Éste es el relato de una madre que llora a Maximiliano, su hijo fallecido, un ex pelotero de la Liga Treviño Kelly de Reynosa, quien el pasado 7 de marzo se convirtió en otra víctima de la inseguridad en la frontera. Con un abrazo y un “te amo” se despidieron afuera de su escuela. Jamás imaginó que ya no volvería a verlo con vida.
A la luz de unas veladoras resaltan los portarretratos de un estudiante vestido de traje, con su uniforme de preparatoria y del último equipo con el que participó.
Las imágenes se distribuyen sobre un altar, en el que también hay flores, figuras religiosas, su ‘inseparable’ guante de beisbol y una botella con jugo de naranja que dejó en la camioneta de su mamá aquel jueves que desapareció. Desde entonces no hay día que en este hogar no se sufra su prematura pérdida.
Maximiliano era conocido como un joven sano y deportista, proveniente de una familia de peloteros en tercera generación. Su muerte ha dejado un vacío para todos sus seres queridos, especialmente en Graciela, la mujer que le dio la vida.
De facto, para esta maestra de jardín de niños retirada, abordar el tema resulta bastante doloroso, pero al mismo tiempo ella desea honrar la memoria de su hijo y quiere que se sepa que truncaron el futuro de una persona inocente y, de paso, le arrancaron lo que más amaba en la vida.
Paulatinamente la conversación comienza a fluir: lo único que hace esta desconsolada madre es describir en voz alta los pensamientos que, desde hace más de un mes que ocurrió esta tragedia, rebotan todo el tiempo en su cabeza. Decirlos también la desahoga.
Inicia la entrevista aludiendo el amor que su padre (el abuelo de Maximiliano) ha tenido siempre por el beisbol, deporte con el que Graciela y sus hermanos también crecieron. Don Joaquín fue hasta hace cuatro años tesorero de la Asociación de Veteranos en el parque de beisbol de la colonia Las Fuentes sector Lomas.
El patriarca jugó beisbol desde que era niño. Era catcher y entre los tesoros familiares, su esposa, María Cristina, conserva algunos de sus uniformes “de lana, de raya y botón forrado”. Hasta que el Alzheimer se lo permitió, disfrutaba ver jugar a su hijo (también de nombre Joaquín) y, después, a Maximiliano su nieto.
“Dentro de los muchos retoños y sobrinos de mi papá ‘Max’ fue a quien más le gustó el beisbol. Tenía escasamente seis años y medio mi hijo chiquito. Lo metí de siete años a la Liga Treviño Kelly de Reynosa. Su primer entrenador fue el señor Fernando Moreno. Y estaban en el mismo equipo Raúl Robles, Víctor Moreno, por mencionar algunos de sus compañeritos.
“Entró premoyote, moyote, ‘pee wee’, hasta que llegó a la última categoría de los 13 años. El único proceso que no tuvo fue el de hormiga, pero de ahí en fuera pasó por todos en la liga”, evocó su progenitora.
CON TALENTO INNATO
Narró Graciela que Maximiliano tuvo después a un manager llamado Raúl Robles, que se destacó por ser “sumamente entregado” con los niños. Para ella y su familia fue muy significativo que el menor entrenara bajo la disciplina de esta organización, pues a final de cuentas el equipo de Reynosa siempre ha estado en los primeros planos del beisbol infantil en México, ganando campeonatos nacionales e incluso, participando en el Mundial de Ligas Pequeñas de Williamsport, Pennsylvania.
“Quería mucho a mi ‘Max’, porque sobresalía por ese carácter que tenía sin miedo a nada, muy intrépido. Le encantaba correr. Era tercera base y cuarto bate. Estaba entre los preferidos de Robles, porque era jonronero.
“Recuerdo tanto una noche con la selección en la que participó antes de los 13 años y había un gran pitcher invicto. Era la última entrada e iba perdiendo el equipo de mi hijo…
“Joel le lanza la bola y mi ‘Max’ le mete un cuadrangular. El niño fue a darle la mano a mi hijo y se abrazaron. Eso quedó muy en historia de aquella camada de jugadores, porque nadie se lo esperaba”, rememora.
Agrega que a los 11 años de edad el chico participó en un torneo internacional en Matamoros, representando a Tamaulipas. Su mamá siempre estuvo impulsándolo.
