
A sus 53 años, Eugenio Calles Constantino tenía un sueño: instalar un puesto de comida cerca del nuevo hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social en esta ciudad, pero su sueño se desvaneció el martes 18 de septiembre.
Su esposa, María Leticia Blas Arredondo, narró que el plan de Eugenio era salirse de trabajar de las compañías contratistas de Petróleos Mexicanos para poner un negocio de comidas, ya que desde hace tiempo tenía esa ilusión.
Para cristalizar ese proyecto el propósito de la pareja era vender un terrero que tienen en Altamira, y de ahí tomar una parte del dinero.
“De hecho, una semana atrás de la tragedia nos estuvo llamado una señora interesada en comprarlo; yo le decía a mi Eugenio que ya se estaba haciendo la venta del solar y estaba muy emocionado”, narró la viuda.
Tenía la esperanza de que se concretaría la venta para luego salirse de la compañía y emprender su negocio de antojitos.
“Quería comprar una ‘carcachita’ para trasladar sus utensilios de cocina. Estaba por apartar el lugar donde adecuaría su negocio. Incluso le decía a dos de mis hijas que se las llevaría a trabajar con él, pues han batallado para conseguir trabajo últimamente”, dijo María Leticia.
Eugenio era muy buen cocinero, hacía gorditas y huaraches con guisados picosos. “Cuando mi mamá estaba en la casa la invitaba a comer y rápido le preparaba unos huarachitos con frijoles y queso, o con guisados y su salsa picosa”, dijo.
Originario de Ozuluama de Mascareñas, Veracruz, desde muy pequeño llegó a Reynosa junto con sus padres y sus hermanos para buscar mejores oportunidades de trabajo.
María Leticia y Eugenio se conocieron en el municipio de Aldama, donde él trabajaba como ranchero. Hace 24 años se casaron y tuvieron cuatro hijos. Bianca Yesenia, de 24 años, y actualmente embarazada de siete meses; Yuriana Leticia de 23; Víctor Elí de 21 y Jennifer de ocho años.
El hombre de 53 años tuvo la dicha de convertirse en abuelo hace ocho meses; estaba ansioso de saber a quién se iba a parecer el varón que viene en camino. Ya contaba los meses para conocer a su segundo nieto. Deseaba tenerlo en sus brazos para saber si se parecería a “su gorda”, como le decía de cariño a su hija.
La pareja estaba a punto de cumplir 25 años de casados en abril próximo, y sus hijos tenían planeado celebrarles las bodas de plata, sin embargo, la tragedia empaño este proyecto familiar.
“Era muy buen padre, muy atento con sus hijos y cariñoso conmigo. Era muy amoroso conmigo. Me decía ‘mi María’ y él era ‘mi Eugenio’. Se despertaba temprano y no dejaba que yo me levantara; él mismo preparaba lonche para los dos y para mi hija Yuriana.
“Y aunque no era muy expresivo les demostraba que los quería. Siempre se preocupaba por toda la familia, por proveernos en lo económico. A sus cuatro hijos les dio educación hasta donde quisieron estudiar.
“Los vecinos los apreciaban mucho por sus hospitalidad. Jamás tuvo un problema con nadie, al contrario, seguido lo visitaban. Era muy solidario y compartido; ayudaba a los vecinos y le gustaba hacer trabajos diversos de albañilería, pintura y soldadura”, describió María Leticia.
La tragedia
Con apenas 15 días laborando para la empresa Apollo, Eugenio tenía marcado su destino pues le tocó estar muy cerca de donde fue la explosión del pasado 18 de septiembre. Desde hace cinco años laboraba en las compañías contratistas de Pemex. Cuando ocurrió el accidente estaban pintando unas cisternas en el área.
Esa mañana antes del mediodía, María Leticia recibió la llamada de su hermana que le decía que había ocurrido una gran explosión en el Centro Procesador de Gas, ubicado kilómetro 19 de la carretera a Monterrey.
Su hermana le informó que el siniestro había provocado una gran cantidad de heridos y por lo menos una veintena de muertos. María Leticia trató de pensar de forma positiva y deseaba que su marido estuviera entre los heridos.
