Hace más de una década el remolcador de bandera nigeriana Jascon 4 fue hundido por una ola gigante en el Golfo de Guinea. Once tripulantes murieron, menos el cocinero Harrison Okene, quien quedo atrapado en la profundidad del océano, aferrado a una burbuja de aire de la embarcación. Fueron las 62 horas más angustiosas de su vida.
Madrugada de domingo en la comunidad petrolera de Warri, al sur de Nigeria. Algunos vehículos parten temprano –antes que el sol salga– hacia la zona portuaria de Escravos (un territorio conocido así por el descomunal comercio de esclavos africanos que imperó durante el siglo XVIII hacia los Estados Unidos).
Como de costumbre, las familias se quedan en casa para el servicio de culto en las iglesias protestantes, comprar el mandado en el mercado municipal y comer Isi Ewu, un platillo tradicional con cabeza de cabra o la sopa de patas de res Nkwobi.
Pero no todos se tomaron el día de descanso. Las compañías de navegación rotan a sus trabajadores y aquel 26 de mayo de 2013 había sido requerida la tripulación en turno del remolcador Jascon 4 para hacer maniobras en aguas del Océano Atlántico.
Se apresuró a zarpar, pues en las primeras horas de la mañana había que auxiliar a un barco cisterna para hacer una recarga en una terminal de combustible conocida como Sistema de Amarre Único (SBM) a 32 kilómetros de la costa. Era un trabajo de rutina de la compañía multinacional Chevron.
En uno de los camarotes se encontraba dormido Harrison Okene, quien la noche anterior había bebido mucho líquido. Las ganas de ir al baño lo despertaron sin imaginar los dramáticos instantes que estaría por enfrentar. Aún se encontraba en el retrete cuando sintió un movimiento brusco y después experimentó un infierno:
Una inesperada inestabilidad de corrientes marítimas provocaron que en segundos el remolcador fuera volcado por las violentas olas como un barco de papel. Fue en ese momento cuando este marinero confirmó que no estaba soñando.
Karibo, el capitán, que en ese momento se desplazaba a una velocidad de 15 nudos, no pudo controlar el timón y murió en el intento, aturdido por los golpes y las turbulentas aguas.
En ese momento se activaron los protocolos de emergencia. El Jascon 4 desapareció de la superficie. Cuando el sol tocó el horizonte ya daban por muertos a todos los navegantes.
LAS ALARMAS
Las malas noticias corrieron rápido. La comunidad de Warri amaneció con el desgarrador y trágico informe de 12 marineros perdidos. Ese día de domingo las alabanzas en los templos locales se convirtieron en plegarias y gritos de desconsuelo.
Sus seres queridos se dirigieron hacia la zona de los muelles intentando conseguir alguna información, en medio del caos y las reclamaciones. Esa vez en el puerto de Escravos se lloró amargamente, como siglos antes cuando cientos de miles de familias fueron separadas, desterradas a la fuerza por la vendimia de esclavos. Nuevamente las lágrimas mojaban las playas nigerianas, esta vez a causa del accidente.
De acuerdo con los relatos, el Lewek Toucan, que había sido fletado por West African Ventures, con un equipo de buzos de DCN a bordo, se encontraba a 17 horas de navegación, pero puso su maquinaria a todo estribor para participar en las maniobras de rescate.
Dejaron pausados los trabajos en el oleoducto de Okpoho-Okono para recuperar los cuerpos de los marineros. No fue una tarea sencilla, a pesar de tener las coordenadas, el Jascon 4 estaba a 30 metros de profundidad.
Cuando finalmente los buzos descubrieron los restos del naufragio hicieron un recorrido dentro y se toparon con un escenario desgarrador: solamente había personas muertas, con su piel corrugada por las heladas aguas y carcomidas por los peces que las devoraron.
Fue justo el momento cuando Harrison escuchó ruidos. Pensaba que eran los tiburones. De acuerdo con su relato él ya estaba listo para morir. No había probado un bocado de comida en tres días. Su único alimento fue una bebida gaseosa que halló en uno de los camarotes.
En completa oscuridad nadó para intentar buscar bocanadas de aire, asomando su cabeza en algunos rincones. Con sus manos exploró la embarcación. Ahí adaptó algunos materiales para mantener la temperatura, aunque estaba todo entelerido.
