
Emilio Narváez de la Riva es un hombre a quien la vida le ha impuesto retos difíciles, pero como todo un guerrero ha aprendido a vencerlos exitosamente. Los últimos años de su vida pueden resumirse en un capítulo amargo, ya que una operación le arrebató dos extremidades de su cuerpo.
Sin embargo, lo que la cirugía no se llevó fueron las ganas de seguir luchando y con el tiempo Narváez se ha dado cuenta que el valor del ser humano radica en cómo éste se levanta de la adversidad.
Hace apenas cuatro años, Emilio llevaba una vida normal y plena, se dedicaba a la albañilería y esta actividad le regalaba grandes satisfacciones, pues además de ser un oficio que disfrutaba, le garantizaba una vida digna para él y su familia.
No obstante, todo cambió cuando debido a la mala circulación provocada por la diabetes, sus dos piernas tuvieron que ser amputadas, lo que drásticamente transformó su vida.
“Pues lloré, grité, me tenían que cortar las piernas y ni modo. Estuve un tiempo enfermo, me deprimí un poco. Estuve un mes y medio sin comer, quería morirme”, mencionó.
Con la amputación no sólo perdió partes de su cuerpo, sino también los recursos económicos con los que contaba en aquel entonces y que se perdieron al tratar de rescatar infructuosamente sus piernas.
“Antes de la enfermedad estaba muy bien económicamente, tenía tres camionetas mexicanas y tuve que vender todo para atenderme. Tenía un solar por la Ribereña de veinte por cien metros que tuve que vender para salvarme los pies pero nada se pudo hacer”, platicó.
Una vez recuperado del duro golpe que recibió, la realidad llegó fríamente para Emilio, quien sabía que por su edad y discapacidad tenía pocas probabilidades de conseguir un nuevo empleo, por tal motivo decidió fabricar sus propios productos de madera y comercializarlos.
AL MAL TIEMPO BUENA CARA
Inicialmente Narváez vendía los objetos en su domicilio, de la colonia Adolfo López Mateos, pero hace dos años y medio decidió convertir a la calle del mismo nombre, cercana al edificio de la CFE, en su lugar de trabajo, ya que ahí un mayor número de personas verían sus creaciones, que van desde juguetes hasta cajones para bolear y sillas.
Los precios de sus artículos varían de setenta a 120 pesos, dependiendo del objeto. Hay días en lo que la venta va muy bien pero otros en los que definitivamente no consiguen vender nada.
Y aunque el esfuerzo es grande, no lo es así la paga, pues cuando bien le va, Narváez gana de cien a doscientos pesos, que si bien no es mucho, ha sido suficiente para pagar los gastos corrientes de él y su esposa y además ayudar económicamente a su mamá.
“De esto he sacado para pagar la luz, para pagar el agua y apoyar poco a mi jefa (sic), a mi viejita la ayudo también, como le digo hay momentos en que se vende, pero hay momentos en que no se vende nada”, dijo.
Emilio recibe 500 pesos mensuales por parte del gobierno como ayuda y a ese monto se le suma el apoyo de sus hijos que no lo han dejado desamparado ni económica ni emocionalmente.
“Me dan 500 pesos por mes, es lo que tengo ahorita del gobierno y es la única ayuda que tengo y los muchachos que me ayudan, tengo a mi esposa, mis hijos me ayudan pero no quiero dejarles la carga completamente para ellos”, comentó.
Cada día a las ocho de la mañana, de lunes a sábado, Emilio llega puntual al lugar de siempre para iniciar con la vendimia. Su manera de trasladarse es un pequeño vehículo de tres ruedas impulsado por sus manos y adaptado con una caja en la parte trasera para poder cargar la mercancía.
“Este me lo dio un amigo, yo le hice un poquito más grande la cajita y tengo otro que me dio el Club Rotario, en ese me muevo a la tienda al mandado(…) me empujo yo sólo, a veces me ayuda un amigo, a veces me voy sólo, a veces me empuja mi esposa. En este carrito voy y vengo”, mencionó.
Cuando no está en la calle ofertando sus objetos, Emilio está en casa, acompañado de su incondicional confidente, su esposa, fabricando nuevos productos.
AGRADECIDO CON LA VIDA
Después de la operación la familia Narváez atravesó momentos difíciles. Observar que el pilar de su hogar se derrumbaba poco a poco, no fue tarea sencilla de superar. Afortunadamente, Emilio contra todo pronóstico superó las barreras y hoy se sabe victorioso.
Cada mañana con una sonrisa saluda a Dios y a la vida y les agradece infinitamente tener salud para continuar trabajando, actividad que para él le resulta la mejor de las terapias.
“Exactamente, aquí se me olvidan todos mis problemas, trabajando se me olvidan todos los problemas y como le digo yo lo hago más bien para no estar de oquis”, dijo el sexagenario, quien está consciente que la amputación no sólo lo cambió en el exterior sino que internamente forjó ese temple de acero que hoy lo caracteriza.
Lo poco que ahora tiene se lo ha ganado a base de esfuerzo, a sus más de seis décadas de edad, Emilio tiene la lucidez de un adolescente y la vitalidad para continuar luchando por sus metas a base de trabajo y no aprovechándose de su situación.
“Amigos míos me dicen ‘ponte a pedir dinero’, pero no, yo les digo que puedo trabajar todavía gracias a Dios. Mi forma de pedir es llévese algo para que me ayude, cómpreme algo para que me ayude, se lo doy barato“, mencionó.
Si tuviera la oportunidad de regresar al pasado y cambiar un lapso de su vida, Emilio simplemente no lo haría porque aunque la pérdida de sus piernas fue un momento doloroso, él ha aprendido que de nada vale la pena vivir en el pasado, pues es preferible tomar las cosas buenas del presente y luchar por un futuro mejor.
“Hay que echarle ganas, siempre pa’delante (sic) porque yo estoy bueno y sano, no estoy enfermo de nada“, finalizó.