Desolación, tristeza y profunda incertidumbre es lo que se vive en los municipios del centro y sur del Estado de Tamaulipas tras el paso de la tormenta “Ingrid” que originó muertes, causó destrozos en la infraestructura pública e inundó de desgracia a las familias que habitan principalmente en los poblados y ejidos de la región.
Los habitantes lograron soportar las lluvias y los fuertes vientos del fenómeno natural, que ingresó a tierras tamaulipecas la mañana del 16 de septiembre, pero nada pudieron hacer contra los remanentes del ciclón que en cuestión de horas provocaron desbordamiento en ríos y arroyos que atraviesan las ciudades de la zona.
La contingencia, que afectó a 33 municipios de la entidad, desalojó por varios días a alrededor de seis mil 511 personas, las cuales se refugiaron en los albergues habilitados por el gobierno del Estado en coordinación con los ayuntamientos.
La catástrofe alcanzó niveles alarmantes ya que hubo quienes no lograron salir de sus comunidades a tiempo. Incomunicados y acorralados por el agua, lograron sobrevivir sobre las techumbres de sus viviendas, a pesar de la escasez de alimento y agua.
A la fecha la inundación se ha disipado, los ríos han regresado a su cauce y, a excepción de algunos poblados, las familias han retornado a sus hogares solo para lamentarse por la pérdida total de su patrimonio.
Si bien en algunas áreas ya se restablecieron los servicios como electricidad y agua potable, el panorama se torna trágico al observarse daños en carreteras y puentes que entrelazan a los municipios, los cuales tomará algunos meses para que sean reparados.
En un recorrido que realizó Hora Cero por poblados y ejidos, se constataron los destrozos que sufrieron estos lugares donde las anegaciones han cesado y las familias han comenzado la reconstrucción de sus hogares, con la esperanza de retomar la normalidad en la que vivían hace algunas semanas.
DOLOR DESBORDADO
El desastre natural provocó que cientos de familias perdieran el patrimonio construido con años de esfuerzo laborando en la agricultura, principal actividad de la región que también se encuentra paralizada por la situación imperante.
Ejemplo de ello es el agrio episodio que enfrentan los habitantes del poblado “El Limón”, perteneciente al municipio de Mante, donde el agua alcanzó los dos metros de altura en un par de horas, debido al desbordamiento de Río Frío y Guayalejo.
Lo único que pudieron hacer ante la repentina avenida fue abandonar el lugar para poner a salvo sus vidas en albergues. Hubo quienes se instalaron cerca de la comunidad y observaron con impotencia como el agua terminaba con sus pertenencias.
Con el desánimo sobre la espalda, han comenzado la faena de la limpieza en los interiores de los hogares, colocando a orillas de la carretera que conduce a la ciudad y enlaza a otras localidades, los muebles, ropa, aparatos electrodomésticos, deteriorados por la acumulación de agua durante varios días.
Montículos de enseres bañados de lodo permanecen sobre los límites de la vía principal a la espera de ser removidos, mientras las personas agotadas por el esfuerzo aguardan sentadas llegue el apoyo que requieren para superar la desgracia por la que pasan.
Kilómetros más adelante, en la comunidad Congregación del Río Frío, parte del referido municipio, se vive la misma situación. Aunque la desgracia tiene la misma tonalidad y solo varía en relación a la cantidad de pertenencias entre una y otra familia, los lamentos que se escuchan son generalizados.
Irónicamente, limpian sus hogares empleando líquido de los charcos que quedaron de la inundación porque el servicio de agua potable no ha sido restablecido. Sin embargo, poco les importa lo único que quieren es erradicar el fango acumulado dentro de las casas.
Son días complicados que han enfrentado con provisiones mínimas por parte de la autoridad y con el apoyo de otros pobladores provenientes de ejidos que fueron afectados por el fenómeno natural.
Por las carreteras transitan camionetas repletas de ropa, alimentos, entre otros artículos, que se detienen en diferentes tramos para repartir la ayuda entre los afectados quienes toman lo que requieren y se retiran para continuar limpiando sus viviendas.
