
Vestido con indumentaria de hospital, el periodista, Jaime Jiménez, realizó un experimento social para averiguar el trato que reciben los trabajadores de la salud por las calles de Reynosa en plena contingencia por el coronavirus. Esta es la crónica de las reacciones que obtuvo de la ciudadanía.
Con ropa de enfermero recorrí durante un par de días diversos puntos de esta ciudad en la frontera de Tamaulipas para conocer más de cerca la conducta de la comunidad, ya que al inicio de la tercera fase de la emergencia sanitaria empezó a propagarse el temor de que la gente se contagiaría con el simple hecho de coincidir con el personal médico.
Y luego que hace unos días se hizo viral la presunta agresión hacia el empleado de un hospital en Reynosa, a quien le arrojaron una botella con cloro, quienes se dedican a salvar vidas reconocieron sentirse más expuestos ante el rechazo de la sociedad.
Así que, para saber si esto es una amenaza real o solamente fue un hecho aislado, conseguimos un uniforme para hacerme pasar como un enfermero y mezclarme entre la gente en un momento en el que la contingencia alcanza su nivel más crítico.
Desde el primer día, con un poco de nervios por lo que fuera a sucederme, salí a la calle enfundado en una filipina y pantalón azul y una mascarilla quirúrgica de triple capa de color blanco, mientras a lo lejos un camarógrafo captaba la escena.
Llegué al paraje del transporte público frente al Hospital General de Zona número 15 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Ahí me senté a lado de una joven que por lo que pude observar se encuentra embarazada y a mi espalda una señora estaba de pie esperando el microbús.
Frente a mi otra persona en compañía de un par de taxistas que sólo me escaneaban con la mirada, pero hasta ahí todo marchaba bien y no recibí malos tratos de parte de ellos.
No obstante, minutos después la mujer que estaba atrás de mi se alejó; a su vez la chica se levantó y tomó su distancia unos metros de donde yo me encontraba, dejando entrever un cierto temor a que pudiera ser un portador del mortífero Covid–19.
En el vaivén de los vehículos por el bulevar Hidalgo el claxon de un camión de modelo antiguo anunció su llegada y al instante me levanté para abordarlo. Fue entonces cuando pude notar que las reacciones de los otros pasajeros eran indistintas y me trataron como a cualquier persona.
Además me percaté que la mayoría estaban protegidos de su rostro y frente al chofer había un anuncio por parte de la Secretaría de Salud, donde hacia el llamado de acatar las medidas de prevención como el uso del cubre bocas y gel antibacterial.
Me senté en los primeros asientos aproximadamente cerca de la puerta. Después me recorrí junto a la ventanilla. En un paradero el conductor detuvo el trayecto y mientras miraba a mi alrededor noté cuando subió una mujer y se sentó a mi lado. Ella pudo haber elegido otro asiento vacío ya que había más, pero se acomodó junto a mí.
Después de recorrer un tramo de la ruta me bajé a la altura del puente peatonal del tianguis Solidaridad donde, por cierto miré poca afluencia de transeúntes, pues la mayoría sólo sale por lo esencial. Sin demorar crucé al extremo sur bajo los incandescentes rayos del sol y la cámara lo iba documentando todo.
Ingresé al centro comercial de Plaza Hidalgo, recorrí locales comerciales, incluso me compré una botella con agua embotellada en el interior de Soriana para mitigar ese calor de más de 30 grados centígrados. Nuevamente no observé nada extraño, sólo que al ingresar los guardias toman la temperatura a cada persona y le dan una pequeña dosis de desinfectante de manos.
Minutos después salí hasta el boulevard y esperé nuevamente la pesera para visitar otro punto, así que llegué hasta la plaza Sendero Periférico para repetir la operación.
Ahí me llamó la atención que de al menos una veintena de locales de comida rápida, los tres restaurantes que venden platillos chinos estaban cerrados.
Enseguida me fui al paradero del transporte público frente a Plaza del Río, mejor conocido como Soriana Morelos, ahí también se observaban pocas personas.
Pude presenciar que la venta de cubrebocas se ha vuelto un comercio por necesidad, mientras que otros muchachos de nacionalidad cubana te ofrecían agua fresca.
Ya un poco deshidratado por el tremendo calor crucé el boulevard y en una banca se encontraba una señora con una niña en brazos, conversamos en lo que llegaba el camión que la llevaría a su casa.
Aproveché para preguntarle qué opina del personal médico y agregó que son personas que se merecen respeto por estar velando por la salud de los ciudadanos.
De hecho, me comentaba que venía de un centro médico porque le mandó a realizar unos estudios a su pequeña, ya que tiene unos problemas en los pies y fue valorada para saber si es necesaria una cirugía o el uso de zapatos ortopédicos. A pesar del trajín me quedé satisfecho, pues fue positivo.
