que tuvimos fue bastante fuerte.
“Como en otras secundarias, el patio se encontraba en medio de los edificios de los salones y los alumnos estábamos allí, salvo algunos que se habían quedado en los salones. Yo estaba viendo al edificio de enfrente y a mi lado derecho se cayó un tinaco, comenzamos a correr de un lado a otro para intentar protegernos.
“De pronto alguien gritó ¡un temblor!, todos trataron de agruparse hacia el centro del patio porque de un lado se cayó el tinaco y del otro estaba el edificio principal que tampoco era seguro… el movimiento fue de sólo unos segundos que se hicieron eternos”, asegura.
El sonido de los cristales quebrándose avisó que el edificio estaba a punto de derrumbarse. Durante esos minutos de terror, lo único que recuerda son los gritos de sus compañeros y el estruendo de la construcción desplomándose; al final, sólo una nube blanca.
“Recuerdo haber visto a un señor de mantenimiento que estaba en la azotea del edificio que se derrumbó; cuando salió no le cayó nada encima, pero sí estaba descalabrado. El edificio que se cayó era el que daba a la calle y nosotros no teníamos manera de saber que estaba pasando afuera… escuchábamos gemidos dentro de los escombros, había compañeros que se habían quedado adentro.
“Al disiparse la nube, lo primero que hicimos fue buscar a nuestros compañeros más cercanos, ver que tus amigos estuvieran bien. Los maestros nos pidieron que no nos acercáramos al edificio”, menciona Oscar.
Los alumnos tuvieron una tensa calma que se prolongó por dos horas, cuando llegaron los bomberos que debido a la cantidad de edificios caídos en la avenida Chapultepec demoraron.No bien se abrió una salida para los estudiantes, cientos de padres de familia ya se encontraban fuera de la escuela esperando a sus hijos.
“En cuanto nos sacaron de la escuela llegó mi madre quien trabajaba en una secundaria cercana. Cuando salgo y la encuentro nos fuimos a casa junto con un grupo de estudiantes a quienes íbamos a encaminar. No había transportes disponibles, así que anduvimos sobre la avenida Chapultepec, el recorrido nos hizo conscientes de lo sucedido: decenas de edificios colapsados, esa zona en específico había sufrido muchos daños.
“Muchos compañeros estaban desesperados, angustiados porque no sabían que hacer, estupefactos como todos nosotros y con temor de no saber cómo estaba su familia. Mis padres llevaron a algunos de ellos a su casa.Cuando los dejamos el primer comentario que me hace mi madre es que se cayó el edificio donde vivían mis abuelos; fue entonces cuando mis papás se dividen, uno para buscar sobrevivientes y otro para dejarnos en casa.
“Caminamos dos kilómetros observando los estragos del temblor. Muchas construcciones se habían derrumbado, pero no completamente, la mayoría se mantenía en pie, sin fachada… uno podía observar el interior de las viviendas… ya en ese momento se sentía mucho miedo porque sabes que siempre hay una réplica.
“No era sólo el temor a un nuevo terremoto lo que tenía la gente desesperada, sino la falta de comunicación.Todas las redes se habían caído, los teléfonos estaban saturados. No podías tener más información de lo que estabas viendo porque la torre de Televisa se había caído… lo poco que sabías era que la ciudad estaba destruida”, recuerda.
Y agrega “Ya en casa, comprobamos que mis hermanos estaban bien, pero la noticia de que el edificio Nuevo León de Tlatelolco donde estaban mis abuelos se había desvanecido, nos preocupó mucho a todos. A partir de entonces toda la familia se centra en la búsqueda de mis abuelos.
“Mis papás y tíos se ponen de acuerdo para turnarse y permanecer afuera del edificio. Cuando llegaron allá la zona ya estaba acordonada, las autoridades no les permitían pasar, era muy peligroso. A nosotros, los hijos, nos dejaron en casa de un tío para que los demás pudieran localizar a mi abuela, se procuraba que alguien estuviera identificando cadáveres o yendo a la Cruz Roja, con la esperanza de que estuviera viva.
“Mis padres casi no estaban en casa porque todos se enfocaron en la búsqueda de la matriarca de la familia. Al día siguiente en la noche hay otro temblor y causa más pánico que el primero, se caen algunas construcciones que ya estaban sentidas.
“Nos convencimos de que mi abuela falleció como a la semana, mi madre no la logra identificar… se dan cuenta de que es ella porque un día van a ver cadáveres y una persona les muestra las pertenencias de cada víctima, esa es la única manera en que se dan cuenta que los abuelos habían fallecido en el terremoto.
