Es cierto, puede sonar a cliché, pero la libertad tiene sonido… y es un verdadero estruendo.
José Arturo García lo sabe, pues desde hace varios años que se ha entregado al gusto de poder llamarse sí mismo un biker mexicano.
Orgulloso de portar mezclilla y cuero color negro, este empresario reynosense –quien entre semana se gana la vida laborando en la importación y exportación de mercancías–, aseguró que abrazar el estilo de los motociclistas es algo completamente adictivo, por el sentimiento de libertad que ofrece
José Arturo forma parte de una cada vez mayor comunidad de bikers mexicanos, quienes ignorando lo caro que puede resultar su hobby, se arman con casco, lentes oscuros y chamarra de cuero para tomar la carretera y gozar del placer único de sentir el viento golpearles el rostro a más de 120 kilómetros por hora.
Acompañado por un grupo de amigos a quienes ya considera sus “hermanos del camino”, José Arturo puede presumir que ha recorrido varios puntos de la República Mexicana a bordo de su corcel de acero.
El placer de recorrer la carretera a bordo de una motocicleta se ha extendido de tal forma, que la imagen del biker es muy diferente a la que antes se tenía de estas personas.
César González y Dalia Flores son un joven matrimonio originarios de Monterrey, Nuevo León, quienes son el vivo ejemplo de que hoy en día hay bikers quienes cambiaron las sucias chamarras de piel por atuendos de diseñador y sus viajes –en lugar de buscar aventuras fuera de la ley–, sirven para irse de “shopping” a McAllen, Texas.
Para estos jóvenes, pasear por motocicleta les ha servido para consolidar su relación, por eso no dudan en planear que sus hijos también puedan ser bikers.
En la frontera entre México y Estados Unidos, el motociclismo se ha convertido en una actividad que ha dejado de ser un hobby para convertirse en un verdadero estilo de vida.
La máquina es lo de menos. Puede ser Harley Davidson –con sus motores que suenan como un trueno divino– o una Suzuki que –como ninja en la oscuridad–, apenas emite un sordo silbido que delata su veloz presencia.
20 mil de estos aparatos y sus intrépidos pilotos, convirtieron a la Isla del Padre, Texas, en la capital del motociclismo gracias al Bike Fest 2009, que ya tiene 16 años de estarse celebrando en esta región.
Gerardo Reyna, coordinador del evento, indicó que con el paso de los años este encuentro que ofrece exposiciones, música y diversión para todos aquellos que disfrutan de la adrenalina de recorrer los caminos en una motocicleta, más se está convirtiendo en una reunión familiar, que una exposición.
Para este entusiasta del motociclismo, el estilo de vida biker no tiene fronteras, pues en este tipo de eventos se pueden observar por igual a ciudadanos norteamericanos que mexicanos, quienes, reconoció, le imprimen un sabor muy particular a esta actividad.
La experiencia de adentrarse a este estilo de vida es única. La música, la ropa, la belleza de las máquinas son elementos que hacen especial a los bikers y si alguien sabe de esto es Darren Shipp, propietario de CC Trikes Customs, una empresa que desde hace 20 años se ha dedicado a fabricar los más alucinantes modelos de motocicletas.
Para este residente en Terrel, Texas –un poblado ubicado a 875 kilómetros de la frontera con México–, cualquier máquina es posible de fabricar y como prueba exhibe una de sus más grandes creaciones: un monstruo de tres ruedas fabricado alrededor del motor de un automóvil marca Cadillac, mismo que fue elaborado a petición del Discovery Channel.
En este mundo de completa libertad, donde sólo importa que el tanque nunca esté vacío y que exista una carretera por recorrer, es obvio que todo puede ser posible, desde que haya una máquina que tenga como respaldo una de las guitarras del extinto blusero Stevie Ray Vaugh o que alguien haya encontrado la fórmula de la eterna juventud, desafiando incluso las canas en su cabello.
Ser biker es una categoría aparte… qué importa que haya quienes sólo lo sean durante los fines de semana.