
Aunque su caso acaparó la atención en los medios de comunicación nacionales e internacionales, Edgar Tamayo (quien falleciera ejecutado por inyección letal el pasado 22 de enero), es apenas uno de los muchos mexicanos quienes tienen más de una década esperando saber el día en que van a morir por órdenes de la justicia texana.
En el año 2006, Hora Cero logró entrevistar a dos de estos connacionales quienes aún no saben cuándo serán ejecutados por los crímenes que la justicia norteamericana les imputa.
Sus nombres: Rubén Cárdenas Ramírez (originario de Río Bravo, Tamaulipas) y Héctor García Torres (quien nació en Guanajuato), quienes por más de 20 años permanecen encerrados en la prisión de máxima seguridad “Allan B. Polunsky”, ubicada en la ciudad de Livingston, Texas, a 90 kilómetros de Houston.
Estos dos hombres apenas y se conocen pues nunca han platicado cara a cara y mucho menos han podido estrecharse la mano, pues la estrictas reglas de la cárcel donde han pasado la mitad de sus vidas impiden el contacto físico entre los reos.
Entrevistados por separado, ambos coinciden en señalar que son inocentes de los crímenes que se les imputan y si se encuentran presos esperando el día de su ejecución es porque la justicia texana les negó el beneficio de un juicio justo, pues no contaban con el dinero suficiente para pagar un equipo de abogados que los hubiera salvado del cadalso.
Ambos aseguran que lo peor de su castigo es precisamente la espera y el aislamiento, que los hace pensar que desde hace muchos años están muertos en vida.
AÑOS DE SUFRIMIENTO
Héctor García Torres tiene años esperando la fecha en que morirá por el asesinato de un joven adolescente en un fallido asalto a una tienda de autoservicio de Edinburg, Texas, crimen, que asegura, no cometió.
Este hombre insiste en su inocencia y en su reclamo porque su caso sea revisado por la justicia texana.
Este clamor no ha sido en vano y aunque varias personas han manifestado su interés por ayudarlo, al final no pueden sino darle ayuda moral.
“Estas personas son más que nada apoyo moral, me mandan cartas, están haciendo peticiones por mí aunque lo más importante es el soporte legal para poder seguir adelante”, señaló.
Y aunque no es el apoyo que esperaba, García Torres sabe agradecer la atención que ha estado recibiendo y que espera contagie a las autoridades norteamericanas para que así atiendan las apelaciones que desde 1997 ha estado presentando.
Paciente, sabe que estos procesos son lentos y que podrían pasar años antes de que un juez decida revisar su caso y darse cuenta de las irregularidades que lo condenaron a la pena capital.
“Hay muchos casos que se van y llegan hasta cierto punto. Duran años y por eso hay prisioneros que ya tienen hasta 25 años porque su caso se detuvo”.
Por ello solicitó el apoyo del gobierno mexicano, quien podría presionar para que se le aplique un nuevo juicio que podría sacarlo de una cárcel donde la vida es harto difícil pues quienes se encuentran en el llamado “pabellón de la muerte” tienen que soportar todo tipo de presiones por parte de sus captores.
“Aquí nunca mejora nada, casi siempre se pone peor, cuando cambia es para peor, no ha cambiado nada para bien. Ahorita en estos momentos nos tienen ‘blackeados’ (aislados) porque están haciendo un cateo pero es nomás para molestarnos, para hacernos enojar, para quitarnos cosas, es una manera de castigar psicológicamente a uno, con muchos si lo logran pero en mi caso no hay más que resignarse, aguantar e ir para adelante”, señaló.
Para García Torres la paciencia es el principal antídoto al veneno del “pabellón de la muerte”. Los años dentro de la prisión le han enseñado que quien no es paciente enfrenta una dura realidad en este lugar, pues cada día los guardias buscan la menor oportunidad para provocar una reacción violenta.
“Es lo que me he dado cuenta aquí, que tengo mucha paciencia. Estas personas buscan cualquier forma de apretar tus botones a ver cuál es que hace que explotes pero yo no quiero darles esa oportunidad de que lo encuentren por eso se molestan más ellos. Para un loco siempre hay otro loco”, finalizó.