“El hecho de que no la encontráramos de inmediato, que no pudiéramos recoger el cuerpo y se fuera a la fosa común, hizo que tuviéramos un duelo especial… no era un sentimiento único, por que fue tanta gente la que falleció que era un dolor general. Mi abuela unía a la familia. Después de su muerte aquello cambio porque todo giraba alrededor de ella como un pequeño matriarcado”, relata Oscar.
“El terremoto del 85 fue traumatizante para todos los que lo vivimos. También sacó lo mejor de las personas, nació la solidaridad, la gente entró en el concepto de la ayuda altruista, se metía a los edificios sin necesidad de hacerlo. No hubo un saqueo como lo ha habido en otros desastres naturales, realmente en la Ciudad de México la gente sí estaba hombro con hombro.
“La normalidad se restableció por completo meses después. Fueron dos semanas de tratar de levantar la ciudad que por lo menos se viera funcional. Los mexicanos somos muy fuertes, la solidaridad nos ayudó mucho; con todo lo que se había perdido, necesitábamos salir adelante y levantarnos”.
“Yo volví a la escuela luego de un mes y nos reubicaron en aulas prefabricadas. Hubo compañeros que ya no volví a ver… simplemente no supe que fue de ellos, el miedo que dejó el temblor hizo que muchos se fueran de la Ciudad de México, pero no la mayoría de la gente. Recuerdo haber ido después a buscar compañeros de la primaria y encontrarme que la casa ya no está.
“No sé si a esa edad en la adolescencia te haces el fuerte o no asimilas el dolor… era común hablar con alguien y que te dijera que se había muerto un conocido. Las personas que vivieron en el temblor una de cada cuatro veces que se reúnen terminan hablando de él; es algo que nunca olvidas que nunca dejas atrás, sobre todo si falleció alguien, porque todos tenían algún familiar o algún conocido que murió en 1985.
Para Oscar Armenta las secuelas que le dejó el sismo del 85 son marcas que no se pueden olvidar.
“Te das cuenta que toda la gente puede ser más amable de lo que tú crees y que tenemos un gobierno muy desorganizado, ni previene ni actúa porque realmente la sociedad sobrepasó al gobierno en ese evento… tal vez soy muy sentimental pero lo recuerdo y se me humedecen los ojos.
“En el caso del edificio Nuevo León, un simulacro no hubiera servido de nada porque diez pisos no los bajas en 50 segundos. Mis abuelos acababan de regresar a ese edificio que según estaba recién remodelado, le habían puesto refuerzos porque son muy antiguos; sin embargo, fue el único que se cayó de todo Tlatelolco, no sé si sea mala suerte o cuando te toca, te toca. He pasado por ese edificio tres veces desde aquella ocasión, y prefiero no voltear a ver, porque es algo que en verdad quisiera olvidar”, concluye el entrevistado.
Recuerdos de una pesadilla
“Recordar el terremoto del 85 es como revivir una pesadilla de la que quieres despertar y no puedes, siempre la estoy recordando. Más en este mes de septiembre, porque muchos perdieron la vida o a sus seres queridos y fue muy triste”, relata Alejandra Arellano, quien al momento de la tragedia se encontraba en su casa junto con su familia.
Comenta: “Era un día como cualquier otro, ninguno imaginaba lo que pasaría esa mañana. En aquél tiempo estudiaba en la UNAM y trabajaba en la Secretaría de la Contraloría y era mi día de descanso. Toda mi familia estaba reunida, algunos se arreglaban para ir a trabajar cuando comenzamos a sentir cómo se cimbraba el edificio, vivíamos en el tercer piso de un edificio de la colonia Narvarte cuando se sintió el temblor.
“Desde la ventana de mi casa se podía observar el Popocatépetl y recuerdo como al momento del temblor veía que los edificios se juntaban, comenzamos a gritar de pánico. Lo único que pensamos es que teníamos que salir de ahí. Mi mamá se paralizó del terror y tuvimos que cargarla entre todos para bajar las escaleras.
“Lo único que pensábamos en ese momento era ponernos a salvo afuera del edificio. Cuando se paró el movimiento nos calmamos un poco al ver que en el área donde vivimos no pasó nada, pero la psicosis regresó cuando nos damos cuenta que los medios de comunicación están bloqueados totalmente. De repente empezamos a oír las sirenas de ambulancias, camiones de bomberos, fue cuando nos dimos cuenta del tamaño de la tragedia que estábamos viviendo.
Alejandra caminó por la avenida Vértiz donde comprobó por primera vez que la tragedia que sucedía en México, un edificio desvanecido la puso al tanto de la realidad que estaba viviendo.
