
No cualquiera puede darse el lujo de trabajar en dos países al mismo tiempo. Es la forma en la que decenas de personas se ganan la vida arriba del cruce internacional Reynosa-Hidalgo, alegóricamente en medio del río Bravo.
FOTOS FRANCISCO HERNÁNDEZ GEA
Padre de dos hijos, Miguel Román era obrero de maquiladora, trabajaba 14 horas diarias para sacar adelante a su familia. Su esposa también laboraba en una fábrica, pero no les alcanzaba, hasta que tomó la determinación de romper los paradigmas y aventurarse a un oficio, modesto, honrado y mejor pagado.
Hace un año y medio comenzó a vender elotes en las inmediaciones del puente internacional Reynosa–Hidalgo. Pidió permiso a las autoridades.
Como muchas personas que se ganan unos pesos en el mismo lugar, se abrió camino y no se le han cerrado las puertas porque es un hombre honrado.
Lleva su carrito de elotes “La Hormiguita” hasta el límite internacional que divide a dos países, por encima del río Bravo y es una persona que se considera afortunada, pero sigue siendo humilde y dedicado, pues todos los días se levanta muy de mañana para preparar su puesto ambulante, y los implementos que utiliza en la preparación de su producto asado y en vaso.
Manifiesta que no gana carretadas de dinero, pero al menos le da para comprar lo suficiente, para hacerse cargo de su cónyuge, hijos y escuela.
“Aquí saca uno un poquito más que andar en la calle”, comentó.
Miguel asegura que los viajeros siempre lo tratan de manera cordial y sin importar que muchos de mayor poder adquisitivo, invariablemente les vende el elote en 15 pesos, más barato incluso en en cualquier otro lado y bien preparado, con ingredientes de primera calidad.
Agradeció su confianza a quienes se la han dado. Quienes lo observan por primera vez vendiendo elotes a la mitad del puente se extrañan, pero son tantas las personas que por ahí transitan, muchas de las cuales lo hacen periódicamente, que de hecho ya tiene sus clientes. Algunos dejan las filas rápidas y se van a las de en medio, solo para comprarse un elote de los que Miguel prepara.
DESDE BEBÉ EN EL PUENTE
Juan es otro de los ambulantes de este puerto fronterizo. Confiesa que prácticamente nació en el Puente. Su papá ha sido vendedor de artesanías desde mucho antes y por eso incursionó a la vendimia desde chico.
Actualmente tiene 29 años y es la manera en que saca adelante a sus hijos.
Reconoce que muchas personas los estigmatizan, porque quizás no tienen un trabajo formal y se encuentran de ambulantes, pero expresa que su labor es muy honrada y entre todos procuran el respeto a los automovilistas.
Comenta que la mayoría de los vendedores ya son muy conocidos y están identificados. Cuando observan que alguien asume una posición incómoda todos se ponen de acuerdo para que se comporte, pues a nadie le conviene que sean retirados de este cruce, ya que de ahí depende el sustento de sus familias.
Juan considera que ir al puente es una alternativa para muchas personas desempleadas, aunque en su caso, aunque le ofrezcan otro trabajo, él prefiere quedarse en este lugar, donde ha estado desde pequeño.
LA COLORIDA ATMÓSFERA
En este espacio pueden encontrarse personajes de todo tipo, cada cual con una oferta diferente o servicio. Desde el que limpia cristales, pasando por los vendedores y también aquellos que están en una condición de adversidad, como
los discapacitados.
El puente internacional Reynosa–Hidalgo, situado en Tamaulipas y Texas, es utilizado por personas de escasos recursos como un medio de trabajo, el cual han convertido en un multicolorido mercado
itinerante, donde se observan a quienes venden chicles, cacahuates, dulces naturales, gorditas con guisados, pays, pastelillos, tamales, chile del monte, camarones secos, nopales, elotes, nieves, bebidas gaseosas y aguas frescas.
Al mismo tiempo también hay limpiavidrios, cantantes, acordeonistas, pedigüeños y quienes ofertan artesanías desde imágenes religiosas, nomenclaturas, hamacas, bloqueadores solares para los autos y hasta ornamentos residenciales.
“Algunos nos compran chicles o semillas para no irse durmiendo en la fila, porque luego les ha pasado que se duermen y le dan un llegue a otro…
“También es común que quienes trabajan del lado americano, en las mañanas pasan con la señora que vende las gorditas y se las llevan para el lonche”, comentó uno de los entrevistados.
Así que si alguien tiene hambre, quiere comprar dulces, quizás algún regalo o satisfacer un simple antojo y va para Estados Unidos, seguramente encontrará alguien que le ofrezca lo que busca. Porque arriba del río Bravo, también hay vida y colorido.