El estruendoso llanto de Angela sacude la reducida alcoba de interés social donde su madre y cuatro hermanas reposan. En la calurosa madrugada Francisca busca desesperada un tranquilizante para su hija de ocho años de edad, afectada por las convulsiones, más las últimas píldoras se terminaron semanas atrás. Sin dinero para acudir al médico no existe otro remedio que elevar plegarias al cielo para que la menor se serene.
Retorcida sobre una cuna cuyos tablones crujen de forma constante, Angela recibe masajes y palabras de amor de sus asustadas hermanas, pero la hidrocefalia congénita que la aqueja la mantiene turbada.
No habla ni entiende razones y cada vez que la niña entra en crisis el miedo a perderla se pasea por cada rincón del paupérrimo hogar.
Para desgracia de Francisca, quien se separó de su cónyuge por las vejaciones a las que la tenía sometida, su hija Estrella de 10 años padece cardiopatía y su estado de salud también es reservado.
“Es muy duro para mí tener a dos niñas enfermas y sacarlas adelante sin ninguna clase de apoyo”, describió la mujer originaria de Tabasco, quien es comisionista en una mueblería.
Y agregó: “como madre es abrumador cuidarlas; darles de comer y velar por ellas”, porque debe trabajar para llevarle el alimento a cinco bocas.
“Protejo una cosa y desprotejo otra y me tengo que partir en mil pedazos para estar con ellas y ver que no les falte nada”, dijo apesadumbrada.
A decir de la obrera, Angela nació con un tumor cerebral el cual le fue extirpado. Tuvo cinco operaciones en 40 días en los que se vio muy grave y los doctores no le daban esperanzas. Aunque ha sobrevivido, el problema persiste.
“Por su lado, Estrella había nacido muy bien y de repente se le detectó una enfermedad cardíaca. El primer síntoma fue la taquicardia que la sofocaba en extremo”, explicó Francisca.
ASEDIO MORTAL
Sabedora que en cualquier momento alguna de sus hijas puede tener un fatal desenlace, esta madre de familia ha gestionado apoyos del gobierno para continuar dándoles los tratamientos, pero sin fortuna.
A partir de entonces, dice, se ha resignado, algo que la entristece, pero no le asombra por la nula respuesta de las autoridades.
Es por eso que para Francisca Méndez despertar a un nuevo día más que un privilegio representa llevar sobre su espalda una esfera de obstáculos, de los que no sabe si saldrá bien.
Sus preocupaciones lejos de abatirse se ahondan porque en las últimas semanas han aparecido nuevos malestares en el pecho de su hija Estrella, quien asiste al tercer grado de primaria.
“Mi niña ya había sido intervenida quirúrgicamente del corazón en el Hospital 25 del Seguro Social de Monterrey y pensé que eso era suficiente, pero resulta que le regresó el dolor. Es necesario checarla, pero no hay la manera económica. Estrellita me dice que le duele el pecho y se cansa demasiado”, relató sentada sobre una vieja cama Francisca.
Entretanto el desarrollo de Angela es tortuoso y no puede caminar ni acudir por su propio pie al sanitario. También sufre de problemas ópticos y el riesgo de que se bloquee la válvula –colocada en su cerebro al nacer para evitar la retención de agua–, es latente.
“Tiene que usar pañales; ella es de biberón y leche todavía. Sus cuidados son como los de un bebé”, mencionó Francisca, quien no cuenta con prestaciones de ley ni servicio médico.
POBREZA CRIMINAL
Esta madre comentó que la última vez que consultó a sus hijas fue hace más de un año y la menor de ellas no recibió los mejores pronósticos.
“En ese entonces los médicos me dijeron que si Angela lograba sobrevivir se convertiría en un vegetal, porque su enfermedad es degenerativa.
“La verdad si he pensado en que puede morir, porque su pecho se le ha hundido muy feo, pero por algo sigue viva”, consideró.
Según detalló Francisca ha salido adelante por sí misma; no obstante, al momento de la entrevista reveló tener cortado el servicio de agua potable.
Su salario de 700 pesos a la semana –cuando bien le va–, es incapaz de ofrecerle estabilidad, mucho menos la posibilidad de obtener una silla de ruedas para Angela.
Todo se va en leche, jabón; verduras; aceite, frijoles, chile, tortillas y el transporte a su trabajo. El modus vivendi de esta familia no es mejor al que tienen las comunidades más pobres de México, pese a estar situada junto a la nación más rica del mundo.
Peor aún, Francisca manifestó que el Infonavit quiere embargarle su casa, porque desde hace meses que no da ningún abono.
“Quisiera seguir dándole rehabilitaciones a Angelita, algo que dejé de hacer ya hace mucho tiempo, porque no puedo. La niña ahorita debe tomar Clonazepam, que por un tiempo se lo estuvieron suministrando en el Seguro Social y por fuera cuesta 300 pesos una caja de 30 grajeas”, afirmó.
Sin la menor idea de cuánto tiempo más sufrirá este suplicio, Francisca dijo contrariada que la vida le ha enseñado la más dura lección.
“No sé sí mis hijas vivirán mucho, lo que sí sé es que necesito ayuda, al menos para acudir al doctor con Estrella y llevar a Angela a una escuela especializada, porque es muy pesado moverla en peseras”, aseguró.
Justo a su lado Estrella mencionó como se siente:
“Me duele mucho mi corazoncito, me duele fuerte”, comentó la menor, quien enmudeció cuando se le preguntó qué es lo que más disfruta hacer. “Jugar”, acotó.
Y mientras Francisca intenta resolver este crucigrama, falta ver si alguien, en la sociedad y gobierno, se ofrece a ayudarle.