
Donaciano Vega López tiene 102 años recién cumplidos y goza de una salud envidiable. Es originario de Guanajuato, pero avecindado en Tamaulipas desde hace cincuenta años. En más de un siglo tiene muchas vivencias adquiridas: se casó tres veces, sus esposas murieron y a todas las sepultó en diferentes épocas. Con una mente brillante recuerda anécdotas de su pasado y a lo que él mismo define como el mayor de sus aciertos, el día que decidió “entregarse a Cristo” y convertirse en pastor evangelista.
Sentado sobre el que era el sillón de un automóvil, al interior de una vivienda de interés social –al sur de la ciudad en Reynosa–, sobresale la escuchimizada figura de un anciano, con la pierna cruzada y la camisa bien abotonada. Es viejo de días, pero entero de sus facultades, algo que admira a propios y extraños.
Con una espontánea sonrisa, don Donaciano acepta aparecer en las páginas del periódico. Él sabe que no resulta común encontrarse una persona tan longeva y asiente compartir algunas de sus experiencias.
Su centenaria vida es de proporciones asombrosas: el 24 de mayo de 1922, el día que este hombre vino al mundo, ni siquiera habían nacido las personas que entraron a la senectud algunas décadas después de él. Muchas se hicieron viejas y ya hasta se murieron, pero el corazón de Donaciano todavía tiene cuerda.
Cuando se le pregunta si se imaginó que llegaría a vivir tantos años solamente se sonríe.
Dice que de joven se dedicaba a cuidar su parcela. Hacía yunta con los bueyes para sembrar cacahuate. Sus alimentos eran por él mismo cosechados en las tierras de su natal Estado de Guanajuato. Él no se limitaba y comía hasta saciarse.
“A mí me gustaba mucho el camote del cerro. Tiene un sabor como a la papa. Es muy bueno. También las tunas. Había muchas”, recuerda.
Cuando decidió mudarse para Tamaulipas, hace 50 años, ya tenía una vida hecha y derecha. Aquí comenzó la otra mitad del siglo, primero en Matamoros y luego en Reynosa.
“Mi trabajo era vender menudo cocido. Estaba barato, a peso el plato de menudo. –¿Y ahorita con un peso no se come?– ¡No´mbre, cuándo! (risas)”, le responde Donaciano al reportero.
Ese fue su medio de sustento hasta que dejó de trabajar. De los ocho hijos que tuvo le sobreviven tres. Dos mujeres en Ciudad Victoria y otro más cruzando la frontera, en el sur de Texas.
“Mi esposa murió aquí en Reynosa. Está enterrada en el Panteón Guadalupano”, comenta, pero este abuelito se casó más veces. Sus tres señoras fallecieron y a las tres las sepultó. Una se llamaba Eugenia, la segunda María y la tercera Pilar.
“Cuando Eugenia murió me volví a matrimoniar, bien casado. Se murió María y me volví a casar de vuelta. Tuve tres”, evoca.
En cambio, sus progenitores no fueron tan longevos como él. Don Pedro Vega murió a los 60 años y Eusebia López, su mamá, a los 40.
CON TODA LA ACTITUD
La señora Juani Reyes Alegría, su cuidadora, dice sentirse privilegiada por tener bajo su resguardo a un hombre tan especial como don Donaciano, quien para ella es como un padre que le da sabios consejos. Le conoció hace ya muchos años, cuando pasaba vendiendo sus platillos de menudo por las colonias.
Cuenta que la familia de este abuelito le visita cada fin de semana y está muy al pendiente de él. A días previos de cumplir los 102 años, el pasado 24 de mayo, al viejito se le pudo mirar contento y de muy buen humor.
Cada mañana, a las 9:30 se levanta, desayuna bien y por su propio pie se sale al recibidor de este domicilio ubicado en la avenida del Parque con calle Juan de Alba, en la colonia Valle Soleado, para mirar a la gente pasar.
Así transcurren los días del abuelito originario del poblado La Puerta del Agua, del municipio de Acámbaro, Guanajuato. En su rutina utiliza un andador de ruedas, pero aún camina ágil. Se pone en pie y se sienta sin dificultad.
Su hijo Juan ministra una iglesia en Pharr, Texas. Aunque ya es un septuagenario, Donaciano lo trata de manera cariñosa y padre e hijo mantienen una gran relación.
Este vástago lo llevó recientemente a arreglarle el bigote y a sus 102 años le hicieron un corte moderno, pues el patriarca aún conserva bastante pelo. Y, aunque le faltan algunos dientes no batalla para deglutir los alimentos, pues el resto de su dentadura está en perfectas condiciones.