EL RESCATE
Pero en el día tres del naufragio, estando débil, cansado y con la mitad del cuerpo sumergido, este cocinero no podía creer estar viendo una luz aproximarse. Pensaba que se encontraba ya delirando, sentía la muerte cerca, pero era la linterna de los salvavidas, quienes también iban filmando la expedición.
De principio pensaron que la mano que estaban viendo era la de un cadáver y cuando al tocarla ésta los apretó percibieron uno de los momentos más inverosímiles de sus vidas. Ahí en la profundidad del mar el corazón de un hombre atemorizado estaba latiendo.
Cuando subieron hasta su posición se dieron cuenta que Harrison Okene había sobrevivido gracias a una pequeña cápsula de aire que quedó dentro del navío. Ivan Parvanoff y Van Heerden estallaron en alegría, a pesar de la desgracia que implicaba el caso.
La persona que estaban rescatando era un marinero inexperto. Aceptó cocinar para los trabajadores de Chevron y lo salvó haber ido al baño justo en el instante en que se produjo el desastre. Mientras se estaban hundiendo miró a tres de sus amigos morir y volvió a encerrarse en el baño.
Después, cuando el remolcador había caído hasta el lecho marino, nadó hasta los camarotes y ahí se resguardó día y noche, esperando que se le acabara el oxígeno. Por momentos perdió la noción del tiempo, estaba muy agotado.
Cuando fue hallado el momento era sumamente delicado. Los buzos le colocaron un casco para poderlo llevar a la superficie. Antes tuvo que entrar a una cápsula de descompresión. En el exterior las personas no podían creer en el milagro. Harrison asegura que Dios le salvó la vida.
Al menos este rescate dio un poco de consuelo a las familias de los fallecidos, 11 en total, a quienes este nigeriano conoció totalmente. A varios los vio morir, fue un fallecimiento rápido, aseguró a los medios que lo entrevistaron. La historia le dio la vuelta al mundo.
Tiempo después dijo que en el momento que se encontraba debajo, en silencio y oscuridad, pensaba en su esposa y meditaba en los que creía serían sus últimos días. Se imaginaba la terrible forma en que podría terminar, al igual que sus compañeros de viaje, despedazado por los tiburones, pero para revertir tales pensamientos cantó alabanzas, pues aseguró que si Dios lo llamaba a su presencia moriría alabándole.
UNA VIDA NUEVA
Harrison Okene sobrevivió para contarlo. Ocasionalmente es invitado a dar charlas y conferencias. En cada una le agradece a Dios. Dice hacerlo cada día de su vida. Más que una celebridad él prefiere ser alguien que motive a la gente a ponerse a cuentas.
El dióxido no lo asfixió porque la física con el agua fría pudo disolverlo, pero aún así los especialistas se admiran y hay preguntas que la ciencia no ha podido responder. El rescate se registró sobre la hora, porque según los cálculos ahí dentro quedaba muy poco oxígeno. Además la falta de alimento y el frío eventualmente lo matarían.
Ahora Harrison se ha convertido en un buzo profesional que hace inmersiones en el mismo lugar donde antes estuvo atrapado. Medita mucho en lo que realmente pasó hace una década. De los muertos narró que lo trataron como un amigo. Fueron personas que le dieron consejos y con frecuencia les rinde homenaje.
Cuando fue encontrado vivo su esposa tuvo que ser hospitalizada por el impacto de la noticia. Harrison fue llevado en un helicóptero a un centro hospitalario y así comenzó sus nuevos días.
“Doy gracias al Señor Dios Todopoderoso porque he estado vivo hasta el día de hoy después de la predicción de que no sobreviviría después de seis meses, pero Él sigue ahí para mí. Nunca voy a olvidar ese día y la gracia del Señor en mi vida y mis compañeros hermanos marineros que perdieron su vida y pido por ellos para buena paz hasta que nos encontremos de nuevo y mi Dios bendiga grandemente a sus familias.
“Los nombres de las personas que murieron aquel 26 de mayo de 2013 fueron el capitán, Karibo; un ingeniero en jefe, de Ucrania; mi jefe compañero, Johnny Ohwonam; el segundo ingeniero, Odida Martins; el tercer ingeniero, Bassy Idolor; los marineros Richard Egbe, Michael Egdedi, Richard Kuyoma, Una Beze, Peter Akere y un cadete, todos ellos muy amables”, fueron sus emotivas palabras con los que siempre los recordará Harrison Okene, el hombre que sobrevivió a la profundidad del océano.