El 22 de noviembre se cumplen 60 años del magnicidio del presidente de los Estados Unidos, un impactante hecho que cambió la historia política del país y desnudó la fragilidad en el aparato de seguridad del Estado Mayor. El crimen, a pesar de haber tenido un supuesto asesino nunca pudo resolverse. En Dallas se realizarán las típicas ceremonias póstumas que siempre tienen más incógnitas que respuestas.
Seis décadas han transcurrido desde que el presidente número 35 de los Estados Unidos (tercero asesinado en pleno ejercicio), John F. Kennedy (demócrata), fue emboscado en el recodo de una avenida de Dallas, Texas, en un estado republicano que le era adverso y al cual trataba de ganar con miras a las elecciones de 1964, en las que pensaba postularse para la reelección.
Aquí los hechos, los protagonistas y la trama que permanece oculta oficialmente. Lo ocurrido aquella mañana del 22 de noviembre de 1963 puede reseñarse así:
A las 11:50 horas el Lincoln Continental descubierto, conducido por el agente William Greer, acompañado por su colega Roy Kellerman, se desplaza por la calle Houston a una velocidad de 50 kilómetros por hora. Detrás de los choferes iba el gobernador John Connally y su esposa Nellie. En la tercera fila, los Kennedy.
Exactamente, a las 12:30 el auto debe desacelerar para enfilar por la Elm Street. Pasa a 18 kilómetros por hora por el Texas Text Book Depository cuando se escucha la primera detonación; es el primer disparo que falla en el blanco.
Una segunda bala impacta a Kennedy en el cuello. El tercer disparo, 4.8 segundos después del primero, le penetra por la sien derecha. Tras esta detonación, Jackie se incorpora y trata de recoger algo en la parte trasera del vehículo: parte de la masa encefálica del abatido presidente.
El auto se dirige a toda velocidad al hospital más cercano, el de Parkland. Ahí, varios equipos médicos lo reciben; se ponen a trabajar de inmediato. El jefe de cirugía ordena una traqueotomía: aprovechan el agujero que dejó la bala en su garganta y lo agrandan: (eso destruirá una de las pruebas forenses importantes).
Otros intentan maniobras de resucitación; la actividad es frenética. Los médicos intentaron todo, pero saben que no hay nada que hacer. Aún si lograron revivir el cuerpo, el cerebro estaba destrozado.
La escena del asesinato fue filmada “casualmente” por Abraham Zapruder, nacido en Ucranía en 1905, quien recientemente había adquirido una cámara Bell and Howell Zoomatic Series, de 8 mm, que era lo más avanzado del momento, y que sabía que el auto de Kennedy había de aminorar su marcha al llegar al depósito de libros en el que trabajaba Lee Harvey Oswald.
La cámara utilizaba rollo de película de acetato de celuloide bañada con yoduro de plata, que tardaba días en ser procesada en un laboratorio especializado; pero, resulta que en pocas horas ya había tres copias circulando y luego dio la vuelta al mundo.
A las 12:34 Oswald deja el edificio donde trabajaba y desde el cual se supone que disparó. Es visto por un reportero quien informa a la policía. A las 13:14 el oficial J. D. Tippit ve a un hombre actuar extraño: era Lee Harvey Oswald. Cruzaron unas pocas palabras. El policía quiso acercarse luego de informar a su central; pero apenas salió del auto recibió tres disparos en el pecho. Cayó y ya en el suelo, un cuarto balazo se alojó en su cabeza.
Ocho minutos después, los investigadores encuentran el rifle homicida y los casquillos percutidos detrás de unas cajas en el sexto piso del edificio del Texas Text Book Depository. Cerca de las dos de la tarde, Lee Harvey Oswald entra a un cine para ver la película War is Hell, un drama bélico. Varios testimonios llevan a los policías hasta el cine. Veinte uniformados rodearon el lugar. Ingresan a la sala y lo detienen.
“No me resisto al arresto”, le dice para que no lo agredan. Un policía grita: “¡Tú has matado al presidente!”.
El 24 de noviembre, a las 11:21 horas, Oswald es trasladado desde la Jefatura de Policía a una cárcel en la que estaría más seguro; hay casi un centenar de personas en los pasillos.
