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El tianguis olvidado…

28 de diciembre de 2021 por José Manuel Meza

Hace 30 años éste fue el primer mercado formal de artículos ‘gabachos’ que tuvo Reynosa, gestionado en la época del entonces gobernador, Américo Villarreal Guerra. Sus instalaciones son incluso más grandes que el de Jarachina Norte, pero la erosión del tiempo y la falta de promoción comercial y gubernamental han provocado que cientos de locales queden en desuso.

 
Algunos de sus pasillos podrían encajar perfecto como locación para una película de terror o suspenso. Ramas y raíces de árboles que trepan por las paredes, abundante polvo, basura y maleza componen parte de la fisonomía tétrica y solitaria del que fue uno de los tianguis más populares de la frontera mexicana.
Doña Sandra Rodríguez es de las pocas comerciantes que aún quedan. Sorprendida hace gestos y sacude una mano al recordar cómo fue que llegó a este lugar.
Cuenta que antes la ‘fayuca’ de procedencia americana era vendida en los terrenos de la feria. Después los ambulantes pasaron a establecerse en las inmediaciones del parque de beisbol Adolfo López Mateos, pero entrada la década de los años noventa fueron finalmente reubicados en este coloso de la colonia Fundadores. 
Todavía se vivía el ‘boom’ de las maquiladoras, recuerda. La gente arribaba en autobuses repletos con el trabajo asegurado para quedarse a vivir en Reynosa.
Una vez que empezaba a gozar de sus primeros salarios, en su gran mayoría, la clase trabajadora acudía a este sitio en busca de ropa, calzado, estufas, lavadoras, refrigeradores y, en general, algunaos artículos para el hogar; en cambio, había otro sector de la población que pedía televisores a color y los aparatos con tecnología Compact Disc, estéreos y modulares para poder escuchar su música.
Por aquellos tiempos, relata esta locataria, no era tan complicado pasar por la aduana las mercancías que compraban en el ‘otro lado’ para poder revenderlas. 
En ese entonces era Reynosa una ciudad mediana de 282 mil 667 habitantes, de acuerdo con datos consultados por Martín Salinas Rivera, cronista municipal y antropólogo de la Universidad de Texas. Los límites de esta urbe estaban justamente cercanos al libramiento a Monterrey, el cual fue habilitado al inicio como un camino asfaltado de dos carriles (uno de ida y otro de vuelta).
“La Central de Abastos, situada en la parte frontal del tianguis, del otro lado de la carretera, tenía poco de haber sido construida (1988). Existían aún muchos terrenos baldíos”, describe el investigador.
Fue la época en la que el salinismo estaba en su máximo apogeo y que el país todavía no sufría los efectos de la gran devaluación. En 1991 –cuando los puestos del Nuevo Amanecer abrieron por primera vez al público–, el dólar estadounidense costaba 6 pesos nacionales y el poder adquisitivo era más favorecedor.
La señora Sandra agrega que sus hijos estaban ‘chiquitos’. Con su negocio de ropa pudo brindarles educación y comida. Así como ella los demás tianguistas tenían al fin locales de material propios para ofertar sus productos y seguir funcionando hasta en el crudo invierno.
Fue tanta la popularidad que este lugar cobró que, además de los puestos de herramientas, aparatos electrónicos, tenis, colchas y demás indumentarias, abrieron varios restaurantes, estéticas, relojerías y hasta una capilla en el pasaje comercial.
Pero uno de los sitios más bellos del tianguis fue la Plaza Principal, ubicada en el área posterior, además de contar con un amplio estacionamiento, incluso, mayor en tamaño que sus propias instalaciones. Hasta hubo personas que decidieron mudarse a vivir aquí.


