Esta reconocida alpinista no solamente desafió a las alturas, sino también a una época y a una sociedad que definían el rumbo que las mujeres debían tomar, pero su alma aventurera la llevó a conquistar el monte Everest, la montaña más alta del planeta, y a convertirse en la primera latinoamericana en lograr esta asombrosa hazaña. En entrevista exclusiva con Hora Cero, Elsa comparte su experiencia de vida, que sirve como ejemplo de que sí se pueden alcanzar las metas.
Observar la naturaleza, el cielo, contemplar “la amplitud” y “aquello que se mira tan extenso”, es lo que recuerda Elsa Flor de María Ávila Bello que le gustaba hacer cuando era niña, lo que quizás eran sutiles avisos de lo que la vida le depararía.
Confiesa que desde pequeña siempre fue curiosa, algo traviesa, muy observadora y, contrario a lo que su familia hubiese deseado, se inclinaba más por los juegos de acción como andar en bicicleta o patinar, los cuales –en aquel tiempo–, eran más reservados para hombres.
Siendo la única mujer de tres hermanos Elsa se describe como la que prefería estar afuera todo el tiempo.
“En casa se pensaba mucho de ‘qué va a decir la gente’; pero yo he aprendido a lo largo de mi carrera que algunas personas tienen mucho que hablar y no tanto que aportar, y que en los momentos de verdadera dificultad dependes de ti mismo, así que aprendí a hacer caso omiso de lo que los demás pensaran de mí”, externa.
Años más tarde aquella niña inquieta de la Ciudad de México se convertiría en Elsa Ávila, la reconocida alpinista y primera latina en conquistar la cima del monte Everest (1999), la montaña más alta del orbe terrestre.
Y no solamente eso, también fue la primera a nivel mundial en llegar a la Aguja Poincenot en la Patagonia y ascendió al Shisha Pangma, con lo que se convirtió en la primera mujer y la más joven del mundo hasta ese momento, en escalar una cumbre de más de 8 mil metros.
Además de otras montañas que han sido conquistadas por Elsa, que si bien cuando era niña no imaginó todo lo que sería capaz de lograr, con el transcurso de los años se convirtió en un ejemplo de inspiración alrededor del mundo, apareciendo en revistas y documentales y dando pláticas a miles de personas.
INICIA EL ASCENSO
Fue a los 15 años de edad cuando esta deportista mexicana empezó a escalar sin pensar en lo mucho que lograría en tan corto tiempo, pues no lo tenía planeado, sino que simplemente sucedió.
“Me llamaba mucho la atención el cielo, el aire, yo quería volar, y esa curiosidad fue la que me hizo preguntarme de qué se trataba todo esto, y desde la primera vez que toqué la roca y me subí a una pared vertical me encantó la sensación”, mencionó.
Platicó que fue al conocer a su ex esposo Carlos Carsolio, considerado actualmente uno de los mejores montañistas de la historia, que descubrió este mundo e, impulsada por su espíritu de aventura, se adentró en él.
“Me encantó la manera de ir descifrando el cómo ir subiendo. Me encantó llegar a donde no había más que subir, la sensación de tener un espacio abierto y de poder tener otro panorama, otra perspectiva”, comentó.
Recordó que fue el Parque Nacional El Chico, en Hidalgo, el lugar que la atrapó: “Porque tiene muchas paredes y rocas, yo creo que fue la cuna del montañismo en México”. Ahí Elsa experimentó un conjunto de sensaciones y fue así que inició su carrera, trepando paredes y montañas casi siempre junto al padre de sus dos hijos.
Recordó que a pesar de que nunca sufrió directamente discriminación por ser mujer sí tuvo que desarrollarse en medio de algunas circunstancias que debió sortear, como por ejemplo, que en su época (finales de los ochenta y los noventa) no existía una vestimenta especializada para que las mujeres ascendieran montañas.
“Para escalar en roca te pones la ropa que puedes destrozar y no hay problema, pero para montaña no. Ni siquiera las mochilas estaban anatómicamente realizadas, mucho menos para una mujer. Ahora hasta de colores hay, pero en ese entonces había que ajustar lo que hubiese que ajustar para poder escalar”, dijo.
Su preparación y mentalidad le permitieron evolucionar naturalmente y lograr un nivel de alpinismo consistente en, no nada más ascender, sino en buscar paredes, la altura y demás factores.
Elsa dijo que todo fue siempre motivado por el placer y la satisfacción personal de contemplar la majestuosidad de este planeta.
No por buscar romper un récord: “nunca fue por tratar de lograr un número, no me interesaba”, confesó.
