
Desde su primera versión, lanzada en el 2001, la serie de Rápido y Furioso reveló su misterio. Siete entregas después no hay nada por descubrir, pero la franquicia tiene un encanto irresistible.
La fórmula actual ensambla, al igual que en todas sus predecesoras, coches espectaculares, máxima velocidad, balas y explosiones, muchas explosiones, rodeadas de situaciones al límite que se resuelven siempre, a favor de los chicos buenos.
Es como un videogame en el que no hay opción de derrota. Felizmente, el usuario siempre gana.
En esta ocasión, hay mucha nostalgia por la aparición póstuma de Paul Walker, su protagonista, recientemente fallecido, paradójicamente, en un accidente vial ocasionado por la velocidad.
Rápido y Furioso 7 reúne al incansable equipo para comprometerse en una aventura internacional, esta vez enfrentando a un estupendo maleante, Jason Statham, el inglés cara de palo que nació para hacer cintas de acción, con una gran presencia como artemarcialista y para ejecutar proezas físicas.
Los muchachos tienen, esta vez, que conseguir múltiples objetivos, entre ellos rescatar a una hacker que les da la clave para un dispositivo único en el mundo que puede invadir cualquier sistema operativo. Pero, simultáneamente tienen que enfrentar a Statham, que busca venganza, así como a un terrorista que anda en busca del objetivo cibernético.
Y en medio de todo, tienen que salvar el pellejo.
La cinta dirigida por James Wan no tiene pretensiones y sus refinamientos se encuentran en la producción, que en cada cinta progresivamente encuentra la forma de superar sus efectos.
Compacta, cada vez más, los trucos digitales y las formas de generar pirotecnia, sin menoscabo de las numerosas emociones y sofisticadas acrobacias, con un toque de comicidad, chicas en bikini y muchachos musculosos.
Las situaciones son cada vez más inverosímiles, pero siempre emocionantes: esta vez los chicos saltan de un avión en sus propios coches con paracaídas y con su auto último modelo, en Dubai, levitan entre las torres, para caer en el interior de oficinas y departamentos.
En el colmo, en el centro de Los Ángeles, son perseguidos por un dron que los ataca con misiles. Ah, claro, y ellos se defienden a punta de bala. Nada es para ser tomado en serio, pero la adrenalina fluye, incontenible, porque los actores y la producción saben muy bien cómo divertir.
Vin Diesel y Paul Walker comandan la acción y, como lo han hecho a lo largo de la serie, demuestran gran habilidad para meterse en problemas y salir de ellos. También como parte de la marca F&F, inicialmente se muestran reacios a participar en la operación, pero luego se ven obligados a hacerlo.
Son ayudados por Dwayne Johnson, The Rock, cada vez más inflado por los esteroides, pero siempre atractivo como juguete viviente de acción.
Aparecen, con pequeños papeles, otros regulares de la historia, como Jordana Brewster, Tyrese Gibson, Michelle Rodríguez, Lucas Black, Elsa Pataky, así como invitados de lujo como Djimon Hounsou y Kurt Rusell.
Por encima de toda la historia rápida y furiosa, hay un intento extraño por echar un velo de romanticismo y mensaje de apego a la familia, de parte de estos tipos que se le han pasado rompiendo la ley, haciendo destrozos y asesinando personas.
Aunque lo realmente importante es observar los coches alterados volando.
En el epílogo hay un conmovedor homenaje a Walker, con un mensaje perdurable de camaradería de parte de todo el elenco y la producción.
Y, por supuesto, la aparición estelar es, como a lo largo de la saga, de los anónimos dobles de acción, que conducen los coches como endemoniados y realizan proezas para lucimiento de las estrellas. Y ya viene F&F8.