RUBEN CARDENAS; CONDENADO POR UN VIDEO
Originario de Jaripitio, una pequeña población cercana a Irapuato, Guanajuato; Rubén Cárdenas Ramírez tiene más de una década con el dolor de saber que un día va a morir en castigo por un crimen que, asegura, no cometió: el secuestro, violación y homicidio de su prima de 16 años de edad, Mayra Laguna, en el año de 1997.
Para este padre de dos hijos a quienes no ha visto crecer pues su esposa lo abandonó, la presión de la opinión pública del valle del sur de Texas y la prisa del departamento de policía de la ciudad de Edinburg por encontrar al responsable de la muerte de su familiar son los verdaderos culpables de que hoy esté esperando la fecha en la que será ejecutado por la justicia.
“Hubo mucha presión para que resolvieran el caso entonces hallaron la puerta más fácil que fue culparme a mi”, dijo en entrevista.
Según los registros de la policía de la ciudad de Edinburg, Texas, donde sucedió el crimen, el 22 de febrero de 1997 Cardenas Ramírez y un cómplice identificado como Tony Castillo
–quien no fue condenado pues consiguió un trato con la fiscalía– cometieron el delito de homicidio en primer grado en contra de una mujer hispana de 16 años.
“Cárdenas entro a la casa de la víctima por una ventana, la amarró con cinta, la metió a un vehículo con el apoyo del cómplice y la llevó a un lugar remoto. Cárdenas violó a la víctima, la golpeó en varias ocasiones con sus puños y la estranguló hasta la muerte. Cárdenas tiró el cuerpo en el canal cercano”, cita el documento de la policía texana.
Sin embargo, la versión de Cárdenas Ramírez no sólo es más extensa, sino muy diferente a la de las autoridades.
“Ese día yo trabajé hasta muy noche, cuando salí fui a la casa de un amigo y nos fuimos a tomar. Al principio no me arrestaron, me hablaron para ver si quería ir porque querían hacerme unas preguntas. Yo fui, les dije donde estuve y con qué amigos estuve, cuando me preguntaron qué fue lo que hice les contesté que a las cinco y media de la mañana me quedé dormido en la casa de un amigo”, aseguró.
Según Cárdenas Ramírez, las dos ocasiones en las que acudió a los interrogatorios de la policía lo hizo de manera voluntaria pues no tenía nada que ocultar y mucho menos se imaginaba que una de las personas que lo acompaño en esa parranda lo iba a señalar como el responsable del homicidio.
Fue entonces cuando inició un calvario en el que este joven quien contaba con apenas 26 años de edad, fue objeto de fuertes presiones por parte de los investigadores policiacos quienes deseaban arrancarle una confesión a como diera lugar.
“Me llevaron a una sección donde nadie nos mirara y ahí empezaron a amenazarme diciéndome que habían encontrado el cuerpo de otra persona, que yo lo había hecho y que me iban a echar la culpa de eso. Me dijeron: te vamos a poner con la máquina para detectar mentiras, te vamos a tomar fotos para que los testigos te identifiquen y yo les dije que hicieran lo que quisieran, que yo no había hecho nada”, recordó.
Según Cárdenas Ramírez, dos sargentos de la policía de Edinburg a los que sólo pudo identificar como Palomo y Sáenz lo estuvieron amenazando para convencerlo de firmar una confesión que ellos habían elaborado.
“Uno de ellos comenzó a amenazarme, me dijo que tenía gente que le debía favores en la prisión, que sabía donde vivía mi familia y que si no les daba lo que querían le iba a pasar algo a mis papás y a mis hermanos, que tenía que firmar unos papeles que ellos me daban. Ellos fueron los que empezaron a amenazarme, que me iban a golpear, que me iban a hacer la vida bien pesada en la prisión si no firmaba los papeles, que iba a desear no haber nacido por los contactos que tenían ellos en la prisión. Por eso les firmé los papeles”, indicó.
Incluso, acusó el hoy condenado a muerte, durante el tiempo en el que permaneció detenido le fueron violados derechos tan básicos como la posibilidad de contar con una defensa legal y notificarle al Consulado Mexicano de la situación en la que se encontraba.
“Yo no sabía nada del Consulado, yo sólo sabía que me deberían de haber dado un abogado cuando se los pedí y que debían de haber dejado de hacerme preguntas. Así me tuvieron hasta que me llevaron frente a un juez quien me preguntó que si quería un abogado y les dije que si pero me contestó que no me podía dar porque no había ninguno presente en la corte”, expresó.