De pronto, de la multitud se desprende un hombre de traje, se para frente a Oswald y a una distancia de pocos centímetros le dispara en el abdomen. Jacob Leon Rubenstein (Jack Ruby), un presunto mafioso, mató a Oswald. El 2 de enero de 1967, el asesino muere de cáncer.
LOS PROTAGONISTAS
Los actores en escena ya fueron mencionados, faltan los de detrás de bambalinas; las fuerzas reales que incidieron de manera definitiva en el crimen de estado que se ha querido presentar como un hecho aislado producto de una mente extraviada. En primerísimo lugar, el poder económico, la industria armamentista y la prensa, luego la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), Rusia, Israel, Cuba, Turquía y el crimen organizado, todos ellos involucrados de distintas maneras.
En el exterior de la Unión Americana la imagen del presidente Kennedy era muy buena, más cuando se le veía acompañado de su esposa Jackeline, una neoyorquina que se convirtió en el símbolo de la elegancia; pero, al interior amplios sectores abominaban de sus políticas, especialmente el empresarial, con el que no pudo congraciarse y del que se distanció a raíz de la controversia de finales de 1961 con el presidente de la US Steel Co., Roger Blough, quien reclamaba un aumento en los precios del acero, que finalmente no se dio, lo que provocó que parte de su industria saliera del país.
Quién sabe si el sector pensara en un asesinato, pero, era seguro que no deseaban a John por un periodo más en la presidencia, como parecía que podía ocurrir dado que el candidato de los republicanos, el senador Barry Goldwater, de Arizona, asustaba a las amplias parcelas de votantes moderados por su talante extremista.
JFK contaba con el apoyo y las simpatías de dos de los colosos de la industria norteamericana, Henry Ford II y David Rockefeller, lo que le era muy favorable.
La actuación de la Agencia Central de Inteligencia es clave en el asesinato del presidente. Antes, durante y después del evento, más que esclarecer o ayudar a entender lo ocurrido, ha servido para ocultar los móviles y las acciones.
Todos los indicios aportados a los fiscales de la Comisión Warren, creada el 29 de noviembre de 1963 por el presidente Lyndon B. Johnson para investigar el asesinato, condujeron inexorablemente al veredicto de que: “… No hubo conspiración ni de Oswald ni de Ruby en los hechos que se investigan… Ningún agente del gobierno ha estado involucrado en conspiración alguna respecto a los hechos… Oswald actuó solo, sin apoyo alguno para asesinar al presidente y su única motivación se basa en sus propias situaciones personales…”.
Posteriormente, el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos, establecido en 1976 para investigar los crímenes de John F. Kennedy y de Martin Luther King Jr. estableció en su informe, basándose en las pruebas disponibles: “El presidente John F. Kennedy fue probablemente asesinado como resultado de una conspiración”. Así mismo, el Departamento de Justicia, el FBI, la CIA, y la Comisión Warren fueron severamente criticados por su pobre y deficiente desempeño en las investigaciones llevadas a cabo.
Rusia, más bien la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, bajo el liderazgo del duro Nikita Kruschev, convino con el presidente Kennedy un acuerdo que terminó con la encrucijada que parecía el inicio de la tercera guerra mundial.
Visto a la distancia, hay mucho de dramatismo más mediático que efectivo. La llamada crisis surge cuando un piloto norteamericano asegura haber visto misiles nucleares armados en Cuba. La realidad es que sólo se trataba de plataformas de lanzamiento.
Kennedy dispuso una cuarentena (no bloqueo) en torno a la isla de Cuba, a fin de que no recibiera los misiles ni las ojivas que Rusia habría de proporcionar. Finalmente, aconsejados todos por expertos diplomáticos, ambos países convienen en un desarme bilateral: La URSS no proveerá de armas nucleares a Cuba a cambio del retiro de los misiles estadounidenses en Turquía y la negativa para que Israel desarrolle armas atómicas en territorios ocupados de Palestina.
Se estableció, además, una línea telefónica de comunicación directa Washington-Moscú, conocida como el Teléfono Rojo.
Nikita dejó colgado de la brocha a Fidel Castro, pues ninguno de los acuerdos que fueron pactados por el premier y el presidente beneficiaron en algo a Cuba. El bloqueo comercial, la base militar de EU en Guantánamo y la agresión al régimen cubano, siguen hasta la fecha. Lo único que se desmanteló fueron las plataformas de lanzamiento de misiles.