“No lo podía creer, fue tan impresionante ver un edificio tan alto, tan moderno, venido abajo como si fuera un pastel, totalmente en ruinas. Lo primero que te viene a la cabeza es ¿había gente? ¿qué pasó?.. te quedas sorprendida… empiezas a escuchar sirenas y quieres hablarle a todo mundo, pero es una impotencia impresionante porque toda la comunicación esta bloqueada”, refiere.
Dos horas después se recupera la señal de televisión la familia se da cuenta de la dimensión del desastre. Las noticias hablan de cientos de edificios desplomados y muchos muertos. Aunque se había restablecido la señal de televisión y de radio el ambiente de impotencia prevalecía; los teléfonos no funcionaban. Como la familia Arellano poseía un fax en su domicilio (algo no muy común en aquella época) decidieron ponerlo a la disposición de la ciudadanía, pensando en la angustia que los familiares de provincia sentirían al no poder comunicarse con sus seres queridos.
“Fuimos enlace para mucha gente. A través del fax nos pasaban números, direcciones para que fuéramos a verificar que sus familiares no habían sufrido daño alguno. En ese momento la sociedad reaccionó más que el mismo gobierno, te das cuenta que no necesitas pertenecer a una institución pública ni privada para unirte con los demás y ayudar en lo que pudieras. Te venía la pregunta ¿de qué manera puedo ayudar? no podía meterme abajo de un edificio pero vivías la angustia, el sufrimiento; llorabas por quienes se habían quedado enterrados bajo los escombros, que aunque no los conocieras sabías que eran niños, ancianos, personas de todas las edades, y tú lo único que querías era ayudar”, relata Arellano.
Sintiéndose afortunados por el hecho de haber sobrevivido sin lesiones ni pérdidas materiales, la familia se enfocó, al igual que muchos mexicanos, en apoyar a quienes habían sufrido el peso de la tragedia.
“Mi cuñado tenía una combi y lo primero que pensamos fue en ir a ayudar. Así fue con mucha gente que nadie nos decía qué hacer, simplemente el deseo de apoyar a quienes habían perdido a sus seres queridos, su casa o que habían quedado en estado de shock por el terremoto, era tan fuerte que no te podías quedar sin hacer nada.
“La tragedia era muy grande, se había extralimitado a lo que pensamos. Mi colonia estaba muy cerca de la Roma, de los edificios de Tlatelolco y el Eje Central, todo era cosa de acercarse un poquito y ver los edificios derrumbados, gente en la calle presa de pánico, era un panorama desolador, a donde quiera que volteabas había alguien que necesitaba ayuda”, dice.
“Nos acercamos a la colonia Roma y vimos a una señora como de unos cincuenta años que alcanzó a salirse de su casa, estaba sentada en la banqueta llorando de nervios y nos pidió que la lleváramos con sus hijos, la subimos a la combi y logramos llegar a donde estaban sus hijos, afortunadamente se pudo dar un reencuentro con su familia”, recuerda la capitalina.
“Nunca conocimos personalmente a quienes ayudamos, porque todo era a través del fax pero sentíamos mucha gratificación cuando algunos de quienes contactábamos podíamos decirle a alguien que sus familiares estaban bien. Hubo mucha gente que no pudimos localizar. Un señor nos dio la dirección de su familia y cuando llegamos al domicilio la casa estaba totalmente destruida y los vecinos no supieron de los habitantes, lo único que hicimos fue dar el reporte a la Cruz Roja”, refiere Arellano.
Sentimientos de la tragedia
“Sentí una tristeza que en mi vida había tenido. Veía a mucha gente desconocida en desgracia pero sentía una angustia de no poder ayudar. Conforme caminaba veía edificios derrumbados como si hubiera pasado una guerra, era mucha la tristeza a la vez fundida con solidaridad y no necesitabas conocer a la gente para acercarte y ayudar de la manera que fuera, ya sea llevándola con su familia, dándole de comer, fue una imagen que nunca he olvidado porque pareciera una ciudad bombardeada, destruida por todos lados”.
Junto con los muros que se desplomaron la sobreviviente recuerda que muchos prejuicios cayeron también.
“Antes de la tragedia y en mis cinco sentidos nunca me hubiera acercado a Tepito, pero en esos días nos daba la una de la mañana en esa colonia que tiene fama de ser de las más conflictivas de la ciudad. Supimos que el sector había sido devastado por el temblor, que muchos perdieron sus hogares y ya sabíamos a donde había que llevarlos, pero no había miedo, ese sentimiento se olvidó porque lo único que queríamos era ayudar.
“Descubres que tantas cosas que pensabas no fueron ciertas en ese momento. En ese lugar fue donde me mostraron más afecto y cariño, cuando mi cuñado y yo llegamos nos acercaron a una fogata que tenían en medio de la calle, nos contaron dónde estaban las partes más afectadas. La misma gente nos invitó a comer, no había miedo de ser asaltados porque estábamos conviviendo con todos, yo pensé ¿cómo es posible que tengamos que vivir una tragedia para unirnos?”, menciona.