Pero las presiones no terminaron ahí, días después de haber sido acusado formalmente por el asesinato de su prima, Cárdenas Ramírez asegura haber sido obligado a conceder una entrevista de televisión donde sólo le permitieron decir lo consignado en la confesión que firmó bajo presiones y que a la postre sirvió para ser encontrado culpable del homicidio.
“Me mandaron una reportera a que me hiciera una entrevista. Yo les dije que no quería hablar con ella y me contestaron que no me estaban preguntando, que debía de hablar con ella y que ya sabía lo que tenía que decir. Incluso cuando llegué con ella yo le dije que no quería hablar con ella y me dijo que ya tenía permiso del guardían y de la corte y me metieron a una oficina con ella”, acusó.
Para el jurado que lo condenó, la confesión escrita y el video de la entrevista televisada por el canal 5 de televisión local fueron suficientes evidencias para encontrarlo responsable del asesinato por el que fue sentenciado a morir, no obstante, Cárdenas Ramírez asegura que hay testimonios que lo exhoneran.
“Cuando la policía le preguntó a la hermana de mi prima que dormía en la misma habitación que ella si era yo la persona que había visto entrar por la ventana y sacar a su hermana a la fuerza les contestó: Yo conozco a Rubén, no era ni su voz pero la policía le dijo que estaba equivocada que no había visto bien. A ella nunca la llevaron a testificar a la corte, el Estado la tenía programada para presentarse a la corte y a la mera hora se hicieron para atrás y mi abogado tampoco quiso llamarla”, aseguró.
Para Cárdenas Ramírez la falta de dinero para contratar una buena defensa fue fundamental en su desgracia. En dos ocasiones le ha sido negada la solicitud de apelación a su sentencia y hoy está esperando respuesta de una corte federal.
Por eso no dudó en clamar por el apoyo del gobierno mexicano, quien puede presionar a su contraparte norteamericana para que su caso sea reabierto y se tomen en cuenta todas las irregularidades que se dieron en el proceso.
“Si el gobierno mexicano no le pone presión esta gente no va a hacer nada y nomás se van a querer lavar las manos. Si yo hubiera hecho el crimen yo entendería, cuando me fuí a la corte me ofrecieron una condena de por vida pero yo no quise porque no soy culpable y eso yo no lo voy a aceptar”, manifestó.
Mientras tanto sus días transcurren dentro de una celda de seis por nueve metros donde apenas caben una cama de metal, una mesa, un retrete, un lavamanos y de donde le es permitido salir tan sólo una hora por día.
“De las 24 horas nos tienen encerrados 23. No tienes nada que hacer a menos de que te pongas a dibujar si es que sabes hacer algo de eso o escribes cartas o escuchas el radio. Nomás puedes tener un radio, una cafetera para calentar agua, un abanico si es que tienes para comparlo, sobres y papel para escribir cartas”.
Para este joven una de las cosas más difíciles que ha tenido que soportar es no tener contacto físico con otra persona diferente a los guardias de la prisión durante todos estos años en los que ha estado preso.
“No tenemos contacto con nadie, cuando nos sacan al recreo que es enfrente de las celdas, en una jaula grandota, no esposan, nos sacan y ahí te quedas una hora y luego cuando llevan a bañarte te hacen lo mismo, te esposan, te llevan para la playa y te dejan que te bañen durante cinco o diez minutos por eso a veces uno se siente deprimido, le pega el tiempo aquí, si uno no se pone a hacer algo de repente se te va la mente”.
Sin embargo, para Cárdenas Ramírez la devoción que a lo largo de los años le ha profesado su madre, Juanita Cárdenas, es suficiente para soportar el pesado ambiente de la prisión donde se encuentra que ya hubiera quebrado a cualquiera, pues sabe que lo menos que le debe a su progenitora es la alegría de encontrarlo vivo y con la esperanza de que un día la justicia los va a escuchar.
“Yo se que es pesado para ella, que cada vez que viene se pone mala, yo se que le afecta viajar hasta acá. Le digo que Dios quiera nos vaya bien y algo suceda con la gente de aquí porque la evidencia aquí está pero no la quieren ver”, finalizó.