Aunque su nombre real era José, todo mundo lo conocía como Joe ya que, después de todo, los últimos 20 años de su vida los pasó en Estados Unidos, donde era residente legal.
Nacido en Reynosa pero criado en Mission, Texas, Joe Rubio era un joven cuyo mayor sueño era trabajar como programador de computadoras en el Ejército de Estados Unidos, por eso decidió enlistarse y obtener el dinero que necesitaba para cursar una carrera universitaria.
El pasado mes de octubre, cuando apenas habían pasado unos meses de haber ingresado al ejército, Joe fue embarcado a Irak, donde su país está peleando una guerra que pocos pueden entender y que convirtió a este joven en el muerto número 4 mil del conflicto armado.
De acuerdo a un frío informe del Departamento de Defensa de Estados Unidos, la noche del domingo 23 de marzo, el especialista Joe Rubio formaba parte de un pelotón que realizaba labores de vigilancia en un camino rural cerca de Bagdad.
El boletín relata que uno de los vehículos del convoy norteamericano fue destruido por un artefacto explosivo de fabricación casera. En el ataque –además de Rubio– murieron el soldado George Delgado de Palmdale, California; el sargento Christopher M. Hake, de Enid, Oklahoma; y el prefecto Andrew J. Habsieger, de Festus, Montana.
Todos ellos eran integrantes del Cuarto Batallón perteneciente al 64 Regimiento de la Cuarta Brigada de Combate de la Tercer División de Infantería, con base en Fuerte Stewart, Georgia.
El mayor de los muertos en el ataque tenía 26 años, el más joven, apenas 21. Cuando pereció, Joe Rubio tenía cuatro días de haber cumplido 24 años de edad.
Pero esta no es la única celebración que el soldado Rubio ya no podrá festejar, en unos días su primer y único hijo Nikolai cumplirá un año y en mayo se cumplirían dos de haberse casado con Jennifer Guerra, la mujer que fue su novia desde la secundaria.
De hecho esta joven fue la primera que recibió la funesta noticia de que su esposo estaba muerto.
Recordó que alrededor de las 8:30 horas del lunes 24, un emisario del Ejército de Estados Unidos llegó a su domicilio para informarle que su esposo y otros tres soldados perecieron cuando el vehículo que tripulaban se encontró con una bomba casera.
Todavía sin poder creer que ha perdido al hombre que fue su novio durante 8 años antes de casarse, la joven recordó la descripción que su marido le hizo del frente de batalla.
“Me dijo que las cosas están muy mal por allá. Me dijo que si regresaba a casa no iba a volver a Irak. Está muy mal todo, no es un juego”, sentenció.
LOS DOS AMORES DE JOE
Joe Rubio era el menor de nueve hermanos integrantes de una familia originaria de Reynosa que hace 20 años –cuando el hoy occiso tenía cuatro– cruzó la frontera para asentarse en Mission, Texas.
Y aunque seis de sus hermanos regresaron a vivir a México –residen en Reynosa y Matamoros– a Joe siempre le gustó el estilo de vida norteamericano, al grado de que fue uno de los que más celebró cuando, en 1996, los integrantes de su familia se convirtieron en residentes permanentes de Estados Unidos.
De hecho, recordó Edgar Rubio, uno de sus hermanos, Joe siempre fue el que más afecto le demostraba a su nueva patria y en ocasiones reflexionaba de lo diferente que sería su vida si sus padres se hubieran quedado en México.
“Mi hermano dio la vida por este país porque él sentía mucho cariño por este país”, aseguró.
Cuando Joe tenía 14 años conoció a Jennifer Guerra, que aunque era dos años mayor que él se convirtió primero en su novia y luego en su esposa.
Al recordar ese encuentro, la hoy viuda dijo que conoció a su marido una tarde en que ambos se encontraban en el cine y lo que más le llamó la atención de él era la pasión que mostraba por las computadoras y los video juegos.
“El era una de esas personas que entendía por si mismo la cosas, se quedaba ahí hasta que entendía cómo funciona un aparato”, precisó.
Al terminar la preparatoria Joe continuaba con sus dos amores: Jennifer y las computadoras, por ello continuó su relación con la chica y se inscribió en el Colegio del Sur de Texas, donde en 2005 se tituló como técnico de Ciencias Computacionales.
Amigos y maestros que lo conocieron en esta etapa, recordaron al hoy occiso como un joven inteligente y dedicado.
