
Quienes le conocieron aseguran que Marcelino era una persona excepcional, alejada de las vanidades y un servidor público por naturaleza.
Se decantó por un oficio de valientes, en el que arriesgar la vida es la costumbre de todos los días. Salvar a personas desconocidas y combatir el impetuoso fuego para él era algo más de lo que para el resto es una escena de película.
Tan así que a finales de la década de los 70 se incorporó al cuerpo de Bomberos de Reynosa como voluntario y muy pronto se convirtió en el maestro de muchos de sus compañeros.
Absolutamente nadie podía imaginar que uno de los elementos más entusiastas y destacados de la corporación vería extinguidos sus días. Irónicamente Marcelino Segura logró rescatar a una incalculable cantidad de gente, pero no pudo salvarse así mismo.
El pasado 3 de febrero era un día como cualquier otro. Según cuenta Leonel Enrique Lemus, su amigo y el segundo comandante de la corporación, estaba ya por terminar el turno de 24 horas que habían comenzado él y sus compañeros (incluido Marcelino, quien era su pareja de labores), pero alrededor de las 6:40 horas del viernes la chicharra sonó dos veces, indicando que había una emergencia por atender.
Leonel corrió a la caseta telefónica a levantar la papeleta con el domicilio del siniestro, mientras su amigo Marcelino y los demás oficiales se alistaron en la unidad número 1 para partir.
“Me acuerdo que nos levantamos a las 6:00 de la mañana y nos pusimos a hacer aseo, para dejarle al otro turno que entra el cuartel limpio y las unidades limpias. Cuando salió el reporte dejamos todo lo que estábamos haciendo y asistimos al llamado.
“Nos fuimos siete bomberos repartidos en una unidad de ataque rápido y una pipa, que es la que abastece de agua al camión, pues éste no tiene suficiente capacidad. El incendio era en una empresa de transportes llamada Abanto, localizada en la brecha E-99 norte con bulevar Colosio (antes del Puente Internacional Reynosa-Pharr).
“Al llegar al lugar, nos instalamos en el camión y comenzamos a tirar mangueras, pero cuando uno llega a un incendio y estamos viendo que está saliendo poquito humo, luego luego nos ponemos el equipo de respiración autónoma, que son los tanques de oxígeno, para poder entrar”, explica Leonel.
Según cuenta, Marcelino iba adelante “como siempre” y lo acompañaban otros dos apagafuegos, mientras que el resto participaba sofocando las flamas desde el exterior.
“De repente salen dos y les pregunto dónde estaba Marcelino y les digo ¡búsquenme a Marcelino!, ¡no hay que dejarlo solo! Los que estaban allá me dicen, –¡no lo encontramos comandante!–, se escuchaban quejidos y el humo comenzó a ponerse más denso.
“Entonces ingresó el chofer de la pipa número 7 y luego yo y no logramos hallarlo. Hasta la tercera vez que se metieron los compañeros ya lo encuentran. Esto pasó antes de que hubiera más lumbre, por lo que él murió por monóxido de carbono, tenía sólo 45 años”, lamenta visiblemente dolido el experimentado bombero.
En su relato afirma que Marcelino fue sacado con vida del incendio, pero había sido demasiado el humo que había inhalado.
“Nosotros pensamos que él se golpeó con algo o que se desmayó, porque no creo que haya perdido la noción de la salida, pues tenía mucha experiencia. El lapso en el que Marcelino entró y ya no salió fue de aproximadamente ocho minutos. Nosotros nos abocamos a buscarlo mientras llegaban más refuerzos.
“Cuando lo encontramos no estaba consciente, pero sí tenía pulso. comenzamos a hacerle respiración cardiovascular. Desgraciadamente falleció minutos después. Su cara estaba muy irritada, se le notaba que tenía signos de intoxicación por el humo”, describe apesadumbrado su compañero.
UN SER ENTREGADO
Cuenta el hombre, que convivió con Marcelino por espacio de tres décadas, que éste último ingresó al Heroico Departamento de Bomberos –entonces situado sobre la calle Occidental y bulevar Hidalgo– cuando tenía aproximadamente 12 años de edad.
Afirma que “siempre fue un ser humano bien atlético y multifacético” y añade que “perteneció al pentatlón que hace años practicaba en la plaza Niños Héroes y también estuvo en el Ejército Mexicano”.
“En 1985, cuando fue mi ingreso al cuartel él ya percibía un sueldo por parte de Presidencia y siempre fue una persona como amigo y como compañero muy alegre, a la que le gustaba mucho la música. Aquí en el cuartel se ponía a bailar frecuentemente con nosotros.
“El nomás entraba a las 8:00 de la mañana a recibir su turno, recibía el camión de bomberos que le pertenecía a él, entregaba el reporte a la caseta telefónica y agarraba los implementos de limpieza del jardín para ponerse a limpiarlo por iniciativa propia.
