La historia de los panteones en Reynosa está íntimamente ligada a los fundadores de la ciudad y a las familias que le dieron identidad al municipio, siendo éste un tema en dominio de los historiadores, pero aún para muchos, desconocido.
En un periodo de casi 150 años, desde 1802 –cuando debido a las inundaciones que afectaban al poblado de Reynosa-Díaz sus habitantes se trasladaron 22 kilómetros río abajo hacia las Lomas de San Antonio (actual zona centro)– hasta 1949 –que comenzaron los servicios en la necrópolis del Sagrado Corazón–, se instauraron cuatro cementerios en la localidad, de los cuales sólo el último sigue funcionando.
Martín Salinas Rivera, antropólogo por la Universidad de Austin, Texas, y actual encargado de la sección histórica del Archivo Municipal de Reynosa, detalla que en el año de 1833, por orden del entonces gobernador de Tamaulipas, Francisco Vital Fernández, debía de dejarse de utilizar el atrio de la parroquia de “Nuestra Señora de Guadalupe” para las inhumaciones, a raíz de una epidemia de cólera que prevaleció en la entidad y que ponía en riesgo a los feligreses.
“Originalmente fue una tradición en la época colonial enterrar a sus habitantes en lo que era la iglesia e incluso, hay unos casos en Vallecillos, Nuevo León, que eran tan impresionantes los entierros dentro de los templos, que brotaba la grasa de los difuntos y todo mundo que se hincara se empapaba”, relata el entrevistado, quien ha trabajado en archivos municipales desde el año de 1980 y realizado diversas investigaciones en la Universidad de Texas.
Y es que, por increíble que esto parezca, debajo del piso de la congregación se acomodaron los restos humanos, mientras que arriba se oficiaron las misas, los rituales y los rezos. En aquel entonces esta costumbre era vista de una forma normal para los devotos de la Iglesia Católica.
“Aquí en Reynosa y en diferentes puntos de Tamaulipas, en el atrio de las iglesias, y en la parte de alrededor, también se enterraron a las personas que fallecían. Dependiendo la posición social era el punto donde colocaban a un cadáver. Entre más cerca del altar se estaba era porque se tenía un status más alto dentro del grupo social”, manifiesta el también arqueólogo.
Salinas Rivera precisa que en el caso de la parroquia de “Nuestra Señora de Guadalupe”, que fue el primer sepulcro que hubo en Reynosa, los cadáveres siguieron en el mismo lugar, ya que no fueron exhumados ni mucho menos reubicados. Fue casi siglo y medio después que se hallaron algunos cuerpos durante las tareas de remodelación.
Define que las tumbas se encontraban donde actualmente está el pasillo exterior izquierdo a la construcción, vista desde la zona frontal.
“Había una capilla que se reconstruyó en 1950, cuando se tumbó la iglesia y se hizo lo que conocemos hoy en día. Lo único que permanece tal cual es la torre.
“La iglesia original de Reynosa fue comenzada en 1810, pero en realidad la edificación de su primera etapa no terminó hasta 1835. La torre fue acabada entre 1860 y 1870. Aunque no duró mucho tiempo de que habían estado enterrando ahí a las personas, cuando vino la orden de que fueran sepultadas en otro sitio”, comenta.
NI SE LO IMAGINAN
El especialista reconoce que durante muchos años la gente ha acudido a sus servicios religiosos sin imaginar que varios metros debajo se localizan los cadáveres de los fundadores de esta ciudad.
“Anteriormente el campanario estaba hacia el lado sur y la iglesia se encontraba hacia el norte. Entonces en el área del pasillo quedaba la antigua iglesia y el atrio. Cabe decir que en el jardín exterior también había inhumaciones”, indica.
El antropólogo examina que algunos medios de comunicación han divulgado temas diversos de la parroquia principal de la ciudad, como la existencia de un sótano; sin embargo, esta es la primera vez que se aborda el tópico de las osamentas sepultadas debajo de ésta.
> ¿Como cuántas personas se calcula que fueron ahí enterradas?
“Es difícil determinarlo, ya que no se tienen a la mano los Libros de los Entierros, aunque el periodo que duró como panteón se estima que fue entre 1802 a 1835”, señala.