“Era un muy buen estudiante”, aseguró Yinping Nicole Jiao, quien fue maestra de Rubio durante los años en los que estudiaba en el colegio.
Incluso, mencionó, Joe formaba parte del club de computación de la escuela, en donde participaba en todas las actividades que se organizaban.
Una de sus actividades favoritas en el club era visitar la estación metereológica de Brownsville, donde se quedaba admirado con el equipo de cómputo que utilizan en este lugar.
Visiblemente consternada, Jiao indicó que uno de los mayores orgullos de Joe –a quien vió por última vez en otoño de 2006– era una computadora que el joven había modificado personalmente para poder jugar mejores video juegos.
Sin embargo un título de técnico no era suficiente para Joe, quien deseaba obtener un postgrado en computación y hacer carrera en el ejército, aseguró su hermano Edgar Rubio.
“Su sueño era formar parte del ejército, por eso primero estudió ciencias computacionales porque quería llegar a tener un alto rango en el ejército”, explicó.
Tras enlistarse y concluir con el entrenamiento básico en las fuerzas armadas, Joe decidió casarse con su novia de toda la vida con quien engrendó a Nikolai Cyrus Rubio, el primer y único hijo de la pareja que nació en el Fuerte Steward en Georgia, donde su padre estaba asignado poco antes de partir hacia Irak.
Sin más consuelo que la resignación, la hoy viuda indicó que entiende los motivos por lo que su esposo ingresó a un empleo que lo llevaría a perder la vida a miles de kilómetros de distancia.
“El se enlistó porque deseaba tener una mejor educación”, sentenció.
SABIA NO QUE IBA A VOLVER
La última vez que los Rubio vieron vivo a Joe, fue el pasado mes de enero cuando el joven regresó a casa procedente del frente de batalla en Irak, gracias a un permiso que le otorgaron sus superiores.
Al recordar esa visita, Edgar indicó que todos en la familia estaban sorprendidos con lo mucho que su hermano había cambiado pues había perdido más de 13 kilos de peso, apenas dormía un par de horas y comía muy poca de la comida mexicana que le preparaba su mamá Macaria, de 67 años y quien debió de recibir atención médica de urgencia cuando se enteró que su hijo había muerto.
El motivo, confesó a sus padres, era sencillo: tenía miedo de morir en la guerra.
Incluso, el día que regresó al frente de batalla, Joe hizo a su hermano Edgar una pregunta que al final resultó fatalmente profética.
“Me vió directamente a los ojos y me dijo: ¿te das cuenta que esta es la última vez que me vas a ver?”, indicó.
Los cambios en la personalidad de Joe eran tan evidentes, que su esposa tampoco pudo evitar notarlos.
“Cuando regresó era una persona completamente diferente, más seria, más callada”, dijo.
Aún así, durante los días en los que estuvo con su familia, siempre intentó pasar la mayor cantidad de tiempo posible con su pequeño hijo, quien no terminaba de acostumbrarse a la presencia de su padre.
“Se frustaba que el niño no se acostumbrara a él, pero conforme pasaron los días se fue calmando, pasó más tiempo con el niño e incluso jugaba video juegos y veía películas”, relató Jennifer.
Y aunque era obvio que Joe estaba tenía miedo de regresar a la guerra, los últimos días de su visita fueron agradables y todos los recuerdan con felicidad.
De hecho Edgar indicó que uno de los momentos que permanecen en su memoria, fueron el par de horas en que estuvo con su hermano viendo la película “Blades of Glory”, protagonizada por el comediante norteamericano Will Ferrell.
“No dejamos de reír”, recordó Edgar.
OTRO MAS DE MISSION
Ubicada cerca de la frontera con México, Mission, Texas es una pequeña comunidad que sabe lo que es perder uno de sus hijos en un conflicto armado que ya ha reclamado la vida de 23 residentes del Valle del sur de Texas.
Esta ciudad todavía no se recupera del shock provocado por el deceso del sargento Omar Flores, quien falleció el 8 julio de 2006, cuando una bomba de fabricación casera explotó cerca del vehículo que tripulaba al realizar operaciones de combate en el poblado de Ramadi.
El recuerdo de las vidas perdidas en conflictos armados puede palparse por todos los rincones de esta ciudad. En el centro existen una plaza y un monumento erigidos en honor de los soldados caídos y a un par de kilómetros de la mancha urbana, está el Cementerio Estatal de Veteranos del Valle del Sur de Texas, donde ahora descansan los restos de Rubio y otros combatientes en Irak.
