Así como nadie al nacer elige ser rico, sano o de buen parecer, tampoco hay quien escoge ser víctima de una violación y menos contagiarse del temido Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).
Esto le ocurrió a una joven madre originaria de Reynosa, quien 16 años después continúa lamentando haber contraído esta enfermedad. Pero peor aún le resulta comprender que también su hijo adolescente esté sentenciado a sufrir un padecimiento que ha cobrado más de 28 millones de vidas y contaminado a otros 33 millones de personas alrededor del mundo.
Hoy sólo le queda elevar plegarias al cielo para que el VIH incubado en su organismo y el de su criatura tarde en transformarse en Sida (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida), que es la fase más destructiva de la enfermedad.
Entrevistada a puerta cerrada, esta mujer de ojos claros y blanca piel, eligió por sobrenombre Lili, para guarecer su identidad. A su hijo lo llamó Pablito.
Sentada sobre un fino taburete, la joven explicó que su contacto con el mortífero mal ocurrió a la edad de 14 años, cuando fue abusada por un desconocido, a quien jamás volvió a ver. Desde entonces, afirma, ha llevado un vía crucis.
Relata: “La persona que me contagió fue la primera en mi vida. Antes no había tenido relaciones sexuales. Yo era una muchacha inocente y desgraciadamente me pasó eso.
Lo que se me hace más difícil de entender fue que probablemente él sabía que tenía la enfermedad y no me lo dijo. Huyó y nunca lo volví a mirar tan siquiera para reclamarle. Esto ha sido muy horrible para mí”.
ENFERMEDAD IMPARABLE
No obstante, al intentar rehacer su vida. Lili infectó sin saber a dos personas más, incluido el padre de su hijo:
“Me mudé a Estados Unidos pues allá está la mayoría de mi familia y tuve dos parejas cuando aún no conocía de mi padecimiento. Esto ocurrió antes que naciera mi niño hace 12 años. Nos separamos y volví a México”, explicó.
Pero en 2004 (a los siete años) la salud de Pablito comenzó a desmejorarse, hecho por el cual esta paciente de VIH positivo se enteró que estaba contagiada.
“Mi hijo se puso muy enfermo, se desmayó y lo llevé al médico. Le hicieron muchos exámenes y no le encontraban lo que tenía hasta que le realizaron el estudio del Virus de Inmunodeficiencia Humana y me dieron el desagradable informe.
Por desgracia así fue, a él se lo detectaron primero. La noticia me cayó como un balde de agua fría, porque en ningún momento imaginaba que esto me iba a pasar a mí, pues yo nunca fui una persona que llevara una vida loca. Siempre fui de casa, pero para mi desgracia me topé con una mala persona”, comentó dolida.
– Luego ¿qué sucedió?
–“Lloré mucho, de hecho hasta me quise suicidar, porque resultó muy difícil creer que tenía Sida… que iba a morirme de esta enfermedad.
Lo más triste fue saber que mi hijo estaba infectado. Yo me sentía culpable de que él estuviera mal y que no iba a poder hacer su vida normal como cualquier otro niño. Ahorita lo que me parte el alma es verlo enfermo por mi culpa, pues él no tiene nada que ver en esto”, dijo entristecida esta madre soltera.
BUSQUEDA Y DISCRIMINACION
Tras conocer que en sus venas corría sangre contaminada con el VIH, Lili inició un intenso rastreo de las dos personas con las cuales compartió su vida sexual, el cual todavía persiste. La delgada y mortificada mujer afirmó que “es como si la tierra se las hubiera tragado”, algo que la asombra, pero no la desalienta.
“Mi remordimiento es enorme, porque ni un número telefónico ni una amistad en común nos une y lamentablemente la gente se sigue contagiando”, añadió.
Pero éste apenas era el inicio del infierno para esta familia. Al conocerse también en el vecindario la dramática historia de Lili y su criatura, sus amistades lejos de estimularlos los rechazaron.
“Los primeros meses fueron una pesadilla, pues hubo gente a la que no le importó hacernos daño. Ahora mis vecinas ya comprenden un poco que no les causamos ningún mal ni nos metemos con nadie, pero antes no nos hablaban, nos hacían malas caras, nos criticaban, se burlaban de nosotros.
“Lo que más me dolía es que el niño salía a la calle y me lo correteaban, le arrojaban piedras y le decían que se fuera, que no los tocara porque les iba a pegar la enfermedad, ¡cosas horribles!”, describió impotente.
Para colmo de males, Pablito fue marginado en su escuela primaria, sometido al rechazo y mofa de sus propios profesores y compañeros.
“Le hacían la vida imposible, incluyendo los maestros. Nadie lo quería, ni que saliera al recreo. Era una situación muy hostil tanto para él como para mí, ver que lo discriminaban personas estudiadas.
