En menos de un año la transmisión del Covid–19 en México se ha vuelto tan generalizada que prácticamente todos tienen algún familiar, amigo o conocido que se ha enfermado y, en los casos más desafortunados, fallecido por un virus que tan sólo en Tamaulipas ha matado a 4 mil 233 personas.
A principios de 2020 las noticias de una enfermedad muy contagiosa acaparó la atención de los principales medios de comunicación. China, Italia y España se convirtieron en pocas semanas en un cementerio, por la cantidad de gente que sucumbió ante esta amenaza global llamada coronavirus.
En los países de occidente ni siquiera se le prestaba la importancia suficiente e, incluso, aparecieron especialistas dando ruedas de prensa con el ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, argumentando falsas suposiciones y asegurando que el Covid–19 se exterminaba con la luz solar y el calor del medio ambiente, a 18 grados centígrados.
Por momentos daba la sensación de que los contagios estaban tan lejos, del otro lado del mundo, que la posibilidad devastadora de que el mal llegara hasta el continente americano se veía remota, hasta que eso pasó y es día que los sistemas de salud se encuentran en jaque por esta avalancha de enfermos infectados.
La sociedad se tuvo que adaptar rápidamente a nuevas formas de convivencia para poder volver, de manera condicionada, a sus actividades en la nueva normalidad.
Hoy es día que la mayoría de los gobiernos del mundo, a pesar de que ya se están aplicando las vacunas, no han podido detener el alcance ascendente de este bicho, tan es así que una sola persona en su comunidad podría recordar al menos alguien que ya enfermó o murió a causa de coronavirus y he aquí varios ejemplos:
José Manuel Meza,
periodista:
En mi caso particular he perdido a mi padre en el mes de julio del año pasado. Se encontraba relativamente estable con la mascarilla de oxígeno, pero los médicos del Hospital Regional de zona número 6 del IMSS en Ciudad Madero insistieron en intubarle y su organismo no lo soportó. Murió enseguida.
No me gusta pensar tanto en esto porque honestamente me provoca depresión, pero me consta que estamos frente a una enfermedad terrible y que muchas veces las personas ni siquiera se dan cuenta que la llevan. En aquel entonces a él le dio un sarpullido y pensaba que era por algo que probablemente había comido, porque los médicos todavía no asociaban eso con el virus.
Creo que ahora hemos aprendido mucho más sobre los síntomas, pero en el caso de mi papá cuando empezó a sentirse mal, ninguno de los médicos que lo atendieron previamente le pidieron que se hiciera una prueba del Covid–19.
La enfermedad avanzó tan rápido hasta que ya no podía respirar y lamentablemente era demasiado tarde…
Pero igual puedo enumerar algunos familiares, amigos y conocidos que enfermaron y otros que también murieron:
Además de mi padre he perdido a dos de mis tíos y una tía, uno en Nuevo Laredo y otros dos en la Ciudad de México. El más joven de 44 años de edad. Todos estos decesos han sido golpes durísimos para la familia, porque quedaron hijos huérfanos de por medio, el más chiquito de 5 años de edad, para que se den una idea.
Son personas con las que recuerdo haber platicado meses antes, convivido, reído y pasarla bien y es sorprendente y difícil de digerir que ya no estén, que se han muerto y que les ha tocado sufrir mucho en los últimos instantes de sus vidas.
Se enfermaron además tres de mis tías maternas, un tío paterno, una tía paterna, dos tíos políticos, una tía política, cuatro primas, un primo y tres sobrinos.
Entre los amigos y conocidos que me vienen a la memoria cinco compañeros periodistas contagiados, un amigo de la iglesia.
De mis vecinos afortunadamente ninguno se ha contagiado, pero de repente entre mis contactos de Facebook sí he visto con más frecuencia que la gente cambia su foto de perfil por un moño negro y en la mayoría de los casos ha sido por esta misma terrible enfermedad.
Beatriz Flores,
periodista y maestra:
A principios del año pasado veía las noticias a través de redes sociales y en diferentes medios de comunicación hablando sobre el nuevo virus y parecía algo increíble, pero también muy lejano.
Paro cuando menos lo esperábamos los primeros casos ya estaban en México, después en Tamaulipas y finalmente en Reynosa, apareciendo también la incertidumbre.
Cuando surgió la aplicación “Covid-19 Tamaulipas”, recuerdo que se convirtió casi en una obsesión monitorear el aumento de casos en la ciudad, sobre todo en la colonia donde habita mi mamá, mis suegros y por supuesto, en la nuestra.
Con el paso del tiempo el círculo de casos cada vez se fue cerrando más. Empezaron primero los conocidos y después los amigos; luego, la esposa de uno de mis cuñados y afortunadamente, nadie más ha enfermado.
En muchas ocasiones hemos hablado sobre cómo afrontaríamos un contagio en casa: ¿acudiríamos a algún hospital?, ¿a cuál?, ¿cómo le haríamos para mantener el aislamiento?, y además que es muy probable que al enfermar uno de nosotros lo haría el resto, pues tres niños y dos adultos en casa, ya son multitud.
Con la pandemia se cancelaron las clases presenciales y fue la locura; mi trabajo como docente aumentó y también la labor de ayudar a mis hijos con sus tareas.
Tanto mi esposo como yo siempre hemos estado muy involucrados con la educación de nuestros hijos, pero ahora, el esfuerzo era titánico.