“La unidad no sólo se mostró en la ayuda, en todos los desastres la gente no se quiere salir de sus casas por temor al saqueo, pero no fue así en la Ciudad de México. En ese momento nadie pensaba en aprovecharse de la desgracia ajena, toda la gente tenía el mismo sentir de ayudar porque fue una tristeza colectiva, murió muchísima gente, no podíamos quedarnos sin hacer nada”, enfatiza Alejandra.
Nunca se olvida
A 23 años de aquel terremoto, Alejandra todavía se estremece con los recuerdos que se vivieron en su ciudad natal.
“Aunque pase mucho tiempo no podemos decir que nos hayamos recuperado por completo del sismo del 85. Hubo una réplica al día siguiente y creo que esa fue la que envolvió a la ciudad en un ambiente de psicosis. El primer día no sabías la magnitud del terremoto, pero el segundo temblor nos hace más conscientes de lo que puede pasar: se va la luz, se escuchan nuevamente las sirenas, ambulancias, escuchas a la gente gritando y corriendo y luego la oscuridad.
“Soy de las personas que trata de controlarse en situaciones de crisis, pero esa ocasión no me pude contener, temblaba de miedo, venían a mi mente los edificios que había visto derrumbados, las muertes, pensaba ¿qué nos está pasando? ¿hasta donde va a llegar esto? ¿viviremos el día de mañana?.. piensas muchas cosas en momentos así.
“Nunca lo olvidas, lo traes en tu cabeza, la gente que falleció, sabes de amigos que perdieron a alguien. Una de nuestras conocidas, una persona embarazada estaba en el Centro Médico cuando ocurrió el temblor y allí falleció. Recordar esos días también es conmemorar la solidaridad mexicana que se vivió en los momentos más difíciles. Si las autoridades no actuaron, la sociedad civil sí lo hizo, hombro con hombro, todos juntos por ayudar.
“Nos dolía ver a nuestra ciudad de esa manera, pero a la vez nos levantamos a seguir trabajando y a recuperarnos, a mostrar que todos unidos podemos hacer muchas cosas”, finaliza con una emotiva sonrisa Alejandra Arellano.
El Exodo de capitalinos
“México está de pie”, fue el eslogan que el gobierno capitalino eligió después de la tragedia para alentar a sus ciudadanos. Pero aunque la metrópoli se levantó, las huellas del desastre quedaron marcadas en la vida de los habitantes de una de la ciudades más pobladas del mundo. Luego del sismo miles de defeños decidieron vender su viviendas y emigrar, tanto al Estado de México como a otras ciudades del país.
Los muros caídos desnudaron la corrupción que prevalecía en el gobierno de la metrópoli, que permitió la construcción de edificios por debajo de la calidad admisible para los terrenos de la capital.
Escuelas, oficinas de gobierno, multifamiliares y modernos edificios se desmoronaron como si en lugar de varillas tuvieran paja en sus soportes. Densas nubes blancas almidonadas con el tamo de las construcciones llenaron la ciudad, y en un abrir y cerrar de ojos sepultaron la vida de miles de personas.
No sólo fueron las paredes y los edificios los que se mostraron endebles ante los movimientos, las autoridades, el gobierno, las instituciones públicas fueron rebasadas y quedaron descubiertas en su incapacidad por dar una respuesta efectiva a una ciudad lastimada.
El silencio fue la única respuesta que se tuvo durante tres días, hasta que el presidente de México, Miguel de la Madrid, declaró la situación “bajo control”, aunque la vulnerabilidad de la capital demostraba lo contrario.
Mil, dos mil, tres mil, cuatro mil… el número oficial de muertos todavía se desconoce al menos de forma oficial. Según información publicada en el periódico El Universal no existen en los archivos de la Secretaría de Gobernación datos que de avalen la cantidad de los fallecidos.
Hace dos décadas las autoridades de la Ciudad de México, encabezadas entonces por el regente Ramón Aguirre, manejaron cifras de 5 mil víctimas, sin embargo, la Universidad Autónoma de México (UNAM) establecieron que habían perecido por lo menos 50 mil.
Las consecuencias del terremoto fueron descomunales, todo se sumó en pérdida, viviendas, trabajos, escuelas, vidas, pero en medio del dolor, los mexicanos reaccionaron con una sola palabra: solidaridad. Así lo recuerdan tres sobrevivientes a la catástrofe quienes desde distintos ángulos vivieron el terremoto del 19 de septiembre de 1985.