“Yo tomé la dura decisión de sacarlo de la escuela, porque lo más importante es su salud física y mental”, manifestó Lili, quien enfatizó que los besos, abrazos, saludos de mano e inclusive, comer en el mismo lugar que lo hizo un VIH positivo no es nocivo para nadie.
VIVIR CON SIDA
Apenas es una palabra de cuatro letras, pero tan sólo nombrarla provoca las más diversas reacciones.
“Muchas personas se asustan cuando se enteran que tengo Sida. No me quieren tocar porque piensan que las voy a contagiar. Es muy complejo sobrellevar este rechazo.
“Afortunadamente mi salud está muy bien porque yo me cuido mucho; no tomo, no fumo, no me desvelo y no llevo una vida desenfrenada; me dedico a mi hijo y mi familia”, dijo Lili.
Al menos esta paciente del Centro Ambulatorio de Prevención y Atención en Sida de Reynosa (Capasit) aseguró recibir buen trato de los doctores que la atienden y todos los medicamentos pertinentes.
“La medicina que nos dan es Nevirapina y Conbivir. Yo no pago ni un solo peso por ellas. Las tomamos por la mañana y noche. Ya nos acostumbramos. Al principio se me olvidaba y hasta cierto punto era una fatiga, pero hoy estas pastillas son inseparables para mantener en buen estado la salud mía y de mi hijo”, indicó.
Por ahora Lili no trabaja, por lo cual pasa mayor tiempo con Pablito, a quien le enseña por iniciativa propia las materias que en la escuela no quisieron darle.
“Trato de que sepa lo básico. Lo estamos arropando mucho. Gracias a Dios desde que me enteré de mi enfermedad (hace cinco años) siempre he tenido el apoyo de mi familia. Para mí ha sido mucho más fácil porque mis padres me apoyan al 100 por ciento. Ellos creen que puede haber un milagro y a lo mejor la cura del Sida, pero yo me pongo en las manos de Dios”, manifestó.
Acerca de lo que le dicen los médicos, Lili subrayó que le dan mayores expectativas de vida si no descuida su tratamiento.
Por su lado, Pablito, a sus 12 años pega una carrera al patio de su casa e ingresa sudado por un vaso con agua. Sonriente toma una guitarra de juguete con la cual interpreta las canciones de Valentín Elizalde, sus favoritas.
La enfermedad que lo aqueja es tan dañina como alegre es su carácter. El niño aún no sabe que es portador del VIH.
“No le hemos dicho porque él es un ser muy sentimental y no quisiéramos darle una noticia tan triste. No quiero que hoy se preocupe ni se mortifique. Quiero que viva su niñez tranquilamente. El día que me digan los médicos que ya es necesario que sepa desgraciadamente lo voy a tener que hacer”, señaló la esforzada mujer, quien, comentó, desde que se enteró de su situación no piensa en tener pareja.
“No tengo novio, sólo amigos de verdad, con los que convivo; no tengo ninguna relación sentimental. No quiero que otra persona pase por lo mismo que yo estoy sufriendo”, ilustró.
Su recomendación para jóvenes y adultos fue “hacerse un examen antes de tener relaciones y que no sean promiscuos”.
Animada por el afán de sacar adelante a Pablito, esta madre intenta soslayar el ser portadora de VIH tan solo no pensando en ello.
“Trato de ocupar mi mente en otra cosa y vivir como cualquier persona. Trato de no agobiarme ni sentir que me voy a morir. Trato de pensar positivo y echarle ganas porque mi hijo me necesita.
“Valoro cada detalle y vivo al máximo. Yo estoy muy agradecida a pesar de esta enfermedad, porque mi familia está conmigo y tengo a Dios en mi corazón, porque eso es lo que más me importa”, matizó.
-¿El niño no sospecha de este padecimiento?
“No, trato que lleve una vida común. Sabe que está enfermo, pero no de qué”.
Lili mencionó que al causante de sus desgracias no le desea mal alguno, simplemente “que Dios lo perdone y se arrepienta de lo que hizo”.
Antes de salir de su hogar y simular (por su bien) que ella y su niño son tan saludables como cualquier otro humano, esta paciente de Sida instó a la gente que atraviesa su mismo problema a no dejarse vencer.
“Echenle ganas porque con esta enfermedad puede uno vivir muchos años. Yo creo en los milagros. Uno nunca sabe qué pueda pasar en el futuro”, suspiró.
Aunque la Organización de las Naciones Unidas (ONU) hace constantemente llamados a rechazar la discriminación y reforzar el combate al Sida, lo cierto es que la también llamada “pandemia del siglo” sigue colapsando la salud de millones de seres humanos y eclipsando su felicidad. Muchos de ellos, enfrentan la muerte abandonados.