
Sentada a la mesa de su paupérrima vivienda de dos piezas, Elizabeth Balderas se lleva a la boca un bocado de fideo. Acompañada sólo por un silencio agobiante, mantiene la mirada extraviada como deseando regresar el tiempo, mas sabe que las cosas jamás volverán a ser las de antes:
Hace un año le asesinaron a su hijo Fidel, de 28 años, en la peor desgracia ocurrida en un penal de Tamaulipas, la cual dejó a 21 personas muertas como resultado de una pelea colectiva entre presos.
Desde entonces su vida ha sido infeliz, sin sentido y en su interior, afirma, únicamente existe aflicción y coraje, pues aún no se explica por qué la tragedia tocó a su puerta.
“Yo la verdad sigo molesta porque no se vale. Para mí es una cosa muy dura recordar lo que le hicieron a mi muchacho. Siempre lo tengo presente.
Nosotros quisimos entrar para ver qué era lo que estaba pasando, pero nunca nos abrieron ni nos daban razón de nada, sino ya hasta las cinco, seis de la tarde”, comentó.
El joven fue arrestado en mayo de 2008, inculpado de robar un reloj. Sus familiares no lograron reunir los 8 mil 900 pesos de fianza que les pedían para liberarlo y al estallar la violencia dentro de la prisión fue blanco del ataque entre bandos rivales. Debido a las cortadas y quemaduras que le produjeron su cuerpo quedó irreconocible.
Para su madre las autoridades carcelarias son las responsables del desafortunado suceso, suceso que durante un día convirtió este centro penitenciario del norte de México en el obligo informativo del país entero.
“Ellos fueron los culpables de todo esto al permitir el acceso de armas al penal. Díganme de qué otra manera pudo haber sucedido si cuando uno va de visita lo trasculcan todo en la aduana. No hay parte del cuerpo que no le revisen”, declaró.
A 12 meses de distancia la todavía devastada mujer mencionó que las últimas palabras dichas por su hijo fueron que “ya no quería seguir preso”. Jamás imaginó que aquella sería su despedida.
Aunque Elizabeth se cambió de vecindario no ha podido dejar atrás el pasado. Manifiesta que los recuerdos de su muchacho muerto la persiguen: “de cuando era niño y lo llevaba a la escuela; de su mirada, su voz o la manera en que se reía”. La ropa que Fidel utilizaba, sus discos de Brindis y sus fotografías siguen intactas.
“Me deprimo mucho, pero trato de salir adelante por mis otros hijos. A veces siento feo que me vean llorando o triste”, reveló con lágrimas.
Consciente de que no hay consuelo que valga, a esta herida madre le hace sentir mejor prenderle veladoras al retrato de su hijo y trabajar si es posible desde que amanece hasta que anochece para no atormentarse. Confía en que algún día se le hará justicia.
TRASTORNO Y CALAMIDAD
Y es que tanto para los reos, los custodios, agentes del Ministerio Público, empleados del Servicio Médico Forense y los paramédicos que asistieron a los heridos, aquel 20 de octubre negro difícilmente se borrará de su memoria.
Las escenas de perturbación, de cuando las familias de los internos se aglutinaron para golpear los portones de la cárcel y arrojaron piedras a la zona de revisión, preocupados porque no sabían nada de sus seres queridos, dicen, fueron pocas a las que se veían dentro.
“Ese día me tocó estar de guardia cuando muy temprano nos avisaron que algo grave estaba pasando en el penal de Reynosa (desde la madrugada). La atención de la Cruz Roja se centró en ese hecho y partimos de inmediato.
Desconocíamos la magnitud del incidente, lo que sí sabíamos era que la población de la cárcel estaba en condiciones críticas y estado de alerta; todas las corporaciones policíacas se movilizaron para poder recuperar el control de la misma”, comentó Eduardo Badillo Martínez, paramédico.
Activado el Código 3, el más elevado para atender una contingencia de esta naturaleza, las noticias se desplegaron con velocidad por toda la ciudad.
“A nuestra llegada ya había familias de los internos ahí, suplicándonos que investigáramos como se encontraban, pues las autoridades del penal no les habían querido dar información ni salían por temor a que los lincharan”, relató.
Al principio se creyó que era un amotinamiento el que acontecía dentro de este Centro de Ejecución de Sanciones, ubicado en la colonia Renacimiento, pero conforme transcurrieron los segundos, los minutos, las horas se supo que el problema no gravitaba en un intento de fuga, sino en una reyerta de vida o muerte entre los reclusos.
“Nosotros ingresamos al lugar obviamente no poniendo en riesgo nuestra integridad, porque la riña se extendió por todo el penal. Nos percatamos de que había muchos muertos, pero no los contabilizamos”, agregó el entrevistado.
Mientras tanto al exterior de la prisión predominaba el caos, la tensión y la cifra de difuntos y víctimas colaterales se magnificaba:
Había quienes aseguraban que ésta oscilaba entre los 40 y hasta 80 finados, aproximadamente.
Frente a ese laberinto un número considerable de madres, esposas e hijos lloraban abatidos sin saber a quien acudir.
“En eventos como éste se especula mucho y a veces la realidad es muy diferente a lo que se comenta, aunque tampoco fueron pocos los fallecidos”, apreció Badillo Martínez.
