Si Ana Frank no hubiera estado escondida en la parte trasera del negocio de su padre, junto con otras siete personas, seguramente los relatos de su famoso diario hubieran sido como los de cualquier otra
adolescente.
Pero lo que la joven judía narró en ese cuaderno secreto fue un testimonio fiel y exacto del sufrimiento de dos familias perseguidas por los nazis y el encierro que padecieron sus integrantes con tal de salvar sus vidas.
Otto y Edith Frank, los padres de la autora del famoso diario, decidieron en 1933 dejar su hogar en Franckfort, Alemania -debido a que Hitler iniciaba su campaña en contra de los ciudadanos de origen judío-, y se mudaron a Amsterdam, Holanda, donde pensaban hacer una nueva vida con sus hijas: Margot y Ana.
Siete años más tarde, el jefe de familia se vió obligado a buscar un refugio, pues el ejército alemán había ocupado el territorio holandés y agravó el hostigamiento a la comunidad judía.
ESCONDITE PERFECTO
Otto Frank era director de Opketa, una empresa que vendía un producto para la elaboración de mermeladas. El señor Hermann van Pels era socio del padre de Ana y entre ambos acondicionaron el edificio de tres pisos para trasladar a sus respectivos familiares.
El 29 de junio de 1942 Ana cumplió 13 años. Uno de sus regalos fue un diario que ella misma había elegido en el aparador de una tienda. Ana nunca pensó en el valor que tendrían las confesiones que le hizo a Kitty, su amiga imaginaria.
Su testimonio ha dado la vuelta al mundo y, gracias al contenido de sus páginas, las nuevas generaciones han conocido parte de los horrores que sufrieron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
“Todos nos pusimos un montón de ropa, como si tuviésemos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas de vestir. A ningún judío que estuviera en nuestro lugar se le hubiera ocurrido llevar una maleta llena de ropa”, apuntó Ana el 8 de julio de 1942, en vísperas de la mudanza.
Además del socio, con el que compartiría el escondite, Frank informó a sus empleados de absoluta confianza sus planes de llevar a su familia a vivir en la empresa, aún con el riesgo de que alguno lo delatara.
El edificio -actualmente museo- se ubica frente al canal de la calle Prinsengracht 263. En la parte delantera se encontraban las oficinas de Opketa y en la parte trasera del inmueble se instaló el escondite que fue renovado lo mejor posible para que fuera como una
casa-hogar.
“Como refugio, la casa de atrás es ideal; aunque hay humedad y está toda inclinada, estoy segura que en todo Amsterdam, y quizá hasta toda Holanda, no hay otro escondite tan confortable como el que hemos instalado aquí”, escribió Ana el 11 de julio, a tres días de vivir en su nueva casa.
En el primer nivel había dos pequeñas habitaciones con un baño adjunto. Sobre éste se encontraba una de mayor tamaño y con otra adjunta que estaba muy reducida. De este cuartito se subía hacia el ático.
Para poder accesar a lado oculto, se ideó poner una biblioteca giratoria, de tal manera que fuera un pasadizo secreto y sólo los que estaban enterados podrían entrar o salir de él.
A los pocos días de que los Frank se instalaron en el refugio, Hermann van Pels llegó con su esposa Auguste y su hijo Peter de 16 años
-tres años mayor que Ana- para ocupar el mismo espacio.
El amontonamiento y la tensión provocaron conflictos entre los moradores, pero aún así aceptaron a otro miembro más: Fritz Pfeffer, dentista y amigo cercano de las dos familias, quien se convirtió en el compañero de cuarto de Ana Frank.
Los cientos de turistas que diariamente visitan el edificio pueden constatar que las habitaciones son muy reducidas, y aunque no dejaron los muebles, es fácil imaginar dónde estaban colocados y la sensación de encierro que experimentaban los cinco adultos y tres adolescentes que convivían en esa casa.
LLAMADA ANONIMA
A poco más de dos años de permanecer ocultos, los integrantes de las dos familias y el dentista fueron sorprendidos por representantes de la policía, que llegaron a las instalaciones de Opketa gracias a una llamada anónima.
El 4 de agosto de 1944 cuatro policías irrumpieron en la empresa de Otto Frank y sometieron a Victor Kugler, uno de los empleados de confianza, a quien obligaron a conducirlos al paradero de los refugiados.
Los ocho habitantes fueron llevados a la comisaría, al igual que Kulger y Johannes Kleiman -sus empleados protectores-, quienes durante el arresto se negaron a hacer declaraciones, en tanto que Miep Gies y Bep Voskuijl se salvaron de ser detenidas al negar en todo momento que tuvieran conocimiento de los
confinados.
Fue Miep Gies quien rescató las hojas del diario que fueron tiradas por los policías al momento del hallazgo, ya que a ellos sólo les interesaban los objetos de valor.
Días más tarde, los ocho prisioneros fueron enviados a una casa de campo en Westerbork en Holanda, pero permanecerían por poco tiempo, pues el 2 de septiembre los trasladaron al campo de concentración de Auschwitz.
En octubre del mismo año, tanto Ana como su madre y hermana, al igual que otras 8 mil mujeres, fueron reubicadas a Bergen-Belsen, otro campo de concentración donde una epidemia de tifoidea acabó con la vida de una gran cantidad de prisioneros. También con la de Ana Frank.
Al finalizar la guerra, Otto Frank regresó a Amsterdam como único sobreviviente de los ocho y se enteró de la muerte de Edith, Margot y Ana por el testimonio de sobrevivientes que regresaron de los campos de concentración.
Posteriormente le contó la historia a sus ex empleados y, consternada, Miep Gies entregó el diario que había guardado celosamente, ya que esperaba regresarlo a su dueña cuando el infierno de la guerra terminara.
SOÑABA SER ESCRITORA
Antes de que fueran descubiertos, Ana escuchó a través de una transmisión de radio que, al finalizar las hostilidades bélicas, se crearía un registro público de la opresión sufrida por la población bajo la ocupación alemana.
Ese anunció le llamó poderosamente su atención y fue como comenzó a corregir su escritura, a reescribir algunos textos y editarlos, pensando en que podría ser un documento seleccionado.
Ana ya había manifestado su deseo de ser escritora y periodista. Las páginas de su diario, donde cuenta lo que ocurrió en esa “casa de atrás” -como era nombrada por sus habitantes- han sido traducidas a 55 idiomas, representadas en inumerables puestas en escena y llevadas al cine.
“Cuando escribo se me pasa todo, mis penas desaparecen, mi valentía revive. Pero entonces surge la gran pregunta: ¿podré escribir algo grande algún día? ¿llegaré agún día a ser periodista y escritora? ¡Espero que sí, ay, espero tanto que sí! Porque al escribir puedo plasmarlo todo: mis ideas, mis ideales y mis fantasías”, auguró la adolescente judía el 5 de abril de 1944.