Gracias al ‘home office’ puedo estar en casa con mis hijos, pero los quehaceres del hogar, la escuela de los niños, mi trabajo en la universidad y el del periódico todo junto, en un solo lugar y al mismo tiempo, han sido la locura.
En más de una ocasión he terminado el día llorando y he querido tirar la toalla, pero lo importante es que estamos juntos, en casa y con salud; y afortunadamente, también lo están nuestros seres queridos.
Y entre las personas que me he enterado que lamentablemente fallecieron están el novio de una amiga, la tía de una amiga, el papá y su hija, amigos de una amiga.
Los papás varones de dos de mis amigos, el abuelo de un alumno, el hermano de mi jefe, el papá de una compañera de trabajo de mi esposo.
También un conocido doctor y ex alcalde de Reynosa. Un conocido que era periodista y una de mis maestras de preparatoria.
Jaime Jiménez,
periodista:
Esta pandemia me ha dejado grandes experiencias que al paso de los días me hacen valorar la vida y la presencia de mis seres queridos. Estamos viviendo prácticamente una situación devastadora que por décadas no se había visto a nivel mundial.
Un día revisando las redes sociales me enteré de la muerte de un amigo que se desempeñó como Técnico en Urgencias Médicas (TUM) en la corporación de Protección Civil (PC) municipal y egresado del curso de Atención Médica Prehospitalaria Básica de la Cruz Roja Mexicana, Delegación Reynosa.
Se trata de Juan Ramón Solís Vega, mejor conocido como “Moncho”, por sus amigos y por los reporteros que solemos cubrir el área de la noticia policiaca.
Sus familiares confirmaron que nuestro amigo estuvo internado en el Hospital Regional de Especialidades del Seguro Social número 270, bajo el padecimiento del coronavirus.
Al paso de los días su salud se empeoró y definitivamente los doctores ya no lograron salvarlo, dejando un gran vacío en su familia, amigos y compañeros de diversas instituciones médicas y de rescate.
Tristemente esa noche de su fallecimiento, el ulular de las sirenas se escuchó por media ciudad Reynosa, ya que se hizo un recorrido como homenaje para darle el último adiós. En esa caravana participaron efectivos de Protección Civil, Tránsito y Vialidad, así como brigadistas voluntarios y paramédicos de instituciones particulares.
Siguiendo ese mismo orden de ideas, no vamos muy lejos, pasaron escasos días de la muerte de Ramón Solís y la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) en este municipio despidió a dos grandes amigos que se desempeñaron como oficiales del departamento de peritajes de Tránsito y Vialidad.
En Reynosa tomaron el último pase de lista a Roberto León Corona y José Simón García, oficiales de peritajes que perdieron la vida por Covid-19. Ambos contaban con décadas de servicio en la corporación.
Poco después supe del fallecimiento del padre Filiberto Rangel Castillo, quien celebraba la misa para los feligreses católicos en el ejido Doroteo Arango, conocido como ‘Periquitos’, poblado que se ubica en la carretera de Reynosa a San Fernando.
Y mientras el virus sigue transmitiéndose algunos colegas han enfermado. Cabe recordar a Vicente ‘La Cotorra’, quien tuvo complicaciones en su salud y falleció a causa del padecimiento.
Luego de vivir esas experiencias el virus llegó a mi familia, cuando mi cuñado Lenin enfermó y tuvimos que llevarlo desde su casa a la mía, en un cuarto desocupado ahí reposó ya que en la empresa maquiladora dónde el laboraba le negaron las atenciones del Seguro Social.
Gracias a Dios no fue necesario movilizarse por algún tanque de oxígeno, porque al paso de los días sus síntomas disminuyeron y fue mejorando.
Un par de semanas después mi esposa Neli resultó con síntomas de coronavirus… fue demasiado preocupante porque, por un lado tenía que atenderla y al mismo tiempo trabajar y estar al pendiente de las clases en línea de los niños de 8 y 9 años respectivamente.
Fueron dos semanas y unos días para que ella saliera de lo más fuerte, pero noté que hubo otras tres semanas en qué su metabolismo no era el mismo, había mareos, indicios de fiebre y dolor de cabeza.
Hoy en día las personas salen por necesidad, y se exponen al peligro de infectarse, por eso es importante seguir las recomendaciones que nos emiten las autoridades de Salud, no bajar la guardia en esta batalla, en esta crisis sanitaria.
Alejandro Salas,
periodista:
Al principio veía lejos la enfermedad. Un amigo periodista me dijo allá por el mes de abril del año pasado: “hagamos un trabajo periodístico, investiga en tu entorno, con familiares, allegados hagamos una lista y una especie de recuento, una breve historia de estas víctimas que han muerto en soledad y son despedidos también solos, sin el tradicional ritual. Juntémos las historias”.
Me decía que esto era muy dramático y nunca antes visto en nuestra vida y desde la generación de nuestros padres y abuelos.
Pero al pasar los meses la ola de contagios y muertos nos rebasó.
En lo particular mi lista de víctimas mortales, familiares, amigos, colegas, conocidos sigue en aumento.
Una tía, un amigo de la juventud, un amigo locutor y noticierista.
El papa de un compañero de trabajo, el tío de un compañero de trabajo, mi vecino del frente de mi casa.
También tres amigos de la infancia.
Tres colegas de la Ciudad de México.
Siete colegas y excompañeros de la ciudad de Monterrey y tres colegas tamaulipecos.