“Vinieron equipos de Costa Rica y otros países. Era muy buen jugador, pero la mayoría de las veces me mantuve sola con él, su papá casi no lo apoyó. Saben que tienen mucho que ver las influencias, los compadrazgos y mi hijo no tuvo la fortuna de que jugara más arriba, aunque sí era muy talentoso.
“Yo lo hice entender en aquella ocasión. Era muy bueno para el beisbol y esas cosas de alguna manera lo marcaron, así que fue cambiando sus intereses, pero nunca dejó de hacer deporte”, señaló.
Secando las lágrimas de sus ojos la mamá de ‘Max’ destaca la personalidad esforzada y enfocada hacia el deporte que siempre demostró su hijo.
“Él era gordito cuando estaba chiquito y jugaba beisbol. Después quiso hacer ejercicio. Lo metí al gimnasio. Ahí conoció a una persona que lo enseñó boxeo y salió buenísimo. Lo metieron como amateur. Tuvo una pelea, ganó y yo no lo volví a dejar. Le dije, yo no te he puesto una mano encima, ¿cómo que te va a golpear otra persona? y él –yo quiero.., yo quiero y yo quiero–…
“Después se metió al futbol y salió buenísimo. Corría como loco mi niño. Un auténtico atleta. Ahora que lo estuvimos velando me di cuenta de la cantidad de jóvenes que lo fueron a acompañar y fue cuando yo entendí que mi hijo era muy popular”, manifestó.
UNA LAMENTABLE PÉRDIDA
EL futuro prometedor de Maximiliano se cortó de tajo cuando el pasado 7 de marzo se convirtió en otra víctima de la inseguridad en la frontera.
Con un abrazo y un “te amo” él y su madre se despidieron afuera de su escuela. Graciela jamás imaginó que ya no volvería a verlo con vida. La única vez que le permitieron regresar a casa por cuenta propia bastó para que se presentara esta desafortunada desgracia:
El joven fue de paseo con unos compañeros y un grupo delincuencial los interceptó. Cuando su mamá le llamó porque no regresaba su teléfono dio tono, pero jamás volvió a entrar la llamada, hasta que su cuerpo apareció muy golpeado en otro municipio mexicano de la frontera y a esta familia se le vino el mundo encima.
Sus amigos y representantes de la liga de beisbol a la que perteneció se solidarizaron con Maximiliano y, en su sepelio, no podían dar crédito a lo que pasó, mucho menos su apesadumbrada madre, quien no puede dejar de lamentarse.
“Le tenían tanto cariño y ¿cómo va a ser posible que escogió un mal momento para subirse a ese carro con unos muchachos equivocados… Pasó la mala suerte y a mi hijo lo confundieron, no hay otra explicación (llanto)…
“Pero dentro de todo mi dolor le doy gracias a Dios que me permitió sepultarlo y volver a verlo, que lo ví aparentemente completo, porque sabemos de antemano que no, estaba muy golpeado”, confesó.
Graciela no quiere saber cómo sucedió el incidente en el que su hijo fue atacado por desconocidos. Solamente imaginarlo, menciona, le duele hasta lo más profundo de su alma.
“Acabaron con la vida de él y mi familia, porque yo estoy muerta en vida, era mi niño chiquito, mi responsabilidad, mi obligación. Tenía 17 años de edad y en septiembre cumplía años. Ansiaba ser mayor de edad, anhelaba ser mayor de edad y tener su credencial de elector y ya no pudo…”, indicó llorando.
Añadió que Maximiliano les brindó tantas alegrías, como cuando los amigos beisbolistas de su abuelo Joaquín fueron a felicitarlo porque le decían que el joven era muy buen jugador. Siempre utilizó el número 9, justo por la fecha de cumpleaños de Graciela.
Su último equipo, comentó esta entristecida madre, fue el Indians, de un primo hermano de ella que lo invitó a jugar a la Liga de Veteranos de Reynosa hace como un año y medio.
Además, el estudiante de preparatoria en la Universidad México Americana del Norte (UMAN) formaba parte del grupo de animación de la escuela e, incluso, grabó un video donde sabía hacer marometas.
“Y ese maldito día se suponía que se iba a quedar a ensayar. No sé qué pasó, no sé qué pasó. Ya me había dicho que nos íbamos a ver tarde, pero aún así a la una le llamé y me contestó y me fui a la escuela a buscarlo. Le dije, hijo, vamos a que comas algo.
