
37 minutos. Esa fue la duración del último evento en Reynosa de Felipe Calderón Hinojosa como presidente de la República.
La mañana del jueves 15 de noviembre, un banco de nubes blancas bloqueaba el paso de la luz solar.
El ambiente era frío, no sólo por el viento del norte que de cuando en cuando golpeaba a los asistentes a la inauguración de un tramo del libramiento Matamoros-Monterrey; sino por la falta de entusiasmo que podía sentirse en el lugar.
A diferencia de otros eventos, en esta ocasión los invitados no superaban las 400 personas, quienes fueron ocupado sus lugares bajo el toldo colocado en el estacionamiento del centro comercial Plaza Sendero.
En ésta, su última visita a Reynosa –como el mismo Calderón lo confirmaría minutos después–, fue muy diferente a las otras que había encabezado en la entidad.
Esta vez no hubo exceso de tropas del Ejército, policías federales, vehículos blindados, tanquetas o helicópteros surcando el cielo.
En esta ocasión no hubo francotiradores apostados en los techos de los negocios ubicados alrededor del predio donde se llevaría a cabo el evento.
El 15 de noviembre pasado, apenas unos cuantos soldados y policías federales (no más de los que cualquier reynosense vería patrullando las calles en un día normal), resguardaban la seguridad de los alrededores.
El viento era frío y la expectación también.
LA LLEGADA
Poco después de las 9:30 horas, los elementos del Estado Mayor Presidencial permitieron el acceso a los invitados a la última gira de Calderón en Reynosa.
Y aunque sí fue necesario cruzar por el arco detector de metales, en esta ocasión las revisiones eran menos severas que en otras giras.
Es más. Hasta las calcomanías que identificaban a los invitados al evento, salvoconducto que permitía el acceso a las ceremonias presidenciales y que hasta hace unos meses se cuidaba con más celo que el oro de los aztecas; se entregaron sin restricciones para todos los que las pedían. La diferencia fue que esta mañana muy pocos las querían.
La prensa local, eterna víctima de los desprecios y desplantes del Estado Mayor Presidencial, gozó de una afortunada indiferencia que permitió el acceso de todos los reporteros que quisieran entrar.
Atrás quedaron los días cuando los medios locales tenían que gritar, suplicar y hasta pelearse para poder conseguir entrar a los eventos del presidente de la República. Hoy la calca color naranja fosforescente que identifica a la prensa acreditada, estaba disponible
para todos.
Los minutos previos al arribo del hombre con quien se cerró el ciclo del panismo al frente de la presidencia de la Nación, transcurrían serenos e, incluso, en algunos momentos hasta aburridos.
No fue sino que en el cielo aparecieron cuatro helicópteros Puma, uno de ellos artillado, cuando las miradas finalmente tuvieron algo en qué concentrarse.
El espectáculo fue impresionante. Uno a uno, los enormes aparatos se colocaron suavemente en un predio ubicado a unos metros del templete desde donde se darían los discursos oficiales.
La expectación creció un poco, pero creció. Los lentes de las cámaras y las miradas de los presentes hurgaban a la distancia, esperando el momento en que la figura presidencial bajara de una de las cuatro naves.
Por unos minutos los presentes se divirtieron apostando en cuál de los tres helicópteros Puma color blanco viajaba el presidente de la República. Hubo los más osados que dijeron que venía en la nave con el estampado camuflageado color gris.
Pasó el tiempo y todos se dieron cuenta que estaban equivocados, el presidente no venía en ninguno de los cuatro helicópteros.
De pronto alguien dio la voz de alerta: Se escucharon balazos por las riberas del río Bravo.
Nadie lo podía creer. De inmediato todos (los que lo tenían) echaron mano de sus teléfonos inteligentes para buscar en las redes sociales confirmación de la noticia.
Como siempre pasa en estos casos, la información corrió como reguero de pólvora: que apenas y fueron unas detonaciones, que las autoridades seguían a los tripulantes de un vehículo sospechoso, que empezó a orillas del Canal Anzaldúas, que ahora estaban en las orillas del Bravo.