Desde su casa, en Prados de Alcalá, llegó hasta el lugar donde estaban reunidos algunos los sobrevivientes del siniestro. Desesperada buscó entre todas esas personas el rostro de su Eugenio. Pero él no estaba en ese grupo de trabajadores.
Junto con sus hijos recorrieron los hospitales donde habían trasladado a los lesionados desde el Instituto Mexicano del Seguro Social, el Hospital General, el Hospital Materno Infantil, el Hospital de Pemex e incluso en el Christus Muguerza, pero no lo localizaba. María Eugenia angustiada buscaba entre las listas de heridos y fallecidos, pero no daban con el nombre del padre de sus hijos.
Aunque se resistía a creer que su compañero de vida podría haber fallecido, acudió al Servicio Médico Forense acompañada de todos sus hijos. Y después de recorrer tantos kilómetros y hacer infinidad de oraciones para evitar lo inevitable, el nombre de Eugenio apareció en esa lista, donde María Leticia rogaba a Dios que no estuviera.
Tratando de enfrentarse con fortaleza a esa dura realidad y haciéndose fuerte con sus hijos, al día siguiente se dirigieron a la Procuraduría General de la República (PGR) donde tendría que identificar el cadáver de Eugenio. Abrazada de la fotografía de su esposo María Leticia resistía, y no derramaba una sola lágrima.
La mujer de 46 años describió qué fue lo más difícil que enfrentó en ese suceso: tener que llenarse de fuerza para identificarlo mediante fotografías primeramente, y posteriormente identificarlo físicamente al tener el cuerpo de su esposo frente a sus ojos, aunque se resistía hacerlo.
Después de amargas experiencias, el 20 de septiembre acudió a las instalaciones del Servicio Médico Forense de Reynosa, ubicadas a un lado del Hospital General, para recibir el cadáver.
Fue después de varios minutos que le pidieron firmar unos documentos y trasladarse a la funeraria donde prepararían el cuerpo para su velación.
Al día siguiente, el 21a las 10:00 horas, partió el cortejo fúnebre desde la funeraria Valle de la Paz en el bulevar Morelos hasta el panteón del Sagrado Corazón de Jesús.
La gran caravana recorrió la ciudad, encabezada por la carroza que transportaba los restos mortales de Eugenio, seguida de una camioneta de la compañía Apollo, donde sólo 15 días trabajó como ayudante de pintor.
Los restos de Eugenio yacían en un ataúd color crema. Alrededor de las 10:30 horas la familia y las personas que los acompañaban arribaron al cementerio; caminaron bajo el intenso calor del sol hasta la tumba donde sería sepultado su cadáver.
Su hija Bianca Yesenia, con sus siete meses de embarazo, trataba de hacerse fuerte abrazando el retrato de su padre, pero el dolor de perderlo no le permitía controlar el llanto.
En otro lado, Yuriana Leticia y la pequeña Jennifer se abrazan para darse consuelo. Aún no asimilaban que su padre ya no estaba con ellas.
En el instante que arrojaban la tierra sobre el féretro, entre lágrimas y tristeza, su hijo Víctor tomó una pala y comienzó a lanzar la tierra hacia la que sería la última morada de su progenitor.
Cumpleaños triste
El pasado 27 de septiembre María Leticia cumplió 46 años. Esta ocasión fue un cumpleaños invadido por la tristeza ante la ausencia de su esposo. No hubo festejo, ni sorpresas, ni un obsequio por parte de su compañero de vida.
En el hogar ni siquiera se mencionó que María Leticia cumplió años.
“Mi marido se hubiera levantado temprano para felicitarme, preparando el desayuno y por la noche traería un pastel o algo para celebrar. Pero este día es diferente, ya no tengo a mi Eugenio conmigo y eso me llena de tristeza, aunque tengo que ser fuerte por mis hijos; duele y duele mucho”, dijo desconsolada.
En la entrada de la modesta casa de su hija fue colocado un moño negro en señal de luto. El cuadro con la fotografía de Eugenio, que María Leticia llevaba a la PGR, ahora está colgado en la pared.
A ratos es retirado por uno de sus hijos para estrecharlo en sus brazos, como si Eugenio estuviera vivo.