Y explica que en un principio las actas de defunción eran elaboradas por la iglesia. Sobre qué paso con tales documentos el entrevistado refiere que una de las interpretaciones que se tienen es que se perdieron durante la época revolucionaria, aunque su opinión personal es que pudieron haberse extraviado en el mandato del presidente Plutarco Elías Calles.
Agrega que entre los años de 1926 y 1929 se detonó un conflicto armado en México denominado la Guerra de los Cristeros, entre el gobierno federal y el clero.
Elías Calles hizo valer la Constitución Mexicana de 1917 que prohibía la participación de la iglesia en la política y la privaba de poseer bienes raíces de la nación, lo cual originó una encarnizada batalla que dejó un saldo aproximado de 250 mil muertos, entre civiles, fuerzas cristeras y soldados del Ejército Mexicano.
“Hubo sacerdotes que tuvieron que salir huyendo porque el gobierno estaba aferrado a que se cumpliera la ley. En el área de nosotros del norte de Tamaulipas los archivos demuestran que se presentaron ciertos movimientos de este tipo, ya que en ese proceso Reynosa se quedó sin cura y venía uno a oficiar misa desde Camargo.
“Entonces los libros (donde aparecen los nombres de las personas enterradas en la iglesia, los bautizos y los casamientos) se perdieron”, relata.
EN BUSCA DE PISTAS
Este investigador menciona que a finales del siglo anterior estuvo rastreando los archivos de la misión religiosa de San Joaquín del Monte, situada en Reynosa-Díaz, ya que antes de la mudanza de la ciudad ahí comenzaron a escribirse los libros en mención.
“La iglesia que pusieron allá era la misma que por momentos sirvió a los primeros reynosenses. En esos registros también se incluían a los indígenas y a los pobladores que llegaron a residir la región.
“Y al final de cuentas parte de estos libros aparecieron en el estado de California y esos documentos, los originales, actualmente se encuentran en la Panamerican University de Texas en Edinburg. Muy secretos, pero ahí están en la llamada Colección del Bajo Río Grande.
“Su biblioteca es enorme, pero dentro tiene una sección de historia, la cual se localiza en el piso de abajo, enseguida de donde se sacan los libros.
“Terminaron ahí porque era una genealogista de California las que los tenía. No están todos, porque yo tengo el registro de que en 1805 vino un historiador y apuntó todos los libros que había; sin embargo, se recuperó algo”, revela.
Salinas Rivera considera que esos tomos deberían estar en México y que en realidad pocos son los que saben que se sitúan en territorio texano.
“Fue hasta el año de 1862 cuando inició el Registro Civil y de esa época para acá la iglesia siguió registrando datos, pero si uno quiere trazar personajes antiguos se tiene que ir a esos archivos de las iglesias conocidos como los Libros de Entierros”, subraya.
EL SEGUNDO CEMENTERIO
Tras promulgarse el uso de un nuevo sepulcro en el año de 1833, se eligió un solar de una manzana de longitud ubicado sobre la calle Aldama y 16 de Septiembre, aunque de acuerdo con escritos del Archivo Municipal este sitio estuvo circundado por bardas altas y permaneció en funcionamiento sólo por un espacio de 28 años. Probablemente se saturó debido a las epidemias que hubo en ese tiempo.
“El decreto del gobernador estableció que los sepulcros siguieran en los terrenos actuales de la escuela primaria Club de Leones Número Uno”, explica.
Incluso, de este último sitio ha trascendido la historia del doctor David L. Wood, un ilustre personaje y miembro de una de las familias más ricas de Texas, quien por dogmas religiosos fue enterrado fuera de dicho cementerio.
A él se le atribuye haber introducido a Texas el primer periódico en inglés –que se llamó The Richmond Telescope–, y murió en Reynosa, después de haber huido de la persecución de la Guerra Civil en Estados Unidos, acusado de casarse con una esclava de raza negra.
“Es por eso que estamos encaminados a que se reconozca la historia y lo que es la región nuestra”, comenta Salinas Rivera.
Por su parte, y a 180 años de distancia, el actual director del plantel (llamado en el turno matutino Georgina Cantú Peña y por la tarde, Club de Leones número Uno), revela que en más de dos décadas que lleva de pertenecer a esta escuela –construida en 1968– han tenido diversos hallazgos, debido a las construcciones y remodelaciones hechas in situ (pues los restos de los difuntos nunca fueron exhumados para un reacomodo).