EN LA CUMBRE DEL EVEREST
Siguiendo esa línea fue que en 1989 subió a la cumbre sur del Monte Everest por la ruta nepalí, quedando tan sólo a 98 metros de la principal, debido a un cuadro de hipoxia que presentó, por la falta de oxígeno.
Pasaron 10 años cuando decidió regresar sin saber exactamente, el por qué, pero ella considera que fue “el llamado de la montaña”.
La noche antes de iniciar el camino se preparó de diversas formas y pensó de manera detenida en los errores del pasado.
“Uno de ellos fue el no haber cerrado bien las capas de ropa, sobre todo las mangas, para que no me entrara frío y no congelarme, porque ya había sufrido congelamiento en ambas manos”, apuntó.
En ese momento, sus niños tenían 4 y 2 años respectivamente, pero pudo recuperarse.
“Yo ya tenía a mis dos hijos, llevaba siete años sin ir a la montaña, pero siempre seguí entrenando y para eso lo hice como nunca, y al llegar fue con miedos como el de ‘no quiero morirme’, pero iba muy concentrada, muy presente y muy consciente, dando muy bien cada paso, porque lo más importante para mí era regresar”, externó.
Dijo que debido a la situación emocional en la que se encontró fue difícil para ella volver a intentar escalar a una altura de 8 mil 849 metros, donde las temperaturas extremas pueden situarse por debajo de los menos 35 a menos 60 grados centígrados; sin embargo, utilizando toda su experiencia es que pudo cumplir con la meta.
“Fue como una luz que se abrió hacia mis capacidades de soñar, de decidir y de actuar. Eso me enseñó la montaña”, apuntó.
Externó que el padre de sus hijos le preguntaba si visualizaba la posibilidad de que no pudiera llegar, pero en su mente no estaba el fracaso. Elsa tenía en claro que ya conocía lo que significaba no hacer cumbre y no quería pasar por lo mismo, pero entendía que si su vida peligraba tendría que bajar.
Esta vez la alpinista llevaba todo lo necesario para la encomienda, portaba equipo, comida, una preparación mental a toda prueba y la idea de perseverar las veces que fueran necesarias durante la misma temporada para lograrlo.
“Iba tan motivada que revisaba bien las montañas de los lados, la lejanía, ubicándome perfectamente; me sentía muy fuerte, dije ‘¡wow!, ¡me faltaba tan poquito!’, ojalá hubiera estado así de fuerte hace 10 años”, evocó.
En el sitio a donde llegó en aquel entonces hubo una mujer que se resbaló y además de preocuparse por ella pensaba en que quizás nuevamente habría otro impedimento para ascender.
Explicó que su compañera “se quedó atorada” y afortunadamente pudieron rescatarla; así que cambió su mentalidad, se sacudió el miedo para evitar que la consumiera y empezó a subir hasta que ya no había más hacia donde hacerlo.
Fue así que el 5 de mayo de 1999 esta destacada alpinista mexicana logró llegar a la cumbre del imponente monte Everest, el punto más alto del planeta Tierra, entrando así en las páginas de la historia, que ahora puede compartir por medio de sus magníficas experiencias.
Relató que justo después del emotivo momento lo más importante era bajar, dar cada paso con seguridad, porque dijo, el descenso, estadísticamente hablando, es donde más accidentes hay y eso Elsa lo tenía siempre presente.
“Lo más impactante fue sentirme tan libre; en ese entonces no había cuerdas fijas, ni gente alrededor; escuchaba perfectamente cómo latía mi corazón, sentía una apertura del universo hacia todos lados muy aplastante; sentirme así en un lugar tan especial y darme cuenta de la vulnerabilidad que tenemos como seres humanos ante esa grandeza me hizo sentir muy especial”, compartió la alpinista.
COACH MOTIVACIONAL, CONFERENCISTA Y CREADORA DE SU PODCAST
Elsa siguió escalando durante varios años más, cosechando nuevos éxitos y practicando otros deportes, tales como rafting, bicicleta de montaña, natación, remo, escalada y carrera en montaña, entre otros; todo a base de preparación.
Comentó que ha decidido trabajar mucho en su persona para vivir su felicidad y transmitírsela a quienes la rodean, aún cuando varias afectaciones físicas han impactado su salud. Al final ha transitado por lugares rasposos, sinuosos y agrestes.
Debido a deficiencias en el funcionamiento de su corazón fue necesario colocarle un marcapasos y también ha sufrido varios
infartos cerebrales, pero continúa con la realización de sueños y proyectos, porque dijo, “la vida es para vivirse”.