 
EN LA AÑORANZA
Hoy muchos de los mejores momentos que tuvo dicho mercado de artículos importados –legal e ilegalmente– a esta mujer le provocan nostalgia. De lo que fueron buenos recuerdos pocas imágenes quedan, otras se fueron perdiendo en el olvido.
“Yo tengo aquí 30 años, soy de las fundadoras. Pues sí era muy común ver pasar tantas personas por estos pasillos. Había días, especialmente los fines de semana y festivos, que podía mirarse bastantísima gente, al grado que no se podía ni caminar”, evocó.
Esta mujer, ahora de la tercera edad, comenta que en un principio el Nuevo Amanecer fue bien aceptado por la comunidad. Los propietarios pudieron fincar en su mayoría los 800 lotes que les fueron repartidos por el gobierno.
Pero con el transcurso de los años diversos factores como la aparición de nuevos tianguis, la delincuencia, las restricciones aduanales, la cresta del dólar y hasta la emergencia sanitaria de Covid–19 han llevado a muchos comerciantes a bajar las cortinas de manera definitiva.
Algunos utilizan los espacios como bodegas, otros están completamente abandonados. De hecho, ya ni velador existe y varios de los locatarios iniciales murieron. Se fueron también los que alguna vez llegaron a vivir aquí.
Los restaurantes cerraron y solamente queda uno, que vende comidas corridas, el cual se aferra a sobrevivir atendiendo a muy poca clientela, en su mayoría personal del mismo tianguis.
“Yo tenía un vecino que ahí enfrente vendía computadoras y más antes le compraban por montones películas, videocaseteras y regresadoras (de formatos Betamax y VHS). Todo era muy diferente, pero se fue yendo todo a pique”, reconoce doña Sandra, quien dice que ahora los comerciantes están cada vez más esparcidos.
“Necesitamos apoyo para darle promoción, todavía la gente puede encontrar buena ropa, electrodomésticos, zapatos, comestibles, necesitamos decirle al público de Reynosa que aquí estamos.
“Otros tianguis cuando se viene el mal clima no abren y nosotros tenemos locales de material. La mayoría están techados. Pueden venir con sus familias, es un lugar seguro para visitar”, afirmó la comerciante.
Indicó que entre varios compañeros juntan cuotas para poder seguir sosteniéndose y pagar los servicios colectivos de predial y catastro aunque admite que, debido a que muchos más dejaron de cumplir con esta obligación, existen grandes deudas y en algunas partes la hierba ha ganado terreno.
Los pasillos son tan anchos que parecen calles. De hecho, pueden hasta circular dentro los vehículos. Los puestos tienen conexiones de agua, luz y drenaje, pero el lugar ahora recibe poca gente, a pesar de que dispone de una buena ubicación.
Y es inevitable observar el contrastante –entre quienes trabajan en sus puestos y los que no– las fachadas empolvadas, estructuras derruidas, marquesinas carcomidas y puertas desvencijadas.


 
CAPOTEAR AL ABURRIMIENTO
 Don Silvano Hernández es otro de los comerciantes que se resisten a dejar lo que ha sido toda una vida vendiendo ropa americana.
Sus padres se dedicaron a lo mismo y él es de los pocos aquí que han decidido seguir subiendo las cortinas de sus negocios. Su puesto se ubica casi hasta la parte final. Se debe recorrer bien el tianguis para poder encontrar el local, justo a un costado del parque que hay dentro.
Tiene estantes con muchos pantalones, camisas y ropa abrigadora, de las cuales todavía se miran algunas prendas de uso cinegético, pues asegura que años anteriores ofertó en grandes cantidades artículos de cacería y pesca, así como casas de campaña.
“Se vendían como pan caliente, porque era muy común que las personas querían salir de cacería a los ranchos, pero a causa de la inseguridad todo eso se terminó.
“Recibíamos también a bastante gente del interior de la República, pero las condiciones hoy son otras, las carreteras están peligrosas y aparte los pasajes del autobús salen más costosos”, lamenta.
Sin mayor entretenimiento que limpiar sus mercancías este espigado hombre se extraña de ver visitantes y más a un reportero. El silencio abrumador de la tarde se rompe con el ruido de su escoba y de su voz conversando. 
Con el rostro serio, pero resignado, manifiesta que las ventas hoy en día no dan para cubrir los gastos. Al igual que su vecina Sandra, manifiesta la necesidad de que alguna autoridad les apoye haciendo eventos en este lugar.
Previo a las fechas electorales los políticos, describe, los visitan para hacer campañas, pero reconoce que después los dejan olvidados y no tienen otra fuente de empleo más que ésta.
Con cierta pesadumbre don Silvano esboza una ligera sonrisa cuando acepta que es de los ‘valientes’ que se han quedado en la resistencia de este tianguis.
Hasta su nombre está inscrito en las bancas que donó a la plaza para que la gente estuviera cómoda, pero paradójicamente rara vez son usadas.
Otros comerciantes, refiere, prefirieron retornar a la informalidad en la zona de Los Muros y Las Torres o vender sus ‘chacharitas’ por la red social de Facebook.
Mientras que en este escenario, que se llena más de ironías que de personas, se han cumplido al final 30 años, tres largas décadas y el Nuevo Amanecer atardece en la monotonía, lejos de sus mejores épocas.
El hombre así se prepara para guardar otra vez sus cosas y sus pocos compañeros hacen lo mismo, pero la noche acecha con seguir impulsando el cierre de más ‘changarros’, a no ser que alguien haga algo para ayudarlos.

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