En su dieta cotidiana no puede faltar su vasito con refresco de cola y una pieza de pan, pues nada le ha sido prohibido por el médico. De hecho, la salud de don Donaciano es de primera y goza de buenos signos vitales (con niveles de glucosa y presión arterial óptimos), así que no se priva de algunos antojos.
FÓRMULA PARA LA PLENITUD
Pero lo que ha sido a su parecer la clave para llegar a la cuarta edad y seguir contando es su cercanía con Dios, pues confiesa que el día que le rindió su corazón la vida le cambió para bien.
“Cuando yo conocí al Señor, mi pastor era Hilario Romero. Yo era de fe católico, de hueso colorado, hasta que alguien me habló del evangelio. Cómo tenía un hermano que tocaba la guitarra en un templo bautista de la colonia Longoria le dije a mi esposa: ‘voy a hacerme el loco ahí con ellos’, y cuál fue mi sorpresa que me gustó la predicación del hermano Hilario.
“Eso fue en la década de los sesenta. En ese entonces estaba chiquito mi hijo Juanito, el que me llevó a cortar el pelo. Preguntó el evangelista: ¿cómo se llama ese niño?. Dijo, ese Juanito va a ser un predicador y sí, fue un pastor”, relata visiblemente emocionado.
Y así paulatinamente toda su familia se convirtió al cristianismo hasta el punto de tener un cambio radical de vida.
“Después mi esposa dijo –yo voy contigo ahora–. No pues se me pegó mi mujer y nos entregamos a Cristo y hoy puedo decir que soy feliz, feliz por haber conocido a Aquel que me recibió. Era yo católico y hasta caminaba de rodillas en las peregrinaciones.
“En la casa teníamos un altar con ídolos, así que decidimos acabar la idolatría. Le pregunto a mi esposa, ¿qué hacemos con los santitos?, ¿los regalamos?. Regalarle idolatría a las personas no. ¿Sabes qué vamos a hacer?, le dije, ¡vamos a quemarlos!
“La Virgen del Carmen, un escapulario grande. Hicimos la lumbre, agarró un ídolo ella… (risas) y acabamos los ídolos”, describe orgulloso don Donaciano, como aquel determinante momento en el que él y su familia sintieron hacer lo correcto.
Fue tal su firmeza por defender su fe que hasta se convirtió en predicador.
“En Las Cumbres era yo pastor. Ahí tenía yo un solar de cuarenta metros de largo por 17, donde prediqué como 30 años”, refiere.
Con su ejemplo, con su amor y su bondad ha creado una familia muy unida, tanto que hasta algunos de sus nietos también eligieron ser predicadores.
–Don Donaciano, ¿cuál sería su mensaje para las nuevas generaciones, para los niños, los jóvenes y la gente en general?
“Les preguntaría si están seguros de irse con el Señor. Cristo dijo: De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna y no vendrá a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida.
“Cuando usted se entregue a Cristo hay un ángel que lo apunta ahí. En el Libro de la Vida se llama. ¿Le gustaría a usted servirle a Dios, le gustaría a usted entregarse al Señor, le gustaría a usted dejar la vida alcohólica, las maldiciones, todo eso…? y los tiene que dejar porque Dios le va a ayudar”, asegura Donaciano.
Aunque admite que también hay personas a las que este camino no les gusta, advirtió que la decisión del camino por elegir recaerá en cada quien, parafraseando algunos pasajes bíblicos.
“Es en Mateo, capítulo 25, versículos del 31 al 46. Cristo se sienta en su trono y aparta las ovejas de los cabritos. Venir bendito de mi Padre el reino preparado desde antes de la fundación del mundo y les dirá a los de la izquierda, apartaos de mí malditos al fuego eterno, preparados para el diablo y sus ángeles.
“Es una cosa muy hermosa entregarse la persona al señor Jesucristo, porque tendrán un lugar hermoso en la casa mi Padre. Nos dice: Yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas, pero algo les digo, no todos van al cielo, no todos. El infierno está ardiendo. Aunque sea la persona hija o hijo de un padre cristiano no va al cielo. No le vale nada para el hijo, y el hijo necesita buscar por su cuenta el reino de Dios y su justicia y todo vendrá por añadidura”, reseña.
Pero para Donaciano, más que pensar en cumplir muchos años las personas se deben ocupar en vivir de una forma correcta para alcanzar a la que él llama la vida eterna, la verdadera felicidad.
A sus 102 años, este hombre no conoce la flojera y con ahínco hace sus oraciones en este domicilio de la colonia Valle Soleado, y comparte sus experiencias con las personas que lo rodean, con vecinos y a hasta con los extraños que van desde otros lugares para conocerlo personalmente y aprender de su sabiduría.
Don Donaciano Vega López a todos recibe gustoso, se le ve que disfruta su vida y se alegra de tener aún muchas cosas para compartir.