“Mission es una comunidad muy patriótica, quizás más que otras ciudades”, aseguró Nelda Cantú, una residente del área quien acompañó a su esposo –un veterano del Ejército de Estados Unidos– a la recepción de los restos del combatiente caído.
Al igual que Cantú y su esposo, decenas de residentes de Mission salieron a la banqueta de la Avenida Conway –la principal de la ciudad– para observar el paso de la carroza fúnebre que transportaba al cadáver del joven soldado.
A lo largo de la vía fueron instaladas decenas de banderas norteamericanas y muchos de los que permanecieron observando el paso del contingente, portaban en sus manos pequeños lábaros de las barras y las estrellas.
“Estamos aquí para apoyar de cualquier manera que podamos, aunque sé que en este momento lo único que podemos hacer es manifestar nuestras condolencias”, expresó Juan Cantú, otro residente de Edinburg quien acudió a la funeraria donde se desarrolló el sepelio del soldado Rubio.
Y aunque muchos de los que salieron a las calles no conocieron personalmente a Joe o a su familia, esto no les impidió participar activamente en la serie de actividades que se de-sarrollaron en honor del soldado.
Por ello, lugares como City Flower Shop, un negocio propiedad de la familia de Jennifer, la viuda de Rubio, lucían llenos de arreglos florales, moños con los colores rojo blanco y azul y un asta bandera, recientemente colocada y que sostiene tanto el lábaro de Estados Unidos como el estandarte de los soldados muertos en combate.
Sin embargo, aunque todos en Mission lloran la muerte de Rubio y no dudan calificarlo como “un héroe”, también muestran su enojo por un conflicto en el que ya han perecido 4 mil militares.
Félix M. Rodríguez, comandante de los veteranos norteamericanos de las guerras en el extranjero en el Valle de Texas, expresó que los responsables del gobierno de su país deben de ser los primeros en enviar a sus hijos al combate.
“Todos esos que los mandaron a la guerra en el Congreso de Estados Unidos, además del presidente y el vicepresidente, tienen que ser los primeros en mandar a sus hijos y sobrinos al frente de batalla”, dijo.
Visiblemente conmovido, Rodríguez lamentó que una familia que llegó a Estados Unidos buscando una mejor vida, ahora esté llorando la pérdida de uno de sus integrantes, quien falleció defendiendo un país en el que no nació.
“Cuando él (Joe Rubio) cayó en combate y murió, también murió una parte de nosotros. Tiene que venir este muchacho de México para hacer el sacrificio más duro que se puede hacer y la familia lo está pagando ahorita”, señaló.
La serie de homenajes en honor de Rubio, concluyeron el viernes 4 de abril cuando en una ceremonia privada a la que solo se permitió el acceso a la familia y algunas autoridades, los restos del soldado norteamericano fueron enterrados en el Cementerio Estatal de Veteranos del Valle del Sur de Texas.
Durante el evento, mismo que los medios pudieron presenciar a más de 100 metros de distancia, Rubio y su familia recibieron todos los honores que se le pueden otorgar a un integrante de la fuerzas armadas.
Ahí estaban soldados, policías, bomberos, funcionarios de gobierno y demás autoridades portando distintivos negros y banderas de Estados Unidos.
Como parte de éste, el último y más grande homenaje en honor al soldado número 4 mil que cae en territorio iraquí, una enorme bandera de Estados Unidos ondeaba en la entrada del cementerio, colgada de las escaleras de dos camiones de bomberos.
Sin embargo el más grande –e irónico– homenaje que Rubio pudo haber obtenido, lo recibieron sus padres una noche antes de su sepelio, cuando el gobierno de Estados Unidos decidió otorgarle a su hijo una ciudadanía postmortem.
Y es que aunque los integrantes de las fuerzas armadas reciben un trato prioritario al momento de aplicar por una ciudadanía, Joe nunca envió por correo la solicitud que ya tenía elaborada.
El sacrificio de Joe inspiró a Edgar a regresar a la escuela y conseguir un título universitario que le permita iniciar el proceso para convertirse en ciudadano de Estados Unidos y cumplir con el sueño que su hermano no pudo cumplir en vida.
“Era lo que mi hermano quería. El ya estaba en el proceso de solicitar la ciudadanía”, finalizó.