El Partido Revolucionario Institucional ya no es el mismo de antes: se carcome, está enfermo y envejece en solitario. Salvo en Coahuila, el Estado de México y Durango, en los próximos comicios electorales de 2024, este instituto político –que antes simbolizó el éxito y la abundancia, para transformarse en infamia y corrupción– si no obtiene el mínimo de votos requerido podría perder su registro, en entidades donde alguna vez hubo un bastión tricolor, después de gobernar por más de 70 años. Como jeques todopoderosos mandatarios, legisladores y alcaldes se lo acabaron y los fieles que se quedaron luchan para que no muera con la aplanadora opositora.
Puede decirse que el PRI nació en Tamaulipas y que aquí cava su tumba. El antecedente más significativo del Partido Revolucionario Institucional fue el Partido Socialista Fronterizo, ambos fundados por Emilio Portes Gil, el segundo tamaulipeco que llegó a la Presidencia de la República luego de ser gobernador de su entidad natal y jefe político por muchas décadas.
Ambos fueron concebidos como partidos de masas, aglutinando a obreros, campesinos, clases medias y originalmente al sector militar.
El PSF fue fundado el 17 de mayo de 1924, el PRI el 4 de marzo de 1929 con el nombre de Partido Nacional Revolucionario. Con este instituto se buscó poner fin a las pugnas de los sectores políticos y militares que reclamaban parcelas de poder luego de haber concluido triunfante la Revolución Mexicana.
Algunos autores señalan erróneamente a Plutarco Elías Calles
como el fundador del PNR. No, él fue uno de los miembros del Comité Organizador, junto con Aarón Sáenz, y Luis L. León; pero, no duró mucho en la encomienda.
Sus aspiraciones por convertirse en el máximo jefe político del país, en lo que se denominó el maximato, lo llevaron a renunciar para no tener compromisos o ataduras que le estorbaran al momento de ejercer el poder.
Inclusive, Portes Gil lo obligó a deslindarse del cacicazgo que Luis N. Morones ejercía en la Confederación Regional Obrera Mexicana.
En 1936 se creó, como aglutinante del movimiento obrero, la Confederación de Trabajadores de
México (CTM) y, dos años después, el ala ejidal, la Confederación Nacional Campesina (CNC), lo que marca definitivamente el deslinde del partido con respecto del maximato.
NACE EL PRM
Con su clara visión de estadista, luego de promulgar la expropiación de la industria petrolera, el presidente Lázaro Cárdenas convocó a la III Asamblea Nacional Ordinaria del PNR el 30 de marzo de 1938, en el Palacio de Bellas Artes, con la asistencia de 100 representantes del sector obrero, 96 del sector agrario, 96 del sector popular y 101 del sector militar. Ese mismo día se firmó el Pacto Constitutivo del Partido de la Revolución Mexicana.
El PRM fue coyuntural y tuvo vida efímera (1938-1946), pues sólo participó en la elección presidencial en que resultara electo el general Manuel Ávila Camacho y en las elecciones legislativas intermedias; sin embargo, sentó las bases del nuevo régimen político:
En la Declaración de Principios y Programa de Acción del Partido de la Revolución Mexicana, los aspectos más relevantes fueron el sistema democrático de gobierno, el reconocimiento de la lucha de clases, la educación popular, los derechos laborales, la igualdad de derechos de hombres y mujeres, el mejoramiento de la vida de los campesinos, la inclusión de los pueblos indígenas en los programas de desarrollo, el fomento al cooperativismo y el impulso al nacionalismo revolucionario.
En oposición a estas propuestas, emergen organizaciones y partidos de oposición, como la Unión Nacional Sinarquista que recoge el legado de los cristeros y el Partido Acción Nacional.
LLEGÓ EL PRI
El 18 de enero de 1946, tuvo lugar la Segunda Gran Convención del Partido de la Revolución Mexicana, que dio lugar a su transformación en Partido Revolucionario Institucional. Ese año fue el último del gobierno de Ávila Camacho y la elección de Miguel Alemán Valdés, el llamado ‘Cachorro de la Revolución’, quien fue el primer presidente civil de la era posrevolucionaria, ya postulado por el nuevo partido.
