En sus grandes ojos negros una profunda y contagiosa amargura –extraña en un niño– delata la desdicha de la cual es objeto. Rara vez dibuja una sonrisa, mucho menos suelta carcajadas; más bien pasa horas enteras callado, observando a sus hermanos correr y brincar por el patio.
Es la realidad del pequeño Geovanni de tan sólo dos años y medio de edad, quien con movimientos de cadera se reacomoda la prótesis para dar sólo unos cuantos pasos con dificultad.
Ya no es inquieto, tampoco hace travesuras, quizá porque su vida está sumida en adversidad y dolor desde febrero del año pasado, cuando al transitar frente a un portón a medio abrir (en la calle Tabasco de la colonia La Presa) fue alcanzado por las feroces quijadas de dos perros, uno de ellos Rottweiler, que le atrapó el muslo derecho hasta arrancarle la extremidad completa.
Reynosa entera se conmocionó por este caso del que no se tenía un antecedente de equiparable magnitud. Todos los medios de comunicación locales rotularon el desafortunado acontecimiento e increparon al dueño de los animales agresores, Wilson Dany Pensalfil, sacrificados poco después.
Con Geovanni debatiéndose entre la vida y la muerte, múltiples fueron las muestras de solidaridad hacia su persona, tanto en visitas al Hospital General, como en donativos económicos.
Aunque su frágil pierna le fue reimplantada, por desgracia había permanecido demasiado tiempo a la intemperie y debido a los daños por las mordeduras, horas más tarde le tuvo que ser amputada.
Entonces una vorágine de pensamientos se agolparon en la mente de su madre, Leonor González, quien inútilmente luchó para que los perros soltaran entero a su bebé.
Ahora ya no puede regresar el tiempo, mas si esto fuera posible la mujer que le dio la vida a Geovanni dijo que lo daría todo para recobrar su salud.
“Si eso se pudiera claro que movería mar y tierra para que la pierna de mi hijo volviera a la normalidad. Yo nunca pensé que me fuera a pasar esto.
“Aún es pequeño y ya tiene un futuro desigual; cuando crezca tal vez no perdone esta situación de la que no tuvo culpa alguna más que haber estado en el lugar equivocado”, manifestó.
MADURAR A LA FUERZA
Pero pese a su corta edad Geovanni discierne que no es igual a los otros niños. A decir de su afligida madre al despertar por las mañanas e intentar levantarse el menor choca con su invalidez y sufre depresiones de forma constante:
“Es muy difícil verle a mi hijo donde le quedó su pedacito de piernita y saber que está imposibilitado de por vida. Su ánimo no es el mismo desde aquella vez… es imposible explicar el dolor por el que estamos pasando”, mencionó abatida en llanto.
A esta mujer originaria de Poza Rica, Veracruz, las escenas de horror (cuando el pequeño quedó desangrándose en el piso, mientras los perros habían ingresado la pierna indefensa a la propiedad de sus amos sin que pudiera sacarla) no dejan de agobiarla aún meses después.
“Siento mucha culpabilidad porque si no hubiera pasado con el niño por ahí no estuviera así y con los perros aislados esto no hubiera ocurrido”, reiteró con Geovanni en los brazos.
Previo la pierna ortopédica que un hospital de Houston le auspició hace cuatro meses, Leonor explicó que su criatura al intentar caminar o correr solía caerse.
“A cada rato se iba al suelo porque veía a mis otros hijos pegar la carrera y él se desesperaba porque quería hacer lo mismo. Ahora cuando se mira él mismo dice: ‘piernita no, piernita no; yo no tengo…’.
“Sabe que algo muy importante le falta para ser feliz y por eso todos los días me pregunto por qué le pasó esto a mi niño y es muy duro encontrar las respuestas”, señaló.
VIVIR AL DIA
Pero Geovanni no sólo enfrenta su discapacidad, sino también un elevado nivel de pobreza y marginación dentro de su vivienda de cuatro por cuatro metros cuadrados, la cual comparte con tres hermanos más.
Para colmo de males, su progenitor sufrió una embolia que lo mantiene en el desempleo y conminado a una cama.
El único sustento para esta familia llega por los sacrificios de Leonor, quien lava ropa ajena o asea casas a cambio de 50 pesos por jornada.
“Comemos frijoles, tortillas y huevito. Ahí poco a poco la vamos pasando. Con las consultas del niño y su tratamiento gracias a Dios sí hemos tenido socorro”, agregó.
No obstante, la precariedad y el infortunio hace que esta familia sea más unida; los hermanos de Geovanni no pelean con él, al contrario lo consienten y tratan de animarlo, porque salvó su vida de milagro.
“Hubo momentos en que pensé que mi bebé se me moriría, porque los doctores me decían que estaba bien grave”, recordó Leonor, quien todas las mañanas le coloca a su hijo un “calcetincito” especial antes de instalarle la prótesis, la cual le retira sólo por las noches o al asearlo.
“Mi mayor deseo por ahora es que vuelva a sonreír. Ahorita por lo menos ya sale al patio y da sus vueltecitas con su nueva piernita”, mencionó esta madre de familia.
Aún así, cuando se ha cumplido más de un año de aquella fatídica tarde del 6 de febrero, Geovanni y su familia intentan comprender el atroz destino que le tocó vivir.
Si usted desea apoyarlo, favor de comunicarse a los teléfonos de Hora Cero 9297585, 9297586 o dirigirse a la calle 18 de marzo número 228 en colonia La Presa, al domicilio de la familia Escobedo González.