SEGUNDO DÍA
El martes 12 de mayo por la mañana era el momento de sacar nuevamente el uniforme de enfermero para iniciar la jornada, quería cerciorarme de que un enfermero puede sentirse seguro caminando por las calles de Reynosa.
En ese momento se sentía un clima de bochorno insoportable, mientras que el firmamento se vistió de gris y amenazó con enviar una llovizna pero puse manos a la obra y recorrí la zona centro de la ciudad.
Esta vez visité algunas fruterías y algunos puestos que están por la lateral de las vías del ferrocarril justo frente al mercado Guadalupano. Me detuve precisamente en un negocio denominado “Nopalitos el pariente”, donde estuve platicando con Juan Pérez y le pregunté qué es lo que más consume la gente hoy en día y me comentó que las personas se están llevando la miel, el nopal cortado, el frijol. Principalmente productos básicos.
Asimismo recorrí por todo lo largo la calle peatonal Hidalgo donde pude apreciar que ya se observa un mayor movimiento de personas que salen a buscar el sustento diario. Eran uno que otro de los negocios denominados como ‘esenciales’, los cuales atienden desde la ventanilla y con filas enormes de las personas que acuden a hacer sus comparas.
Caminando frente a una tienda departamental me encontré a unos señores de la tercera edad a quienes les hice algunas preguntas, como qué opinaban de los enfermeros, pues la idea era interactuar con la comunidad. Y respondieron textualmente que: “Si no fuera por ustedes no nos curábamos”, y que estos deben ser respetados aunque no haya pandemia.
Siguiendo con la caminata llegué a la Plaza Principal Miguel Hidalgo, donde platiqué con un hombre de edad avanzada, quien se encontraba descansando y me comentó que a su parecer: “En México no hay tanta gente civilizada como en China, Japón, Alemania”, por ser países más desarrollados.
“No sé cuándo se irá a levantar esto, ahora en toda la República Mexicana ya van más de 30 mil que están encamados y yo creo que todos van a morir”, consideró el anciano.
Como es sabido en algunas regiones del país e inclusive aquí mismo en Reynosa los trabajadores de la salud han sido agredidos por la comunidad y hasta discriminados, pero a decir verdad su labor es fundamental para poder atender la pandemia del coronavirus y creo en lo general la gente así lo está entendiendo.
Ahí mismo conversé con un bolero quien también me proporcionó su opinión acerca de los ataques que está sufriendo el personal medico.
“Hemos visto muchas agresiones… sí lamentablemente ya sabes como es la gente de cerrada de la mente; en vez de ponerse a ver bien las cosas salen con cada tontería”, y aproveché para preguntarle: –¿Y a ti no te da miedo?–, a lo que respondió: “Sí cómo no, miedo sí da como quiera, ¿quién no le va a tener miedo a la muerte?”, dijo el bolero antes que sonara la campana.
Posteriormente me dirigí a la iglesia Nuestra Señora de Guadalupe y aproveché para darle gracias a Dios porque el experimento social había resultado con un saldo blanco. Cuando miré a mi alrededor solamente cuatro personas se encontraban en el interior, quienes llegaron a elevar sus oraciones y pedir quizá que pase la pandemia.
Después caminé por enfrente de la presidencia municipal, donde algunas personas nos siguieron con la mirada hasta perderme en la esquina de la calle Morelos con Hidalgo del primer cuadro de la mancha urbana.
Recorriendo nuevamente la peatonal pudimos observar que algunos negocios denominados esenciales estaban abiertos, atendiendo al público desde afuera y otros a media cortina. Un hombre extranjero tenía también un puesto vendiendo gel antibacterial.
Finalmente me percaté que un señor estaba leyendo el periódico y también quise conocer su reacción, así que antes de dar por concluido mi reportaje me acerqué para sentarme a su lado y entablar una plática.
No me agredió ni verbal ni físicamente, pude notar al instante que tomó su distancia y me miró molesto. Cuando le pregunté qué opina de la labor que desempeñan los profesionales de la salud me respondió de manera muy cortante “mmm pues ahí”.
Salvo esa observación, pude constatar en este experimento social que hay personas buenas que valoran el trabajo de los médicos y enfermeros, que están mostrando su solidaridad hoy mas que nunca, aunque también pude comprobar que mucha gente está acatando las recomendaciones de las autoridades y otras que ni al caso.
En resumen podría decir de mi experiencia de reportero vestido como enfermero que me quedé satisfecho porque comprobé que, si bien ha habido incidentes aislados, en las calles de Reynosa todavía se respeta a las personas que trabajan en los hospitales, consultorios y clínicas.
Y, por supuesto, el llamado a la comunidad es que comprendamos que también son seres humanos y merecen respeto, porque a final de cuentas de ellos depende la salud de muchas personas.