TAMAULIPAS DESTROZADO
Al ejido San Manuel, del municipio de Xicoténcatl, solo se puede ingresar mediante un puente colgante de fierro que se colocó hace algunos años. Es imposible entrar con vehículo ya que el Río Frío ha sepultado el cruce, dificultando a la cotidianidad de las familias que ahí habitan.
En otros lugares también se registra la misma situación, tramos de carreteras completamente destruidos, puentes dañados que representan un riesgo para los conductores, es lo que se puede observar en los traslados por la región.
Destaca el caso de la carretera Mante-Ocampo en la que los deslaves de los cerros impiden el tránsito vehicular. Pero es a la altura del kilómetro 30 donde la vía fue partida por completo a raíz de un desgajamiento.
Los habitantes de Ocampo han colocado una cuerda de metal con un gancho para recibir alimentos y apoyos de diversa índole. Con impotencia y asombro observan el derrumbe que los ha dejado incomunicados desde hace unas semanas.
Aunque ya se ha comenzado a trabajar para reparar los daños en la infraestructura pública, la capacidad de respuesta por parte de la autoridad ha sido rebasada por los múltiples estropicios que ocasionó la tormenta Ingrid en territorio tamaulipeco.
‘Hasta daban ganas de llorar’
En el momento que la creciente apareció, Salvador Morales Acuña, habitante del Poblado “El Limón”, se instaló unos kilómetros adelante de su hogar inundado y desde ahí observaba como el agua cual inquilino ocupaba su hogar, destrozando sus pertenencias.
“Ya sabrá como estuvo, hasta ganas de llorar daban, estaba bien feo. No alcanzamos a sacar nada de la casa, nada. Está todo hecho pedazos, mi casa es de block y casi se partió, las paredes de los baños vinieron a dar hasta adelante”, dice el hombre de 35 años de edad que está sentado frente a su hogar observando el terrible panorama.
El terreno donde habita lo comparte con tres de sus hermanos y sus padres, las cuatro casas construidas en ese espacio quedaron inhabitables. En el día están en las viviendas haciendo la limpieza, por la noche se regresan a los albergues.
Narra que la inundación los sorprendió, nadie estaba enterado de lo que sucedería en el poblado. Él salió de su hogar a las seis de la mañana para trasladarse a su trabajo en los cañaverales pero al observar que el agua hacía su arribo, retornó a su hogar para alertar a su familia y sus vecinos que todavía dormían.
“Lo malo es que nunca supimos que iba llegar la creciente porque no anduvo Protección Civil monitoreando, ni avisando. Logré sacar rápido a mi familia, los vecinos también se salieron, pero nadie alcanzó a sacar sus pertenencias”, menciona.
Menciona que será difícil reponerse del desastre ya que lo que construyó con su familia en quince años fue derrumbado por la corriente en unas cuantas horas, las horas más pesadas de sus vidas.
Ni los juguetes, ni la casa
Después de refugiarse con familiares, Sebastián, de 10 años de edad y habitante de “El Limón”, regresó al poblado solo para darse cuenta que la corriente se llevó sus juguetes y desapareció la casa de madera donde habitaban.
Parado sobre el piso de concreto de su hogar observa cómo se han quedado sin techo. Angélica Hernández García, su madre, está a su lado sollozando por lo acontecido, desesperada por no saber cómo es que habrán de erigir el hogar que hace un año adquirieron y que colinda con el Río Frío.
En las comunidades afectadas nadie es ajeno a la desgracia, tanto niños como adultos y personas de la tercera edad están conscientes de lo que viven, luego de las copiosas lluvias originadas por “Ingrid”.
“Regresamos de Mante, cuando llegamos estaba un tráiler volteado enfrente y la casa ya no estaba. Me dio lástima, no vi la casa, no apareció nada”, comenta acongojado Sebastián.
Añade que el agua se llevó sus películas favoritas y su consola de videojuegos, la cual quedó inservible en la parte trasera de su casa.
