La pena de muerte ha sido uno de los temas que mayor controversia ha levantado en los últimos años. Por un lado están quienes lo consideran como un efectivo castigo a crímenes tan terribles como el homicidio y la violación, pero también están quienes piensan que nadie tiene derecho a quitarle la vida a otra persona y, por lo tanto, la califican como una forma de venganza legal.
Sin embargo, para un grupo de personas, la pena de muerte es un eterno dolor en el corazón, un peso en su existencia que los tiene, prácticamente, muertos en vida.
Este es el caso de los mexicanos que esperan el día de su ejecución en una cárcel de Estados Unidos y sus familiares, quienes viven verdaderos calvarios en espera del día que, finalmente, el gobierno norteamericano se decida a tomar la vida de su ser querido.
El Estado de Texas es una de las entidades que más apoya la llamada pena capital y cientos de personas esperan el momento en que morirán por medio de una inyección letal.
Sin embargo, más allá de lo severo del castigo, lo que realmente castiga a estos presos y sus familiares son los años que tienen que esperar encerrados en una celda de máxima seguridad el momento en que finalmente se va a aplicar su sentencia.
La prisión “Allan B. Polunsky” de Livingston, Texas (a 600 kilómetros de la frontera con México), es el lugar en donde todas las personas condenadas a morir en esta entidad esperan el momento en que finalmente les llegue su día.
Ahí se encuentran un puñado de mexicanos quienes fueron sentenciados por delitos como homicidio y violación.
En marzo de 2006, Hora Cero acompañó a las madres de dos de estos condenados a muerte, en el viaje de casi mil 300 kilómetros que tienen que realizar para poder estar un par de horas junto a sus hijos.
Además, está el relato de una abuela de Nuevo Laredo cuyo único deseo en la parte final de su vida era volver a abrazar a su nieto.
La historia de María Medina, Juana Cárdenas, Euleteria Armendáriz y sus vástagos, Rubén, Ernesto y Héctor, además de otros mexicanos condenados a muerte en Texas, es conmovedora y desgarradora a la vez, y se contó en las ediciones 107, 151, 152, 169 y 245 de Hora Cero.
Al viajar junto con estas dos “madres de hierro”, Hora Cero pudo contar a sus lectores cómo estas mujeres recorrían la autopista 59 del Estado de Texas, soportando cansancio, penurias y enfermedades con tal de pasar unos momentos a lado de sus hijos, quienes están juzgados, sentenciados y condenados por la ley de los hombres, pero siempre serán inocentes ante sus ojos y corazón.
Además, está el testimonio de quienes esperan dentro de una celda el momento en que van a morir. Gracias a las crónicas aparecidas en estas páginas, se pudieron conocer las condiciones en las que sobreviven.
La voz de los condenados a muerte detalla cómo aunque muchos de ellos reconocen su culpabilidad y la justicia del castigo que van a recibir, sufren con las reglas impuestas en la prisión en la que se encuentran.
Las restricciones son tan severas, que todos los que ahí se encuentran tienen años sin tener contacto físico con otra persona y ven pasar los días dentro de una celda donde sólo les permiten salir por un par de horas al día.
Pocos temas publicados en Hora Cero han dividido tanto las opiniones de los lectores, pues así como hay quienes reconocen la inhumanidad en el castigo que recibieron estos reos, existen los que piensan que todo esto es poco, considerando el crimen que cometieron.
Al final, nada de esto importa a las familias de los condenados a morir, quienes sobreviven muertas en vida por el dolor que no las deja descansar.