Kosuke Okahara es fotógrafo, pero desde hace poco más de tres meses decidió ser migrante ilegal.
De 28 años de edad, este fotoperiodista de la agencia VU, con sede en París, Francia, se ha dedicado a recorrer el continente americano como parte de un proyecto –que, confiesa, es más personal que profesional– y con el que pretende retratar la realidad de las personas que deciden dirigirse a Estados Unidos buscando una mejor calidad de vida.
Desde el inicio de su carrera, que arrancó apenas terminó la universidad en su natal Japón, Okahara ha encaminado su trabajo al “Ibasyo”, una técnica que se refiere a mostrar “el lugar físico y emocional donde las personas pueden existir”.
Por ello ha cubierto eventos como la crisis de refugiados en Darfur –en Africa–, el problema de la violencia y el narcotráfico en Colombia, la segregación de un pueblo de leprosos en China y la extraña moda de la auto mutilación entre algunos jóvenes de Japón.
En esta ocasión, sin más armas que una mochila, dos cámaras reflex marca Leica y sus pasos, Okahara ha cruzado la peligrosa selva del Darién –en la frontera entre Colombia y Panamá–, ha esquivado las maras centroamericanas y navegado por el océano Pacífico con tal de conocer –y fotografiar– lo que tienen que sufrir las personas que buscan el llamado “sueño americano”.
Esta aventura lo ha traído a la frontera de México con Estados Unidos, un punto más cerca del final de su viaje: la ciudad de Nueva York, donde espera encontrar a la familia de un hombre originario de Colombia, que fue deportado cuando se encontraba en su trabajo y tiene más de tres años separado de su esposa y sus hijos, pues no cuenta con el dinero suficiente para intentar regresar a la unión americana.
Durante poco más de 90 días, este fotoperiodista busca en las voces de quienes deciden salir de sus países de origen, la explicación de por qué abandonan su patria, sus hogares y sus familias.
“Eso es parte de mi reportaje sobre migración e indocumentados. Son historias de migrantes, pero sobre todo sobre las decisiones de la gente porque existen muchos motivos para viajar”, indicó.
Para Okahara, la economía no es el único detonante a la migración ilegal, existen otros factores que sacan a las personas de sus lugares de origen.
“Me tocó ver mucha gente que está viajando porque hay guerra en Colombia y también por la violencia que hay en las familias, me ha tocado ver viajando a muchas mujeres, como no se pueden separar de sus esposos entonces hay que correr”, sentenció.
Prueba de ello, es una madre de familia cuyo nombre ya no recuerda, pero conoció en una de las fronteras más activas en Centroamérica.
“Me encontré con una señora en el camino de Panamá a Costa Rica quien tiene dos hijos y problemas con el esposo, por eso viajó hasta Costa Rica. Ella me dijo que quiere viajar hasta Estados Unidos pero no tiene dinero suficiente para llegar hasta allá pues tiene que pagar un montón de dinero para pagar a los coyotes, por eso ella está en Costa Rica trabajando”, indicó.
UN PROYECTO PELIGROSO
Aunque no es extraño a los peligros de ejercer el periodismo en condiciones extremas, pues ha fotografiado sicarios y productores de coca en la sierra colombiana, Okahara reconoció que esta experiencia no ha sido sencilla.
Incluso, como miles de migrantes, ya fue víctima de las personas que se supone los van a ayudar llegar a Estados Unidos.
“En la frontera de Panamá con Costa Rica conseguí un coyote para conseguir información pero me robaron, fue poco dinero, pero me robaron”, apuntó.
Durante su trayecto, este fotógrafo ha tenido que pasar por algunas de las zonas más peligrosas del continente, tal y como lo hacen diariamente miles de migrantes que esperan llegar al llamado “sueño americano”.
“A veces si es peligroso, por ejemplo en la frontera de Colombia con Panamá pasé con unos coyotes colombianos junto con otros migrantes por la montaña del Darién donde hay muchos paramilitares. Quizá tuvimos mucha suerte pues no encontramos paramilitares en el camino”, expresó.
Sin embargo, la frontera que más marcó a este fotógrafo –que ha expuesto su obra en países como Estados Unidos, Japón y Tailandia–, fue la de Guatemala con México, misma que cruzó en lancha, navegando por el océano Pacífico.