La estabilidad económica, política y social de entonces iban de la mano con el predominio del PRI; lo uno sin lo otro resultaba difícil de imaginar. La contribución más importante del Partido estuvo en mirar siempre hacia adelante en épocas en que el planeta estaba en llamas por los conflictos bélicos mundiales y regionales.
Los gobiernos emanados de la Revolución derivaron su legitimidad en el consenso de las distintas fuerzas políticas y en la continuidad de los programas de gobierno, sustentados en principios tales como el desarrollo económico; la justicia social; la reforma agraria; la protección de los derechos de los trabajadores;
la educación gratuita para todos; la disciplina de las fuerzas armadas al poder civil; el continuo ensanchamiento de las libertades políticas y, entre otras, la afirmación de la independencia de la nación frente al exterior.
LAS HORDAS NEOLIBERALES
El mito de la Matanza de Tlatelolco tuvo efectos devastadores en la estabilidad política del país. En plena Guerra Fría, cuando las dos potencias hegemónicas se disputaban el dominio planetario, llegaron al poder personajes, postulados por el PRI, que carecían de la habilidad política y la sensibilidad social para mantener a México por el rumbo de la democracia con justicia social. Con Luis Echeverría, se cambia el modelo de inversión extranjera por créditos directos, esto es, dólares a raudales.
Con José López Portillo la deuda se volvió descomunal e impagable, dando lugar a la segunda moratoria de pagos de la deuda externa en la historia del país (la primera propició la invasión francesa); con Miguel de la Madrid inicia el desmantelamiento del Estado mexicano y la venta de las empresas paraestatales, muchas de ellas boyantes y altamente productivas. El modelo ya francamente neoliberal, esto es, de capitalismo salvaje, o de entrega del país a los intereses extranjeros y transnacionales, es impuesto por Carlos Salinas de Gortari.
El PRI revolucionario se volvió contrarevolucionario y se alió con su antiguo enemigo, el Partido Acción Nacional en vergonzosas componendas que lo han llevado a compartir el poder en la época más aciaga de México. Su descrédito ha llegado a tales niveles que está a punto de perder su registro como partido político. Sobrevive con alianzas otrora impensables, mendigando posiciones a cambio de apoyos que ya no puede dar.
LOS ESTERTORES
En las pasadas elecciones, el PRI perdió la joya de la corona, el Estado de México. Hoy, sólo gobierna en dos entidades: Coahuila y Durango. En Tamaulipas, únicamente tiene tres diputados en el Congreso del Estado, los tres de ‘caballito’; además, enfrenta una pugna grave en la que intervienen intereses tan disímbolos que difícilmente puede pensarse en que sobreviva a los estertores del dinosaurio agonizante.
El trabuco armado en las elecciones del Estado de Coahuila pone en evidencia las negociaciones que desembocaron en la permanencia del tricolor en el poder ante una oposición convenientemente dividida; en Durango, fue tan malo el gobierno panista (¿quién sabe si peor que el de Tamaulipas?), que el triunfo del PRI era casi obligado ante la falta de ofertas más atractivas.
En la entidad, donde tuvo su antecedente más relevante, el Partido Revolucionario Institucional va de picada.
La presidencia del Comité Directivo Estatal, luego de la renuncia de Edgar Melhem, recayó en la secretaria general, Mayra Ojeda; pero, la intervención de los grupos de poder ante el Comité Ejecutivo Nacional, permitió que, finalmente, se quedara con el cargo Carlos Solís Gómez.
Éste deberá llevar a cabo la renovación de los comités municipales y el mismo estatal, así como encaminar las alianzas con miras a las elecciones del 2024.
Estas alianzas exigen acuerdos en los que se debe tener algo qué negociar, pero ¿qué podrá negociar el PRI hoy?