CRIMENES DE LESA HUMANIDAD
El paramédico reconoce que él y sus compañeros se desconcertaron al toparse un panorama deplorable con cadáveres quemados, fracturados y tasajeados.
“Fue una sensación muy fea para nosotros porque no estamos acostumbrados a mirar fallecimientos masivos. Causa mucha impresión ver cierta cantidad y, sobretodo, en la manera en que estaban los cuerpos, apilados en un área; la mayoría muy calcinados e irreconocibles, pues tenían quemaduras de segundo y tercer grado.
Obviamente la labor de nosotros se enfocó más a la atención de las personas que quedaron lesionadas”, describió.
Con el arribo de las fuerzas élite del ejército, pasado el mediodía, las tareas de rescate se agilizaron. Poco antes policías ministeriales y el propio director del reclusorio, Carlos Hernández Vega, salieron huyendo, porque la enojada gente quería aporrearlos.
Los enfermeros uno tras otro fueron sacando a los heridos en camilla hasta la ambulancia. La mayoría iban ensangrentados, en estado de shock o inconscientes.
“Estaban muy golpeados. En el camino nos decían que de pronto las cosas se salieron de control y no supieron cómo comenzó el pleito, porque la pelea fue de todos contra todos.
Que como se fue la luz no sabían de donde venían los golpes y las agresiones”, señaló otro de los paramédicos.
Por su lado, la gente alterada le cerraba el paso a las unidades de salvamento para ver quiénes iban dentro. Hubo quienes incrementaron los disturbios arrojando objetos hacia el interior de la cárcel y pecho a tierra se asomaban por debajo de sus portones para rastrear señales de sus familiares. En el cielo un helicóptero sobrevolaba la zona.
Más tarde varias furgonetas del Servicio Médico Forense salieron a toda prisa. En su interior iban los cadáveres de la mayor masacre que se recuerde dentro de un centro penitenciario de Tamaulipas y a su alrededor sólo se escuchaban gritos de consigna.
“Sin duda ha sido la jornada de muertos más grande en el Estado”, manifestó Badillo Martínez.
EL DESENLACE DE UN FATAL DIA
Y mientras las autoridades seguían sin dar información a la prensa, varios autobuses con granaderos que habían llegado en un avión Hércules de la Ciudad de México, reforzaron la seguridad dentro y fuera del Centro de Ejecución de Sanciones.
Pese a que fueron evacuadas todas las víctimas, los sobrevivientes continuaban agitados.
Quienes lograron accesar al penal aseguraron que todo lucía destruido y el resto de los convictos –tras ser sometidos–, se encontraban desnudos en las canchas, mientras las celdas eran cateadas por agentes federales.
“La ley reventó todo en su búsqueda de armas. Había un cerro de objetos amontonados en el centro del penal, ropa, muebles y herramientas de los talleres.
Los santos de la capilla y hasta biblias se hallaban tiradas en el piso. La tiendita de abarrotes vaciada por completo y las celdas también fueron saqueadas. Era un entero desastre”, describió uno de los paramédicos de la Cruz Roja.
Se hizo de noche y con el pase de lista de las personas muertas la mayoría de los que estaban al exterior se tranquilizaron; no obstante, nadie pudo dormir aquel 20 de octubre y el miedo continuó anidado en este lugar durante los siguientes meses.
AVERIGUACIONES OPACAS
Cuando se ha cumplido un año del desafortunado holocausto en el penal de Reynosa, nadie quiere recordarlo, menos quienes lo dirigen ahora.
Aseguran que este acontecimiento está muy fresco y “no desean incomodar a nadie” ni agitar a los reos.
Esto quiere decir que el fantasma de un nuevo enfrentamiento al interior del Centro de Ejecución de Sanciones sigue presente.
Los funcionarios del mismo guardan silencio ante la prensa “por cuestión de seguridad”.
Lo que sí es un hecho es que en esta prisión del norte de México aún pueden verse las huellas que dejó el conflicto, una muestra es el área aduanal, que sigue con los cristales averiados.
Y no hace falta entrar para darse cuenta de que se respira un clima de intranquilidad.
La Procuraduría General de Justicia del Estado en su divisón de Comunicación Social sólo se limitó a decir que continúan las investigaciones sobre este tema y no ofreció más detalles. Hasta el cierre de esta edición no ha especificado si se reenjuiciaron a los presos que participaron en la muerte de los 21 prisioneros ni qué sucedió con el entonces director de la penitenciaría.
En tanto, personas como Eduardo Badillo Martínez, desearon que no se vuelvan a suscitar más matanzas.
“Lamentablemente se dieron estos hechos históricos. Yo creo que el llamado a los internos es de que eviten una situación como ésta, pues no se gana nada; al contrario, porque hay que preservar la integridad, la vida humana.
“Lo recomendable es que no se dejen enganchar con las provocaciones, porque afuera sus familiares sufren por ellos”, opinó el paramédico.
Y mientras Elizabeth Balderas sigue llorando a un hijo que, sabe, nadie le devolverá, para las demás familias las cuales también perdieron a sus seres queridos el sentimiento es el mismo, pues es difícil de olvidar será el día en que les arrebataron cruelmente la vida.
“Esto que nos hicieron yo la verdad no lo perdono, pero Dios es el que se va a encargar el día de mañana”, finalizó convencida la dolida madre.