Hubo un tiempo en que los autos eran solamente “fierros”, sin computadoras, sensores, circuitos y piezas de fibra de vidrio que les dan una fragilidad equivalente a una copa de cristal cortado.
En estos años, cuando un chorrito de gasolina en el carburador y un acumulador con carga completa eran suficiente para echar a andar cualquier máquina, los “yonqueros” (vendedores de partes usadas de automóviles), eran los reyes de la mecánica.
Bastaba un viaje a cualquiera de estos deshuesaderos ubicados en los límites de la ciudad, para encontrar la pieza necesaria para echar a andar un vehículo… y a precios muy inferiores que en las refaccionarias.
Hoy que la tecnología ha invadido la industria automotriz, los “yonques” son una especie en extinción. Sin embargo, aún persisten un par de estos negocios que han logrado sobrevivir a la prueba del tiempo y en conjunto suman más de 80 años de historias y anécdotas de un viejo Reynosa que poco a poco ha ido desapareciendo.
‘EL PRIMO’ SIGUE VIVO
En 1967 Reynosa no era más que una ciudad en desarrollo cuyos límites al oeste llegaban a lo que hoy es el centro
comercial Soriana Hidalgo.
Aprovechando la lejanía con la ciudad, Armando Ríos García “el primo”, decidió utilizar el predio que compró en la naciente colonia Cumbres en 12 mil pesos de la época, para instalar un “yonque”, o centro de venta de refacciones usadas.
Elegir el nombre del local no fue complicado, todos conocían como “el primo” a este hombre originario del Estado de Nuevo León quien nunca se imaginó que iba a poder fincar su vida deshaciendo
coches y vendiendo sus partes usadas.
Con una inversión ínfima –apenas un par de autos– instaló un negocio que sigue operando en el mismo lugar en el que inició y que incentivó a su hermano a que instalara otro similar unos pasos más adelante, en donde hoy se conoce como el boulevard Mil Cumbres.
Hoy, con 74 años a cuestas, “el primo” sigue con la misma vitalidad atendiendo un local que debido a la crisis en el ramo de la venta de partes usadas, ha tenido que diversificarse con la reparación de llantas.
Aún así en su patio siguen existiendo motores, carrocerías, fierros viejos que a los ojos de los neófitos no tienen ningún valor, pero que cuentan la historia de cuando los vehículos se hacían a mano y todo era mecánico, sin sensores, computadoras o circuitos impresos.
En la tranquilidad que le da el haber llegado feliz a los últimos años de su vida “el primo” presume que aún barre la banqueta y puede desarmar cualquier pieza automotriz, como hace cuatro décadas.
Con tantos años trabajando “el primo” ha visto de todo y de todos. Asegura que los tiempos pasados eran mejores, pues se vivía una bonanza económica que le permitió tener su rancho, su tractor y su carro de agencia.
Hoy, dos de sus tres orgullos no son más que fierros viejos arrumbados en rincones de su “yonque”.
Para cualquier visitante, resulta complicado imaginar que los restos de un Ford Galaxie de la década de los setenta, que muy apenas ha logrado conservar su color amarillo original, representan un vehículo que salió de una agencia y fue comprado con el dinero que daba vender partes usadas.
Cuando ve estos fierros, “el primo” no puede evitar anhelar los años en los que este vehículo era la niña de sus ojos, su orgullo, la muestra de que la vida era buena vendiendo piezas automotrices.
Lo mismo pasa con los restos de un tractor –también marca Ford– que hoy se oxidan y se pudren bajo el ardiente sol de la frontera tamaulipeca.
Sin embargo, nada parece entristecer a este viejo reynosense por adopción, dicharachero y mal hablado, quien no descarta que un día su negocio pueda ser visitado por alguno de los llamados cazadores de tesoros que salen en la televisión, y compran en miles de dólares los restos de su Galaxie y su tractor.
Mientras tanto, este yonquero luce feliz de lo que ha sido su vida, aunque no puede evitar aferrarse a los recuerdos de una época cuando los reynosenses preferían comprar piezas usadas a nuevas.
Nostálgico, recuerda los tiempos en que las masas y suspensiones eran las piezas más solicitadas en la ciudad, pues había tan pocas calles pavimentadas, que hasta un tanque de guerra hubiera sucumbido.
De hecho, reconoce, extraña los años cuando los autos eran fierros y no tenían toda la tecnología que los ha vuelto más frágiles.
Sin ganas de dejar su “yonque”, “el primo” sigue pendiente de la llegada de algún cliente que busque una pieza para su automóvil a precios razonables.
MUCHOS AÑOS
HACIENDO LLORAR
Si es o no el “yonque” más viejo de
Reynosa es algo que puede discutirse, lo innegable es que “La Lloradera” es el más famoso.
Con alrededor de 40 años de vida, este negocio de venta de partes usadas se ha convertido en una tradición para todas aquellas personas que buscan una opción barata de refacciones para sus vehículos en caso de una falla.
Amado Martínez, propietario del “yonque”, sigue al frente del negocio familiar que nació como un puesto de tianguis en las antiguas instalaciones de la Feria de Reynosa, allá en la década de los setenta.
Después de un desalojo ordenado por las autoridades municipales, Amado consiguió dinero para comprar tres autos: Un Buick, un Catalina y un Impala para fundar el local que ha subsistido todos estos años.
Sobre el nombre que le ha dado fama a su negocio, Martínez reveló que todo se debe a la reacción de un viejo mecánico llamado Franconi, que fue uno de sus primeros clientes.
Relató que en ese entonces le estaba vendiendo un carburador en seis pesos, pero el mecánico apenas le quería pagar cuatro. Fueron tanto los reclamos, que se le ocurrió decirle al rotulista que le pusiera el mote que le ha dado fama a este negocio durante todo este tiempo.
Tras toda una vida a dedicarse a vender partes de auto usadas, Martínez ha visto cómo “La Lloradera” sirvió de ancla para la creación de un viejo circuito de “yonkes” y talleres mecánicos en la colonia Narciso Mendoza que sigue dando sustento a decenas de familias.
Hay quienes dicen que tiempos pasados siempre fueron mejores, una tesis que este viejo yonkero confirma al asegurar que los autos de antes eran mucho mejores que los actuales.
“Antes no era tan complicado, un chorrito de gasolina en el carburador, checabas que la pila estuviera cargada, un empujón y te ibas, no había tantos problemas con los carros”, aseguró.
Y aunque este deshuesadero ha sido suficiente para mantener a toda su familia y fundar un par más de negocios, atendidos por sus hijos, Amado no puede evitar lamentarse de que las cosas no están tan bien como antes.
Sincero, asegura que extraña los tiempos cuando su negocio era visitado por decenas de comerciantes de autos usados, quienes compraban sus carros en Estados Unidos, los arreglaban en Reynosa y se los llevaban al centro del país.
Incluso siente nostalgia por sus amigos del desaparecido Resguardo Aduanal Mexicano, quienes nunca lo molestaron cuando pasaba la frontera con sus vehículos chatarra… por supuesto que después del pago de una módica cuota.
Hoy que el negocio de autopartes vive la misma crisis que toda la economía nacional, “La Lloradera” persiste ofreciendo partes usadas a precios económicos, aunque aún haya algunos que lloren al considerar que se les está cobrando demasiado.