“Tenía bien aseada la parte de atrás, por eso decimos que ahora ya no va a ser igual el cuartel de Bomberos, porque era una persona bien entusiasta. De hecho, muchachos que habían entrado nuevos, él les enseñaba en la práctica lo que se hace en un incendio, de los peligros que se corren y las tristezas que se viven también”, manifiesta Leonel.
Como por desgracia este oficio no es bien remunerado Marcelino aprovechaba sus tiempos libres para dedicarse a otra labor.
“Nuestros turnos son de 24 horas de trabajo y de descanso. En las horas que uno no está en el cuartel buscamos hacer otras actividades para llevar dinero al hogar y él lo que hacía era limpiar vidrios en los cruceros.
“A Marcelino lo podían ver por donde está el puente Miguel Angel, cerca del cuartel militar y también se ponía en el cruce de la calle Herón Ramírez y el bulevar Hidalgo. No se le cerraba el mundo”, relata.
“QUIZa PRESENTiA SU MUERTE”
Para el segundo comandante del Cuerpo de Bomberos de Reynosa Marcelino tal vez tuvo un mal augurio.
“Tres turnos antes él nos comentó que quería abandonar el cuartel, que se quería salir y un día anterior recibimos una llamada de su hija Alejandra y el bombero que la recibió dice que la muchacha comentó: ‘tengo muchas ganas de abrazar a mi papá’. No sé si ya se presentía, pero sí lo notamos raro, no como todos los días.
“Ultimamente se ponía cabizbajo, como pensando y llegábamos nosotros y le decíamos: ‘Qué pasó Marcelino, cuéntanos ¿tienes algún problema?’, y él nos decía que no tenía nada. Contrastaba con su carácter alegre, porque quizá ya sentía de cerca su muerte”, considera Leonel, quien admitió que se le remueven los recuerdos cuando ve en el cuartel los objetos de trabajo de su gran amigo.
Desde que llegó a la corporación y hasta el día de su muerte, Leonel destaca que fue una de las personas más cercanas a él.
“Recuerdo que el 2 de febrero estuvimos conviviendo todo el día. El personal de la corporación tiene una recámara para “recargar fuerzas”, mientas los bomberos se turnan las horas para estar en el teléfono y el radio. Así transcurre la noche.
“A las 6:00 de la mañana en punto se ponen tres timbres y ya sabe uno que son para levantarse a realizar limpieza. Luego recibimos el llamado y aquel día fue el último en el que iríamos juntos en el camión. Creo que si lo volviera a tener de frente le diría que lo vamos a recordar con mucho cariño”, dijo triste el entrevistado.
De hecho, en el cuartel sus compañeros colocaron un altar a la memoria de Marcelino, con la fotografía donde salía rindiendo honores a la bandera de México, pues era parte del cuadro de honor.
Predominan los gestos de afecto para él y su familia, que todavía acude a las instalaciones a realizar algunos trámites.
Evidentemente dolida, su cónyuge, comentó que están recibiendo un inimaginable apoyo por parte de las autoridades municipales y de sus compañeros. También que su difunto esposo les brindó grandes momentos de felicidad.
“De verdad no tengo palabras para agradecerles a todos. Marcelino fue feliz con su familia, con sus hijos, los adoraba. Siempre fue muy buen padre, muy trabajador y un gran ejemplo a seguir.
“De todo lo que su padre les haya enseñado deben seguir aprendiendo, luchando y continuar adelante. Era muy activo, limpiaba vidrios en sus ratos libres y no dejaba caer a la familia. Desgraciadamente no pude despedirme de él esa mañana, porque le tocó estar de guardia en el turno completo. A mi hija alcanzó a decirle que nos quería mucho, que nos cuidáramos siempre y que cuidaran de su mamá. Este no es un adiós, es un hasta luego, sigue con nosotros y siempre va a estar con nosotros”, dijo su señora sin poder contener el llanto.
Por su parte, su hijo Yosiel, quien es policía municipal, mencionó sentirse muy orgulloso de su padre, por todo lo que hizo, le dio y le enseñó.
“El era una gran persona y un gran profesional en su trabajo, estaba muy capacitado en el manejo de materiales peligrosos y combate a incendios.
“Valoro sus palabras y voy a sentirlas como si él estuviera aquí presente. Le vamos a llevar su música colombiana, le gustaban Los Angeles Azules, Los Angeles de Charlie, Rayito Colombiano. A él le encantaba mucho el baile.
“El fue un ángel, un soldado, un hermano, un héroe y así como era de alegre lo vamos a recordar. Es un honor haberlo tenido por padre, él quiso morir dentro de un incendio y ese deseo se cumplió. Era un hombre decidido y respetado por todos”, concluyó así el hijo varón de Marcelino, quien también acudió muchas veces a escuelas primarias y jardines de niños a hablar del oficio que tanto amó.
Marcelino murió con todos los honores y fue sepultado en el cementerio de Valle de la Paz, tras haber sido acompañado por una guardia de honor y un cortejo fúnebre de todas las patrullas que integran el Departamento de Protección Civil y Bomberos.