La deportista también es coach motivacional y conferencista, facetas en las que inició tras su regreso junto a su ex esposo de la primera expedición en la cordillera del Himalaya, pues una empresa quería compartir la experiencia “del mexicano que más alto había llegado” y usarla como una similitud para motivar a las personas.
Fue así que empezaron a dar pláticas compartiendo lecciones de la montaña y posteriormente, ambos fundaron una firma dedicada al aprendizaje experiencial a través de retos vivenciales presentados como juegos para adultos en los que se fortalecían la toma de decisiones y el trabajo en equipo.
“Fuimos la primera empresa en México de este tipo, y al separarnos otra se acercó a mí para que se hiciera un proyecto con todo su personal porque tenía un problema muy fuerte; me iba a enfrentar a gente con problemáticas que iban más allá de todo lo que yo sabía, por ello me preparé como coach para tener herramientas para poder hablar con ellos”, explicó.
La alpinista no se ha quedado fuera de las nuevas formas de comunicar y fue después de varias invitaciones a platicar sobre sus hazañas que decidió crear su propio podcast, en donde presenta entrevistas con personalidades que, considera, pueden impactar positivamente en la vida de otras personas y transmitir cosas buenas y fáciles a la sociedad.
LA VIDA ES PARA VIVIRSE
Elsa Ávila dijo que le gusta que la gente piense en todas las posibilidades que tienen como seres humanos, así como en la importancia de la preparación mental y la meditación; también que es necesario confiar en la propia capacidad y potencial.
“La meditación es una medida muy buena, hay que relajarse y convertirse en un observador de su propio sistema”, afirmó.
Actualmente, la conferencista continúa manteniéndose activa practicando deportes, como lo son las caminatas largas, corriendo, haciendo yoga chi kung y escalando “cuando se puede”.
Comentó que se siente muy contenta por lo que ha logrado y también por lo que sigue, para lo cual se prepara cada día.
“No es como que no tenga llenadera, simplemente sé que la vida es para vivirse y cada instante cuenta, y yo quiero hacer algo nuevo, sentirme viva”, manifestó.
Compartió que su sueño es concientizar a las personas sobre la importancia de coexistir y tener un equilibrio; y recomendó a quienes tengan un anhelo a trabajar para hacerlo posible.
“Va a haber obstáculos, sí, pero si realmente es un sueño que surge del corazón la satisfacción de lograrlo va a ser muy grande y plena, y esa satisfacción de un primer alcance los va a saberse capaces y los llevará a encontrar caminos; mientras haya vida hay oportunidad”, apuntó.
Todos los méritos de Elsa como alpinista son bien merecidos, porque a decir verdad hacer cumbre en el Everest es un reto de vida o muerte.
Desde que se tiene registro esta montaña ha cobrado cientos de vidas. Por eso sigue siendo uno de los mayores desafíos del ser humano.
A través de sus 10 campamentos se pueden hallar residuos que se han ido acumulando a lo largo de las décadas como tanques de oxigeno, prendas de vestir y hasta huesos humanos.
De hecho en las rutas de ascenso existen cadáveres momificados que ya no pudieron ser rescatados. Murieron por caídas, fracturas, en avalanchas, golpeados por las rocas, en tormentas de nieve, hambre, hipotermia y falta de oxígeno.
Entre los personajes más famosos que en el Everest perdieron la vida se encuentran los británicos George Mallory y Andrew Irvine, pioneros del montañismo mundial, que justamente el año entrante cumplirán un siglo de lo que se piensa fue la primera conquista del Everest.
Ellos no vivieron para contarlo, pero en 1953 el alpinista neozelandés, Edmund Hillary, sí logró documentar esta hazaña, acompañado por el sherpa Tenzing Norgay.
Elsa Ávila forma parte de ese reducido grupo que conquistó el punto más alto del mundo, con base a su empeño y dedicación al entrar en los anales de la historia como la primera mexicana y latinoamericana en conseguirlo. Por ende no sobra decir que es actualmente una leyenda viviente del alpinismo nacional e internacional.
A favor del medio ambiente
Como una manera de retribuirle a la naturaleza lo mucho que le ha dado Elsa forma parte de la fundación Cumbres Blancas, la cual busca concientizar sobre el derretimiento de glaciares en México.
Una de las acciones fue el diseño y construcción del único baño seco que existe en el Parque Nacional Iztaccíhuatl-Popocatépetl.
Se trata de un mecanismo para que las personas coloquen sus heces; y hasta antes de su construcción no existía ningún sitio para ello, lo que provocaba una gran contaminación ambiental, sobre todo en la parte media, que es a donde llega la mayoría de las personas.
