La señora Juana Camacho Márquez compartió la singular historia que ella misma protagonizó en el año de 1963, cuando le tocó atender en el alumbramiento a su mamá, siendo todavía una adolescente. A los 15 años había ingresado como afanadora del IMSS, donde se convirtió en auxiliar de enfermera. Después ayudó a muchos bebés a venir al mundo, entre ellos a su hermana, y ahora tiene hijas y hasta nietas que son doctoras.
La vida suele presentar oportunidades y hay quienes saben aprovecharlas. Ese es el caso de una encantadora mujer que a sus 75 años de edad rememora algunos de los mejores momentos, uno de los cuales la dejó marcada para siempre.
Juanita, como le llaman de cariño, es originaria de Nuevo Laredo, Tamaulipas, pero la trajeron a Reynosa a los seis meses de nacida.
Creció en el área de la calle Allende, en la zona Centro de la ciudad, y fue uno de los 10 miembros que conformaron el hogar de los Camacho Márquez.
En aquel entonces había muchas carencias y desde muy chica empezó a trabajar en la limpieza, pero hubo un instante que encaminaría su vida al éxito.
En el viejo hospital Ruíz Vázquez del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), estaban necesitando afanadoras. Juanita fue la primera que llegó y se quedó con el puesto.
En el sanatorio ubicado en aquel entonces sobre la calle Río Mante, donde ahora se encuentra una clínica dental, no se daban abasto con el personal médico para atender a una población de Reynosa que ya estaba creciendo.
La joven tenía 15 años cumplidos de edad y se quedaba por el turno de la noche. Casi a diario llegaban mujeres con los dolores de parto y el promedio era de aproximadamente cinco alumbramientos cada día. Era tanta la sobrecarga de trabajo que a la muchacha le pedían que ayudara, dejando así la jerga y la escoba para ayudarle a las enfermeras en los partos.
“A mí me ocupaban en intendencia y veía cómo socorrían a los enfermos. Me tocaron compañeras muy buenas que me enseñaron y me hablaban para que les apoyara”, relató.
Rápidamente aprendió el oficio de partera, sin imaginar que sería eso lo que le cambiaría la vida: no mucho tiempo después Candelaria, su madre, quien aún era joven, se encontraba embarazada.
Y nunca pensó que sería ella quien la atendería cuando finalmente se cumplió el plazo posterior a las 40 semanas para el nacimiento de su hermana, Martina, porque dio la casualidad que la comadrona de la familia se encontraba atendiendo otro parto.
EL MOMENTO CUMBRE
Fue entonces que Juanita puso a prueba su destreza y asistió sola a su mamá durante todo el proceso, desde la expulsión de la placenta, la extracción de la bebé por la pelvis, revisar que ésta no estuviera enredada, que recibiera su nalgadita, cortar el cordón umbilical y mantenerlas a ambas abrigadas.
“En vel hospital fue donde adquirí la práctica y ya cuando se le llegó a mi madre su parto le había dicho que yo la atendía. Me decía ¡‘No, qué voy a querer’!, pero cuando se vino el día la señora que la iba a ver no estaba.
“Fueron a hablarle a la partera y la partera andaba en otro alumbramiento. Mi mamá ya tenía sus dolores y mi abuelita dijo ‘pásele mija, para que le ayude a su madre;’ y gracias a Dios todo salió bien y nació una niña.
“Ya como a la hora llegó la enfermera y secó todo, que no hubiera sangrado y dijo que estaba bien todo. Ya nomás fue a darnos el visto bueno”, recordó.
En el hogar reinó un ambiente de felicidad y todos se sintieron muy orgullosos de Juanita. Simpáticamente confesó que su papá, don Mariano, se alegraba al saber que ayudaba a mucha gente a traer bebés al mundo y también se ponía contento cada vez que a ella le pagaban.
“Le daba gusto cuando llegaba el cheque (carcajadas). Oiga, en ese tiempo nos pagaban como 200 pesos y feria. ¡Y eso era mucho! Como éramos de escasos recursos con ese salario podría ayudar a mi familia”.
CON EMPEÑO Y ACTITUD
Y es que a esta mujer le tocó aprender a la usanza de la vieja escuela. No había entonces aparatos de ultrasonido disponibles y eran tiempos cuando aún se acostumbraba a parir en casa, porque el sanatorio tenía apenas dos enfermeras y un médico. Además se capacitó en técnicas para atender otro tipo de circunstancias hospitalarias.
Trabajando cinco años para el Seguro Social finalmente vino la oportunidad de que ella se profesionalizara, al estudiar para convertirse en auxiliar en el área de Enfermería, un puesto en el que permaneció 28 años trabajando y donde ayudó a muchas mujeres a que pudieran tener a sus hijos.
Fue hasta el año de 1968 cuando ella y sus compañeros fueron trasladados a las instalaciones del nuevo hospital del bulevar Hidalgo y Praxedis Balboa.
El jefe de Juanita era el doctor José Zertuche, desde antes que se cambiaran al Hospital de Zona número 15, que después llevó el nombre de este reconocido médico.
“Se presentaron muchos casos que había que atenderlos, pero siempre con la ayuda y el conocimiento de la enfermera Amelia Zapata de Anguiano, que fue la que me enseñó este bello trabajo. Todavía vive; en agosto cumple sus 90 años y nos hablamos frecuentemente”, comentó.
Muchos de esos reynosenses que vio nacer ahora son ya adultos y hasta abuelos que forman parte de la sociedad.
SATISFACCIÓN PERSONAL
Martina, aquella hermana que Juanita ayudó a dar a luz de su fallecida madre, aún vive. “Ahorita si Dios quiere va a cumplir 60 años”, dijo.
Y a pesar de que Juanita participó en muchísimos partos, paradójicamente los suyos fueron todos por cesárea.
“Tengo cuatro hijos. La mayor, luego los cuates y otra hija. Nunca supe lo que era un dolor de parto”, le contó al reportero, quien aprovechando que recién se cumplió el Día de las Madres la invitó a que dijera unas palabras:
“Solamente puedo decirles que sean mujeres valientes, que no se dejen vencer y que le digan que no al aborto. Así como un hijo cuesta mucho tenerlo, también hay que cuidarlo y guiarlo por buenos caminos”, les exhortó.
Y como recompensa por esta gran experiencia de vida, más allá de haber tenido un trabajo, Juanita mencionó que posee la dicha de tener en casa una nieta que es doctora, dos enfermeras y una de sus hijas también es enfermera en el Hospital General de Reynosa.
Ellas siguieron la tradición que hace mucho esta fuerte mujer tamaulipeca comenzó cuando era casi una niña y que hoy le ha rendido grandes frutos, siendo un ejemplo para muchas mujeres en este importante mes de mayo.
“Muchas felicidades a todas las madres, especialmente a la mía”, deseó la señora Juana Camacho Márquez.