LA TRAMA
La prensa norteamericana y con ella la mundial, fue parcial y omisa en el tratamiento de los asuntos relacionados con el gobierno del presidente Kennedy. La mayoría se ocupaba de Jacky, hasta convertirla en un ícono del bon vivant y de la High Society. Así mismo se alimentaban de la comidilla del affaire con Marylin Monroe y las aventuras cupídicas del mandatario, situación que aprovechaban todos los que necesitaban notoriedad.
El boom fue la crisis de los misiles que nunca estuvieron en Cuba y su oposición a que tropas estadounidenses se posesionaran de la isla para retornarla a los dueños de casinos, hoteles y cabarets expropiados por Fidel Castro y su revolución.
No se mencionaban sus grandes proyectos como la reducción de impuestos para fomentar el empleo, la contención del alza de precios y, a nivel internacional, la Alianza para el Progreso a fin de arraigar a la gente en su terruño y evitar la migración.
Paradójicamente, el mismo presidente John F. Kennedy dio la pista, clara y precisa, de la trama de su inmolación. En Fort Worth, por donde arribó a Texas antes de dirigirse a Dallas al día siguiente, dio un discurso improvisado en la Cámara de Comercio. Este fue su último discurso (permanece oculto):
“Damas y caballeros: La misma palabra “secretismo” es repugnante en una sociedad abierta. Estamos como sociedad, inherente e históricamente opuestos a sociedades secretas, juramentos secretos y procedimientos secretos. Y hay un grave peligro de que un necesario incremento de nuestra seguridad sea aprovechado por aquellos ansiosos de expandir su significado a los límites de la censura y el ocultamiento oficiales y me propongo impedir eso por todos los medios de que dispongo.
“Y ningún oficial de nuestra administración, sea de alto o bajo rango, civil o militar, deberá interpretar lo que estoy diciendo como una excusa para censurar las noticias o ahogar a la oposición o encubrir nuestros errores, o para apartar de la prensa o del público los hechos que merecen conocer.
“Pero nos enfrentamos a nivel mundial a una despiadada y monolítica conspiración que confía básicamente en los medios secretos para extender su esfera de influencia. En la intimidación en lugar de la elección, en la infiltración en lugar de la invasión. En guerrillas nocturnas en lugar de ejércitos a la luz del día.
“Es un tejido que ha reclutado a extensos recursos humanos y materiales construyendo una densa red, una máquina altamente eficiente que combina operaciones militares, diplomáticas, de inteligencia, económicas, científicas y políticas.
“Sus preparativos son encubiertos, no publicados. Sus errores son enterrados no anunciados en titulares. Sus disidentes son silenciados, no elogiados. No estoy pidiendo que sus periódicos apoyen a nuestra administración, les pido ayuda para la difícil tarea de informar y alertar al pueblo norteamericano, porque tengo una total confianza en la respuesta y dedicación de nuestros ciudadanos una vez que estén informados. No quiero ahogar la controversia entre vuestros lectores; es más, le doy la bienvenida.
“Esta administración pretende ser honesta en sus errores, porque como dijo una vez un hombre sabio: Un error sólo se convierte en equivocación cuando rechazas corregirlo. Pretendemos asumir la responsabilidad de nuestros errores y contamos con vosotros para apuntarlos si los vemos.
“Sin debates, sin críticas, ningún país puede tener éxito y ninguna república puede sobrevivir. Es por esto que el legislador ateniense Solón decretó que era un delito que los ciudadanos se cerraran al debate y es por esto que la prensa está protegida por la Primera Enmienda.
“El único negocio de América al que la Constitución protege específicamente, no para entretener o divertir ni para insistir en lo trivial o lo sentimental, no para simplemente “dar al público lo que quiere”; sino para informar, inspirar; para reflexionar, para exponer nuestros peligros y oportunidades, confiando en que con vuestra ayuda el hombre será como debe ser por nacimiento, libre e independiente”.
En los días que corren, esa denuncia lleva por nombre lawfare, esto es, la conjura de los medios, el poder judicial y el poder económico, dispuestos a todo, como en aquel fatídico 1963. John F. Kennedy, un crimen de estado.