“Si vas a la montaña es un campo minado, la fundación realizó un muestreo y los resultados de lo encontrado son impresionantes; la gente deja también basura y se pueden encontrar pañales, tampones, toallas, condones y demás”, expuso.
Lo que se buscaba era crear algo que fuera durable, pero sobre todo, no vandalizable.
Elsa está por editar un libro en el que se “honre” a los glaciares y se hable sobre la problemática en la que se encuentran, tal como lo es su desaparición.
“No es sólo un libro de lectura, es mucho más, es de fotografías; estamos en la etapa de preventa y buscando gente que se sume para poderlo editar y dejar un testimonio y algo que honre a nuestros glaciares que ya están desapareciendo”, mencionó.
“Cumbres Blancas, Un Homenaje a los Glaciares Mexicanos” es el nombre del libro en el que Alfredo Morán, Enrique Barquet, María Paula Martínez retrataron al Pico de Orizaba, al Popocatépetl, Nevado de Toluca y al Iztaccíhuatl.
En la página web https://www.cumbresblancasmexico.ong/ a través de la cual puede accederse al libro, en la presentación, se puede leer lo siguiente:
“Este libro es un coro de voces, aquí se tejen los saberes de científicos expertos: biólogos, vulcanólogos y glaciólogos, puntuados con las hermosas imágenes de los mejores fotógrafos de montaña de nuestro país”, destacó Elsa Ávila.
‘En la montaña siempre somos aprendices’
Las montañas conjuntan un coro de voces, hilos de tramas, historias humanas y no humanas. Presentes en nuestro planeta desde hace millones de años, antes de que nuestra existencia fuera posible, han puntuado un paisaje que amplía nuestras nociones de tiempo y de espacio.
Estas son fotografías sobre los glaciares y montañas mexicanas en las que está inspirado el libro Cumbres Blancas, Un Homenaje a los Glaciares Mexicanos, del equipo de Cumbres Blancas México.
Masas de roca y hielo surgieron para convertirse después en nuestro anhelo espiritual, como lo nombra el escritor y montañista escocés Robert Macfarlane, quien las ha mirado fija y activamente; él escribe: “las montañas son en realidad producto de una colaboración entre la forma física del mundo y la imaginación humana”.
Ahí están ellas, con sus contundentes cuerpos sólidos: riscos, caras, grietas, acantilados y acá estamos nosotros con nuestros cuerpos y tiempos humanos deseando alcanzar sus cimas, desafiando nuestros límites, poniéndonos a prueba.
En el fondo de nuestro corazón lo sabemos: más allá de obtener un trofeo, de subir una montaña específica o de aspirar contemplar el mundo desde su cumbre, la montaña nos desafía en su inmensidad, caminamos hacia ella y en ella porque queremos conocerla y entenderla.
Quizá porque la montaña nos recuerda que caminar no sólo es una acción que aprendemos en una edad temprana y específica. Siempre estamos aprendiendo a caminar y esta es la lección que en su inmensidad, en sus bosques, sus cañadas, o sus pliegues, sus recovecos o sus hielos blancos, nos enseña la montaña.
Nos entregamos a su llamado y abrimos nuestra esperanza a su invitación, ella misma nos dicta todo lo que necesitamos para estar de una manera respetuosa en el planeta: observación, escucha y cuidado.
Este libro es una extensión a ese llamado de la montaña, busca complicidades y cariño, actitudes urgentes que construyan tácticas para poder sostener la vida en nuestros espacios naturales, para sostener nuestra propia vida en este maravilloso planeta.
Te invitamos a entrar al bosque, empezar el ascenso y contemplar estas cumbres blancas mexicanas que necesitan con urgencia tu atención y tu cariño.
Este libro es un coro de voces, aquí se tejen los saberes de científicos expertos: biólogos, vulcanólogos y glaciólogos, puntuados con las hermosas imágenes de los mejores fotógrafos de montaña de nuestro país.
Aquí celebramos las cumbres blancas del eje neovolcánico mexicano y nos preocupamos por el derretimiento de los glaciares y lo que esto puede significar para nuestro entorno.
Ahondamos en un viaje de relaciones que determina cómo se construye la espiral invisible que une la vida de los pinos, los hongos o los teporingos que son parte del paisaje al pie de las montañas hasta indagar en el cuerpo de hielo y cristal de nuestros glaciares en peligro.
Hablamos de los vientos y las nubes, de las historias que enlazan a distintos personajes relacionados con las montañas, desde pobladores de las zonas aledañas, a excursionistas o guías todos con una narrativa común entre sí: el amor a la montaña.