La firmeza con la que comenzó a platicar lo acontecido se desvanece conforme contempla el vacío que hay en el solar donde radica con sus padres. El llanto aparece en el niño que antes de callar pide la ayuda de las autoridades y de la sociedad en general.
“Se necesita la ayuda hay gente que lo perdió todo. Nos dijeron que iba a venir la ayuda y que nos iban hacer una casa y todo”, es lo último que alcanzó a mencionar Sebastián.
Abuelitos tristes
Las personas de la tercera edad se encuentran vulnerables ante el desastre natural, con la fuerza que aún conservan no les ha quedado otra opción que limpiar sus hogares, sacando a la calle los enseres afectados.
Sin medicamentos y con poca alimentación es como han sobrevivido al desastre provocado por los desbordamientos de los ríos.
Enrique Lara García, de 72 años de edad, expresa que la tristeza lo invade al observar su patrimonio deteriorado por la inundación. Su voz es pausada, apenas puede decir algo sobre el suceso.
Asegura que durante la creciente se refugió en la techumbre de una casa cercana y ahí esperó a que la contingencia pasara para retornar a su vivienda.
“Me puse triste, es todo, ya no puedo decir más. Tengo todo acabado, ando sin cambiarme porque mi ropa esta enlodada. Hace rato vino una nieta y me trajo mandadito”, comenta.
El habita en Congregación del Río Frío, como se le conoce al conglomerado de cuatro comunidades, donde se generaliza la misma desgracia originada por el anegamiento a causa del desbordamiento del Río Comandante y el Río Frío.
Asegura que en más de medio siglo que ha vivido en ese lugar jamás se había presentado una situación similar la cual desconocen cómo es que habrán de superar.
Solidaridad a raudales
La solidaridad corre a raudales por las áreas damnificadas, ciudadanos que no sufrieron afectaciones se han organizado para llevar alimentos preparados, despensas, ropa, a los sectores derruidos por el agua.
A primera hora, Irvin Misael Vázquez Morales, de 16 años de edad, recorre con un grupo de amigos casa por casa para ayudar en la limpieza a las familias perjudicadas. No le importa andar enlodado todo el día, lo único que quiere es que la gente termine cuanto antes con la rehabilitación de sus viviendas.
La esperanza es sembrada por estos grupos de personas que sin nada a cambio se han trasladado a las comunidades que requieren de víveres y artículos de limpieza para subsistir.
Karla Nohemí Ramírez Robles, estudiante del Cobat 3 de Mante, menciona que con estos significativos granos de arena se ha conformado una gran montaña de apoyo.
“Nos duele demasiado lo que están pasando nuestros conocidos pero los seguiremos apoyando. Esto apenas comienza, existe la esperanza de salir adelante y así será”, declara.
La ayuda a las familias damnificadas no se ha delimitado al área regional ya que municipios de la frontera norte como Reynosa, Matamoros, Nuevo Laredo, así como también, familias que habitan en diversos puntos de Estados Unidos, han realizado aportaciones monetarias o en especie.
Empezar desde abajo
Las familias afectadas saben que estabilizarse será difícil, sin empleo, sin ingresos económicos de cualquier otra índole porque las actividades están paralizadas, será complicado lograr la recuperación ansiada.
Para Anel Sánchez Castillo, de 25 años de edad y residente de Congregación Río Frío, no existe otra alternativa más que anteponerse al cansancio y trabajar arduamente para recuperarse lo antes posible.
“El cansancio sería lo de menos, sí estamos desesperados preguntándonos cómo le vamos hacer porque se mojó todo,
pero pues tenemos que empezar desde abajo”, señala.
Su casa está a unos metros del Río Frío el cual ya ha disminuido su nivel pero continua representando un riesgo por la intensidad de la corriente que lleva.
“Ya estamos durmiendo en la casa, no se descansa bien porque estamos con el pendiente de que en cualquier momento suba el nivel del río”, enuncia.
Dice que el apoyo de la autoridad en las semanas consiguientes será fundamental para que las familias de ese sector rural puedan regresar a la normalidad.