“Yo tenía unos contactos en Guatemala y fui a la costa de este país con mi contacto. Cuando llegué me di cuenta que había un montón de migrantes de varios países quienes estaban esperando viajar por lancha hasta México”, indicó.
Explicó que el incremento de la vigilancia en la carreteras del sur de México, ha provocado un incremento en las personas que suben a estas embarcaciones que zarpan en Guatemala y atracan en las cosas de Oaxaca, en un periplo que puede durar hasta 12 horas.
“Para cruzar la frontera entre Guatemala y México por tierra hay que cruzar entre maras, pandillas, policías, por lo que hay mucho riesgo pues los migrantes lo único que tienen es dinero, para los maras es como si vieran pasar billeteras”, indicó.
Okahara reconoció que este viaje nunca lo va a poder olvidar.
“Había una lancha esperándonos en la costa. Para viajar teníamos que entrar al mar abierto e íbamos en una lancha pequeña como 20 personas, pero el mar estaba muy picado, mucha gente no quería viajar pero los conductores de la lancha y los coyotes si querían”, señaló.
De hecho las condiciones eran tan complicadas, que en un momento del viaje la embarcación volcó y dos migrantes estuvieron a punto de morir ahogados.
“Era un señor y un muchacho de Guatemala, ellos no sabían nadar y por eso cuando la lancha se volcó tuvimos que rescatarlos. Cuando finalmente pudieron voltear la lancha y rescatar a estas personas los coyotes les estuvieron dando respiración de boca a boca hasta que despertaron, fue impresionante”, recordó.
Afortunadamente no todo el proyecto ha tenido esta clase de peligros, en ocasiones el mayor esfuerzo que hay que realizar es caminar por horas.
“Viajo por autobús pero cuando estoy viajando con migrantes lo hago a veces en auto, a veces en lancha y a veces a pie, pero normalmente viajo en autobús”, relató.
UNA EXPERIENCIA DE VIDA
A lo largo de su carrera, Okahara ha sido galardonado con el tercer lugar en el concurso de fotoperiodismo organizado por la Asociación Nacional de Fotógrafos de Prensa en Estados Unidos, la mejor fotografía del concurso “Uneo Hikoma” e incluso fue nominado para el premio para el Reportero Joven del certamen Visa Pour I´Image organizado en Cataluña, España.
Sin embargo, reconoció, estas experiencias han sido opacadas por los testimonios de las decenas de personas que ha conocido en su camino y quienes tienen una historia que contar.
De hecho, en lo personal considera que la migración es un fenómeno difícil de comprender.
“Para los japoneses el tema de migración es como difícil de imaginar pues Japón es una isla, no hay fronteras, para salir del país hay que tomar un avión o un barco, no hay fronteras como acá.
Acá es muy extraño pero muy interesante, ahorita en 2008 hay muchas fronteras que separan los países pero originalmente no había frontera, todo es tierra, es raro”, dijo.
El hecho de que Okahara prefiera la sierra de Colombia y la frontera entre México y Guatemala a la comodidad de su oficina en París, se explica con la manera en la que este joven decidió convertirse en periodista.
“Durante la universidad fui a Yugoslavia poco después de la guerra de Kosovo, sólo por viajar pues conocía a una amiga que estaba allá trabajando para Naciones Unidas.
Esta experiencia fue muy dura pues nunca había visto un lugar donde hubiera guerra, en ese tiempo estaba pensando lo que quería hacer con mi vida y con mi carrera y cuando fui ahí pensé que necesitaba informar las cosas que pasaban”, relató.
Desde entonces sus viajes lo han llevado a conocer lo mejor y lo peor de los humanos, algo que lo ha nutrido como persona y que, reconoce, también le ha causado algunos problemas con su familia.
“Tengo mis papás en Tokio, ellos siempre me dicen que me cuide pues tienen miedo pues saben que el trabajo que hago es peligroso”, indicó.
Ahora que su travesía está a unas semanas de terminar, Okahara sólo espera encontrar a la familia colombiana que está buscando para, entonces, recolectar todo su trabajo en un portafolio y encontrar una revista o una editora interesada en publicarlo.
Si esto sucede, asegura, será excelente y si no, entonces habrá ganado el haber conocido a decenas de personas quienes le han dado una verdadera lección de vida.