“Me dijo: –‘No ma, aquí me quedo’–. Lo ví y le comenté, ‘bueno, dame la mochila’ y me dijo: –‘Te voy a dar el uniforme y el cinto’–. Me abrazó diciéndome: –‘Te amo mamá’–. ‘¡Cuídate mucho!, al rato vengo por ti’, le respondí. Como a las cuatro de la tarde le empecé a marcar y no me contestaba. Algo pasaba, lo presentí…”, relató.
Ella se dirigió al plantel y le dijeron que no hubo ningún ensayo. Nadie sabía nada… Recordó a los últimos jóvenes con los que ‘Max’ se juntó y fue a buscarlo.
“Yo conocía a uno de ellos. A esa casa fui y de ahí me dijeron que andaba con mi hijo y empecé a preguntar. Al otro muchacho no lo conocía y cuando busqué a la mamá me di cuenta que andaba mal. Comprendí muchas cosas en ese rato.
“Me empezó una angustia. En la madrugada (los captores) prendieron su celular”, agregó la señora Graciela llorando y continúa: “Yo lo único que mandé fueron bendiciones. Entendí que ellos lo estaban viendo. Nunca me contestaron ni me llamaron.
“Ya nada más al día siguiente nos avisaron que lo fueron a dejar a un hospital de Camargo, Tamaulipas, y yo pensé que mi hijo estaba bien, pero no fue así”, expresó la mamá de Maximiliano con profunda consternación.
DIFÍCIL RESIGNACIÓN
Mirando las fotografías de su hijo esta dolida mujer reconoció que él tenía novia (cuyo nombre prefirió mantener en reserva), por lo que su triste pérdida dejó un gran dolor en varios hogares.
“Ambos se querían mucho y ella está sufriendo como no tienen idea. Me trajo unas fotos. El Día del Amor y la Amistad la jovencita le dio una caja con una playera y globos. El 6 de abril él quería llevarla a un evento en Monterrey y ya no se pudo. Le regresé la playera que le dio a mi hijo”, comentó y guardó silencio.
Posteriormente Graciela manifiesta la impotencia que le dio la pasividad de las autoridades para buscar a su muchacho en las horas posteriores a su secuestro.
“Me metí al hotel Excellence en Reynosa, donde están todos los policías estatales. Iba muy desesperada. Me dijo una persona que pusiera una denuncia, pero no quise. ¿A quién voy a responsabilizar de la muerte de mi hijo?, ¿a quién?, a nadie… No me lo van a regresar, ¿para qué?.
“Ese día que desapareció lo lleve en la mañana y todavía alcancé a verlo al mediodía. Mi hijo llevaba un pants negro. Me dio su uniforme, se cambió porque iba a hacer ejercicio. Llevaba en su cartera su credencial de la escuela, de su escuela anterior y su licencia de manejar.
“Mi hijo no era cualquier muchacho y ellos (los delincuentes) se tuvieron que dar cuenta de eso, pero no les importó, pero a sus oídos ha de llegar que se equivocaron con lo que le hicieron a mi hijo”, lamentó esta educadora jubilada.
En su concepción de la realidad que ahora enfrentan la suya y muchas otras familias por la incesante inseguridad, con más de una década de violencia en las calles, Graciela –en su opinión como madre y maestra– comparte su parecer de lo que ha fallado la sociedad.
“En que las mamás tenemos que salir a trabajar y descuidamos a nuestros hijos. En eso, porque yo soy mujer trabajadora de toda mi vida. O les das de comer o te dedicas a criarlos. Es bien difícil y ¿por qué?, porque hay muchos hombres irresponsables.
“Ahora cómodamente te dicen: ‘hazle como puedas’… ¿de dónde saco fuerzas para poder levantarme cada mañana? No lo sé. Quisiera no despertar y me despierto. Todas las noches oro aquí junto a las fotos de mi hijo y lo pongo en manos de Dios.
“Lo ideal es ocupar a los muchachos con el deporte y que se entienda que deben encausar esa energía y toda la inquietud que tienen, pero los papás son muy irresponsables. Yo afanosamente traté de ayudar a mi hijo y miren lo que pasó”, aseguró.
EN CONSTANTE PELIGRO
Reconoció Graciela que los deportistas en Tamaulipas están expuestos, al igual que toda la sociedad, motivo por el cual muchas familias se han ido de la ciudad.