Ante las noticias hubo quienes pensaron que la gira se iba a cancelar.
Sin embargo, curiosamente, ni siquiera estos reportes de la llamada “situación de riesgo”, provocó alguna reacción entre los soldados y policías federales que resguardaban el evento.
De hecho, minutos después de la primer noticia del incidente, un convoy de más de 10 camionetas encabezado por cuatro Suburban color azul marino, adornadas con pequeñas Banderas nacionales y visiblemente blindadas, arribaron al estacionamiento de la plaza comercial.
De una de ellas descendieron Calderón (primero), el alcalde, Everardo Villarreal Salinas y el gobernador, Egidio Torre Cantú (después).
Detrás de ellos, sus respectivas esposas caminaron con destino al templete desde donde encabezarían el evento.
De inmediato los presentes notaron que Margarita Zavala, esposa de Calderón, portaba una cuera tamaulipeca color café que le habían regalado.
Serio, el mandatario saludó a algunos de los presentes mientras se abría camino al frente del escenario, donde ya lo esperaba un funcionario de la SCT quien se encargó de explicarle las especificaciones técnicas de la vialidad que se inauguraba.
LA PROTESTA
Dionisio Pérez Jácome, titular de la SCT y Egidio Torre Cantú, gobernador de Tamaulipas, cumplieron con el trámite de dirigir un mensaje a los presentes.
Ambos ponderaron el trabajo del gobierno Federal por construir más y mejores carreteras, mismas que permiten que entidades como Tamaulipas sean mucho más competitivas.
Terminados los discursos de los anfitriones, el presidente de la República tomó el estrado, saludó a las fuerzas armadas en la región y bromeó con los presentes sobre la vestimenta de su esposa.
A lo lejos, alrededor de 300 personas llegaron al lugar y sólo se detuvieron por la valla metálica que les impedía avanzar más.
Poco a poco comenzaron a desplegar cartulinas de colores fosforescentes y una enorme manta donde reprochaban al presidente de la República la violencia que se vive en el país.
En las pancartas había quienes se alegraban de que el sexenio calderonista haya terminado y otros que llamaban “asesino” al mandatario.
La manifestación pasó desapercibida para todos, incluyendo a Felipe quien continuó con su discurso, detallando los logros que su administración ha logrado en la construcción de carreteras.
Los únicos que se daban cuenta que algo sucedía 100 metros a lo lejos fueron los reporteros. Algunos intentaron llegar a la manifestación, pero una joven empleada de la presidencia de la República (con el apoyo del Estado Mayor Presidencial), les impidió el acceso.
Entonces, alguien en el equipo del mandatario tuvo la idea de atravesar un camión para tapar a los inconformes de la vista de los participantes en el evento.
Al mismo tiempo, un grupo de soldados con equipo antimotines descendió del camión donde se encontraban y tomaron posiciones cerca de los manifestantes.
Pasaron los minutos. Desde el estrado, el presidente de la República aseguró que conocía el dolor de las familias tamaulipecas por los efectos de la guerra contra la inseguridad.
Mientras tanto, a lo lejos, los manifestantes lanzaban sus consignas contra el presidente de la República y los soldados con su equipo antimotines los observaban expectantes.
Al finalizar el evento, el presidente y el gobernador subieron a uno de los cuatro helicópteros Puma y partieron con destino a Matamoros.
A lo lejos los protestantes gritaban, silbaban levantaban sus pancartas intentando que el mandatario las viera y los escuchara.
Cuando todo acabó, el contingente de inconformes se fue disolviendo. Algunos no podían ocultar su molestia por no haber logrado que el mandatario viera sus mensajes y escuchara sus reclamos.
Otros se veían contentos pues habían logrado desahogarse. Habían logrado despedir a gritos a un hombre al que culpan por la violencia que se vive en el país.
Poco a poco la actividad en la plaza del centro comercial regresó a la normalidad. Unas cuantas horas después, no quedó ni un rastro de que ahí fue el último evento de Felipe Calderón en Reynosa como presidente de la República.