“Hace unos siete años, cuando se levantó la techumbre, en la parte de abajo se elaboraron unas zapatas de unos dos metros de profundidad para colocar las vigas de acero y los muchachos que anduvieron haciendo la excavación sacaron fragmentos de algunos huesos, los cuales estaban ya muy deteriorados.
“Hemos quitado árboles, se han hecho bardas y siempre encontramos restos óseos y sí, tenemos la certeza de que aquí fue un panteón”, recalca el profesor José Baldomero Leal García.
EL PANTEON DEL ISSSTE
El Archivo Municipal de Reynosa cuenta con una serie de registros que corresponden a su tercer cementerio, el cual se situaba donde ahora está el hospital del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado.
En ellos aparecen nombres de importantes personajes de diferentes ámbitos de la sociedad, como el del comerciante francés René Guyard, que tuvo un almacén de abarrotes en la región, así como apellidos entre los más repetidos en las listas tales como los Anzaldúa, Chapa, Villarreal, Zamora, Cavazos, Guajardo, Reséndez, Isassi, Leal, Martínez, Muguerza, Ochoa, Quiroga, Pérez, Salinas, Aguilar, Balli, Fonseca, Guerra, De León, Prado, Treviño, Cantú, Flores, Longoria, Olivares, Quintanilla, Rodríguez, Domínguez, Garza, Farías, Hinojosa, Caballero y Herrera.
Asimismo los Uresti, Balderena, Benavídez, De Hoyos, Quintero, Vargas, Bocanegra, Ramírez, Guerrero, Tijerina, Castañeda, Guzmán, Valdez, Cárdenas, Bustamante, Osuna, Molano, Mercado, Reyna, Villanueva, Vega, Peña, Yañez, Molina, Salazar, Botello, Estrada, Magallán, Navarro, Garcés, Macías, Sánchez y Zepeda, por citar algunos.
El llamado Panteón Civil (el tercero de Reynosa) entró en operaciones en 1860 y fue clausurado en 1954, casi un siglo después. Su desalojo comenzó en mayo de 1965 y en él participó la arqueóloga Antonieta Espejo, enviada por el Instituto Nacional del Antropología e Historia (INAH).
“Cabe decir que en nuestra ciudad no se ha tenido ningún respeto por los cementerios, que son históricos y es muy importante que se conserven.
“Inclusive, hace unos años ya querían quitar las tumbas del Sagrado Corazón y reacomodar a los difuntos para darle paso a la construcción de estacionamientos vehiculares”, lamenta.
Y esto mismo sucedió cuando se erigió el edificio de la clínica del ISSSTE y los cadáveres fueron transportados a la necrópolis del Sagrado Corazón para realizar esta obra.
“Obviamente muchos de los restos no tenían dueño, como no tenían descendientes o no vivían en Reynosa, ahí se quedaron. Y había fosa común”, indica el también integrante de la la Sociedad de Historia de Reynosa y otras instituciones afines, como el Colegio de Historiadores y Cronistas del Norte del Nuevo Santander.
En tanto, Alicia De León Peña, quien es directora del Archivo Municipal, señala que los documentos que cuentan la historia de Reynosa se encuentran debidamente protegidos, concentrados en carpetas, archivados en cajas y organizados en expedientes a los que se les ha asignado un número catalográfico para su mejor manejo y control.
“Estamos encantados de que más ciudadanos conozcan de nuestro Archivo y lo que la presente administración de Everardo Villarreal Salinas está haciendo para continuar con los trabajos y seguir avanzando para la conservación de nuestra historia. Somos un espacio abierto a todos y cualquier ciudadano de Reynosa es bienvenido”, destaca.
De manera que quien desee consultar sobre el origen de sus antepasados en esta ciudad a partir de 1861 y hasta 1945 tiene la ventaja de acudir ante la instancia del gobierno municipal.
Algunos nombres y apellidos de las personas que fueron sepultadas previamente a esa fecha pueden consultarse en la Panamerican University de Edinburg. La idea es traer a México esa información para continuar reconstruyendo la historia de la ciudad y de sus habitantes.
Pero sin lugar a dudas lo que para muchos resulta sorprendente imaginar es que los sitios que ahora son ocupados por construcciones religiosas, salones de clases, consultorios médicos y salas de espera, alguna vez se utilizaron para alojar los restos de los antepasados del pueblo de Reynosa, muchos de los cuales descansan debajo, en el mismo lugar.