“Pero ¿cómo le podemos hacer para poder ayudar a Reynosa?… Duele mucho porque la sociedad no ha hecho nada.
“Tenemos miedo y con miedo no se debe de vivir. Quiero ir personalmente con el presidente de la República, porque habla de muchos cambios ¿y nosotros no importamos?
“Y como yo ¿cuántas madres hay?, muchísimas. ¿Cuántos muchachos más?…, ¿cuántos?, ¡si ya son miles!…”, reprochó.
Para ella y su familia es muy complicado reconocer que el Reynosa en el que nacieron y crecieron se haya convertido en una ‘zona de guerra’.
“Es muy triste. Cuando estaba chica jamás imaginé que pasaríamos por esto… Y es una situación que afecta no solamente a quienes se dedican al deporte, todos hemos llegado al punto, que no se puede
andar en la calle: el domingo fuimos al panteón Gayosso a ver la tumba de mi hijo y en ese rato empezaron las detonaciones con armas de fuego. Tuvimos todos que tirarnos al suelo. ¿Qué es esto? ya no quiero vivir así…”, sentenció decepcionada la mamá de Maximiliano.
No obstante, agradeció la solidaridad y el apoyo recibido por las muestras de cariño a su joven fallecido.
“Yo soy educadora jubilada de jardín de niños, trabajé 31 años de mi vida y vinieron de la Zona Escolar. Mi hijo creció en esos jardines donde yo laboraba. Lo conocían mis compañeras. Es muy triste todo esto”, admitió.
Si algo destacó a este joven fue que no tenía ninguna clase de vicios, sino por el contrario: cuidaba religiosamente su salud y alimentación.
“Él no tomaba refrescos ni comía harinas. Consumía muchas cosas naturales, jugos de durazno, mango, atunes, sandwiches, pollo, comida fitness. Vivía con sus aguas, sus jugos y vitaminas”, mencionó su mamá, quien se encuentra recibiendo terapia psicológica.
“Trato de mantenerme fuerte por mi madre, que no quiero que me vea sufrir, pero cuando veo las cosas de mi hijo no puedo contenerme. Nunca podré olvidar cuando le compré su primer guante.
“Sus bates, guanteletas, pantalones, jerseys, playeras, cintos, tachones… Este último guante se lo compró mi hermano hace dos años. Eso sí no se le quise poner en su caja. Sus compañeros le dejaron su pelota de beisbol y mi primo una gorra de softbol”, destacó.
Y mirando las pertenencias de Maximiliano, esta madre se aferra a su recuerdo. La vida ahora le resulta tan injusta, como terrible es experimentar en carne propia los alarmantes niveles a los que se ha dejado crecer la violencia en la comunidad, porque reconoce que salir de casa en Tamaulipas “es jugarse un volado”.
‘SER JOVEN ES DIFÍCIL
EN TAMAULIPAS’
Otro caso que consternó a la sociedad en el que hubo un deportista asesinado ocurrió el pasado mes, agosto de 2018, cuando el futbolista profesional, Christian Suárez Hernández, de la Tercera División del futbol mexicano, fue ultimado junto con su madre sobre la carretera Reynosa–Río Bravo.
Centenares de personas despidieron al jugador y a su progenitora en los servicios funerarios de las capillas de Gayosso.
Según informes de la Procuraduría General de Justicia en el Estado (PGJE) el joven, quien era un estudiante destacado del colegio Piaget, y su mamá, regresaban de un juego en el poblado de Anáhuac, Tamaulipas.
De acuerdo con diversas versiones las víctimas habrían quedando atrapadas en un enfrentamiento, aunque también hubo versiones de que no quisieron detenerse cuando criminales les marcaron el alto.
En el artero ataque el padre del deportista resultó lesionado al igual que una menor de edad que no fue identificada. La familia viajaba en su camioneta cuando civiles armados le dispararon.
El noticiero de Imagen, de Ciro Gómez Leyva, le dedicó un reportaje especial a este incidente.
Juan Humberto, el padre del estudiante y futbolista fue transportado en silla de ruedas solamente para despedirse de su hijo y esposa. También acudieron compañeros y amigos del Club San Cosme, del municipio de Valle Hermoso, al que Christian pertenecía.
La Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) se pronunció al condenar el deceso del deportista conocido como “El Capi”. Su debut estaba pactado para los primeros días de septiembre, pero una balacera acabó tajantemente con sus sueños y de pasó destruyó una familia.